VIOLENCIA MACHISTA, ANTÍTESIS DE LA PARIDAD
Abordando el tema de la violencia doméstica heterosexual, y centrándonos en
el comportamiento de los hombres violentos, es importante establecer un
diagnóstico diferencial en lo que respecta a lo que se considera normal.
Ciertos hombres que se comportan de una manera violenta, no se consideran a sí
mismos violentos sino cumpliendo con un deber ser de acuerdo a los roles
genéricos, o sea, respondiendo a lo que ellos consideran que debe ser la
conducta de un hombre cuando las mujeres les ofrecen resistencia. Frases tales
como "tenía que hacerle saber quien manda", "ella tiene que
obedecerme porque yo merezco respeto", "llego a casa cansado, con
ganas de cariño y ella se niega a tener sexo", todas ellas frases que denotan
no sólo una superioridad jerárquica incuestionada sino en su extremo, una
negación de la alteridad. Toda negación de la alteridad produce violencia
porque cualquier frustración será vivida como un ataque personal. Por ejemplo,
"si ella me quiere no debería hacerme esto" cuando en realidad el
hacer o no hacer de ella puede no tener que ver con él. Los varones que piensan
y actúan así se muestran enormemente fieles a imperativos de rol que no son
vividos como tales sino como una manera de ser natural. "Yo no soy
violento, los hombres somos así" es una afirmación que responde a una
interiorización del maltrato a las mujeres como algo natural y a veces
justificado como algo necesario. Estos son los hombres que la sociedad en
general considera normales, excepto cuando se pasan y agreden gravemente o
matan. Estos hombres, considerados "normales" son los que confunden
también las conductas de galanteo con el acoso sexual convirtiendo a las
mujeres en objetos potencialmente acosables o violables, porque en el fondo
creen que "cuando una mujer dice no en realidad quiere decir sí".
Ideas como que "ella me provocó", "qué hacía por la calle a esas
horas de la noche", "por qué va vestida de esa manera",
"algo habrá hecho para que la violaran" son prejuicios muy arraigados
en el imaginario masculino y a veces en el femenino. Una mujer que está por la
calle por la noche puede tener otras motivaciones u obligaciones, como por
ejemplo, estar volviendo de trabajar. El vestirse de una manera que intente
despertar el interés erótico de un hombre no significa que eso sea sinónimo de
querer ser violada. Sólo en el imaginario masculino, tan poco proclive a
matizar diferencias subjetivas, se puede operar un reduccionismo motivacional
en las mujeres que se adapta muy bien a la proyección de las fantasías eróticas
masculinas.
CLAUDIA TRUZZOLI
CLAUDIA TRUZZOLI
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