jueves, 27 de diciembre de 2012

PAREJAS DESPAREJAS


Las reacciones al paso del tiempo varían en cada persona dependiendo de su madurez para afrontar los cambios y convivir con ellos, pero frente a un tema tan angustioso como el envejecimiento, las estrategias negadoras frente al mismo  o la tentación de volverse imaginariamente más joven, es una motivación que puede llevar a emparejarse con personas más jóvenes. La edad es un dato que de acuerdo a quien lo considere está investido de cuestiones imaginarias que oscilan entre la idealización y el desprecio, como se expresa en términos tales como  juventud divino tesoro, edad de la inocencia, cincuentona, viejo verde, veterana. Los hábitos culturales funcionan como un punto ciego, que dificulta, cuando no impide, preguntarnos porque se vive con cierta naturalidad la diferencia de edad en una pareja cuando el hombre es mayor –aunque sea muy mayor- y en cambio, si la mujer es mayor, genera cierto rechazo, por lo que son poco frecuentes los hombres que se emparejan con mujeres mayores. En estos emparejamientos tan dispares, ¿qué funciona como pantalla protectora frente a un real que angustia? Lo desparejo no se refiere solamente a la edad, sino a la dependencia que se establece de manera desigual para el que ofrece la protección y para el que la recibe. Quien asume el rol de la protección, se adapta a las exigencias del otro, en lugar de sostener su singularidad y las personas protegidas, si bien dependen de las ventajas que reciben, se sienten, gracias a su juventud, con mayor capacidad para variar su elección de pareja si lo desearan, posibilidad más restringida en los mayores. Hay también una diferencia entre hombres y mujeres por el   cuerpo que envejece. Cuando ellos hablan de las mujeres de más edad en términos peyorativos, no tienen en cuenta su propia edad. Para las ellas en cambio, la pérdida de lozanía de su cuerpo se convierte en una fuente de inseguridad. 

Sin embargo, los emparejamientos con gente joven permiten  recuperar una imagen retrospectiva del propio cuerpo por la identificación con el cuerpo joven del otro/a, que recuerdan la potencia de tiempos pasados. En algunos hombres permite la satisfacción de una paternidad que no han podido disfrutar con sus hijos y desean tener uno con su amante joven. En algunas mujeres, permite la satisfacción de un modo de vínculo, más sincero, menos posesivo, con una fidelidad no obligada, mayor flexibilidad para experimentar con el sexo, más libertad personal,  características que al estar muy reprimidas en la masculinidad clásica, son muy valoradas, además de una posibilidad de realizar algunos de los sueños que el reloj biológico de la maternidad y la posterior crianza de los hijos había imposibilitado a la hora de vivir una intimidad de calidad con su pareja.

El deseo de vivir una segunda juventud es algo muy humano, tener hijos es una forma de satisfacer ese deseo pero no la única. Vivir una sexualidad joven por segunda vez, es un deseo muy poderoso, que hace comprensible la elección de una pareja más joven en lugar de tener delante el espejo de lo que también somos y no queremos ser, que nos ofrece una persona de nuestra misma edad a la que vemos sufrir el deterioro con sus enfermedades, sus achaques, sus quejas por ser mayor. Una persona joven nos habla de otras cosas, nos hace recuperar ilusión.

