sábado, 11 de mayo de 2013

DIFERENTES MANERAS DE PENSAR LA SEXUALIDAD





Frente a la sexualidad se pueden destacar dos maneras totalmente diferentes de considerarla que responden a distintas concepciones acerca de su constitución: el esencialismo y el constructivismo. El esencialismo supone que la sexualidad pertenece a un orden natural, biológico, a-histórico y universal, que garantiza que la diferencia sexual funcione como una  premisa de una diferencia de deseos que acercarían a los dos sexos opuestos que satisfarían así sus impulsos heterosexuales considerados naturales y toda desviación de este marco heterosexual será considerado por el esencialismo como una patología, una enfermedad o una perversión. El esencialismo admite cierta trasgresión del fin sexual del coito en concepto de placeres preliminares, pero esos mismos placeres preliminares si se efectúan fuera del marco heterosexual son considerados como perversiones inaceptables, lo cual ya supone que la elección sexual considerada normal debe ser heterosexual. El deseo después de Freud no puede reducirse a la biología sin intervención de las otras instancias del aparato psíquico que lo condicionan, lo cual desvirtúa cualquier interpretación simplista de que los problemas sexuales se resolverían levantando la represión a través de ejercitarse en el sexo. Para Freud, el sometimiento a la ley del Padre primitivo asesinado –tal como escribió en Totem y Tabú-  es una garantía de vida civilizada porque él creía firmemente que la sexualidad debía pagar un precio de renuncia e insatisfacción para acceder a la cultura, dado que satisfacción de todos los impulsos eróticos y civilización eran dos términos incompatibles. El deseo no puede nunca ser producto de la voluntad ni de una planificación conciente. Por esa razón puede reivindicar su insistencia, su carácter anárquico y nada domesticable y desafiar cualquier intento unificador de la identidad si por tal entendemos el sesgo distorsionador que desde los mecanismos de control social imponen una uniformidad que se condensa en la categoría de la normalidad. Que esta característica del deseo sea universal no quiere decir que no tenga una historia particular.

La dificultad de la tradición freudiana ha sido identificar esa historia sin caer en el universalismo de Jung para quien la cultura es un resultado de las formas arquetípicas y sin caer tampoco en el relativismo sociológico de los postfreudianos como Erich Fromm o Karen Horney para quienes la teoría del Edipo, la represión y la libido son productos culturales. Existen necesidades estructurales de la cultura humana que deben repetirse en cada cultura para su propia supervivencia, por ejemplo, la ley de la exogamia y la prohibición del incesto. El complejo de Edipo en Freud se supone constitutivo de las identidades sexuales, pero la teoría del padre primitivo ya supone identidades diferenciadas desde el origen de la historia, con un Padre situado en posición simbólica. Con el mito de Totem y Tabú Freud explica la reproducción de esa posición simbólica en todas las generaciones, pero no logra explicar porque surgió así en el origen y es difícil no ver esos tabú como productos para Freud de necesidades psíquicas básicas. El mito fundador se apoya en una estructura psíquica heterosexual y el deseo no es libre sino fuertemente contenido desde el principio.

El surgimiento de políticas autoritarias fascistas en los años veinte y las condiciones sociales de depresión económica de los años treinta permite entender el marco de donde surge el desvío de Wilhelm Reich desde el freudismo ortodoxo hacia una nueva psicología que explicara la miseria sexual. Para él las personas enfermaban porque no lograban una manera satisfactoria de descargarse de sus impulsos sexuales por lo cual su teoría del orgasmo fue central en su trabajo. Pero este orgasmo debía ser heterosexual, acompañado de una fantasía apropiada, de duración correcta y conducir a una liberación total de la libido contenida, que para Reich era una fuerza biológica, que denominó energía orgónica cósmica, que se podía medir y ver, de naturaleza genital, heterosexual y natural. Por esto para Reich la resolución del complejo de Edipo debía desembocar en una heterosexualidad natural y sana siendo los impulsos pregenitales los que impedían este desarrollo natural. Por eso para Reich la terapia consistía en recuperar la potencia orgástica heterosexual y complementaria entre hombre y mujer. Es algo que contradice la idea freudiana para quien la organización genital supone una restricción de las pulsiones que genera la neurosis, siendo además el Edipo un drama de separación y de renuncia al objeto de deseo. Por eso para Freud el objeto del psicoanálisis no debía ser recomendar al paciente llevar una vida sexual plena porque la sexualidad era sólo uno de los términos del conflicto mental y enfatizar lo sexual podría conducir como mucho a la aparición de otros síntomas pero no curaría la neurosis. Incluso el énfasis que Masters y Johnson han puesto sobre la armonía orgásmica –que no deja de ser un ideal propuesto más que una realización en la realidad- puede verse como una consecuencia tal vez inconsciente de las teorías de Reich.

