miércoles, 30 de enero de 2013

IMPORTANCIA DE LA AMISTAD ENTRE MUJERES


IMPORTANCIA DE LA AMISTAD ENTRE MUJERES 

Un aspecto muy descuidado de nuestra cultura es la importancia del vínculo entre amigas. Desde el imaginario masculino se ha promocionado siempre la relación entre mujeres enfatizando la predominancia de la rivalidad, del esfuerzo competitivo sobre todo si está algún hombre deseado en el horizonte. Pero lo que se oculta interesadamente, es el valor extraordinario y la fuerza que tiene la relación con las amigas. Las que saben tener amigas conocen el valor de la ternura, de la solidaridad, del binomio que asocia la propia autoestima con el reconocimiento y el apoyo de unas buenas amigas, de la compañía fiel en momentos de tormenta, de la que entiende nuestras confidencias y que muchas veces es quien nos ayuda a mantener nuestro vínculo con un hombre por aportar la comunicación y el entendimiento necesarios, tan difíciles de lograr con el otro sexo. Silvina Burlich, una escritora argentina, decía que es tan difícil que un hombre y una mujer se entiendan como que lo hagan una jirafa y un elefante. A lo que yo agregaba no sin humor satírico que peor aún es cuando a la jirafa y al elefante se le suma el resto del zoológico para opinar. A medida que pasan los años, los príncipes azules se destiñen y lo que aporta calor y color a la vida son precisamente las amigas que aportan ese bienestar emocional no sólo para una misma sino para todas las personas que dependen de nuestros cuidados. Una amiga jamás diría “al verla así rajé” como dice un hombre en un tango de la mujer que amó y que al verla después de muchos años deteriorada al verla así rajó. En la historia del tango, como dice Susana Rinaldi –y no sólo en la historia del tango, sino en la vida- son los hombres los que huyen del deterioro, del malestar, de la angustia. Y son precisamente las mujeres las que aportan el calor que alguien necesita, el oído para escuchar el dolor, el abrazo que consuela, la ternura que te hace sentir viva. La amistad, la dignidad y la autoestima de las mujeres crecen juntas. El empoderamiento también. Incluso las relaciones con los hombres no son iguales para una mujer que se dirige a ellos desde una sensación de valoración profunda de sí misma que desde una falta de autoestima. En ausencia de amigas de verdad, hay un vacío de identidad positiva, que empuja a sostener la propia existencia y la propia valoración solamente con el logro de una pareja con un hombre, lo que lleva a muchas mujeres a adherirse sin demasiado criterio selectivo a un hombre o bien a la búsqueda de un hombre tras otro, para lograr su aprobación. Pero regalarse no es quererse, como señala Benedetti.  Cuando las mujeres tomamos conciencia del valor de nuestra mutua amistad es cuando nuestro cuerpo, con sus imperfecciones, con sus déficits propios de la edad, con sus dolores, se convierte de pronto en un cuerpo lleno de vida, de deseo, de alegría, de motivos para vivir en esta tierra nuestra que de pronto cambia el rostro que le ha dejado la ambición conquistadora y la posesividad masculina por la sensación de calor de una casa confortable.  

CLAUDIA TRUZZOLI                

REFLEXIONES SOBRE LA MENOPAUSIA




REFLEXIONES SOBRE LA MENOPAUSIA

Cuando pensamos en menopausia, ese pensamiento no viene solo sino asociado a temas que son antipáticos para nosotras porque traen aparejadas cuestiones que tienen que ver con el paso del tiempo, con la edad madura, con los cambios en el cuerpo, que no resultan gratos, con las arrugas, con el aumento de peso, con la aparición de miomas uterinos que a veces traen complicaciones que si bien se pueden tratar, hay médicos que recomiendan la extracción del útero, aunque no sea necesaria, con el pretexto de que ya no sirve para concebir. La pregunta que suelen hacer es “¿para qué lo quiere usted si ya no puede tener hijos?”, lo cual ya es una manera de reducir la importancia de un órgano genital limitándolo a su función reproductiva, sin tener en cuenta el valor libidinal que puede tener para una mujer. No es de extrañar esta ceguera médica pues está en nuestra cultura occidental que la mujer sea vista desde el imaginario masculino fundamentalmente como madre, negando la sexualidad femenina al reducirla a la maternidad. La menopausia trae cambios en la sexualidad, que se hace más lenta, la sequedad vaginal que aparece obliga a la utilización de aceites o cremas para devolverle humedad, trae también cambios en el deseo, cambios, no su desaparición, como suele creerse. Si a una mujer menopáusica se la asocia con una función de abuela por ejemplo, se le vuelve a colocar el sambenito de la maternidad por segunda vez, lo cual la convierte en una traidora si se queja, si no quiere asumir esa segunda maternidad forzada o si quiere usar su tiempo libre en otras cosas más placenteras para ella misma, sólo para ella misma, sin cumplir un papel de cuidadora. Si además quisiese utilizar ese tiempo para salir con un hombre con el que quiere tener una historia amorosa y sexual, la condena a su comportamiento sería difícil de afrontar por el prejuicio social compartido que ataca. Hay mujeres que están encantadas de ocuparse de sus nietos y si eso es una opción voluntaria y no impuesta, no hay nada que objetar, pero hay otras que no quieren hacerlo todos los días y obligadamente, y es cuestión de justicia que sean aceptadas en sus deseos de dedicar el tiempo de jubilación para descansar y pensar en ellas mismas, después de haber dedicado la mayor parte de su vida a los demás postergando deseos propios. Deseos propios que nunca se han sentido autorizadas a tener. Las otras mujeres, las que sí se autorizan deben enfrentarse a una cultura que no las mira bien, y  eso supone un grado de resistencia y fuerza mayor para afrontar la trasgresión. Son las más vulnerables a querer seguir jóvenes, las que no se resignan a los cambios corporales que sobrevienen con la edad, arrugas, sobrepeso, lentitud, dolores en las articulaciones, osteoporosis, sofocaciones, debidas a cambios hormonales. Para ellas la medicina ha encontrado un remedio que se vende como el elixir de la juventud, la terapia hormonal sustitutiva.

Efectos colaterales de la terapia hormonal sustitutiva.
Es cierto que permite seguir teniendo reglas, estrógenos, progestágenos, y que se propagandiza como una prevención de fracturas osteoporóticas al aportar los estrógenos que hacen falta, controlan los sofocos, aunque este beneficio desaparece al año de tratamiento y también tienen un efecto preventivo en la aparición de cáncer colo-rectal.  Pero lo que se calla de esta terapia hormonal sustitutiva (THS) es que aumenta el riesgo de enfermedades tanto cardíacas como cerebrales, así como tromboembólicas, y tienen un efecto perjudicial en la aparición del cáncer de mama. Veamos con más detenimiento estos datos. 
Un estudio realizado por Women’s Health Iniciative con 16.608 mujeres usando tratamiento combinado de estrógenos y progestágenos, fabricado por la empresa farmacéutica Wyeth Lederle se producirían 7 infartos, 8 accidentes cerebrovasculares, 180 tromboembolismos venosos, 8 cánceres de mama invasivos, y se evitarían 5 fracturas osteoporóticas y 6 cánceres colo-rectales. Digamos entonces que producen más perjuicio que beneficio, perjuicio mucho mayor cuanto más largo es el período de utilización de la terapia hormonal sustitutiva, pero tampoco es despreciable el perjuicio en tratamientos más cortos de un año en lo referente al riesgo cardiovascular.  Esa empresa farmacéutica que les citaba antes, publicitaba ese fármaco en terapia hormonal sustitutiva, diciendo que “era el único fármaco que protege a cien millones de mujeres en todo el mundo”. Lo que ocultaba esa publicidad es el impacto de serios problemas de salud por cada año en esas cien millones de mujeres. El impacto es el siguiente: 70.000 casos más al año de enfermedad coronaria, 80.000 casos más de ictus, 1.800.000 más de tromboembolismo venoso, 80.000 casos más de  cáncer de mama invasivo, el cáncer de endometrio no variaba, había 50.000 casos menos de fracturas osteoporóticas y 60.000 menos de cáncer colo-rectal. Digamos que es peor el remedio que la enfermedad dado que puede producir enfermedades en mujeres sanas, mientras que las molestias asociadas a la menopausia son temporales, no implican ningún riesgo para la salud y hay tratamientos alternativos, como la homeopatía que suele funcionar bien en el caso de tratar síntomas menopáusicos como los sofocos por ejemplo. Y en cuanto a las fracturas osteoporóticas, que es uno de los beneficios relativos que aportan estas terapias, no hay que olvidar que la prevención es importante para mantener una buena masa ósea. ¿Cómo se realiza esa prevención?

Unas palabras sobre la vitamina D.
La masa ósea se forma y se destruye a diario y su mantenimiento correcto puede controlarse para evitar la osteoporosis. El déficit de vitamina D produce una osteomalacia latente con dolor de la musculatura de la cintura, escapular y pélvica, y de las extremidades inferiores en su parte anterior. Los huesos largos se arquean y se deforman, sobre todo los que soportan peso como las rodillas y los tobillos. El déficit de vitamina D provoca la secreción de una paratohormona que para mantener los niveles de calcio constantes, los extrae de los huesos, sobre todo de las manos y los pies, contribuyendo a las deformidades. Todo esto es importante a tener en cuenta porque se calcula que a partir de los 50 años, un 38% de la población femenina presenta un déficit subclínico de vitamina D con un hiperparatiroidismo secundario, y a partir de los 70 años pude llegar al 70% tanto en mujeres como en hombres. Por eso es importante hacer una buena actividad física, ejercicios regulares que mantengan activa la musculatura y el sistema óseo, suplementos de calcio y vitamina D  que permite fijar el calcio, controles hormonales periódicos, ya que la densidad ósea de la columna vertebral depende de factores hormonales mientras que la densidad del hueso del fémur depende del calcio y la vitamina D.

Y en cuanto al cáncer colo-rectal, otra de las enfermedades que impediría en algunos casos las terapias hormonales sustitutivas, se puede prevenir dicho cáncer estando atentas a los cambios en las deposiciones, si hay sangre o si observan alguna modificación en lo habitual, hacer una colonoscopia, que no es dolorosa porque se hace con anestesia y permite detectar si hay pólipos y poder extirparlos a tiempo. Quiero decir con esto que hay medicina  preventiva no medicamentosa que no hay que despreciar en lugar de aplicar medicamentos innecesarios que además procuran enfermedades a mujeres que antes estaban sanas. Decirle como se les dice a las mujeres que ellas decidan si quieren hacerse esos tratamientos no altera el hecho de que procuran más perjuicio que beneficio, ni tampoco es de recibo que el médico diga que todos los medicamentos tienen sus riesgos, porque eso no quita la gravedad de los riesgos de los que estamos hablando en estos casos. Una cosa son los mal llamados efectos secundarios de las medicaciones, que deberían llamarse efectos adversos para ser exactos, y otra cosa es equipararlos y no distinguirlos por su índice de gravedad. No es lo mismo que un medicamento produzca sueño o una urticaria a que produzca un infarto, un derrame cerebral o un ictus. O como me sucedió a mí con una medicación que me habían recetado para aumentar masa ósea, que resulta que cuando leo el prospecto decía como posible efecto secundario que podía provocar edema de glotis, lo que puede provocar asfixia. No vale el argumento de que eso sucede en muy pocos casos, pero desde el momento que sucede no debería prescribirse sin advertencia y sin los medios necesarios de cuidado en el caso de decidir tomarlo. Por ejemplo, que esté el médico presente con una dosis inyectable de antihistamínico para administrarla inmediatamente de manera sublingual si se produjera ese síntoma.

