A veces
resulta sorprendente la capacidad que podemos tener de no darnos cuenta de
ciertos sentimientos que nos implican con otros, cuando éstos nos traen algún
inconveniente que no deseamos para seguir nuestra vida con tranquilidad. Cuando
observamos la conducta de nuestros amigos o amigas, muchas veces hemos sido
testigos de esta ceguera que impide ver lo que se tiene delante cuando se trata
de cuestiones amorosas. Y nos sorprende que todos nos demos cuenta menos el interesado
o interesada. En la vida amorosa estamos sujetos constantemente a engaños que
nos hacemos a nosotros mismos, a pequeñas o medianas pérdidas que siempre nos
enfrentan a una operación de separación de lo que nosotros somos y de lo que es
el otro. El amor, por el contrario, opera en dirección inversa, porque nos
sitúa en una operación de alienación al creer que el otro tiene el poder de
llenarnos un vacío imposible de llenar. Aquellas ilusiones que depositamos en la persona
que amamos no suelen estar ajenas a un ideal de lograr a través de ese
vínculo una plenitud sin fisuras. Por eso decía Ortega y Gasset que en el
enamoramiento sufrimos un estado de imbecilidad transitoria, lo cual dicho de
una manera más amable, quiere decir que cuando una persona se enamora todo su
mundo se reduce de golpe para centrarse en la persona que ama a la que ve
investida de todos los parabienes, en detrimento de los del enamorado que
siente disminuir su propio valor frente a su objeto amoroso. ¿Por qué el
enamoramiento tiene ese poder de engaño y de reducción de los intereses vitales
de una persona, que son los que le
permiten un anclaje en la realidad? Estar en pareja nos hace olvidar con más
frecuencia de la deseada que no somos uno sino dos los que entramos en relación
y cuando se produce una separación,
volvemos a recordarlo. Cierto es que si lo recordáramos siempre no podríamos
tener ilusión y sin ilusión no habría relación amorosa, porque ¿qué es lo que
hace que una persona se vuelva especial para nosotros al punto de querer
brindarle una exclusividad en muchos terrenos que no le brindamos a los amigos?
Algo importante que responde a esta pregunta es que esa persona nos devuelve
unas imágenes de nosotros mismos que son justamente aquellas con las que nos
complace ser mirados, por eso las críticas que se hacen los enamorados atenta
contra lo que se espera del encuentro amoroso.
En la vida
tenemos que aprender a balancearnos entre la verdad y la ilusión y saber
dejarnos engañar por la creencia que ponemos en juego cuando nos enamoramos,
que hace que vistamos al otro con los disfraces de lo que necesitamos ver en
él. Ilusión presente en el enamora-miento,
curiosa palabra, que incluye la mentira en su enunciado. Pero ilusión necesaria
sin la cual, no sería posible enamorarnos. Por esa razón, cuando comenzamos a
ver como es el otro en realidad, no siempre el hecho resiste la prueba de realidad. Si la resiste,
entonces puede hablarse de un amor real que puede dar lugar a una continuidad y
a un lazo más sólido. Cuando nos enamoramos nos gustaría que ese sentimiento y
esa unión que establecemos fuese duradera, que nunca cesara. Y lo que no cesa
de suceder en realidad, es que el enamoramiento tiene fecha de caducidad. Hay
quienes pueden soportar esta realidad y pueden dar paso a una forma de amor que
no sea ciega. Entonces no hace falta recurrir a la negación de lo que nos molesta tanto en nosotros como
en la persona que amamos. Las pequeñas negaciones cotidianas nos permiten
mantener fuera de nuestro pensamiento aquello que de nosotros mismos y del otro
nos molesta, como un intento de preservar el vínculo amoroso. Pero resultan muy
contraproducentes cuando lo que se intenta negar ya no es simplemente el
recuerdo de aquello que perturba nuestro vínculo, sino aspectos muy negativos
de cara al mantenimiento de la relación. Hay conductas que acercan a los demás
y hay otras que los alejan. Cuando alguien no puede reconocer que algo de sí
mismo provoca que siempre se encuentre con la misma piedra y elude la
responsabilidad de su malestar buscando culpables fuera de sí mismo, está
utilizando de manera excesiva la negación de lo que le es propio y eso le
imposibilita ampliar sus horizontes y poder sostener una relación que sea
gratificante para sí mismo y para su pareja. Cuando no hay aceptación de los
fallos inevitables que todos tenemos, la vida amorosa lleva el germen de su
rompimiento.