Herbert Marcuse criticó el simplismo de Reich por no considerar la complejidad de la pulsión sexual y su fusión con los impulsos destructivos y considerar la libertad sexual como un fin en sí mismo ignorando el dolor y la alienación que  subyacen  a  la  civilización.  Marcuse  retomó  de Freud el biologismo latente, el conflicto entre Eros y Tanatos, la horda primitiva y la necesidad de represión sexual, pero a diferencia de Freud, para Marcuse la represión en la sociedad moderna es una represión añadida a la básica que responde a la dominación derivada de la explotación de clase. El principio de rendimiento propio de las sociedades capitalistas adoptó la forma de una represión de los impulsos sexuales parciales que trajo como resultado una reducción de la potencialidad del hombre para el placer que servía a los fines del trabajo explotador. Marcuse considera que uno de los factores que conducen a la pulsión de muerte es la represión de la sexualidad, solo si Eros es más libre puede minimizarse el efecto tanático. Uno de sus argumentos más provocadores es que las perversiones expresaban una rebeldía hacia la hegemonía de la sexualidad procreadora y genital, un rechazo de la normalidad impuesta por el principio de rendimiento. Marcuse, a diferencia de Freud, supone que la civilización surge del placer, mientras que Freud afirma lo contrario, la necesidad de represión de la pregenitalidad y la necesidad de adaptación a las normas heterosexuales y genitales. Para Marcuse fenómenos como el narcisismo y la homosexualidad, tabúes en las sociedades burguesas (las perversiones de Freud) contienen un potencial revolucionario. Tanto Reich como Marcuse están de acuerdo en la existencia de una estructura pulsiónal común a todas las culturas, aunque difieran en lo que respecta a los impulsos sexuales considerados saludables y en los fines terapéuticos consiguientes. Son esencialitas entonces porque ignoran lo social en la constitución misma de la sexualidad.

Tanto para Reich como para Marcuse la biología no es sólo la base indispensable del desarrollo psicosexual sino que es idéntica a éste. Esto ha dado lugar a una postura moral tan normativa y restrictiva en sus implicaciones como las formas burguesas a las que pretenden desafiar. El ejemplo más claro es la normalidad genital que preconiza Reich. Además ninguno de los dos se muestra preocupado por la configuración de la sexualidad femenina. Suponen que la masculinidad y la feminidad son formas activas y pasivas del mismo impulso sexual. Esto me recuerda una frase irónica de la sexóloga Leonore Tiefer que dice que  cabe resumir fácilmente  la construcción del género en la nomenclatura psiquiátrica oficial de la sexualidad: hombres y mujeres son iguales porque todos son hombres. Algo parecido podría decirse de los esfuerzos de Masters y Johnson en su estudio La respuesta Sexual Humana, porque al centrarse en el estudio del ciclo  fisiológico de la  sexualidad centrado en la genitalidad  dejaron fuera de la investigación todo el proceso que conduce a un resultado orgásmico satisfactorio, excluyendo problemas como la obsesión exclusiva para alcanzar el orgasmo, lo que ya genera bastante ansiedad, problemas tales como la falta de ternura, la incapacidad de besar, la atracción por otra pareja, factores todos que inciden emocionalmente especialmente en las mujeres, tal como señaló Shere Hite. Los sexólogos deberían saber que buena parte de la terapia sexual es de naturaleza no sexual.                        

El esencialismo no admite las diversidades sexuales como opciones válidas o normales. Y hunde cómo filosofía sus raíces en el pensamiento médico y en la biología. No es que la biología no tenga importancia en el sostén y posibilidad de funcionamiento orgánico de la sexualidad, desmentir eso sería negar el valor del cuerpo donde la sexualidad se manifiesta, pero reducir la sexualidad al funcionamiento biológico implica negar la inserción de los hombres y las mujeres en la cultura y el poder del lenguaje como trasmisor de los deseos provenientes de otros significativos para el ser humano determinando sus propios valores y deseos en la construcción de su sexualidad.