Abuelas ciudadoras 
Otra de los problemas que si bien no son una consecuencia directa de la menopausia sí lo son de la situación emocional de muchas mujeres que presentan un estrés mental como por ejemplo, mujeres cuidadoras de hijos, ancianos y enfermos, trabajadoras de la sanidad, de la enseñanza, que trae como consecuencia alteraciones del sistema músculo esquelético, que se manifiesta como dolor, artrosis de la columna vertebral, rodillas, pies, manos, hombros y el síndrome del túnel carpiano que obliga a un incremento de analgésicos. El estrés mental produce alteraciones por contractura de la musculatura sobre todo del trapecio, de la parte superior de la espalda. Las situaciones que implican estar constantemente solicitada a trabajar sin períodos suficientes de relajación producen respuestas adaptativas de niveles hormonales que se mantienen constantes, rompiendo los ciclos normales. Los trabajos repetitivos y monótonos que afectan constantemente las articulaciones o los trabajos que obligan a estar de pie muchas horas y que mantienen posturas forzadas producen alteraciones en la columna vertebral, en las extremidades inferiores y en los pies y a largo plazo en extremidades superiores, columna lumbo-sacra, artrosis de cadera.    También es importante controlar el funcionamiento tiroideo, ya sea hipotiroidismo, que produce mucho cansancio y un aumento de peso que no se debe a la alimentación, hipertiroidismo, que produce lo contrario, una agitación y aceleración del ritmo cardíaco, bajada de peso injustificada en poco tiempo, y tiroiditis. Estas enfermedades  afectan a la población femenina mayor de 40 años en un 20% de casos, aunque también se presentan en menor proporción, un 6%, en personas jóvenes. 
         
Médicos manipulados y beneficiados por los laboratorios farmacéuticos.  
¿Cómo tiene que actuar una mujer que consulta a su médico sobre estas cuestiones y le dice que las terapias hormonales sustitutivas son beneficiosas y que no está probado que provoquen cáncer de mama? Hay que tener en cuenta que los médicos reciben sus informaciones de los visitadores médicos que están pagados por los laboratorios que producen esos mismos medicamentos. Las mismas revistas científicas que publican las novedades que resultan de las investigaciones, tampoco son neutrales porque las mismas investigaciones están financiadas por los laboratorios farmacéuticos. Los médicos reciben compensaciones económicas importantes de acuerdo a la cantidad de recetas que hacen por un medicamento determinado, compensaciones que suponen tener una consulta con mobiliario incluido a cargo de los laboratorios que promocionan los medicamentos a recetar, viajes pagados en primera clase a congresos internacionales, cambio de consulta y mobiliario cada tres años, por ejemplo. Sólo hace falta que el médico crea en el medicamento y lo recete. Esta es una práctica habitual, no es un caso excepcional. Con lo cual, no hay que tomar como palabra santa lo que ordena el médico y sí fiarse de las informaciones de investigaciones que revelan datos estadísticos que no están implicadas con los laboratorios para obtener sustanciosas  compensaciones económicas, que apuestan por la prevención y la salud y no por medicamentos que aportan menos beneficios que perjuicios, y que pueden convertir a mujeres sanas que atraviesan por procesos naturales en mujeres con riesgo de tener enfermedades graves por aceptar esas terapias. Es tal la influencia de la cultura del medicamento que cuando a una mujer la atiende un médico o médica con un criterio más preventivo y le aconseja que para bajar el colesterol por ejemplo, cambie ciertos hábitos de vida como por ejemplo, no comer grasas, no tomar sal, caminar al menos media hora por día, dejar de fumar y no le ofrece un medicamento, se siente mal atendida.

Valor inflacionario de la juventud. Consecuencias.
Y ahora me gustaría, dejando de lado las cuestiones médicas, dedicar unas reflexiones a cuestiones culturales que empujan a las mujeres a aceptar la seducción que les ofrecen los estrógenos, a peligrosas operaciones de estética sin tener en cuenta los riesgos para su salud y/o su propia vida, como sabemos que ha pasado en clínicas con operaciones que han significado la muerte de sus pacientes operadas. Nuestra cultura promociona tanto el valor de la juventud, que convierte a las mujeres mayores en algo más que un estorbo, de las que no hay que ocuparse más que cuando aún se les puede seguir usufructuando algún beneficio, como por ejemplo, seguir haciéndolas útiles como abuelas, o como cuidadoras de alguien, otra vez al servicio de los otros. Ese valor inflacionario de todo lo joven hace que se oculte y no se valore la enorme energía que posee una mujer menopáusica  si logra valorarse a sí misma y se autoriza al placer de decidir qué es lo que quiere hacer de su tiempo libre para sí misma, aprovechando las propias experiencias, la de sus otras amigas, la sabiduría que le aportan acerca de la vida, de las relaciones, el saber que le procuran en cuanto a lo que no quiere y a lo que quiere, la fuerza y la sensación de libertad interior y riqueza que eso procura, además de ser una fuente de bienestar y el ejemplo de vida apetecible que puede procurar a sus hijas, a su entorno más estimado, que les hace confiar y querer ser como ellas cuando lleguen a su edad y la sabiduría acerca de la vida que pueden aprovechar.  

CLAUDIA TRUZZOLI
Charla sobre menopausia dada en Santa Coloma de Gramanet

OBJETO DE NECESIDAD NO EQUIVALE A OBJETO DE DESEO



OBJETO DE NECESIDAD NO EQUIVALE A OBJETO DE DESEO
  
Para poder acceder a una elección amorosa movida por el deseo, una persona tiene que haberse despegado del objeto de necesidad. Esto quiere decir que si una persona está demasiado dependiente de su objeto porque no es capaz de sostenerse mínimamente sola, estará mucho más vulnerable a apegarse (curiosa homofonía con pegarse) a cualquier objeto que aparezca en su horizonte, sin poder permitirse elegir si le gusta o no le gusta, mientras le ofrezca compañía. Apegarse por pura necesidad significa que tarde o temprano surgirá en esa relación una violencia subliminal en el más leve de los casos pero que puede hacerse explícita y explosiva a la larga. Las mujeres y los hombres no están afectados del mismo modo por su apego al objeto de necesidad. Las mujeres abandonadas pueden caer en estados depresivos  muy serios, pero rara vez se vuelven violentas con los hombres que las han abandonado. Es más frecuente que esa violencia la vuelvan hacia sí mismas, que entren en procesos autodestructivos, cuya gravedad dependerá de la estructura psicológica de cada mujer en cuestión. Los hombres abandonados que están apegados a su objeto de necesidad, suelen volverse violentos hacia su mismo objeto, con el agravante de que si se trata de un hombre tradicional, se siente avalado a ejercer esa violencia ya sea a través del acoso, del maltrato, porque toda una ideología sexista los ampara para hacerlo, aunque más no sea por la tolerancia social que hace que sean percibidos como más indefensos y sus mujeres como más obligadas a dar un trato maternal.  

Cuando un hombre coloca a su mujer en la posición de dadora, se verá incapaz de sentirla necesitada de algo. La coloca en el lugar de la madre mítica que no tendría otro deseo que dar satisfacción a otros, pero que no pide nada para sí misma. La coloca en la ética del cuidado que sólo la lleva a estar destinada a servir a otros. Estos sentimientos se pueden constatar por la experiencia clínica y es asombrosa la fuerza que tienen estos mitos, hasta el punto de distorsionar la percepción de situaciones reales. Por propia experiencia puedo decir que he visto casos de parejas donde la mujer era fuertemente idealizada en el lugar de una figura que es feliz solamente satisfaciendo necesidades de sus otros más próximos –marido e hijos-, -si es marido solo mejor-, tan idealizada, que aún en aquellos casos que ella era vista deprimida, con ojeras, desvitalizada, a sus compañeros les resultaba difícil de creer, que se sintiera débil, necesitada, carente de algo.

Entonces, la distancia que media entre lo que la realidad es y lo que la realidad psíquica asume, a veces puede ser un abismo, donde la realidad psíquica invade la otra realidad y la anula. Un abismo que hay que salvar, pero la posibilidad de salvarlo tiene que ver con que pidan ayuda, no se puede salvar en aquellos que piensan que tienen que colocar a la mujer en su sitio cuando se desvía de su rol tradicional o cuando las mujeres mismas lo creen así, porque en esos casos no hay ni siquiera conciencia de un problema. Por eso es importante establecer una lucha conjunta en tres frentes a la vez, una lucha a nivel educativo, sociológico, político, que denuncie e intente romper con los estereotipos de género, a nivel de lucha social que incida en las instituciones para que genere otro discurso que incida en el imaginario social con respecto a los géneros. Pero no nos engañemos, la presión de otro discurso si bien es necesaria, no es suficiente. En los países nórdicos, de quienes nadie podrá decir que no son evolucionados, que han sido pioneros en coeducación, sin embargo, tienen unos índices de violencia muchísimo mayores que España. Si bien es cierto que esta cifra estadística es más alta porque allí se detecta como violencia hasta el maltrato psicológico, cosa que en España se computan los casos de violencia física. Pero eso no invalida que tengamos que abordar el problema de la violencia desde distintos frentes, el frente sociológico, frente educativo y frente terapéutico y fundamentalmente político, porque sin recursos de la administración es imposible atender eficazmente necesidades reales. Y si no abordamos también el frente terapéutico, una terapéutica eficaz, no una terapéutica sintomática, como la que aparece en la película “Te doy mis ojos”, no podremos solucionar el problema de la violencia.

CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de una conferencia dada en La Bonnemaison, el 27 de noviembre de 2004

CONDICIONES PSICOLÓGICAS Y SOCIALES DEL APEGO VIOLENTO

CONDICIONES PSICOLÓGICAS Y SOCIALES  DEL APEGO VIOLENTO

Después de haber escuchado la clarísima exposición de Dolores Giuliano acerca del tratamiento social de la violencia de género, me gustaría hacer algunas aclaraciones diferenciales en lo que se refiere a la tolerancia social, que de manera subliminal favorece que no se aborde de una manera más radical el cuestionamiento del problema de la violencia en las relaciones íntimas. Recuerdo un caso que tuvo gran repercusión social, el de Nani, mujer que mató a su marido en defensa propia, después de años de soportar malos tratos, que era el único sustento de sus hijos, a la que se condenó a prisión porque no se le creyó que lo mató en defensa propia. Recuerdo otro caso de un hombre que mató a su mujer y luego se entregó a la policía, se le absolvió por falta de antecedentes penales. Sentencias aberrantes donde las haya.