¿Y qué es lo que espera una persona más joven del vínculo con una persona mayor? Una joven vinculada a un hombre mayor con cierto prestigio, siente elevar su autoestima porque se siente poderosa al saberse elegida por un hombre que se supone que tiene muchas oportunidades a su alcance, protegida económicamente, y si no es el caso, la relación puede estar teñida de un cierto paternalismo que la reconforta, que no puede esperar de la gente de su edad. Un joven vinculado a una mujer mayor, si famosa por ejemplo, obtiene una sensación de triunfo que aumenta su narcisismo por haberla conquistado, el reconocimiento social que tiene gracias a la fama de ella, oportunidades de vivir una vida de realización personal de sus ambiciones más facilitada por el poder económico. Cuando no es una mujer famosa ni rica, aparece  con más claridad una manera de satisfacer un erotismo teñido de un anhelo de trato más maternal, que privilegian comparativamente con el trato que tendrían con personas más iguales en edad, a quienes sienten poco atractivas, ya sea por falta de experiencia, inhibiciones sexuales, falta de saber, de poder, de prestigio social, de realización personal. La fragilidad de estas relaciones no sólo consiste en que responden a un deseo de apuntalamiento narcisístico, -otras relaciones con coetáneos también pueden serlo-  sino fundamentalmente por un real que supera todo imaginario, que es la desigual cercanía al fin de la vida, mientras unos van aumentando sus déficits, otros van aumentando sus potencias.   

La lógica de las relaciones amorosas se desarrolla en juegos de poder no cuestionados, silenciosos, invisibilizados en la pantalla de la naturalidad y lo intersubjetivo en los vínculos no siempre reconoce al otro en su alteridad sino como un soporte del sí mismo. En este sentido, no hay resistencia más fuerte a la perplejidad que tenemos frente al otro que la que se construye entre dos que se acoplan para sostenerse. El ser humano es gregario, frágil frente a la decadencia, temeroso y negador frente a la muerte. Eso podría explicar porque aún siendo un gran engaño, -cuando no una gran injusticia con las personas de nuestra misma edad-, se establecen con mucha frecuencia estas relaciones desparejas.  Pero tienen un inconveniente que las hace frágiles. Alejan a ambos de una comunicación más sólida que los apoyaría en su soledad, apoyo con el que no pueden contar porque la falta de experiencia de vida de los más jóvenes impide que puedan sentirse comprendidos en sus carencias y  porque no sólo de imagen y  cuerpo joven sostienen los seres humanos sus necesidades relacionales.

CLAUDIA TRUZZOLI   


jueves, 20 de diciembre de 2012

DEL CUERPO DEL DOLOR AL CUERPO DE LA ALEGRÍA

DEL CUERPO DEL DOLOR AL CUERPO DE LA ALEGRÍA

Mi experiencia de trabajo con grupos de mujeres me permite escuchar sus sentimientos y sus creencias más arraigadas así como sus ilusiones, sus decepciones y sus expectativas. Debido a una larga tradición racionalista, está muy difundida la creencia en que todas las dificultades que nos suceden, todos nuestros conflictos y  frustraciones, se solucionan con una firme decisión voluntariosa de no pensar en ellos y reemplazarlos por pensamientos más positivos. Estas ideas están muy arraigadas en las creencias populares que aún perduran. Pero si bien la voluntad es necesaria para hacer frente a procesos dolorosos como un duelo por ejemplo, -poner algo de nuestra parte con el fin de no quedar presos de la melancolía-, tiene su límite de operatividad para hacer frente a un deseo perturbador. En ese caso, la voluntad es impotente porque los deseos no son domesticables y en consecuencia, no se pueden eliminar de nuestro espacio interior. Si no se satisfacen dejan su marca de dolor en nuestro cuerpo a través de múltiples manifestaciones cuya causa hay que buscar en esos intentos de sofocación de aquello que nos perturba y de lo cual no queremos saber sostenidos por la ilusión de creer que aquello en lo que no queremos pensar podemos eliminarlo de nuestras preocupaciones. Nada más erróneo que creer que eso es posible.

