La palabra familia
viene del latín famulus y significa sirviente.
Un viejo dicho europeo define la familia como “aquellos que comen de la misma
olla”. Esto nos hace pensar en la empleada doméstica conviviente con la familia
como parte de la misma, como también se consideraban parte de ella en la Antigua Roma todos
los que habitaban en el mismo espacio común. Según definiciones de diccionario,
en España, la familia se define como un
grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas bajo la autoridad de
una de ellas y otra definición inglesa, como una unidad de personas
interdependientes involucradas en transacciones íntimas que comparten recursos,
responsabilidades y compromiso a lo largo del tiempo. En esta definición no
está tenida en cuenta ni la consanguinidad ni la filiación ni el linaje
familiar, pudiendo aplicarse a cualquier grupo de amigos que comparten su
vivienda y su vida. Esta definición se corresponde con el carácter más
democrático de la familia de nuestros días donde existe una jefatura compartida
y un poder más descentralizado porque no hay un solo ingreso ni siquiera uno
mayor que otro que aportaba el padre en la familia tradicional. Una serie de
televisión que tuvo gran audiencia en su momento, Física o química, nos muestra la plasticidad de los vínculos y las
alianzas que se establecen entre los distintos personajes tanto a la hora de
establecer lazos eróticos que no solo se limitan a la heterosexualidad, como a
la hora de establecer una convivencia, donde también se saltan barreras
tradicionales en cuanto a edades de los que se emparejan. Por lo tanto, el
concepto de familia no es unívoco e inmutable y para definir que es una familia
existen diferentes criterios dependiendo de cada época histórica, lo que
muestra la naturaleza ideológica del concepto, más aún si se pretende dar una
definición atemporal, que respondiera a una esencia de la familia que pretendiera
reflejar una única verdad para definirla. Donald Winnicott, reputado
psicoanalista inglés, dio especial importancia al desarrollo de la creatividad
como una aptitud que permite el bienestar subjetivo, además de los vínculos
emocionales. Simone de Beauvoir en El
segundo sexo, más allá de cualquier referencia ilusoria a estados ideales
de felicidad, también privilegia las uniones que favorezcan que cada miembro
desarrolle sus potencialidades creativas. Ese tipo de alianzas familiares
supone que se hayan pactado ciertos acuerdos que permitan el libre despliegue
de proyectos personales dentro del marco familiar y que tales intereses se
sostengan dentro de un equilibrio que no signifique ni la sofocación de
intereses propios ni el descuido de los compromisos necesarios para mantener la
unión familiar. Si nos detenemos a pensar en esto llegamos a la conclusión de
que es muy difícil establecer ese equilibrio en la actualidad, sobre todo por
la crisis económica que paraliza y limita la realización de muchos deseos propios,
pero también por razones afectivas es difícil. Prueba de ello es que antes de
que estallara la actual crisis, ha habido muchas rupturas del vínculo familiar,
intentos de nuevas uniones posteriores al divorcio, familias recompuestas con
hijos de unos, de otros y los propios de la nueva unión matrimonial, el alto
porcentaje actual de singles de ambos
sexos que no quieren renunciar a la libertad de decidir sobre sus proyectos
vitales por las ataduras familiares, las nuevas familias monoparentales que
deciden criar a sus hijos prescindiendo de una pareja como proyecto familiar, las
homoparentales, que parecen optar por vínculos y alianzas familiares menos
estereotipadas en los roles tradicionales atribuidos a hombres y mujeres pero
que tampoco renuncian a la maternidad ni a la paternidad. Por lo tanto no
resulta nada conveniente sostener un discurso totalizador acerca de qué es una
familia con la ilusión de que el mismo ordene la experiencia al darle una
coherencia que resulta tranquilizadora pero que tiene el inconveniente de no
reflejar la realidad social de las uniones familiares, que es mucho más diversa
y compleja de lo que un pensamiento conservador quiere creer poniendo el
énfasis en la familia nuclear tradicional como la verdadera familia.