Estas son las cuestiones que tocan el núcleo del problema en el sentido de que hay una especie de solidaridad genérica entre hombres, en el sentido de defender la agresividad, de defender la violencia, de defenderse entre ellos, que está muy fomentado, muy potenciado por nuestra cultura. Tal es así que recuerdo otro caso ilustrativo al respecto, el de un hombre gallego, que a raíz de una disputa con su mujer, donde seguramente él la amenazó, y ella le contestó: “no tienes huevos”, fue razón suficiente para él para rociar la tienda donde ella trabajaba con gasolina y prenderle fuego con ella dentro. Lo más impactante de este caso fue que cuando él salió de la cárcel, la prensa fue a interrogarle y él dijo que quería su mujer, que la echaba de menos, que si ella estuviese viva volvería con ella, pero agregó que sus compañeros de cárcel lo habían felicitado por lo que había hecho, porque había hecho lo que tenía que hacer. Esto es lo grave, esa solidaridad genérica que se crea entre hombres, que si bien tienen conciencia cuando asesinan de que se han pasado, hay sin embargo una especie de tolerancia exculpadora, de comprensión, que funcionaría más o menos con un argumento como éste: “vale, me he pasado, pero en el fondo he hecho algo que debía hacer”. ¿Y que es aquello que tenían que hacer? Poner a la mujer en su lugar. ¿Qué quiere decir ponerla en su lugar? Que ella acepte –no importa si quiere o no- estar bajo su dominio, ser controlada, ser dirigida.

Como psicóloga, disiento con algunas cosas que ha dicho Dolores Giuliano, pero no en el sentido que ella supone sino en otro muy distinto.  Como psicóloga no estoy en contra de los planteos que la lectura feminista ha aportado a la comprensión del fenómeno de la violencia ni tampoco de los planteamientos sociológicos que no dejan de tener un efecto en las relaciones íntimas de las personas. Son planteamientos que tienen la virtud de denunciar hechos injustos, reflejar verdades que no pueden ser silenciadas, hechos injustos que además tienen que ver con la realidad psíquica de las personas. Que a alguien se le pida que silencie un maltrato, que sólo acepte que esté destinada a servir a otros, es una falacia que se paga con síntomas, porque toda razón que no se escucha, todo sentimiento que no se expresa, toda silenciación obligada en función de adaptarse a una norma, evidentemente genera una frustración, genera una rabia, genera un sentimiento de impotencia, que muchas veces las mujeres que lo sufren no tienen ni palabras para expresarlo, porque ni siquiera se dan cuenta de lo que se trata, ya que están sufriendo un malestar del que no encuentran palabras para expresarlo y si las encuentran es tan doloroso lo que descubren que con tal de preservar el vínculo con su pareja son capaces de crear cualquier cortina de humo con tal de no sentir el dolor profundo que les provoca constatar el desamor, porque no se puede considerar una conducta amorosa algo que provoca terror, no se puede considerar un hogar algo que es un infierno, cuando se trata del maltrato.

Aquí es donde tenemos que entrar a introducir matices, que generan violencia, más allá o más acá, de las relaciones donde hay un maltrato que se define como violencia doméstica. Tomemos un mito, el del amor romántico Todos y todas tenemos una relación íntima con los mitos. Porque los mitos son creencias humanas que reflejan los deseos más íntimos de las personas, pero deseos irrealizables. ¿A quien no le gustaría encontrar un remanso de paz, un refugio, una especie de reposo del guerrero o de la guerrera? Pero evidentemente, son aspiraciones de deseo que chocan con la realidad justamente. La famosa historia del hogar dulce hogar no deja de ser un mito porque el amor se ve altamente perjudicado en una familia tradicional donde los roles genéricos están rígidamente repartidos, lo que genera un sufrimiento en ambos miembros de la pareja aunque de distinta manera. El hombre porque está compelido por una ética de la producción que le obliga a ganar dinero, a ser el sustento de la familia, a no tener tiempo ni siquiera de pensar en sus sentimientos. Si no produce es menos hombre para esta sociedad. El ganar dinero se identifica de este modo como un elemento imprescindible en la valoración de la masculinidad. Tal es así que la respuesta social a esta cuestión avala que a los hombres se les pague más salario por el mismo trabajo que a las mujeres. En cambio, de una mujer que trabaje fuera de su hogar, ¿qué es lo que se espera? El sólo hecho que haya tantas mujeres trabajando a tiempo parcial, es una respuesta aproximada, porque no deja de sentirse como un abandono de los hijos cuando lo hace. Incluso mujeres jóvenes, nada tradicionales, se sienten desgarradas entre elegir trabajar y postergar su maternidad o renunciar a ella si son más ambiciosas de logros profesionales, o si intentan conciliar familia y trabajo, lo hacen sintiéndose muy mal. La falta de paridad real en los dos sexos, las políticas que no la favorecen, son la causa del problema. No son suficientes permisos de paternidad, sino una verdadera repartición igualitaria en trabajos fuera y dentro del hogar y que la crianza de los hijos se considere una responsabilidad conjunta.

El otro día recibí en primera consulta a una pareja que parecía sacada de un libro en lo que a estas cosas se refiere. Se quejaban de que sus discusiones eran cada vez más amargas, cada vez más violentas y venían a pedir ayuda. Menos mal que se atrevían a cuestionarse qué les estaba pasando, que se atrevían a pedir ayuda, lo cual ya es un primer paso esperanzador, porque creían que podrían encontrar alguna salida a una situación tormentosa en la que había desembocado su relación. Por la experiencia que tengo de otros casos de hombres que también piden ayuda, puedo decir que la conciencia de que algo no va bien en ellos, es enormemente importante como un primer paso para intentar salir del malestar que les provoca una masculinidad que sienten que deben sostener pero que no encaja demasiado bien con las exigencias normativas que nuestra sociedad les ofrece para sostener dicha masculinidad. ¿Cuál es el problema? El problema consiste en lo que se desencadena cuando se rompe la relación de poder que hace que la mujer tradicional que siempre ha estado supeditada no sólo a los deseos masculinos sino que ha hecho de su pareja el centro de su vida, como si no tuviera ningún deseo propio, empieza a manifestar deseos que no incluyen a su compañero, que lo dejan excluido, al margen de poder satisfacerla. Por ejemplo, un deseo artístico, un deseo profesional, un deseo de salir con amigas, de ir al cine, de satisfacerse con otras cosas que no lo incluyan a él. ¿Qué le sucede entonces al hombre tradicional? Empieza a reaccionar mal. Empieza a producirse cierta tensión en la pareja. No estoy hablando de todos los hombres, sino de aquellos tradicionales que se han identificado totalmente con la repartición rígida de los roles genéricos y se han adaptado a ellos sin cuestionarselos, porque los hombres más evolucionados, sí se cuestionan cosas y luchan para poder actuar de otro modo y piden ayuda. De éstos podemos esperar un futuro mejor en las relaciones que establecen con sus mujeres en la medida en que sean capaces de crecer emocionalmente y sentir a sus mujeres como sujetos que también tienen derecho a tener deseos propios, a relacionarse con ellas no como un polo que atrae todos sus deseos, sino una parte de ellos.

Cuando un hombre coloca a su mujer en la posición de dadora, se verá incapaz de sentirla necesitada de algo. La coloca en el lugar de la madre mítica que no tendría otro deseo que dar satisfacción a otros, pero que no pide nada para sí misma. La coloca en la ética del cuidado que sólo la lleva a estar destinada a servir a otros. Estos sentimientos se pueden constatar por la experiencia clínica y es asombrosa la fuerza que tienen estos mitos, hasta el punto de distorsionar la percepción de situaciones reales. Por propia experiencia puedo decir que he visto casos de parejas donde la mujer era fuertemente idealizada en el lugar de una figura que es feliz solamente satisfaciendo necesidades de sus otros más próximos –marido e hijos-, -si es marido solo mejor-, tan idealizada, que aún en aquellos casos que ella era vista deprimida, con ojeras, desvitalizada, a sus compañeros les resultaba difícil de creer, que se sintiera débil, necesitada, carente de algo.


CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de la conferencia expuesta en Centro Bonnemaison
el 27 de noviembre de 2004          
           
                                                  

             


domingo, 20 de enero de 2013

ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO QUE SE CONFUNDE CON MASOQUISMO


ESTRES POST-TRAUMÁTICO QUE SE CONFUNDE CON MASOQUISMO

Otra de las reflexiones que me gustaría compartir es en lo que atañe a la forma en que se da publicidad a las agresiones a las mujeres. Ver por pantalla rostros de mujeres golpeadas, desfiguradas, con una mirada aterrorizada, si bien se podría pensar que se hace para alertar de la gravedad del problema, tiene sin embargo, un efecto paradójico, que podría reforzar lo que se intenta combatir. Del árbol caído todo el mundo hace leña, dice el refrán. Se reforzaría la imagen de impotencia femenina, trasmitiendo una imagen de las mujeres que se asocia con la debilidad, con el riesgo de naturalizarla, lo que podría llevar a la falsa conclusión de que "las mujeres son así". ¿Por qué aguantan? es la pregunta que se hacen todos.  El terror paraliza y esto hay que tenerlo en cuenta cuando se presume equivocadamente que aguantan porque son masoquistas. Hay estudios muy serios que establecen una comparación de la mujer maltratada con casos de estrés post-traumático. Suponer en todos los casos el masoquismo es más una proyección del imaginario masculino que una realidad de las mujeres. Además hay determinaciones reales, objetivas, que impiden a una mujer irse cuando no tiene donde hacerlo, ni medios ni familia de origen que pueda dar soporte y protección frente al marido violento, con hijos a su cargo que también son obligados a abandonar el hogar familiar cuando el peligro es extremo. Esta es otra de las grandes injusticias familiares, ¿por qué son las agredidas/os quienes deben buscar refugio en casas de acogida y en cambio el agresor se queda en su casa? Si se hiciera un spot visual que mostrara a hombres violentos, con toda la expresividad gestual que se da a conocer en los casos de mujeres, se podría ejercer un contrapeso que equilibrara las impresiones de los agentes que están presos en una dinámica de violencia familiar, que en nunca hace mención de la dependencia masculina negada que queda al descubierto con la amenaza de separación de la pareja o el abandono. No por casualidad los asesinatos de mujeres se han producido frente al anuncio del deseo de separación o después de consumado el divorcio. 

CLAUDIA TRUZZOLI

¿GRUPOS DE RIESGO O PRÁCTICAS DE RIESGO?


¿GRUPOS DE RIESGO O PRÁCTICAS DE RIESGO?