Ilustrar esto con ejemplos de lo que dicen algunas mujeres que por su situación familiar formal podría sorprender puede ser útil para aclarar estas ideas. Una mujer casada con tres hijos manifestó al principio del trabajo de grupo que ella era feliz, que se sentía orgullosa de haber educado a sus hijos en la igualdad. No mencionó su vínculo con el marido. Luego cuando las demás fueron sincerándose con sus frustraciones, resultó que ese estado de felicidad mencionado antes tenía sus fisuras, uno de sus hijos resultó ser muy machista, una de sus hijas anoréxica y depresiva, ella misma sufría de fibromialgia desde hacía años. Otra mujer muy formal y elegante, cuya edad pasaba de la cincuentena, expuso con algo de rubor que se había enamorado como una loca de un hombre, pero que sufría un gran conflicto porque éste le decía que no quería comprometerse y que también quería salir con otras. Su lucha interior consistía en no saber si tenía que dejarse llevar por su imperiosa atracción hacia él o hacer caso a su razón que le decía que iba a sufrir mucho de celos –justificados, por cierto- con él. En el caso de la primera mujer mencionada, la pregunta es porqué quería dar una imagen de felicidad y plenitud cuando su vida real estaba bastante desgarrada. El pudor frente a la imagen que una mujer quiere dar de si misma y de su vida no deja de estar condicionado por unos ideales culturales que parecen exigirnos como personas ser siempre plenas, fuertes, poderosas, invulnerables, porque lo contrario se asocia a debilidad y queda desvalorizado. Cuando esta mujer comprobó que otras no tenían reparos en hablar de sus dificultades, se sintió más libre de ser sincera. En el caso de la segunda mujer mencionada, su ilusión adolescente de encontrar en el amor de un hombre la llave de su plenitud total está intocada, pero su sano sentido de protección hacia sí misma le advierte que corre peligro con un hombre que le promete tan poco. Si ella pudiera no ser tan absolutista en lo que busca del amor y tener un vínculo más ligero y alegre sin esperar grandes cosas, posiblemente tendría una ocasión de disfrutar de momentos divertidos y dedicar el resto de su tiempo a dirigir su atención placentera a otros campos, amistades, aficiones, hobbys, gustos varios. Son maneras muy sanas de sostenerse y deberían ser enseñanzas a tener en cuenta siempre, más allá de que una mujer tenga pareja estable o no la tenga. Me sorprende encontrar mujeres divorciadas, separadas, algunas jubiladas, de edades que oscilan entre los cincuenta y los sesenta años que aún esperan que un amor les llene todos los anhelos de su vida, anhelo imposible que les deja en su cuerpo las marcas del dolor. 

Una mujer no está sola porque no tiene una pareja, está sola cuando no puede dejar de mantener viva la esperanza de encontrar un vínculo íntimo que por sí solo, le llene la vida. Una mujer está sola cuando no puede diversificar sus fuentes de placer, fuentes que son necesarias para el bienestar psíquico, emocional y corporal. Eso supone un aprendizaje que lleva muchos años de reflexión y de lectura de las experiencias frustrantes que nos van enseñando lo que podemos esperar de los demás y lo que no y nos preparan subjetivamente para que la caída de los ideales románticos no signifique una bancarrota emocional que nos sumerja en una depresión profunda. Anclarse en la realidad supone siempre una cierta renuncia al placer, pero esa renuncia tiene que tener un límite si no queremos enfermarnos. Nuestro cuerpo acusa recibo de las frustraciones, de la rabia, del dolor, de la impotencia de no ser escuchados por quienes más nos importan, por no escuchar lo que nuestros sentimientos nos reclaman atender. Podemos pasar por la vida creyendo que tenemos un tiempo eterno para vivirla y eso nos puede hacer desaprovechar muchas oportunidades de alegría y satisfacción empeñados en una postergación de nuestros anhelos más profundos en aras de una lucha por la seguridad que nos obliga a postergar para más adelante aquello que deseamos vivir hoy. Seguridad afectiva de los que quieren garantías antes de comprometerse sin darse cuenta que nunca hay garantías. Toda experiencia de contacto con los demás supone un riesgo y las personas más vitales lo asumen mejor. Otras en cambio, quedan presas de un anhelo de seguridad que las lleva a establecer alianzas que les aseguren o bien una cobertura material de bienes o bien una seguridad afectiva aunque el deseo no se haga presente. ¡Qué amarga experiencia de vida la de aquellas mujeres que empeñaron su vida en dedicarse a sostener a los suyos prescindiendo de escucharse a sí mismas por no sentirse autorizadas a hacerlo y que llegada la ocasión de tener más libertades porque los hijos ya no están en el hogar familiar, sienten que han perdido las oportunidades de vivir aquello que más hubieran deseado!