Muchos investigadores tanto sociólogos,
antropólogos, historiadores y psicoanalistas se han preguntado cuáles son los
orígenes de la familia, que es lo que impulsa a los seres humanos a acoplarse
en una alianza que supone un compromiso tanto individual como comunitario para
defenderse frente a las intrusiones de terceros. No es suficiente invocar la
sexualidad como impulsora puesto que no siempre en la historia las alianzas se
debían a este motivo, que aunque presente, no era suficiente para justificar el
matrimonio. En épocas del Antiguo Régimen los grupos de pares organizados de
acuerdo a criterios de edad y sexo eran grandes organizadores de la vida
social. Participaban en los nacimientos, las bodas y los funerales que eran
acontecimientos comunitarios. Luego de contraer matrimonio la vida social de
los hombres se desenvolvía en el bar o en pequeños clubes privados y las
mujeres convocaban reuniones para hacer trabajos manuales e intercambiar
información. Las trasgresiones al orden social eran multadas o bien sancionadas
públicamente con objeto de defender una moral compartida por los demás. Por
ejemplo, cuando un marido no controlaba el adulterio de su mujer, se impugnaba
el dominio masculino o si nacían niños
ilegítimos, se alteraba el régimen de alianzas. La violencia masculina era
penalizada durante un mes especialmente dedicado a las mujeres, pero era
castigada con menos énfasis y con mayor lentitud que la femenina. Por tanto, el
grupo corregía o expulsaba a los trasgresores a través de encerradas, por
ejemplo, a los jornaleros que se casaban con las viudas de sus amos, lo cual ya
suponía un cruzamiento de clase social.
El amor romántico surgió en Europa a fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX en las
clases medias, como resultado de una huida de los controles familiares y un
deseo de libertad, posibilitado por la posibilidad de conseguir empleos pagos
para las mujeres lo que aumentó su búsqueda de amor y de sexualidad. Este hecho apartó a la pareja de la supervisión
sexual comunitaria privilegiando el afecto, la creación de un nido sentimental para
que refugiara a la familia moderna apartándola de la interacción con el mundo
que la rodeaba. Esto significó una revolución sentimental en los afectos que no
fue ajena a un proceso de estratificación social de clases, rompiendo la
homogeneidad social anterior que privilegiaba los vínculos y el control
comunitario de las alianzas. Algunos historiadores datan este combate entre la
comunidad y la domesticidad en el período entre ambas guerras mundiales. La
frase Hogar, dulce hogar comenzó a
oírse en 1870. Desde entonces la pareja se apartó de la comunidad, se reforzó
la relación con los padres y parientes más próximos pero la cohesión familiar
se debía a la importancia dada al linaje -que hegemonizaba la relación más que
a los afectos- por lo cual surgían a
menudo disputas por cuestiones patrimoniales. Por tanto, el erotismo no era
demasiado importante en la vida de la pareja tradicional. El énfasis en el amor
maternal también es propio de esta época. Lo que se vislumbra es que el
capitalismo favoreció el repliegue de la familia sobre sí misma creando la
familia nuclear tradicional porque el crecimiento económico liberó a las madres
de la necesidad desesperada de trabajar por lo que pudieron dedicarse más al
cuidado de los niños y menos a la producción material. Esto también trajo como
inconveniente el hecho de que atribuyó sólo a las madres a la tarea de producir
sujetos, es decir, ser las responsables casi exclusivas del desarrollo
emocional de los hijos y del mantenimiento del cuidado en la familia, pero a
costa de colocarse en una posición de renuncia a deseos propios ajenos al
cuidado de otros. Esa era la familia de la Modernidad.