Una de las preocupaciones que me rondan entorno a la violencia hacia las mujeres es el descuido de muchos maridos que habiendo tenido relaciones sexuales de riesgo -lo cual implica una no protección de sí mismos- tampoco protegen a sus mujeres en el momento de tener relaciones sexuales con ellas. Es un dato comprobado que una de las enfermedades de transmisión sexual de la plaga que más asusta hoy, el VIH/Sida, está aumentando su transmisión por vía heterosexual y que muchos de los casos de mujeres infectadas lo han sido por mantener relaciones sexuales con su marido. Lo cual implica hablar más de prácticas de riesgo que no de grupos de riesgo cuando pensamos en la falta de prevención. No es necesario ser promiscuo para poder ser infectado.  Sólo es necesario haber estado en contacto con la sangre o el semen, de alguien infectado. Un promiscuo que se protege con el preservativo está mucho menos expuesto que un  hombre monógamo que no se protege. Otro de los datos que se silencia bastante es que el semen tiene una carga viral muchísimo mayor que el flujo vaginal, lo que quiere decir que el contagio del Sida es mucho más alto estadísticamente de hombre infectado a mujer, que de mujer infectada a hombre. Por esa razón las estadísticas hablan de una feminización del SIDA. Sin embargo, muchos hombres se niegan a utilizar el preservativo porque son presos de una fantasía omnipotente que les hace creer que a ellos no les va a pasar nada. Y cuando se enteran de que sí les ha pasado, no protegen a su mujer por aquello de que son "una sola carne" como dice el mandato bíblico, -una sola carne de género masculino, con una mujer a su disposición a la que se le niega la alteridad-. El amor romántico refuerza en las mujeres el prototipo de género que les exige incondicionalidad y las hace sentir culpables a la hora de poner límites y cuidarse.

CLAUDIA TRUZZOLI


LA VIOLACIÓN, UN GOCE DEL DOMINIO


LA VIOLACIÓN, UN GOCE DEL DOMINIO

La violación es un acto violento que niega la alteridad de las mujeres reduciéndolas a un mero objeto para satisfacer un goce que se satisface a través del dominio y la humillación de la mujer violada. Una advertencia que no habría que olvidar ahora que se está discutiendo como medida preventiva la posibilidad de castrar a los violadores. Castrarlos no les quitaría el deseo de violar y si no pueden hacerlo con su anatomía lo harán de otra manera. Hay que entender la violación no como un acto de goce sexual, sino como un acto de odio contra la mujer en el que el violador disfruta de la humillación que le inflige y la sensación de poder de la que se inviste a sí mismo. La castración química no resolverá ese deseo de someter y humillar a las mujeres y de satisfacer su odio hacia ellas violándolas. Aquí sería conveniente recordar una frase de Marguerite Yourcenar: “La violación es el crimen de una sociedad que no ha sabido resolver, no tanto el problema de los sexos, sino el de la sexualidad”. También es pertinente recordar que Lacan advertía que cuando un sujeto experimenta un goce salvaje, tiende a repetirlo.  

CLAUDIA TRUZZOLI  

VIOLENCIA MACHISTA, ANTÍTESIS DE LA PARIDAD

VIOLENCIA MACHISTA, ANTÍTESIS DE LA PARIDAD

Abordando el tema de la violencia doméstica heterosexual, y centrándonos en el comportamiento de los hombres violentos, es importante establecer un diagnóstico diferencial en lo que respecta a lo que se considera normal. Ciertos hombres que se comportan de una manera violenta, no se consideran a sí mismos violentos sino cumpliendo con un deber ser de acuerdo a los roles genéricos, o sea, respondiendo a lo que ellos consideran que debe ser la conducta de un hombre cuando las mujeres les ofrecen resistencia. Frases tales como "tenía que hacerle saber quien manda", "ella tiene que obedecerme porque yo merezco respeto", "llego a casa cansado, con ganas de cariño y ella se niega a tener sexo", todas ellas frases que denotan no sólo una superioridad jerárquica incuestionada sino en su extremo, una negación de la alteridad. Toda negación de la alteridad produce violencia porque cualquier frustración será vivida como un ataque personal. Por ejemplo, "si ella me quiere no debería hacerme esto" cuando en realidad el hacer o no hacer de ella puede no tener que ver con él. Los varones que piensan y actúan así se muestran enormemente fieles a imperativos de rol que no son vividos como tales sino como una manera de ser natural. "Yo no soy violento, los hombres somos así" es una afirmación que responde a una interiorización del maltrato a las mujeres como algo natural y a veces justificado como algo necesario. Estos son los hombres que la sociedad en general considera normales, excepto cuando se pasan y agreden gravemente o matan. Estos hombres, considerados "normales" son los que confunden también las conductas de galanteo con el acoso sexual convirtiendo a las mujeres en objetos potencialmente acosables o violables, porque en el fondo creen que "cuando una mujer dice no en realidad quiere decir sí". Ideas como que "ella me provocó", "qué hacía por la calle a esas horas de la noche", "por qué va vestida de esa manera", "algo habrá hecho para que la violaran" son prejuicios muy arraigados en el imaginario masculino y a veces en el femenino. Una mujer que está por la calle por la noche puede tener otras motivaciones u obligaciones, como por ejemplo, estar volviendo de trabajar. El vestirse de una manera que intente despertar el interés erótico de un hombre no significa que eso sea sinónimo de querer ser violada. Sólo en el imaginario masculino, tan poco proclive a matizar diferencias subjetivas, se puede operar un reduccionismo motivacional en las mujeres que se adapta muy bien a la proyección de las fantasías eróticas masculinas.

CLAUDIA TRUZZOLI




sábado, 12 de enero de 2013

CULTO AL CUERPO


CULTO AL CUERPO

El cuidado del cuerpo siguiendo criterios de salud es aconsejable para prevenir patologías. El cuidado estético que responde a un deseo de gustar, es comprensible dentro de límites razonables. Cuando se superan esos límites, entramos en el culto al cuerpo, culto que silencia la soledad estéril del narcisismo y la enajenación que supone para la subjetividad una persona que sólo se sostiene de su imagen. Las mujeres son más sensibles a este culto, según se puede comprobar por el aumento de las ofertas de cirugía estética, mamas que aumentan, disminuyen, liposucciones peligrosas para hacer un cuerpo delgado, pero sobre todo joven, extirpación genital de los labios mayores para parecer tener un sexo más aniñado, extirpación de costillas flotantes, amputación del dedo pequeño del pié para que entren mejor los zapatos de tacón. Se recomiendan parches hormonales con la simple intención de alargar la juventud de las mujeres menopáusicas, menospreciando que pueden provocar cáncer de mamas. Se trata la menopausia no como un proceso natural sino una enfermedad a medicar. Se ha inventado una manera de suprimir la regla para tenerla sólo unas veces al año sin tener en cuenta los daños que puede causar al organismo ir contra la naturaleza. Identificarse supone siempre un proceso que exige una mirada reflexiva, un esfuerzo de simbolización, una elaboración de logros y pérdidas referidas al propio cuerpo, a la finitud, a los vínculos y a la muerte. Pero para poder sostenerse en esa andadura es necesario una reformulación de la subjetividad que se apoye en cuestiones más simbólicas y no a la dictadura de la imagen. Condicionar el propio cuerpo sometiéndolo a intervenciones estéticas que van más allá de una coquetería aceptable, llegando a someterse a algunas intervenciones muy peligrosas para la salud, con objeto de adecuarse a los gustos de la mirada masculina, es una operación empobrecedora de las potencialidades que hacen una identidad más sólida.

CLAUDIA TRUZZOLI 

LA IDENTIDAD FEMENINA EN LA PUBLICIDAD


LA IDENTIDAD FEMENINA EN LA PUBLICIDAD

Si en épocas anteriores la feminidad era pensada por el hombre, representante del poder social, y las mujeres trataban de adecuar su ideal a aquél que le proponía ese “otro” como si fuera el suyo propio, actualmente sigue presente el riesgo de ser pensada por un “otro” que a diferencia de épocas anteriores no tiene ni rostro ni sexo sino la cualidad de lo virtual, que a través de la publicidad presiona a las mujeres hacia la consecución de ideales imposibles de cumplir porque abarcan un espectro demasiado amplio, con lo cual su autoestima se deteriora. La aceleración con la que se vive incide con violencia en el psiquismo humano porque las normas, valores, ideales propuestos, son inestables y cambiantes. Esta tendencia a ser inestables y efímeros desorganizan los procesos de introyección e identificación tan necesarios para la estructuración del psiquismo y la identidad personal. La identidad tiene que defenderse sin cesar contra la fragmentación y los cambios de registro, contra la ausencia de referencia interna, produciendo confusión y superficialidad. El sujeto se defiende del apego por verse obligado continuamente a desapegarse, lo que produce un estilo de pensamiento y afectos que se caracterizan por la superficialidad. El predominio de la imagen en esta mega publicidad que nos circunda, de las comunicaciones rápidas, de las pseudo informaciones de cuatro líneas, ha reemplazado la capacidad de pensar.

La seducción sustituye a la convicción, la imagen sustituye al pensamiento, la austeridad y el esfuerzo se desvalorizan frente a la realización inmediata de deseos generados desde una lógica que asienta en el consumo su razón de ser, prometiendo la felicidad a través del acceso a los múltiples objetos de goce que ofrece el mercado. Ilusión efímera y falsa. Basta ver con qué rapidez se desvanecen los pretendidos goces que se esperan al comprar un objeto con la ilusión de cambiar el estado de ánimo. Esto lo saben aquellas personas que utilizan este recurso para combatir momentos de vacío. Todas estas promesas de goce, de placeres inefables que supuestamente nos procurarían los objetos hacen un cortocircuito con el verdadero lazo social. Gozar de un coche despampanante no nos conecta con el otro del amor. Si bien se puede utilizar para seducir se trata de un triunfo narcisista, que muy pronto será considerado un rival por la persona a la que se dirige la seducción. El goce que procuran esos objetos no sólo es efímero sino pariente de la insatisfacción porque es un pobre sustitutivo que cortocircuita las verdaderas satisfacciones del Eros, derivándolas hacia un narcisismo exhibicionista o hacia un hedonismo que tiene mucho de masturbatorio. Las propagandas de coches han variado la calidad y contenido semántico de sus mensajes. Antes se señalaban las características técnicas de los vehículos. Hoy se hace hincapié en la calidad de las sensaciones que se pueden obtener con ellos o en las fantasías del propietario. Todo ese mercado tiende a fomentar un lazo social que inviste menos a las personas y más al narcisismo. No es lo mismo maquillarse para gustar que pasarse todo el tiempo mirándose al espejo. No es lo mismo usar un coche para seducir que establecer con él un lazo mayor que con la pareja.

