sábado, 12 de enero de 2013

FACTORES PSICOSOCIALES DEL MALESTAR FEMENINO


FACTORES PSICOSOCIALES DEL MALESTAR FEMENINO

Abordar el malestar de las mujeres desde una perspectiva de género implica cierto grado de conciencia de una diferencia específica en la manera de entender las causas de ese malestar.  Cuando en el Colegio de Psicólogos de Cataluña se creó la Sección Profesional de la Dona, una estudiante preguntó porqué se creaba una sección así, si es que las mujeres no estaban suficientemente representadas, dado que existe una Sección Clínica que se ocupa del malestar. Es verdad, existe. Pero no es la misma mirada ni la misma manera de escuchar los problemas que afectan a las mujeres. Desde el momento en que existe una desigualdad de poder real entre los sexos y esa diferencia está jerarquizada a favor de un sexo en detrimento del otro, están sembradas las semillas del malestar. Nuestra cultura tradicional que hace de los roles estereotipados de género una división binaria rígida, contiene todos los elementos para la injusticia porque priva tanto a un género como al otro, aunque de distinta manera, de posibilidades de realización personal que suponen una merma importante para el desarrollo de capacidades humanas. Una cuestión es prestarse al juego de la seducción adoptando papeles tradicionales, que puede hacer amable y encantador el juego,  y otra muy distinta es confundir el juego con el ser. Cuando eso sucede, siempre aparecen a la corta o a la larga, conflictos. Porque cuando a una mujer se le exige la sumisión, incluso cuando ella se presta por imposiciones de rol, nunca es sin coste. La clásica entrega incondicional que se supone a las mujeres la clínica la desmiente por las manifestaciones psicosomáticas de las que ellas se quejan. Transgredir las expectativas de género socialmente impuestas, siempre genera un sentimiento de traición, que exige una gran elaboración personal para poder actuar de otro modo distinto al normativo. ¿Cómo afecta esto a los hombres y a las mujeres? A los hombres les impone una severidad al conducirlos excesivamente a la ética de la producción de bienes y dinero descuidando grandes aspectos de la sensibilidad emocional en lo que se refiere a la ética del cuidado de los otros, a la expresión de las emociones, siendo la agresividad la única emoción considerada legítima para un varón, o sea, la única emoción que no pone en duda su virilidad. Generalmente son los hombres quienes tienen más dificultad para reconocer y expresar sentimientos y tienen tendencia a no compartir con nadie sus temores, inquietudes, sueños, preocupaciones, lo que los lleva a una sexualización obsesiva, casi como el único recurso de poder dar rienda suelta a sus necesidades de protección y refugio. Cuando es así, la convivencia con ellos es difícil y están más expuestos al divorcio y a la desestructuración familiar, por esa especie de analfabetismo emocional. Como la cólera es la única emoción que no los cuestiona como hombres, ésta suele convertirse en la antesala del dolor que no puede ser expresado de otro modo. Estoy acostumbrada a tratar mujeres que sufren mucho por esta cuestión y después de muchos años de matrimonio, deciden separarse con un gran desgarramiento porque reconocen que se separan de maridos a los que quieren pero no pueden soportar el grado de soledad en que están inmersas por la incomunicación. Esto no es vivido con libertad sino muchas veces con un sentimiento de culpabilidad que tiene mucho que ver con condicionamientos de género en las mujeres, porque no se sienten con derecho a reivindicar deseos propios, tal es la fuerza del mandato social que las obliga a estar destinadas a servir para otros. Cuando una mujer no puede decir lo que siente, no siempre es porque no encuentre palabras para expresarse, sino también porque no se siente autorizada a hacerlo. La fibromialgia es un ejemplo de dolencia que se da mayoritariamente en mujeres, no por ninguna cuestión que dependa de la diferente fisiología del organismo que explicara este sesgo diferencial, sino por cuestiones que tienen que ver con una imposición de género como la que mencionaba anteriormente.  Todo lo que no se siente autorizada a decir, lo intenta negar, lo que supone un esfuerzo del que el cuerpo acusa recibo, puesto que se teme mucho más el saber lo que duele que las tensiones que se traducen en contracturas musculares que pueden cronificarse si no se las atiende a tiempo. Lo que es importante aquí es averiguar lo que duele detrás del dolor muscular. No siempre es fácil reconocerlo, sobre todo, si lo que duele saber llega en un momento en que no se está preparada para asumirlo. Además aquí también existen muchos prejuicios acerca de pedir ayuda terapéutica. Hay mujeres que prefieren ser diagnosticadas como enfermas de algo, sea, bulimia, anorexia, fibromialgia, que les procura cierto alivio identitario, que ser consideradas “locas” o “tontas” que no saben arreglar sus problemas sin ayuda. A pesar de todo, son las mujeres quienes se prestan más que los hombres a recibir ayuda. Por otra parte, cada vez que se etiqueta con un diagnóstico se corre el riesgo de que lo sintomático pase a expresar erróneamente la totalidad de lo que esa persona es, cerrando puertas a  interrogaciones que podrían ampliar horizontes de conocimiento de sí mismas y ser curativas. Este es un riesgo que los profesionales sanitarios tienen que saber que sucede y no prestarse al juego, sino sugerir que ese diagnóstico es un resultado de emociones personales que tienen que ser atendidas para ayudar a la persona que consulta a entreabrir una puerta que le haga sentir que lo que le sucede no es algo ajeno a su vida emocional. Cuando trabajaba en un despacho psiquiátrico, me derivaban muchos casos de mujeres que venían con un diagnóstico de depresión y su manera de presentarse era diciendo “tengo una depresión”,  como si dijeran tengo algo que me ha venido de fuera, como si fuera una especie de virus, sin ninguna conexión con su vida. Dejarse ayudar por un/a profesional adecuado/a que escuche y no medique innecesariamente, no significa estar loca ni ser poco inteligente, -como prejuiciosamente aún se escucha en más de una ocasión-, sino tener conversaciones constructivas y una oportunidad única para la reflexión sobre las circunstancias de su vida emocional que le servirá para su crecimiento y madurez. Pero esto no es lo que se hace generalmente en los servicios de atención primaria, no por falta de buenos profesionales, sino por una escasa aportación por parte de los servicios sociales en tiempo, contratación de más personal cualificado, la imposibilidad de dedicar el tiempo de escucha necesario para una atención de calidad. Pero dentro de las limitaciones, sí se puede orientar a las personas que se quejan al camino que les lleve a responsabilizarse de sus dolencias, dándoles una pista. Escuchando. Es frecuente que cuando una mujer acude a un CAP diciendo que está deprimida se encuentre como respuesta una receta de antidepresivos, lo cual ya descalifica de entrada su discurso. No niego que a veces el grado de hundimiento de una persona es de tal grado que hace falta medicación incluso para que tenga la fuerza para poder hablar. Pero no siempre es necesario el antidepresivo. Esta es una muestra del poder de los laboratorios farmacéuticos que se imponen en la práctica médica.

CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de una conferencia dada en el Palacio de Festivales de Santander.

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