 La vida nos expone a obligaciones a las que hay que saber poner límites tanto en lo que nos privamos como en lo que concedemos porque el sufrimiento deja marcas en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. La ilusión es una herramienta imprescindible para sostener nuestra vida. El trabajo es un poderoso instrumento que nos pone en contacto con la realidad, pero no siempre es satisfactorio. A veces incluso no se tiene. Entonces es cuando la realidad nos obliga a buscar compensaciones placenteras que nos den la oportunidad de abrir un hueco a la esperanza. La familia es  un lugar donde se puede encontrar refugio pero también es un lugar que impone muchas privaciones de deseos propios por tener que atender a los hijos y el deseo de una vida más ligera y placentera  queda postergado. En tiempos de privaciones la necesidad se impone y el deseo sufre de inanición. Cuanto mayor es la necesidad mayor es el riesgo de establecer relaciones que no nos gustan simplemente porque la soledad se hace insoportable, pero necesidad y deseo no son la misma cosa. La vida emocional para ser sana debe ser atendida en tres pilares fundamentales: el trabajo, la salud y la vida afectiva. Cuando falla alguno de los tres, se desequilibra el resto. Conocemos por nuestra experiencia clínica las adicciones al trabajo para no encontrarnos con el vacío, también las adicciones al amor por la misma causa. Las agresividades que se desatan por las frustraciones, que pueden dirigirse hacia los que tenemos más cerca o hacia nosotras mismas. Y quien aguanta el tipo es el cuerpo del dolor.   

Venimos al mundo desprotegidos y necesitados de amor y sin embargo, la civilización nos impone una serie de ideales muy contradictorios que hacen mucho daño sentimental: por un lado la insistencia en el amor romántico que se canta en todas las canciones de amor, los cuentos infantiles, las novelas, nos hace sentir que somos vulnerables, desprotegidos, necesitados de un amor que llene todos nuestros anhelos más profundos, y por otro lado, nos ofrece ideales de fuerza, de poder, de desprecio de la vulnerabilidad porque se asocia a debilidad, y  condiciona a que no mostremos nuestras necesidades, que no hablemos de nuestras flaquezas, que no demos apariencia de sufrir o de necesitar de nadie. Llama irónicamente la atención que en el cine americano cuando vemos alguna escena dramática donde un protagonista ha sufrido un ataque agresivo sea físico o moral, la pregunta es ¿estás bien? aunque sea evidente que está muy mal. ¿Cómo se puede convivir con esas contradicciones sin pagar un penoso malestar? 

Muchas personas temerosas de la vida buscan afanosamente la seguridad e intentan obtenerla a través del acopio de dinero, el ahorro y la acumulación de bienes pensando que así se sentirán protegidos en la vejez. Pero esa preocupación excesiva proyectada al futuro, exige no vivir el presente, negándose a experiencias placenteras y necesarias para que nuestro paso por la existencia tenga más calor y color. La búsqueda de garantías de seguridad es una pretensión que puede hacerse peligrosa porque nunca existen garantías. Un trabajo excesivo puede suponer un nivel de estrés tan considerable que nos puede llevar al infarto, una renuncia demasiado costosa a aquellos deseos que nos hacen sentir vivos/as puede suponer enfermar de muchas maneras nuestra mente y nuestro cuerpo, crisis de asma, úlceras gástricas, problemas de colon irritable, problemas de piel, ataques de pánico, depresiones, crisis de ansiedad, son sólo algunas de las manifestaciones por donde el cuerpo habla de lo que nosotros quisiéramos hacer callar. Cuando no, la irrupción de un accidente mortal o invalidante, o una enfermedad que fija a nuestra vida fecha de pronta caducidad. Estas cosas hay que tenerlas en cuenta para poder encontrar un límite sensato entre el sacrificio necesario de deseos más  placenteros para obtener los medios de mantener nuestra existencia y el lugar que tenemos que darle a esos deseos para no enfermarnos o no andar por la vida como muertos/as.