CLAUDIA TRUZZOLI

LA ANATOMÍA NO SIEMPRE ES EL DESTINO


LA ANATOMÍA NO SIEMPRE ES EL DESTINO

Un chiste. Van por una calle dos amigos y pasan por un lugar que se anuncia como campo nudista. Eso despierta la curiosidad de ambos. Uno se encarama al muro para espiar lo que hay detrás y el otro amigo le pregunta: ¿son hombres o mujeres? Y el amigo le contesta: ¿cómo quieres que lo sepa si están desnudos? Bien, pues es un chiste que dice muy bien la verdad acerca del papel de los estereotipos. Porque lo que define a un hombre o una mujer no es su atributo biológico sexual, sino las identificaciones de género a las que se adscriben o rechazan. Y esa cuestión es una cuestión cultural que define a priori lo que considera masculino o femenino. Sería más sencillo si cada cual tuviese la posibilidad de considerarse hombre o mujer en función de su propio goce más allá de lo normativamente impuesto o biológicamente dado.

La identidad femenina siempre ha sufrido la presión de normas sociales que han forzado a las mujeres hacia situaciones pasivas. Tomás Laqueur, en su libro, “La construcción del sexo”, nos ha situado históricamente el momento en que el sexo femenino comenzó a ser pensado como otro sexo, diferente del masculino. Antes de ese momento era considerado como una variante del mismo cuyos órganos se dirigían hacia el interior. La identidad de género por tanto, no está determinada por la anatomía sino por un entramado de representaciones y significados que cada momento histórico va replanteando y que organiza las actitudes y comportamientos asignados a cada género. En esta discriminación en función de las diferencias sexuales subyace una ideología que las establece de forma artificiosa y que actúa de manera subliminal naturalizando esas discriminaciones y ocultando su génesis social. Ese poder invisible que actúa con la fuerza de lo oculto responde a un uso perverso del poder al adscribir como una segunda naturaleza esa adscripción de roles y pautas sociales en función del género estableciendo una dialéctica entre lo que el ser “es” y lo que “debe llegar a ser”, constituyendo esto último un ideal del yo que responde a cuestiones de poder y control social, no explícitos, pero que intervienen en la formación del ideal del yo.

CLAUDIA TRUZZOLI


TROPO DE LA INVERSIÓN EN TRANSGÉNEROS Y TRANSEXUALES



       TROPOS DE LA INVERSIÓN

TRANSGÉNEROS Y TRANSEXUALES.











El tropo de la inversión, alma de mujer atrapada en un cuerpo de hombre y alma de hombre atrapada en un cuerpo de mujer, es un argumento en el que apoyan los/as transgénero y los/as transexuales, para justificar su sentimiento de pertenecer a un género diferente del de su anatomía. También es un argumento defendido por los homosexuales que ofrecen tropos de género contrapuestos, por ejemplo, los chicos llamados afeminados o las chicas llamadas marimachos o camioneras. Christopher Craft en Kiss Me with Those Red Lips (citado por Eve Kosofsky Sedgwick en Epistemología del Closet (en Grafías de Eros, Historia, género e identidades sexuales, Edelp, 2000), dice

Uno de los impulsos fundamentales de este tropos es la preservación de una heterosexualidad en el deseo mismo, a través de una interpretación singular del deseo de las personas. El deseo en esta perspectiva, subsiste por definición en la corriente que corre entre un ser macho y un ser hembra, cualquiera sea el sexo de los cuerpos en que esos seres podrían manifestarse.

Es interesante comprobar que tanto el argumento de la prisión corporal en la que están atrapados los/as transgénero y los/as transexuales, como la invocación de un ser macho y un ser hembra que podría manifestarse en cualquier cuerpo independientemente de su sexo anatómico, comparten en común cierta idea de intercambio genérico opuesto, o sea, hetero, en la consideración de sus relaciones. El transgénero (de hombre a mujer) cuando se empareja o busca flirts ocasionales con hombres, no se considera gay. En un programa emitido en TV2, Cuerpos desobedientesOlga Cambasani, una transexual, afirmaba que según estadísticas que se habían realizado en la Fundación para la Identidad de Género, en la que trabaja, constataban que alrededor del 30% de las transexuales son lesbianas. Pero por lo que mi propia experiencia me enseñó con el tratamiento del colectivo transexual es que esas relaciones lesbianas, las tienen en realidad fundamentalmente con el colectivo trans. O sea, con otros sujetos que también han hecho la transición de Hombre a Mujer, o bien, con quienes han hecho la transición de Mujer a Hombre. La impresión subjetiva que trasmiten es que se sienten más comprendidos en la ambigüedad. No tienen la misma vivencia subjetiva de la relación lesbiana si se emparejan con mujeres biológicas. Parece que en cuestiones de sexo somos todos un poco sextranjeros.

CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de La he-terror-sexualidad: una práctica discursiva violenta.
Publicado en Sabem fer i sabem saber. Trobada de dones a Catalunya, 2,3 i 4 de juny de 2006.
Xarxa feminista de Catalunya. 
        

FACTORES PSICOSOCIALES DEL MALESTAR FEMENINO


FACTORES PSICOSOCIALES DEL MALESTAR FEMENINO

Abordar el malestar de las mujeres desde una perspectiva de género implica cierto grado de conciencia de una diferencia específica en la manera de entender las causas de ese malestar.  Cuando en el Colegio de Psicólogos de Cataluña se creó la Sección Profesional de la Dona, una estudiante preguntó porqué se creaba una sección así, si es que las mujeres no estaban suficientemente representadas, dado que existe una Sección Clínica que se ocupa del malestar. Es verdad, existe. Pero no es la misma mirada ni la misma manera de escuchar los problemas que afectan a las mujeres. Desde el momento en que existe una desigualdad de poder real entre los sexos y esa diferencia está jerarquizada a favor de un sexo en detrimento del otro, están sembradas las semillas del malestar. Nuestra cultura tradicional que hace de los roles estereotipados de género una división binaria rígida, contiene todos los elementos para la injusticia porque priva tanto a un género como al otro, aunque de distinta manera, de posibilidades de realización personal que suponen una merma importante para el desarrollo de capacidades humanas. Una cuestión es prestarse al juego de la seducción adoptando papeles tradicionales, que puede hacer amable y encantador el juego,  y otra muy distinta es confundir el juego con el ser. Cuando eso sucede, siempre aparecen a la corta o a la larga, conflictos. Porque cuando a una mujer se le exige la sumisión, incluso cuando ella se presta por imposiciones de rol, nunca es sin coste. La clásica entrega incondicional que se supone a las mujeres la clínica la desmiente por las manifestaciones psicosomáticas de las que ellas se quejan. Transgredir las expectativas de género socialmente impuestas, siempre genera un sentimiento de traición, que exige una gran elaboración personal para poder actuar de otro modo distinto al normativo. ¿Cómo afecta esto a los hombres y a las mujeres? A los hombres les impone una severidad al conducirlos excesivamente a la ética de la producción de bienes y dinero descuidando grandes aspectos de la sensibilidad emocional en lo que se refiere a la ética del cuidado de los otros, a la expresión de las emociones, siendo la agresividad la única emoción considerada legítima para un varón, o sea, la única emoción que no pone en duda su virilidad. Generalmente son los hombres quienes tienen más dificultad para reconocer y expresar sentimientos y tienen tendencia a no compartir con nadie sus temores, inquietudes, sueños, preocupaciones, lo que los lleva a una sexualización obsesiva, casi como el único recurso de poder dar rienda suelta a sus necesidades de protección y refugio. Cuando es así, la convivencia con ellos es difícil y están más expuestos al divorcio y a la desestructuración familiar, por esa especie de analfabetismo emocional. Como la cólera es la única emoción que no los cuestiona como hombres, ésta suele convertirse en la antesala del dolor que no puede ser expresado de otro modo. Estoy acostumbrada a tratar mujeres que sufren mucho por esta cuestión y después de muchos años de matrimonio, deciden separarse con un gran desgarramiento porque reconocen que se separan de maridos a los que quieren pero no pueden soportar el grado de soledad en que están inmersas por la incomunicación. Esto no es vivido con libertad sino muchas veces con un sentimiento de culpabilidad que tiene mucho que ver con condicionamientos de género en las mujeres, porque no se sienten con derecho a reivindicar deseos propios, tal es la fuerza del mandato social que las obliga a estar destinadas a servir para otros. Cuando una mujer no puede decir lo que siente, no siempre es porque no encuentre palabras para expresarse, sino también porque no se siente autorizada a hacerlo. La fibromialgia es un ejemplo de dolencia que se da mayoritariamente en mujeres, no por ninguna cuestión que dependa de la diferente fisiología del organismo que explicara este sesgo diferencial, sino por cuestiones que tienen que ver con una imposición de género como la que mencionaba anteriormente.  Todo lo que no se siente autorizada a decir, lo intenta negar, lo que supone un esfuerzo del que el cuerpo acusa recibo, puesto que se teme mucho más el saber lo que duele que las tensiones que se traducen en contracturas musculares que pueden cronificarse si no se las atiende a tiempo. Lo que es importante aquí es averiguar lo que duele detrás del dolor muscular. No siempre es fácil reconocerlo, sobre todo, si lo que duele saber llega en un momento en que no se está preparada para asumirlo. Además aquí también existen muchos prejuicios acerca de pedir ayuda terapéutica. Hay mujeres que prefieren ser diagnosticadas como enfermas de algo, sea, bulimia, anorexia, fibromialgia, que les procura cierto alivio identitario, que ser consideradas “locas” o “tontas” que no saben arreglar sus problemas sin ayuda. A pesar de todo, son las mujeres quienes se prestan más que los hombres a recibir ayuda. Por otra parte, cada vez que se etiqueta con un diagnóstico se corre el riesgo de que lo sintomático pase a expresar erróneamente la totalidad de lo que esa persona es, cerrando puertas a  interrogaciones que podrían ampliar horizontes de conocimiento de sí mismas y ser curativas. Este es un riesgo que los profesionales sanitarios tienen que saber que sucede y no prestarse al juego, sino sugerir que ese diagnóstico es un resultado de emociones personales que tienen que ser atendidas para ayudar a la persona que consulta a entreabrir una puerta que le haga sentir que lo que le sucede no es algo ajeno a su vida emocional. Cuando trabajaba en un despacho psiquiátrico, me derivaban muchos casos de mujeres que venían con un diagnóstico de depresión y su manera de presentarse era diciendo “tengo una depresión”,  como si dijeran tengo algo que me ha venido de fuera, como si fuera una especie de virus, sin ninguna conexión con su vida. Dejarse ayudar por un/a profesional adecuado/a que escuche y no medique innecesariamente, no significa estar loca ni ser poco inteligente, -como prejuiciosamente aún se escucha en más de una ocasión-, sino tener conversaciones constructivas y una oportunidad única para la reflexión sobre las circunstancias de su vida emocional que le servirá para su crecimiento y madurez. Pero esto no es lo que se hace generalmente en los servicios de atención primaria, no por falta de buenos profesionales, sino por una escasa aportación por parte de los servicios sociales en tiempo, contratación de más personal cualificado, la imposibilidad de dedicar el tiempo de escucha necesario para una atención de calidad. Pero dentro de las limitaciones, sí se puede orientar a las personas que se quejan al camino que les lleve a responsabilizarse de sus dolencias, dándoles una pista. Escuchando. Es frecuente que cuando una mujer acude a un CAP diciendo que está deprimida se encuentre como respuesta una receta de antidepresivos, lo cual ya descalifica de entrada su discurso. No niego que a veces el grado de hundimiento de una persona es de tal grado que hace falta medicación incluso para que tenga la fuerza para poder hablar. Pero no siempre es necesario el antidepresivo. Esta es una muestra del poder de los laboratorios farmacéuticos que se imponen en la práctica médica.