Pero en el siglo XX hubo otra revolución
sentimental que creó otro tipo de familia postmoderna que dio mayor importancia
a la erotización de la vida cotidiana y al derecho femenino a tener una
sexualidad satisfactoria tanto para hombres como para mujeres, por lo que
podríamos caracterizarla en tres aspectos cambiantes con respecto a la familia
de la Modernidad :
el corte de los lazos entre jóvenes y mayores, la inestabilidad de la pareja y la ruptura de la
idea del hogar como nido o refugio para
toda la vida. Entonces para ser precisos no es la familia la que se está destruyendo
porque a pesar del alto índice de divorcios, las parejas vuelven a casarse,
incluso muchas parejas homosexuales optan por el derecho al matrimonio y a la
parentalidad. Si nos atenemos a una definición de familia como
la que daba Malinowsky como grupo social
organizado en función de la reproducción biológica y social (…)y de las
prácticas sustantivas de división sexual del trabajo podemos preguntarnos
qué queda de esa definición en los hogares monoparentales dirigidos mayoritariamente
por mujeres o de aquellos hogares homoparentales en los que los roles de división del trabajo son flexibles e
intercambiables y crean un estilo de parentalidad no exclusivamente sujeto a la
consanguinidad. Estos últimos tipos de unidades familiares no renuncian a tener
hijos. En los casos de familias monoparentales que han sido producto de una elección personal las mujeres pueden
realizar el deseo de tener hijos propios pero no quieren un marido. En el caso
de las familias homoparentales el deseo de maternidad y paternidad se puede
satisfacer a través de distintas vías. En el caso de las mujeres pueden optar por la reproducción asistida
cuando no aceptan una relación heterosexual, lo que les permite la posibilidad
de tener un hijo biológico, o bien optar por la adopción. En el caso de los hombres, si éstos no
quieren concebir a través del contacto heterosexual, pueden también optar por
la adopción o por recurrir a pactos concertados con una amiga o a una madre de
alquiler, que aunque no sea legal, existe la posibilidad de hacerlo.
En nuestro medio lo que constatamos es una
disminución de la fecundidad de la población autóctona aunque la natalidad ha
aumentado gracias a la inmigración. Sin embargo, debido a una mayor
participación femenina en el trabajo extrafamiliar, un mayor nivel educativo,
unas mayores ambiciones de realización profesional, todo eso lleva no sólo a la postergación del
matrimonio sino también a la decisión de las parejas de postergar la
descendencia por los inconvenientes laborales que tal decisión acarrea. Hay
empresarios que no contratan a mujeres que piensan tener hijos y tampoco las
políticas de conciliación de vida laboral y familiar son efectivas como para
alentar que una pareja tenga hijos, porque eso hasta el momento perjudica más a
las mujeres, que son quienes tienen que renunciar o postergar otros proyectos
cuando deciden ser madres, situación inducida y fomentada por la adaptación a
los roles atávicos que las socializan para que su identidad femenina se desarrolle
alrededor de la maternidad, negando otro tipo de maneras de ser mujer que no
pase exclusivamente por tener hijos. En el caso de los varones, a quienes se
les educa desde pequeños en el rol de proveedores económicos de la familia, no
les afecta de la misma manera tener hijos o no. La postergación de la decisión
de tenerlos la justifican con criterios
más económicos –falta de recursos suficientes-. Si bien podemos alegar criterios más narcisistas, como inmadurez a
la hora de aceptar dejar de ser el niño para su mujer y permitir que un hijo
los desplace de ese lugar de exclusividad que tenían en el afecto de ella.
¿Cómo afectan a la constitución de nuevas
constelaciones familiares otros factores de organización social en nuestras
sociedades del primer mundo? Los adolescentes tienen aparentemente más libertad
que nunca pero paradojalmente ven bastante cerrado su horizonte laboral por el
paro creciente. La adicción a las drogas, la violencia juvenil si bien exceden
la responsabilidad de la familia como causa, dan lugar a intervenciones legales
que afectan a la familia porque reducen la potestad de los padres. Nuestra
población está envejecida y con carencia de recursos para sostenerse en una
etapa no productiva. Carencia unida a una ideología que tiende a negar lo
desagradable de la vejez, la muerte, desvalorizando a los ancianos, quienes a
veces tienden a evitar el contacto con sus coetáneos porque ven en ellos el
espejo del envejecimiento que se avecina y les duele aceptar. Ideología que también y consecuentemente
promociona un universo habitado por una juventud endiosada a la que se le
propone como modelo de amor la pasión como bálsamo ilusorio ofrecido a las
frustraciones. Modelo que atenta contra todo tipo de compromiso.