El deseo es un poderoso motor de vida. Entendido en sentido amplio, incluye todos aquellos anhelos y deseos de realización que nos hacen sentir vivos, ya sea en el plano profesional o en el sentimental o sexual. Nuestra intimidad no puede estar desasistida si quiere ser saludable.  Necesita ser satisfecha en diversos aspectos que incluyen la necesidad de reconocimiento, la gratitud, el calor de la amistad, el amor, la sexualidad, para mencionar los más íntimos, pero también un reconocimiento social, una proyección de nuestras potencialidades, la realización de nuestras ambiciones. Para una mujer el hacerse cargo de la esfera íntima del hogar, intendencia de la casa, velar por la educación y desarrollo de los hijos y convertirse en el sostén emocional de toda la familia, le exige a cambio renunciar a deseos más propios que no incluyan el ser para otros, una renuncia a la realización personal en el trabajo remunerado, a la independencia económica, obligándola a ser más dependiente de otros. A las mujeres se nos exige más el sacrificio de estar al cuidado de los demás sin preguntarnos qué coste tiene eso para todas y todos los que nos rodean. ¿Qué consecuencias tienen estas cuestiones en aquellas mujeres que responden a esas exigencias?  Pagan esas renuncias con el cuerpo del dolor, depresiones que no encuentran palabras que las expliquen, malestares psicosomáticos para los que no encuentran motivos que los justifiquen, conductas destructivas hacia sí mismas por dirigir el odio hacia su propia persona. Las que intentan desarrollar sus ambiciones como lo hacen los hombres también pagan sus frustraciones como la pagan ellos, con excesos estresantes que en su límite les pueden llevar al infarto.  

¿Cómo podemos pasar del cuerpo del dolor al cuerpo de la alegría? Eros es un importante instrumento civilizador y un antídoto para la tristeza. Eros consiste en deseos profundos que nos dan fuerzas para luchar en la vida y por la vida, por nuestros intereses más queridos, para cuidar a aquellos a quienes amamos, para cuidarnos a nosotras/os mismas/os. El derecho a la sexualidad como un medio privilegiado de acceder a la intimidad es del orden de lo humano, sólo por cegueras culturales es permitido a los hombres y censurado en las mujeres.  Si pudiéramos abrir nuestro espíritu a lo que verdaderamente deseamos nuestro cuerpo recibiría el cuidado que merece y lo haría notar en todos sus poros. De hecho, cuando eso sucede nuestro aspecto cambia, no por intervenciones externas que le aporten juventud artificial, sino porque nuestra mirada brilla, nuestra piel se hace más suave, nuestro andar más ligero, nuestra salud mejora, recuperamos ilusión, confianza en nuestras potencialidades para vivir una vida más plena y así lo trasmitimos a los demás ofreciendo una cuota de esperanza con la que queremos expresar que otra vida es posible. Pero se necesita valor porque todo esto no es justamente lo que nos enseña una cultura que nos exige fundamentalmente sacrificio por las contradicciones absurdas en la que nos coloca con sus exigencias imposibles, que sólo nos generan tristeza y sensación de inutilidad. Un mensaje que recibí el otro día, auguraba para este año que comienza una nota de esperanza en todas sus frases. Me permito reproducir algunas de ellas porque ayudan a crear y fortalecer el cuerpo de la alegría: más besos que bofetadas, más poesía y menos discursos, más sexo que castidad, más sueños que pesadillas, más riqueza y menos dinero, más justicia y menos juicios, más libros y menos periódicos, más hombres y menos machos, más mujeres y menos sumisas. Con mis mejores deseos que cada una de estas ideas prenda en nuestras emociones. Nuestro cuerpo y nuestra salud mental nos darán las gracias.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista. Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la Redcaps de profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos especializados. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