CLAUDIA TRUZZOLI
Fragmento de una conferencia dada en el Palacio de Festivales de Santander.

DIVERSIDAD DE LA EXPERIENCIA LESBIANA


DIVERSIDAD DE LA EXPERIENCIA LESBIANA

Las presiones identitarias que empujan a un binarismo genérico rígido por la polarización extrema y exclusiva de actitudes y comportamientos asignados a uno y otro género hacen que se produzcan muchas confusiones y atribuciones falsas de identidad y la homofobia es un resultado de la necesidad de controlar socialmente las identidades sexuales. En el caso de la niña, una energía muy activa hace que su entorno inmediato le atribuya automáticamente un género masculino que se le traslada sin más a una identidad sexual: la atribución de ser lesbiana, sin dar tiempo a que la propia interesada decida en función de la espontaneidad de sus deseos si lo es o no. La película "Quiero ser como Beckam" nos enseña las presiones que soportaba su protagonista para que dejara de jugar al fútbol, además de que todos suponían sólo por esa pasión que ella era lesbiana. Y no lo era. Cuando una niña es muy activa los padres se inquietan porque no parece responder a lo que se espera de su género. De ahí a levantar sospechas acerca de su posible homosexualidad hay un paso. Y eso se trasmite. A veces se da la paradoja que queriendo evitar la homosexualidad de una hija a toda costa, la familia imponga restricciones y controles tan exagerados, que el mismo agobio de la presión a la feminidad, pueda provocar una rebeldía y hacer de la homosexualidad una opción más interesante por percibirla como un espacio de libertad más desmarcado de los roles clásicos impuestos por los géneros tradicionales. También existe el prejuicio de que si una mujer se muestra muy interesada en el sexo, se le atribuye un rasgo de masculinidad, por confundir su apertura desinhibida con la urgencia compulsiva de la sexualidad masculina que tiende a la descarga.       

Sin embargo, la rígida división entre géneros que además supone una rígida concepción de la orientación sexual exclusiva, no se casa bien con las experiencias vividas por las mujeres que optan por una existencia lesbiana. Muchas de ellas dicen que como lesbianas son más felices que en sus relaciones anteriores con hombres porque encuentran en las relaciones entre mujeres cualidades que no encuentran con ellos, no sólo por la posibilidad de explorar un potencial erótico, que es mucho más amplio en las mujeres que en los hombres, sino también porque se liberan de la mascarada opresiva que adoptan muchas veces para no provocar la rivalidad del compañero y por el temor de dejar de ser deseadas. Algunas lesbianas sienten que su atracción por las mujeres es exclusivamente sexual y que siempre ha sido así, reservándose en la fantasía la creencia de su heterosexualidad porque aman a los hombres aunque no se acuesten con ellos. (¿?) Las hay que se pueden relacionar sexual y afectivamente con hombres y con mujeres, aunque no es frecuente que lo hagan simultáneamente. Otras reconocen que antes de optar por una existencia lesbiana han tenido una existencia heterosexual y que sus experiencias eróticas con los hombres han sido satisfactorias pero que después de tener una experiencia con una mujer descubrieron otro placer más intenso, como si compararan un café normal con una droga dura. Otras piensan que después de relacionarse con mujeres no volverán a relacionarse con hombres y de hecho, las hay que tienen muchos años de convivencia con su pareja femenina con hijos de un matrimonio anterior o adoptados por ambas o porque una o las dos se decide/n por la inseminación artificial. Otras pueden volver a la heterosexualidad después de algunas experiencias lesbianas. Hablando del potencial erótico femenino, recuerdo la película Felpudo maldito, en la que la actriz Josianne Balasko, que interpretaba el papel de una butch (camionera), intenta seducir a Victoria Abril ( femme) diciéndole “entre nosotras no hay eyaculación precoz”.
    
Esta amplia diversidad de la experiencia erótica de las mujeres lesbianas no queda bien reflejada en el uso del término lesbiana, por ser un término homogeneizador que no refleja en absoluto esa diversidad. Como dice Judith Butler en el texto citado más arriba, “si yo proclamo ser una lesbiana, yo me hago visible sólo para producir un closet nuevo y diferente.[…]En efecto, el lugar de la opacidad es simplemente desplazado: antes no sabías si yo “era”, pero ahora no sabes lo que eso significa […]. (El subrayado es mío).

Esta diversidad lesbiana casi nunca aparece en los escritos sobre lesbianas hechos por hombres que parecen preferir una descripción del lesbianismo más cercana a la perversión. Es notorio, como muchos hombres cuando escriben sobre mujeres proyectan su propia experiencia subjetiva creyendo que corresponde a las mujeres. En el caso del supuesto placer masoquista que sentiría una mujer maltratada tenemos otro ejemplo de semejante proyección masculina. Es patético que una novela como El pozo de la soledad de Radclyffe Hall, la primera novela sobre lesbianismo, haya convertido a su personaje que además tenía nombre masculino, Stephen Gordon, en un arquetipo de la lesbiana. La idea de una lesbiana femenina era impensable primero porque se suponía que la homosexualidad femenina era producto de una inversión sexual –según la terminología médica de la época de Krafft-Ebing y Havelock Ellis-  debida a una cuestión congénita. Las compañeras de estas “invertidas” eran consideradas víctimas inocentes que habían sido seducidas por la perfidia de estas mujeres “perversas”. Por ejemplo, la película “Las Bostonianas”, donde a una pareja constituida según ese prototipo ideológico, sólo le queda el recurso salvador de un hombre que la rescate de ese vínculo, que es el final que nos propone esa película, el mismo desenlace que nos propone  la novela de Radclyffe Hall, donde la femme termina abandonándola por un hombre. Irónicamente, la compañera real de Radclyffe Hall, Uma Troubridge, no volvió a la heterosexualidad cuando Radclyffe Hall se enamoró de otra siendo bastante mayor. Frente a la lesbiana femme los hombres hetero suelen tener una reacción ambivalente cuando descubren su lesbianismo, rabia por sentirse engañados y a la vez, esperanza de “reconvertirla” por el semblante de feminidad que muestra. Mientras que con la lesbiana butch su reacción es más sencilla. La pluma que se le nota los acerca más a una complicidad genérica porque la sienten más “hombre”, mientras eso no interfiera en una rivalidad por otra mujer. El feminismo radical cambió la concepción del lesbianismo pensado como virilidad femenina para concebirlo como una identificación con las mujeres.

CLAUDIA TRUZZOLI

sábado, 5 de enero de 2013

INTERVENCIONES TERAPÉUTICAS LIBERADORAS

INTERVENCIONES TERAPÉUTICAS LIBERADORAS

Cuando pensamos en la salud tenemos unos criterios para pensar lo que es salud y enfermedad, criterios que dependen de valores culturales que orientan las prácticas políticas y económicas en lo referente a la sanidad. Estos criterios no son explícitos pero tienen una operatividad concreta presente en las prácticas terapéuticas porque afectan tanto a quien consulta como a quien asiste. Por eso es sumamente importante saber que las teorías que sostienen una práctica nunca son neutras ni ajenas a las circunstancias sociales donde estamos inmersos. Las ideologías son sistemas de ideas y connotaciones que disponemos para orientar nuestras acciones, pensamientos más o menos concientes o inconcientes que tienen una gran carga emocional pero que sin embargo son defendidos por quienes los sostienen como pensamientos puramente racionales, ajenos a cualquier ideología. Sin embargo, tales creencias no difieren mucho de las creencias religiosas con las que comparten un alto grado de fe que es impermeable a cualquier constatación empírica en contrario.

Michel Foucault en Historia de la sexualidad nos advierte que el género no es algo que existe originariamente en los seres humanos sino que es el resultado de representaciones que se construyen y se reproducen en nuestra socialización a través de medios de comunicación, cine, teatro, prensa, radio, tv, publicidad, la escuela, la familia, los tribunales de justicia, universidades, comunidades intelectuales. Por ejemplo, el contenido de las series televisivas no es libre del todo porque los guiones van modificándose de acuerdo a la audiencia y a las tendencias de la gente que con los medios actuales como los blogs van dando sus opiniones y votan. Entonces se trata de modificarlos para satisfacer las tendencias mayoritarias. Se refuerza así el efecto marginador de otras voces disidentes que quedan así o bien fuera del discurso o bien estableciendo con las tendencias mayoritarias un compromiso de visibilidad que sólo refuerza la presunta normalidad de la mayoría. ¿Cómo afecta al género toda esa producción de significado? Infiltrándose en el discurso común con el efecto tramposo de homogeneizar a las mujeres y a los hombres haciéndoles creer que sus maneras de comportarse se deben esencialmente a su biología, al mundo natural. Volveré sobre este punto más adelante no sin recordar a Teresa de Laurentis que señala a su vez la fuerza opresiva que tienen los discursos para ejercer violencia hacia las personas, aunque provenga de discursos filosóficos, científicos,  audiovisuales o del discurso corriente.   