El constructivismo es otra línea de pensamiento de la sexualidad, que presupone que nada es natural en ella, sino que es un resultado de múltiples determinaciones, que está sometida a cuestiones históricas, culturales, que a su vez, determinan el valor de las conductas y opciones sexuales. En su apoyo cita que los términos homosexual y heterosexual son construcciones históricas que intentan definir una identidad para controlar mejor socialmente a los disidentes del sexo “natural”. De acuerdo con estaos presupuestos, el constructivismo le otorga el mismo valor a las sexualidades diversas que a la heterosexualidad. Incluso Adrienne Rich, una poeta americana, habla de la heterosexualidad obligatoria, como compulsión que está determinada socialmente, pero ese enfoque no permite entender que la heterosexualidad pueda ser una preferencia erótica sincera para otras mujeres, con lo cual su análisis de la heterosexualidad obligatoria si bien es válido en cuanto a los aspectos coercitivos que señala de la misma, llega sin embargo tan lejos como afirmar que la heterosexualidad nunca fue una preferencia para las mujeres con lo cual su crítica pierde fuerza porque casi es una proclama de una homosexualidad obligatoria.  Otros autores como Michel Foucault señalaron los mecanismos de control social en la producción de las sexualidades en su Historia de la sexualidad. Por ejemplo,  él  señala  que el término homosexual recién hizo su aparición en un momento determinado de la historia y consecuentemente su contrario heterosexual, coincidiendo con un momento de tránsito desde el discurso religioso que calificaba ciertos actos sexuales como pecados a un discurso médico que los calificaba de enfermedades. Un autor como Pierre Bordieu en La dominación masculina señaló cómo los aparatos del Estado se encargan de reproducir los mensajes que perpetúan la dominación haciéndolos aparecer como naturales. Teresa de Laurentis en su libro Diferencias señaló el carácter social de las tecnologías del género. El psicoanálisis freudiano se sitúa en los márgenes del esencialismo y el constructivismo, porque si bien se apoya en que la anatomía es el destino, no deduce necesariamente que tener un determinado sexo sea índice de una aceptación del mismo ni de su aceptación a identificarse con el mismo género. Algunos han llegado a decir que Freud fue el primer filósofo queer por su ruptura con un determinismo desde el origen de la identidad sexual, pero esto es exagerado. La filosofía queer al despreciar el valor del inconsciente no admite restricciones en la libertad sexual -como las nacidas de la fijación y del fantasma- y afirma que la sexualidad es preformativa creando la ilusión de que alguien puede llegar a ser lo que quiera ser. Desprecian todo concepto de identidad fija. 
            
Un discurso no ingenuo acerca de la sexualidad debe partir de la premisa de que ésta no es un acto natural. Una afirmación de esta naturaleza desata indudablemente una polémica sobre todo desde los sectores más conservadores -que suelen adherirse a concepciones naturalistas de la sexualidad- y sobre todo, que justifican la sexualidad como un instrumento válido sólo a determinados fines, que según las épocas históricas, se pueden nombrar desde el exclusivo interés por la procreación, fin que justificaba el medio, hasta épocas más modernas pero no menos conservadoras, donde se le da cierto lugar al placer pero con muchísimas reservas. Esto es especialmente evidente en los discursos religiosos y políticos de la derecha en los cuales el sexo es un elemento peligroso, de perdición del sujeto, no sólo en un sentido pecaminoso sino en un sentido de perder el sujeto la posibilidad de control de los impulsos sexuales por la apertura al placer. Esa apertura se considera como un peligro que atenta contra todo un orden social, idea que lleva a preconizar el valor de la represión o la sublimación -en otras palabras, de la insatisfacción sexual- como la garantía de la inserción en la cultura y la defensa de los valores tradicionales familiares. Valores  que  hacen  recaer   en   la   familia –tradicional y nuclear-  la  única  posibilidad  de satisfacer necesidades humanas de cariño, apoyo, solidaridad, trascendencia  a  través  de  hijos  comunes  propios. También se le asigna a la familia tradicional el poder de la contención  de los impulsos irrefrenables que se le adjudica a la sexualidad masculina, por tener ocasión de canalizarlos en la vida conyugal, lo cual espera el rol complementario de la mujer en el apaciguamiento de los mismos. Lo  que  presupone  que ella se preste al rol de procurar el reposo del guerrero sin importar demasiado si ella desea o no tener sexo o bien si lo desea, sin importar demasiado si logra satisfacerse con su práctica real. Lo destacable a señalar en esta idea de la familia es su carácter ideológico desde el momento en que se hace una idealización de “la” familia, como si sólo fuera posible una sola forma de familia, la nuclear, contradiciendo la experiencia real de otros tipos de familia que pueden procurar la satisfacción de necesidades humanas importantes como las señaladas anteriormente para la familia tradicional. Jeffrey Weeks en El malestar de la sexualidad, dice la familia tal como es evocada por la retórica de la pureza social casi no existe y quizá nunca existió. El falso pluralismo del que hace gala un aviso del Reader’s Digest anunciando una nueva publicación, Families, capta la realidad actual más acertadamente. La familia de hoy está compuesta por:
-papá, mamá y dos hijos
-una pareja con tres hijos, uno de él, otro de ella y otro de los dos.
-una secretaria de 26 años con su hijo adoptivo.
-una pareja que comparte todo salvo un certificado de matrimonio.
-una mujer divorciada y su hijastra.
-una pareja de jubilados que cría a su nieto.
Sin embargo, la diversidad misma de estas formas, (que son desde luego tanto más diversas si incluimos formas alternativas que en esta lista brillan por su ausencia) se convierte en fuente de ansiedades. Contra este liberalismo aparentemente amoral, una familia hipotética o mítica funciona como una poderosa metáfora de orden y armonía.