EL MARKETING DE LA ENFERMEDAD


EL MARKETING DE LA ENFERMEDAD

Es de agradecer que la industria farmacéutica haya descubierto otrora medicaciones que nos salvan de padecer enfermedades, pero en la actualidad el afán de lucro desmesurado ha creado una corrupción preocupante en lo que se refiere a la enfermedad mental, que se ha convertido en el objetivo de un nuevo mercado. La industria farmacéutica gana de cinco a seis veces más dinero que cualquiera de las demás empresas en Estados Unidos. No es esto lo cuestionable, sino lo que hace para ganarlo. El campo de la ansiedad y la  depresión es muy fácil para ser manipulado con nuevas definiciones conceptuales porque raramente tiene síntomas mensurables. La meta de las campañas de marketing existentes en este campo es convencer a la gente normal de que tiene un trastorno psiquiátrico que se cura con una medicación. ¿Cómo se consigue esto? Elevando la importancia de una condición, o sea, decir que el problema es más grave y más extendido de lo que realmente es. Por ejemplo, antes de la aparición de los antidepresivos se consideraba que la depresión afectaba a 100 personas entre un millón. Hoy hay 27 millones de personas que toman antidepresivos, el doble que en 1996. El problema real es que sentimientos humanos tan normales como la tristeza, el enojo, la rabia, la angustia, el dolor, el miedo, que pueden ser la respuesta emocional adecuada a ciertas situaciones vivenciales, se clasifican como depresión, lo que borra las diferencias entre estos sentimientos y se los clasifica como trastorno psiquiátrico o problema psicológico importante que se resolvería con una medicación.

Según la OMS 450 millones de personas en el mundo tienen un trastorno mental. Cada vez aparecen más enfermedades psiquiátricas en el DSM (Diágnóstico de Enfermedades Mentales) y a todas se les ofrece un medicamento nuevo para tratarlas o uno antiguo al que se le da un nuevo uso. El sueño de todo hombre de marketing es encontrar un mercado desconocido y desarrollarlo. Eso es lo que pudieron hacer a principios del año 1999 con la creación del trastorno de ansiedad social (SAD) promocionado con el siguiente slogan: ¿te imaginas ser alérgico a la gente? Acompañado de una serie de síntomas que correspondían  a un cuadro de ansiedad y se les ofrecía contactar con una coalición del mencionado trastorno. Lo que se ocultó fue que tanto la campaña como la coalición fueron creadas por una empresa de relaciones públicas financiada por una empresa farmacéutica, la que cuenta con psiquiatras contratados para vender el remedio pertinente para el trastorno creado, en este caso, Paxil, que aumentó tanto sus ventas que en tres años pasó a ocupar el primer lugar dentro de su clase. Otra farmacéutica, Pfitzer, (conocida por producir Viagra), fabricó otro medicamento (Soloft) para el tratamiento del estrés postraumático. También contaron con el apoyo de psiquiatras que convencían a la gente de que sufría este trastorno todo aquél que viera un acto de violencia, desastre natural o evento angustioso. La campaña decía que una de cada trece personas lo padecía. Otro trastorno que aumentó considerablemente después de un buen marketing es el trastorno bipolar. Antes de que fuera introducido en el DSM-III afectaba a una décima parte del 1% de la población. Hoy se afirma que el 10% de la población, (100 veces el número original) tiene trastorno bipolar. Un psiquiatra de Harvard, Dr. Joseph Biederman empezó a publicar que los cambios de humor en los niños no eran comportamientos normales sino enfermedades mentales. No se comunicó a los padres que la campaña de ventas, estaba garantizada por 25 empresas farmacéuticas. En la última década el número de niños diagnosticados con trastorno bipolar ha subido un 4000% y esa etiqueta se les aplica a niños cada vez más pequeños. La psicoanalista Silvia Tuber, comunica un informe de la National Institute of Health de Estados Unidos sobre el diagnóstico y tratamiento del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que concluye que después de años e investigación y experiencia con él, el conocimiento de sus causas biológicas y supuestas lesiones cerebrales, es especulativo. La sustancia que se administra para tratarlo es metilfenidato, cuyos efectos son similares a la cocaína, los opiáceos y los barbitúricos más potentes. Todos afectan a las mismas zonas del cerebro, los mismos neurotrasmisores, alteran la producción de hormona del crecimiento, suprimen el apetito, alteran el sistema cardiovascular y producen depresión. A largo plazo no se observan mejoras en el rendimiento escolar ni en la conducta antisocial. Compañías farmacéuticas que han sido denunciadas por fraude en Estados Unidos, distorsionan estos efectos negativos del metilfenidato atribuyéndolos a patologías previas, como la bipolaridad, depresión, ansiedad, por lo cual convierten los efectos causados por la sustancia tóxica en causa de esos mismos efectos y recomiendan más medicación. Hay psicoanalistas que apuntan a que la hiperactividad real del niño debe ser considerada en relación a la inactividad simbólica de sus padres. Un dato interesante es que las niñas no suelen presentar hiperactividad sino sólo trastorno de atención, mientras que sí está presente el los niños. El psicoanálisis interpreta esta diferencia en los niños como una defensa frente a la pasividad que los feminiza.       