¿Cómo afecta esto a la práctica terapéutica? En la intervención de hoy quisiera exponer ante ustedes algunas reflexiones que espero se tengan en cuenta a la hora de escuchar los malestares tanto femeninos como masculinos porque no vivimos en un mundo que las cosas de un género no afecten al otro. Las mujeres especialmente hemos sufrido de bastante iatrogenia gracias a intervenciones terapéuticas marcadas por creencias erróneas e ideológicas de nuestros terapeutas. En un mundo que todavía lucha por hacer realidad la paridad simbólica y práctica entre hombres y mujeres, todavía quedan muchas rémoras de desigualdad que se manifiestan en distintos campos. La actitud de algunos terapeutas en diferentes temas no es la misma si se trata de hombres o de mujeres, según las ideas que tenga acerca de los roles de género y de sus propias valoraciones personales, que aunque no lo sepa y crea ser un observador neutral influirán en sus intervenciones tanto en sus decires como en sus silencios frente a lo que escucha.  Lo que cree como saludable en temas que se relacionan con la conciliación de vida familiar y laboral, la relación con el dinero, la búsqueda de prestigio y realización personal, la dependencia económica, el ejercicio libre de la sexualidad, el cuidado de personas dependientes o de los hijos, la violencia de género, la reproducción asistida, la adopción, el abuso de niños, si la autoridad en la familia corresponde al padre o bien piense en una metáfora que la convierte en una función que puede ser sostenida por alguien independientemente de su sexo biológico. Este punto por ejemplo, es muy delicado, porque depende de lo que se piense al respecto, distintas serán las concepciones del tipo de familia que ofrecería una mejor opción para el desarrollo emocional de los hijos. Los que creen que la familia nuclear tipo, -papá-mamá-niños-, es la única que garantiza ese resultado, es porque creen que el padre necesitado es la figura masculina real que se compromete a criar a ese niño. Si en cambio se concibe la terceridad necesaria para ejercer una autoridad y poner límites, es obvio que entonces no se necesita necesariamente un hombre en la familia para criar a unos hijos sanos, sino alguien que pueda ejercer una función de separación con el vínculo materno demasiado absorbente. Entonces, la misma concepción de familia cuando se intenta homogeneizarla alrededor de la familia nuclear como la única posible, no sólo desconoce su carácter histórico cambiante sino que es altamente prejuiciosa, porque ignora la diversidad de familias que existen en la actualidad que no responden al modelo clásico y que según investigaciones realizadas con los hijos de éstas, no presentan los daños que auguraban los detractores de esas familias. Por tanto, para la comprensión de los malestares de uno y otro sexo, el terapeuta no es ajeno a su ideología personal ni esta ideología personal es ajena a las teorías que utiliza para entender lo que escucha. Por otra parte, me preocupa mucho cierta tendencia actual a minimizar los afectos negativos y reforzar insistentemente los positivos desde una posición conciente. El peligro de esta actitud es taponar la verdad de la causa del malestar en las personas que tratamos y eso puede tener efectos muy dañinos por impedirle hablar de aquello que le hace sufrir.

Comencemos a cuestionar aspectos de la vida cotidiana que por su sutileza quedan invisibilizados por prejuicios acerca de los roles a desempeñar por las mujeres y los hombres, que son las semillas que generan rencores porque son violencias invisibles. Yo he recibido en consulta a una mujer que se quejaba de la actitud de su marido que no la apoyó cuando quiso emprender una actividad económica autónoma después de haber sostenido durante muchos años a su familia y a sus hijos con dedicación exclusiva. Frente a su protesta, el marido le respondió que lo que ella hizo era su obligación, se refería al trabajo doméstico y a la crianza de sus hijos, y demás está decir que este señor también consideraba que había cumplido con su obligación de marido el mantener a su familia económicamente. Y ella se sentía desarmada frente a este argumento. Pero, lo que este señor olvidaba no sólo era que no había sido el único en aportar dinero a su casa, -ella también trabajaba fuera de manera intermitente-, sino lo que el trabajo doméstico de ella redundó en un ahorro familiar que adquirió una cuantía que no hubiera sido posible sin sus servicios no pagados al trabajo y mantenimiento doméstico. Esa falta de valoración del trabajo doméstico como trabajo, tenía como efecto, que tanto su marido como ella sintieran que el llamado dinero ganancial que se supone que es de ambos, lo vivieran como sólo del marido. Lo cual a vez le daba a éste la libertad de decidir si abría o cerraba el negocio que su mujer quería emprender. Si el terapeuta no valora su actividad de ama de casa como un trabajo, estará mal preparado para ayudarla a ella a sentirse también dueña del dinero ganancial, lo que le daría la autorización necesaria para obrar y disponer de él. La plusvalía dineraria del hogar familiar tradicional se posibilita gracias al trabajo gratuito del ama de casa. Imaginen el gasto económico que sería necesario para pagar todos los servicios que se hacen en una casa si tuvieran que hacerlos una cocinera, una planchadora, una canguro. Si el hacer dinero ha sido considerado como algo “natural” para los varones, la dependencia económica también se ha considerado como “natural” en las mujeres. Si bien en las épocas que vivimos es difícil encontrar familias jóvenes donde no trabajen los dos por pura necesidad económica, es cierto que cuando las condiciones cambian y la pareja puede prescindir de la necesidad de que trabajen ambos, los maridos no resisten la tentación de querer librar a sus mujeres de la necesidad de trabajar. Pero esto que es vivido como natural silencia el privar de autonomía y capacidad de decisión a las mujeres y condiciona la sujeción hacia quien la mantiene. Eso implica que si el vínculo por alguna razón se malograra o se acabara el amor y apareciera la necesidad de separarse, esa mujer no tendría libertad para hacerlo si depende económicamente de su pareja. Esta independencia económica de las mujeres, que permite autonomía y mayor capacidad de decisión, no siempre es promocionada en los tratamientos terapéuticos a menos que se trate de situaciones críticas irremediables como un divorcio o una viudez, que es cuando normalmente se llega tarde. Sin embargo, la mirada del terapeuta suele ser más condescendiente con las mujeres, sin ser consciente de que esa actitud las fija a una posición infantil, dependiente y las deja desprotegidas de cara al futuro, sobre todo si se quedan solas. En Estados Unidos hay tal conciencia de que el amor se acaba que en los contratos matrimoniales también se establecen las condiciones del divorcio. En cambio, en los hombres se favorece la autonomía, la inmersión sin límites en el trabajo para hacer dinero, con lo cual se bloquean temas que tienen que ver con la implicación en la familia en otros aspectos que hacen al cuidado y a la ternura, la educación de los niños, el estar presentes cuando se los necesita. El tema de la dependencia –de la cual la económica es sólo un aspecto- ha sido tomado por las teorías psicológicas como formando parte de la naturaleza femenina. El psicoanálisis, como cualquier otra teoría que no es inmune a los creencias sociales entorno a los géneros y los comportamientos de rol, no ha podido eludir una cantidad de conceptos y prejuicios inherentes al momento histórico en que nació y que han llevado a reforzar y perpetuar el prejuicio de la inferioridad de la mujer y su “natural” dependencia e interpretar cualquier deseo de autonomía – que la independencia económica posibilita-   en términos de envidia con el hombre. De ahí a pensar que si una mujer aspira al dinero y la autonomía está yendo en contra de su feminidad, hay un paso, o también suponer que esa actitud no es la que le corresponde porque está buscando fuentes de satisfacción propias del varón en lugar de realizarse a través de la maternidad. Este tipo de intervenciones generan iatrogenia. Otras, como fomentar que la mujer se conforme a ganar un poco de dinero o un poco de independencia omiten encarar a fondo la real dependencia y subordinación genérica dando una fachada de libertad que al procurar un poco de satisfacción hace de pantalla que oculta la verdadera dependencia. Mi marido me deja trabajar, por ejemplo, es una expresión que oculta la indiscutida jerarquía del hombre de la familia para autorizar o prohibir conductas o decisiones que atañen a los intereses de su mujer.  Por otra parte, el no cuestionamiento del rol exclusivo de proveedor en el caso de los hombres, no los ayuda a soportar situaciones de impotencia como la pérdida del trabajo, que los obliga a depender del sueldo de sus mujeres. Esta es una de las situaciones que generan graves depresiones en los varones y si sus mujeres son víctimas de los roles tradicionales de género, tampoco podrán ayudarlos porque lo que sentirán interiormente es un sentimiento de desvalorización de su marido.  Un terapeuta con perspectiva de género tiene que ser lo suficientemente crítico para modificar las emociones que estas situaciones despiertan y ayudar a ambos personajes a superar sus sujeciones de rol. Para ello tendrá que estar convencido emocionalmente de la falta de naturalidad de los roles impuestos por género y convencer a sus consultantes de la responsabilidad de las construcciones culturales en la subjetividad. Pero no solamente hace falta poner el énfasis en los constructos culturales sino profundizar más las intervenciones dirigidas a la relación con la propia madre, que puede actuar como un factor inhibidor de la autonomía femenina y un factor de potenciación de las fantasías de omnipotencia varoniles.  Evidentemente esta manera de enfocar la terapéutica no produce los mismos efectos que una terapia dirigida desde la ortodoxia. En un caso, es liberador trabajar las  trabas a la autonomía femenina y en otro trabajar la dificultad de aceptar límites y carencias en el varón que le permitan no hundirse en situaciones de impotencia. Tratar a fondo estas cuestiones ayuda a desmitificar muchos temas considerados tabúes.

Otro de los aspectos a revisar es la idealización de la maternidad y el reduccionismo que implica colocar a la mujer como objeto de dispensadora de cuidados más que como verdadero sujeto de la maternidad. La prevención aquí se debe dirigir a integrar dicha experiencia con la biografía de cada mujer, sus condiciones de vida, su trabajo doméstico y público, su sexualidad, sus mitos y su relación con ellos. Deslindar si el deseo de ser madre es un genuino deseo de cuidar o es una manifestación sintomática que espera de la maternidad una certificación de su ser mujer. Una forma de maltratar a una mujer es reducirla a ser un mero sujeto reproductor, que llegada la menopausia, se desvaloriza. Incluso en ocasiones se le proponen intervenciones quirúrgicas, a veces innecesarias, con el pretexto de la prevención del cáncer, para extirparle los genitales internos, con el argumento de que como ya no puede concebir no le sirven para nada. Eso es negar la importancia simbólica que tienen tales órganos y su papel en la producción de placer erótico. Negación que está sostenida en la creencia en la mujer como ser que no debe tener demasiados intereses sexuales. Tal es así que cuando una mujer ejerce libremente su sexualidad aún en los círculos más progresistas escuchamos que se la define como un poco puta. Lo cual además de ser una forma de degradarla es una forma de negar que su identidad de mujer no se agota en la maternidad ni se restringe a ella.