Paradójicamente lo que suele llamarse la “familia
tipo” es bastante atípica en la actualidad. En Estados Unidos sólo el 7% de las
familias norteamericanas está compuesta por ambos padres y sus hijos con el
padre proveedor y la madre que cuida del hogar. En nuestro país también ha
aumentado significativamente la cantidad de personas que viven solas por
elección personal. Pero la necesidad de contar con un lugar donde poder
relajarse, descansar de la enorme competitividad y agresividad que se necesita
para luchar por la vida, hace que la nostalgia de tener una familia se agudice
aunque el progreso de democratización de las relaciones entre hombres y mujeres
y el estilo de vida más ambicioso hace imposible la familia tradicional sin la
renuncia sacrificial de las mujeres, por una parte, ya que no están dispuestas a
retroceder en las conquistas sociales que les garantizan la autonomía económica
y profesional. Y por otra parte, tampoco los hombres se plantean un recorte a
sus ambiciones. Para resolver qué hacer con los hijos, se necesitaría una
política de conciliación laboral y familiar que no implicara un renunciamiento
sacrificial a ninguno de los miembros de estas familias para no cargar con un
peso excesivo a las abuelas o una carga económica extra para pagar el cuidado
de los niños, que no todos se pueden permitir.
¿Cómo
resolver entonces estos problemas sin un recurso a la utopía dados los tiempos
de crisis económicas que estamos viviendo? Por ejemplo, un compromiso político
que ayude a las familias con hijos creando guarderías infantiles financiadas
por el estado, ayudando económicamente a aquellas familias con hijos numerosos,
creando horarios laborales flexibles que permitieran la coordinación con los
horarios escolares para poder recoger a los niños cuando salen del colegio sin
tener que agobiar a las abuelas. Todo esto suena a utopía dado lo difícil de su
realización. Y esto tiene consecuencias en la familia postmoderna. O se
renuncia a ciertos deseos de realización personal para sostener una familia -no
sin coste sintomático para las mujeres, que son quienes renunciarían- o si se
privilegian deseos propios de realización la pareja se resiente y busca la
ruptura del vínculo. La frecuencia de los divorcios en la actualidad testimonia
este hecho junto con el irrenunciable deseo de felicidad y refugio en la
intimidad que el matrimonio promete antes de que aparezcan los hijos con sus
demandas que limitan el deseo de los padres. Laing y Cooper, dos psiquiatras
ingleses, pronosticaron en sus libros primero El cuestionamiento de la familia y luego La muerte de la familia. Se estaban refiriendo a la familia
tradicional, dado que estos autores eran de la década de los años sesenta, pero estos cuestionamientos se pueden aplicar a todo tipo de familias en la actualidad. No es que sea imposible sostenerse en un proyecto matrimonial, alguna necesidad muy poderosa impulsa a que se siga intentando a pesar de todos los inconvenientes, aunque es verdad que los matrimonios que tienen una posibilidad de mayor duración -aunque esto no signifique ninguna garantía- son aquellos que
comparten un proyecto laboral común porque una pareja no sólo se sostiene con
el amor sino también con la inclusión sus vidas de otros intereses vitales que
los anclan en la realidad como es el trabajo creativo y satisfactorio.
CLAUDIA
TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Ampliación del artículo publicado
en la Revista Mente
Sana nº 67 con el título Vivir en familia, ¿es posible en la actualidad? Título cambiado por la Revista.
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