Otro paso para vender una enfermedad es redefinir ciertos sentimientos comunes y convertirlos en enfermedades psiquiátricas que tienen que tratarse con drogas. Por ejemplo, la tristeza invernal convertida en trastorno afectivo estacional. Estas estrategias creadas en los departamentos de marketing no son ajenas a cuestiones de mercado. Cuando venció la patente del Prozac, famoso y popular antidepresivo, convirtieron los cambios de humor frente a la menstruación en un nuevo trastorno psiquiátrico, el trastorno disfórico premenstrual, que se trataba con un medicamento llamado Sarafem y si se comprueba su etiqueta, tiene la misma composición que el Prozac, así mantuvieron esa patente para que nadie más pudiera fabricarlo. Muchas de las drogas que se utilizan se cambian de nombre para destinarlas a un uso diferente o se convierten en genéricas. Otra de las estrategias para vender enfermedad es crear una condición nueva para una necesidad del mercado no satisfecha. Por ejemplo, trastorno de ir de compras compulsivo, promocionado por otro psiquiatra, Jack Gorman, que afirmaba que un estudio reciente descubrió que 20.000.000 de americanos (el 90% de ellos, mujeres) podían tener este problema, pero no reveló que el estudio fue financiado por laboratorios Forest, fabricante del antidepresivo Celexa, y que él era asesor pagado por trece empresas farmacéuticas. La doctora naturópata, Marie Pace, hace una irónica crítica de la sociedad americana cuando dice que es una sociedad de comidas rápidas y drogas rápidas. Pero esto no sólo sucede en la sociedad americana. La tendencia empieza allí pero se exporta. En Europa, por ejemplo, se administró Agreal, un neuroléptico muy potente para tratar los sofocos normales de la menopausia, lo que hizo bastante daño por sus efectos secundarios. En España hay 4.000  denuncias por este fármaco. La primera sentencia firme afirma que incita al suicidio. La segunda es que  causa adicción. Sin embargo en Latinoaméricana hay diez países en los que se sigue vendiendo. En abril de 2006, el diario médico británico encontró una publicación que anunciaba un estudio pionero sobre una enfermedad psiquiátrica recién descubierta que se llamó trastorno de deficiencia motivacional. Se caracterizaba por letargo y una indisposición para trabajar. Cuando los medios de difusión trasmitieron la noticia por todo el mundo sin cuestionarla, el diario dijo que se trataba de una broma para el día de los inocentes. Pero el chiste demostró que la venta de la enfermedad funciona.