Otro aspecto interesante a destacar es lo que piensan los terapeutas acerca de porqué soportan las mujeres el maltrato mientras que el discurso común pocas veces se pregunta porqué un hombre maltrata o no se separa de quien dice no poder soportar. No me estoy refiriendo aquí a aquellas situaciones donde a las mujeres no les es posible elegir una salida soportable por desamparo real –falta de dinero, de educación, de formación profesional, de edad, número de hijos a los que no podría mantener-. Algunas mujeres mayores que ejercen la prostitución – que siempre es una práctica de riesgo- pertenecen a este campo, porque trabajando de domésticas no ganarían lo que necesitan para criar a sus hijos. He conocido en mis talleres dados en cárceles de mujeres a muchas detenidas por pasar droga que lo hacían por el mismo motivo. Cuando pienso en porqué algunas se quedan en la relación de maltrato, me refiero a aquellos casos de  mujeres con medios económicos y  formación que les permitiría separarse de ese vínculo enfermizo y sin embargo, quedan presas de la queja sin modificar su situación. El miedo a perder consenso social, al temor de ser marginada, el miedo a la soledad, impulsan a veces a las mujeres a ser cómplices de sistemas autoritarios y a mantenerse dependientes de relaciones ingratas y peligrosas por la violencia que se  da en ellas. En estos casos prefieren  la queja porque da lugar a la expresión del malestar y de la hostilidad pero posibilita que nada cambie. Tocamos algo tan delicado como la falsa atribución de masoquismo a esta permanencia de las mujeres en un vínculo que las maltrata. ¿Pero no es acaso la cultura que sostiene la creencia que las mujeres femeninas son pasivas, receptivas, que tienen que estar a disposición del otro, que tienen que aguantar con paciencia lo que sea con tal de sostener a quien las necesita, que tienen que ser salvadoras a través de su presunto amor incondicional de las necesidades de otros, la responsable de esta permanencia? Lo que se interioriza como mandato de género es difícil de trasgredir desde dentro porque el superyó o conciencia moral si prefieren, está formado por los valores del medio social en que se ha estructurado el sujeto. Tratar de masoquista a una mujer que no abandona una relación de maltrato es ignorar  todos los determinantes sociales que marcan la subjetividad y los límites de actuación en sus posibilidades de cambio, salvo que se traten con un profesional que no sea miope en este sentido, porque si la teoría que maneja para entender los síntomas del malestar femenino sólo se detiene a analizar las causas desde un punto de vista exclusivamente intrapsíquico, -como conflictos íntimos- y no como conflictos interpersonales o sociales, sólo podrá generar más enfermedad en lugar de curar. Por otra parte, hasta ahora no he escuchado voces que se pregunten porqué un hombre maltrata o porqué no se separa  cuando dice que pega porque su mujer lo enferma.  En las asociaciones de mujeres escucho que insisten en sostener que esos maltratadores no son enfermos sino normales. Depende del concepto de normalidad que se alegue para sostener esto. Si lo que se quiere deslindar es la responsabilidad penal, tienen razón, si no son enfermos son normales y son punibles. Pero si se alega un concepto de normalidad desde el punto de vista de la salud psíquica y el desarrollo emocional es evidente que a un hombre que se le escapa tal cantidad de agresión hacia su mujer no es un hombre sano. Pero ¿hasta qué punto, la responsabilidad de nuestra cultura que enfatiza la agresividad masculina como equivalente de virilidad no es responsable del sentido de naturalidad con el que viven ciertos varones violentos su derecho a ser agresivos, incluso como correctivo aplicado a sus mujeres? Aquí la posición del terapeuta en estos temas es crucial para generar cambios o por el contrario, reforzar posiciones tradicionales que no ayudan ni a ellos ni a ellas. Si ustedes recuerdan la película Te doy mis ojos, hay una escena donde un maltratador le dice a su psicólogo con desesperación, ¿por qué ella me va a querer a mí?, sentimiento de desvalorización que era la base de sus celos excesivos que le despertaban una violencia que se dirigía a su mujer con objeto de intimidarla para que no lo abandonara. El psicólogo de la película, seguramente influenciado de psicología positiva, en lugar de ahondar en la herida abierta que este hombre le ofrecía, se limitó a decirle que ella lo quería porque él era bueno, no la maltrataba, la respetaba. Cosas que evidentemente él no hacía. Si esa intervención procuraba ser un mensaje aleccionador de lo que él debería hacer para ser querido, esta intervención sólo produjo una retracción de la expresión sincera de los sentimientos de este hombre, cerrando su posibilidad de análisis de las verdaderas causas que lo torturaban, pero también, lo que es más grave, afectando a su creencia en la efectividad de las terapias. En cambio, una intervención verdaderamente terapéutica hubiera sido investigar porqué ese hombre decía que sólo sabía hacer albaranes y cómo sentía que estaba ubicado en una posición que lo feminizaba porque era incapaz de rebelarse con su hermano que lo machacaba, a quien sentía viril, y lo explotaba en el trabajo de una empresa familiar, y su mujer también se apañaba mejor que él en el desempeño de sus relaciones sociales  en el museo donde había empezado a trabajar como  guía de arte. Otra escena de esa misma película es cuando un maltratador en el trabajo grupal intenta justificarse diciendo que él le pegaba a su mujer porque cuando llegaba cansado a casa, con ganas de sexo, ella no estaba dispuesta. Pero en su relato, algo del orden de la verdad lo sorprendió y dijo que sin embargo, algo se le disparaba ahí, haciendo alusión a otro tipo de causa que aunque ignoraba cuál, tenía cierta sospecha de que sus argumentos racionales no explicaban la verdadera motivación que le llevaba a ser violento. 
 
Otras intervenciones en temas como la reproducción asistida que parece tan natural, obvian el sentimiento del varón cuando es éste quien no puede tener hijos, colocándolo en una situación de rivalidad  donde él es perdedor frente al hombre potente que fecunda a su mujer. No importa si el donante es anónimo, ese tercero planeará como fantasma  en la relación con su mujer y puede condicionar la relación con el hijo que siempre sentirá como de ella, no de él. Esta situación es semejante al sentimiento de adulterio. Recuerdo un caso de un niño adoptado que traté por dificultades de insomnio, sonambulismo, fabulaciones. El padre era estéril, su mujer no. Decidieron la adopción porque querían criar a un hijo. Cuando el niño empezó a rebelarse y a quejarse del maltrato que recibía de su padre, vinieron a entrevistarse conmigo porque pensaron que el niño empeoraba, cuando en realidad estaba empezando a curarse. El padre en esa ocasión, además de intentar desprestigiar la tarea hecha con el niño, exclamó furioso que yo no sabía lo caro que le estaba resultando ese niño. Evidentemente se refería a lo caro que le estaba resultando el tratamiento, el colegio privado y demás. Pero lo verdaderamente caro e insoportable era su sentimiento de desvalorización como hombre por hacer sinónimos esterilidad con impotencia. Nada hay que provoque un sentimiento de humillación tan potente en un hombre como la caída de sus atributos fálicos. Y por otra parte, el sentimiento de inferioridad frente a su mujer que sí podía tener hijos propios y que renunció a la maternidad biológica para mantener el vínculo con su marido. Postura sacrificial  que cuando se trata de un asunto tan delicado como la maternidad deseada por una mujer, despierta mayor rabia e impotencia en este hombre. Una intervención liberadora hubiera sido señalar estas causas de malestar y colocar a esa pareja en situación de asumir las dificultades de cada uno y también las potencialidades. ¿Qué eso puede llevar a una ruptura del matrimonio? Sí, pero hubiera sido más sano para todos y sobre todo, también para el niño.
                       
Dado que en nuestros días hay alianzas amorosas muy variadas y adscripciones al género que no dependen sólo de la biología, quiero también dedicar un apunte a estas cuestiones. Dado que estas jornadas se refieren a las mujeres, pregunto, ¿considerarían ustedes mujeres a sujetos biológicamente hombres que se sienten mujeres y dicen estar en un cuerpo equivocado? Hay un movimiento social importante que busca la despatologización de la transexualidad y el reconocimiento del género al que dicen pertenecer subjetivamente. Nada como este planteo más radical nos pone en evidencia que el género es una construcción social que no esta asegurado por la pertenencia a una biología determinada. ¿Es terapéutico tratarlos como mujeres? Sí. Pero no todos los terapeutas están de acuerdo en despatologizar la transexualidad, que es lo que pide este colectivo.

En temas como la orientación sexual  no acorde con la supuesta alianza entre género biológico y elección de objeto sexual, me estoy refiriendo a la homosexualidad, hay todavía muchos prejuicios que a pesar de los avances sociales en estos temas, hay rémoras teóricas y prácticas que todavía generan iatrogenia en quienes consultan. Las teorías que se refieren a estos sujetos como perversos, se equivocan  porque la perversión se caracteriza por la fijeza de la escena fantasmática que le procura el goce y por no tener en cuenta en absoluto al otro, salvo como mero instrumento para lograr sus fines. Perverso es un pedófilo, un abusador de niños, un violador que goza con la crueldad. No se puede hacer de la homosexualidad una categoría diagnóstica. Pero una mirada que no considere esto de esta manera, intentará corregir esta tendencia con resultados iatrogénicos porque no sólo no logrará lo que persigue, -el deseo es ineliminable e incorregible-, sino que generará más sufrimiento. Las famosas terapias de electrochock, herederas de la psiquiatría decimonónica, para pretender curar la homosexualidad aún se siguen aplicando en ciertas clínicas de Barcelona. Sin ir más lejos recuerden a quien llamó a declarar al Senado el gobierno del Partido Popular cuando se debatía la aprobación de la ley que autorizaba los matrimonios homosexuales: a un profesional psiquiatra que estaba convencido de que la homosexualidad era una enfermedad. Por tanto, debía ser curada. Las terapias que pretenden esto se fundan en el reflejo condicionado. Muestran imágenes que pueden provocar el deseo en quienes las ven y entonces se les aplica en esos momentos descargas eléctricas para que queden asociadas dichas imágenes al dolor y provoquen su rechazo. Pero eso no cambia la orientación del deseo. No nos confundamos creyendo que como hoy la homosexualidad es visible está superado todo esto. El bulling en los colegios afecta de manera más cruda a los jóvenes a quienes se les acosa cuando presentan rasgos o conductas consideradas femeninas, o muestran signos de fragilidad o cuando hay una sospecha de homosexualidad. Hablar de tolerancia frente a estos temas no es lo mismo que normalizar. La serie televisiva Física o química por ejemplo, por citar una de ellas, a través de la introducción algunos personajes gays, puede parecer un ejemplo de modernidad y tolerancia. Lo mismo que en otras series aparecen personajes gays o lesbianas como en Hospital central en ambientes de trabajo, que pretenden dar una visión de normalidad de esa opción sexual, son para satisfacer a un público que reclama visibilidad y tiene derecho a ello. Pero hablar de tolerancia introduce un matiz semántico que oculta que se la considera una desviación con respecto al patrón de normalidad que estaría representado por el patrón heterosexual. No es lo mismo que considerarla una opción tan legítima como la mayoritaria heterosexual. Quien sostenga hoy, como los ortodoxos de ciertas teorías, que los homosexuales no se someten a la ley del padre, que no aceptan la castración, que no reconocen la diferencia de sexos, es que no han tratado nunca a un homosexual. La alteridad es algo mucho más complejo que la mera diferencia anatómica. Y como sostiene Judith Butler, la heterosexualidad no es el original del que la homosexualidad sería una mala copia. Lo hetero también tiene su inconsistencia. Prueba de ello es la homofobia y la cantidad de deseos espúreos que sostienen el deseo hetero. Si alguien se siente amenazado es que no está demasiado seguro de la coherencia de su deseo. Pero la sociedad necesita sentirse tranquilizada a través de su reconocimiento en identidades normalizadas. Eso siempre implica un reduccionismo que no refleja la realidad compleja de las identidades, reduccionismo que intenta dar coherencia a la inconsistencia propia del deseo.



CLAUDIA TRUZZOLI
Ponencia presentada en las Jornadas de Mujeres y Salud en el Ayuntamiento de Cervera el día 6 de noviembre de 2010.