Soportar la
diferencia entre el ideal amoroso y la realidad, es lo que marca el grado de
fuerza de una persona y su conducta frente a las rupturas amorosas. A mayor
fuerza, mayor aceptación del dolor que implica una ruptura y mayor capacidad
para trabajar el lento desprendimiento del bagaje de recuerdos, ilusiones,
expectativas que se habían depositado en la persona amada y también, después de
un tiempo necesario para procesar el dolor de la pérdida, poder recordarla sin
resentimiento. En cambio, cuando una persona no tiene la fuerza necesaria para
afrontar todo ese proceso, le resulta más fácil, negar lo que siente y lo que
sintió, distorsionar la verdad de lo vivido por imposibilidad de soportar el
dolor o el engaño del que fue víctima confiando en su ideal irrealizable. Sin
embargo, las negaciones pueden ser necesarias en determinados momentos como una
manera de ir graduando la irrupción de una verdad no deseada por insoportable.
En ese sentido pueden ser una valiosa
ayuda transitoria, a condición de que no se convierta en un recurso defensivo
permanente. De lo contrario, cuando van más allá de su instrumentación
transitoria para convertirse en una manera de actuar permanente, las negaciones
en la vida amorosa debilitan a las personas en lugar de fortalecerlas, porque
les impiden enfrentarse a las realidades que los perturban. En ese caso, tienen
un coste que puede ser peligroso para la buena salud, no sólo mental sino
física porque el cuerpo acusa recibo de lo que el espíritu no quiere reconocer.
Dicho de otra manera, aunque no queramos enterarnos de lo que nos duele, sea
una pérdida del vínculo o sean aspectos de la relación que no nos gustan o del
carácter de quien es nuestra pareja, lo que no queremos saber, el cuerpo no
puede ser ignorarlo aunque no nos lo comunique. El sufrimiento debilita nuestro
sistema inmunitario lo que nos hace más proclives a enfermedades autoinmunes,
aunque no estamos habituados a establecer la relación entre dolor psíquico que
no se puede elaborar y la aparición de somatizaciones o enfermedades más o
menos graves, cuando no de potenciales tendencias suicidas. No puede dudarse de
que quien niega la realidad porque necesita creer en amores ideales está más
desprotegido frente a sí mismo, porque la vida siempre nos exige enfrentarnos a
situaciones que no son ideales. Es justamente ese enfrentamiento lo que forja
nuestro carácter y nos fortalece para actuar frente a las dificultades e
intentar superarlas.
En casos de
ruptura de una pareja pueden suceder dos cosas diferentes. Por una parte, el
reconocimiento del dolor que esa situación provoca, exige un esfuerzo de
reflexión y de rescate de cada uno de los afectos puestos en los recuerdos que
nos ligan a la persona que abandonamos o nos abandona, como paso necesario para
recuperarnos a nosotros mismos. Trabajo que lleva un tiempo que no puede
suprimirse ni acelerarse. Pero esta manera de encarar la separación requiere
bastante fortaleza psicológica en la persona que atraviesa este duelo, una
relativa capacidad de soportar la soledad y encontrar en ella una ocasión de
enriquecimiento personal. Pero hay otra salida en casos de ruptura que no es
tan saludable, aunque a primera vista parecería ser más práctica, que consiste
en negar la importancia del vínculo que se tenía, endurecerse, no sentir pena, arrinconar
los recuerdos para que no duelan y sobre todo, dirigirse rápidamente a un nuevo
amor que suplante el vacío dejado por la pareja que teníamos, justamente para
no encontrarnos con él. Hay personas que hacen esto y aparentemente son más
felices y admiradas por los demás que consideran esta conducta como signo de
fuerza. Pero si fuéramos más allá de lo
aparente y pudiésemos seguir el rastro de quienes actúan de ese modo, podríamos
ver que esas personas no soportan el vacío imposible de llenar en cada uno de
nosotros y se aferran al amor ideal del que esperan resuelva todas las insatisfacciones inevitables a las que la vida nos enfrenta.
Entre el “Ay! amor, sin ti mi cama es ancha, ay! amor que me desvela la verdad,
entre tu y yo la soledad y un manojillo de escarcha” (canción de Joan Manuel
Serrat), pueden haber algunos matices intermedios cuando se acaba la ilusión
sin llegar al manojillo de escarcha.
CLAUDIA
TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Psicóloga y psicoanalista.
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