El libro de Miguel Jara, Traficantes de salud, denuncia cómo Merk, que fabricaba Biox, remedio para la artrosis, sabía que podía provocar infartos de corazón y cerebrales y lo ocultó a la FDA, organismo que controla la seguridad y eficacia de los fármacos. Por esta ocultación se calcula que han podido morir 250.000 personas en todo el mundo. Por esa razón lo retiró del mercado, después de 5 años en que empezaron las primeras muertes. Pero desde que estas organizaciones de control medicamentoso están financiadas al 70% por los laboratorios, la pregunta es qué fiabilidad podemos darles. La película El jardinero fiel está basada en una novela de John Le Carré, inspirada en hechos reales. En este caso denuncia la puesta a prueba de un posible antibiótico de Pfizer, (Troban), que fue experimentado hace unos diez años con doscientos niños en un pueblo de Nigeria y por el cual murieron once niños y muchos de ellos quedaron severamente dañados con cegueras, daños cerebrales, sorderas. No es extraño que la industria farmacéutica haga ensayos clínicos en países pobres porque sale mucho más barato y encuentran población dispuesta por la falta de dinero que sufren. Para la lógica capitalista esa es una razón suficiente dada la única ética que conoce: la económica. En la película El jardinero fiel, un ejecutivo de la empresa para acallar los escrúpulos morales del quien descubre la maniobra experimental de la compañía, le dice refiriéndose a los nigerianos que se prestaban al experimento que de todas maneras se iban a morir igual. Incluso gente que no tiene enfermedades mentales pueden ser consideradas en riesgo y recomendárseles un tratamiento con drogas. Por ejemplo, se incitaba a todas las personas que habían tenido un ataque al corazón a tomar un medicamento (Escitalopram) para prevenir la depresión después del ataque, estuvieran deprimidos o no. O sea, que hay un negocio muy espectacular con los remedios para reducir los factores de riesgo de la enfermedad en un futuro no muy lejano hasta el punto que ciertos ejecutivos de las empresas farmacéuticas han afirmado que un día en América, cada persona tomará fármacos, esté enferma o no, según afirma Gwen Olsen, ex representante de ventas farmacéuticas, que trabajó 15 años en esa industria.  Ella denuncia que lo que a estas empresas les interesa no es curar sino el mantenimiento de las enfermedades y los síntomas, sobre todo en la psiquiatría, porque los estimula a ser usuarios de la Industria Farmacéutica de por vida. Cuando se receta un antipsicótico, ansiolítico, antidepresivo, se les dice a los usuarios que probablemente tendrán que tomarlo el resto de su vida. De hecho, se toman por largos períodos de tiempo y cuando quieren dejarlos de golpe, aparecen síntomas de abstinencia muy serios, incluso algunas personas experimentan estos síntomas al intentar dejarlos paulatinamente. Otra investigación realizada demostró que el ejercicio era más efectivo que el antidepresivo, porque se ha demostrado que los antidepresivos se testan con un placebo y sólo han demostrado ser eficaces en las depresiones muy severas, En cuanto al resto, no son más eficaces que una pastilla de azúcar.   

Lamentablemente, las campañas corruptas de esta industria hacen recaer la desconfianza en aquellas medicaciones que se recetan para enfermos mentales. La prohibición que han logrado imponer con el acuerdo de la Comunidad Europea para que se supriman plantas medicinales y una larga lista de remedios homeopáticos a partir del 1 de abril de este año, es una prueba del poder que pueden ejercer sobre los organismos que supuestamente velan por nuestra salud. Y puede ser que paguen justos por pecadores. Esta tendencia medicalizadora obtura cualquier posibilidad de cuestionamiento subjetivo del malestar al proponer seductoramente el remedio del mismo a un agente externo -la droga adecuada-. La ventaja de esta creencia es que el sujeto no tiene nada que cuestionarse, todo está reducido a la química o la etiqueta que lo disculpa porque su malestar es resultado de una enfermedad mental, aunque este aumento desproporcionado de diagnósticos mentales no se corresponda con un criterio científico.



CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista. Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la Redcaps de profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos especializados.