FACTORES PSICOSOCIALES DEL MALESTAR FEMENINO
Abordar el malestar de las mujeres desde
una perspectiva de género implica cierto grado de conciencia de una diferencia
específica en la manera de entender las causas de ese malestar. Cuando en el Colegio de Psicólogos de
Cataluña se creó la
Sección Profesional de la Dona , una estudiante preguntó porqué se creaba
una sección así, si es que las mujeres no estaban suficientemente
representadas, dado que existe una Sección Clínica que se ocupa del malestar.
Es verdad, existe. Pero no es la misma mirada ni la misma manera de escuchar
los problemas que afectan a las mujeres. Desde el momento en que existe una
desigualdad de poder real entre los sexos y esa diferencia está jerarquizada a
favor de un sexo en detrimento del otro, están sembradas las semillas del
malestar. Nuestra cultura tradicional que hace de los roles estereotipados de
género una división binaria rígida, contiene todos los elementos para la
injusticia porque priva tanto a un género como al otro, aunque de distinta
manera, de posibilidades de realización personal que suponen una merma
importante para el desarrollo de capacidades humanas. Una cuestión es prestarse
al juego de la seducción adoptando papeles tradicionales, que puede hacer
amable y encantador el juego, y otra muy
distinta es confundir el juego con el ser. Cuando eso sucede, siempre aparecen a la corta o a la
larga, conflictos. Porque cuando a una mujer se le exige la sumisión, incluso
cuando ella se presta por imposiciones de rol, nunca es sin coste. La clásica
entrega incondicional que se supone a las mujeres la clínica la desmiente por
las manifestaciones psicosomáticas de las que ellas se quejan. Transgredir las
expectativas de género socialmente impuestas, siempre
genera un sentimiento de traición, que exige una gran elaboración personal para
poder actuar de otro modo distinto al normativo. ¿Cómo afecta esto a
los hombres y a las mujeres? A los hombres les impone una severidad al
conducirlos excesivamente a la ética de la producción de bienes y dinero
descuidando grandes aspectos de la sensibilidad emocional en lo que se refiere
a la ética del cuidado de los otros, a la expresión de las emociones, siendo la
agresividad la única emoción considerada legítima para un varón, o sea, la
única emoción que no pone en duda su virilidad. Generalmente son los hombres
quienes tienen más dificultad para reconocer y expresar sentimientos y tienen
tendencia a no compartir con nadie sus temores, inquietudes, sueños,
preocupaciones, lo que los lleva a una sexualización obsesiva, casi como el
único recurso de poder dar rienda suelta a sus necesidades de protección y
refugio. Cuando es así, la convivencia con ellos es difícil y están más
expuestos al divorcio y a la desestructuración familiar, por esa especie de
analfabetismo emocional. Como la cólera es la única emoción que no los
cuestiona como hombres, ésta suele convertirse en la antesala del dolor que no
puede ser expresado de otro modo. Estoy acostumbrada a tratar mujeres que
sufren mucho por esta cuestión y después de muchos años de matrimonio, deciden
separarse con un gran desgarramiento porque reconocen que se separan de maridos
a los que quieren pero no pueden soportar el grado de soledad en que están
inmersas por la incomunicación. Esto no es vivido con libertad sino muchas
veces con un sentimiento de culpabilidad que tiene mucho que ver con
condicionamientos de género en las mujeres, porque no se sienten con derecho a
reivindicar deseos propios, tal es la fuerza del mandato social que las obliga
a estar destinadas a servir para otros. Cuando una mujer no puede decir lo que
siente, no siempre es porque no encuentre palabras para expresarse, sino también
porque no se siente autorizada a hacerlo. La fibromialgia es un ejemplo de
dolencia que se da mayoritariamente en mujeres, no por ninguna cuestión que
dependa de la diferente fisiología del organismo que explicara este sesgo
diferencial, sino por cuestiones que tienen que ver con una imposición de
género como la que mencionaba anteriormente.
Todo lo que no se siente autorizada a decir, lo intenta negar, lo que
supone un esfuerzo del que el cuerpo acusa recibo, puesto que se teme mucho más
el saber lo que duele que las tensiones que se traducen en contracturas
musculares que pueden cronificarse si no se las atiende a tiempo. Lo que es
importante aquí es averiguar lo que duele detrás del dolor muscular. No siempre
es fácil reconocerlo, sobre todo, si lo que duele saber llega en un momento en
que no se está preparada para asumirlo. Además aquí también existen muchos
prejuicios acerca de pedir ayuda terapéutica. Hay mujeres que prefieren ser
diagnosticadas como enfermas de algo, sea, bulimia, anorexia, fibromialgia, que
les procura cierto alivio identitario, que ser consideradas “locas” o “tontas”
que no saben arreglar sus problemas sin ayuda. A pesar
de todo, son las mujeres quienes se prestan más que los hombres a recibir
ayuda. Por otra parte, cada vez que se etiqueta con un diagnóstico se corre el
riesgo de que lo sintomático pase a expresar erróneamente la totalidad de lo
que esa persona es, cerrando puertas a interrogaciones que podrían ampliar horizontes de conocimiento de sí mismas y ser curativas. Este es un riesgo que los profesionales
sanitarios tienen que saber que sucede y no prestarse al juego, sino sugerir
que ese diagnóstico es un resultado de emociones personales que tienen que ser
atendidas para ayudar a la persona que consulta a entreabrir una puerta que le
haga sentir que lo que le sucede no es algo ajeno a su vida emocional. Cuando trabajaba en un
despacho psiquiátrico, me derivaban muchos casos de mujeres que venían
con un diagnóstico de depresión y su manera de presentarse era diciendo “tengo
una depresión”, como si dijeran tengo algo que me ha venido de fuera, como
si fuera una especie de virus, sin ninguna conexión con su vida. Dejarse ayudar por un/a profesional
adecuado/a que escuche y no medique innecesariamente, no significa estar loca
ni ser poco inteligente, -como prejuiciosamente aún se escucha en más de una ocasión-, sino tener conversaciones constructivas y una
oportunidad única para la reflexión sobre las circunstancias de su vida
emocional que le servirá para su crecimiento y madurez. Pero esto no es lo que
se hace generalmente en los servicios de atención primaria, no por falta de
buenos profesionales, sino por una escasa aportación por parte de los servicios
sociales en tiempo, contratación de más personal cualificado, la imposibilidad
de dedicar el tiempo de escucha necesario para una atención de calidad. Pero
dentro de las limitaciones, sí se puede orientar a las personas que se quejan
al camino que les lleve a responsabilizarse de sus dolencias, dándoles una
pista. Escuchando. Es frecuente que cuando una mujer acude a un CAP
diciendo que está deprimida se encuentre como respuesta una receta de
antidepresivos, lo cual ya descalifica de entrada su discurso. No niego que a
veces el grado de hundimiento de una persona es de tal grado que hace falta
medicación incluso para que tenga la fuerza para poder hablar. Pero no siempre
es necesario el antidepresivo. Esta es una muestra del poder de los
laboratorios farmacéuticos que se imponen en la práctica médica.
CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de una conferencia dada en el Palacio de Festivales de Santander.
CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de una conferencia dada en el Palacio de Festivales de Santander.
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