Sin embargo, frente a esta metáfora idealizante también hay que destacar que es en el interior de la familia nuclear tradicional donde se producen  los incestos, la violencia doméstica, las violaciones conyugales, los abusos sexuales con menores, cosas que no se mencionan pero suceden. Las conductas censuradas por la idealización de la familia tienen un soporte ideológico en la idealización de la heterosexualidad como una fuente de limpieza sexual, con un intento de dejar en los márgenes conductas que se desvíen de esta norma, por eso se las llama desviadas, que se proyectan en grupos  a los  cuales se estigmatiza sin fundamento real.  Sólo se admiten si se considera que están dirigidas a excitar el deseo erótico heterosexual, como por ejemplo, la representación de sexo lésbico en la pornografía, que considera que las dos mujeres no son lesbianas sino que se prestan a actos lesbianos para excitar al compañero heterosexual. Se cometen de este manera  muchos  horrores  conceptuales  nacidos de  los  prejuicios  de  los expertos como por ejemplo, la identificación de la homosexualidad con pedofilia, abusos de menores, violaciones, o incluso con prácticas que trascienden las barreras de especies, como la zoofilia, o prácticas como el sadomasoquismo, que no son ni representativas de las preferencias sexuales de un grupo determinado, ni siquiera reductibles a ese grupo. Hay muchos hombres heterosexuales, ejecutivos de alto nivel que se muestran sumamente activos en su función laboral, que concurren a lugares donde se practica el sadomasoquismo, para hacerse fustigar por una ama o para disfrutar de los placeres de la pasividad. O al revés, hombres que son humillados en su vida cotidiana por su pareja femenina o no, que recurren a los clubes de sadomasoquismo para adoptar un rol dominante que reequilibre las cuestiones de poder. Además la heterosexualidad nunca ha sido garantía de invulnerabilidad a otros deseos que la contradicen, como lo prueba el amplio espectro de fantasías eróticas y el consumo por parte de muchas parejas heterosexuales de material  pornográfico para excitar el deseo sexual. Si una pareja necesita excitarse viendo material pornográfico es signo de que el deseo tiene formas muy polifacéticas que no siempre quedan contenidas y subyugadas en la genitalidad exclusiva.

La pornografía ha sido objeto de furiosa polémica dentro del movimiento feminista por considerar que reforzaba la objetualización de la mujer reduciendo su identidad a un cuerpo exhibido para consumo de deseos masculinos, que contribuía a difundir una imagen de sometimiento y de violencia sexual,  pero como toda generalización corre el riesgo de dejar fuera de su contexto otra realidad, la que el uso de material pornográfico no se limita sólo a los hombres, sino también hay mujeres que la utilizan y parejas que lo hacen. En una ocasión una feminista de la que no recuerdo el nombre, contestó a una mujer que le decía que se excitaba con la pornografía que ella no tenía derecho a tener tales fantasías. Es de notar la paradoja de cómo pueden coincidir el más rancio puritanismo sexual con un feminismo radical que pretende una pureza sexual basada en la diferencia de  subjetividades  sexuales. Además hay que tener en cuenta la utilización por parte del sistema de cualquier ocasión de hacer negocio a costa de su moralina. La pornografía constituía en Estados Unidos una industria de cinco mil millones de dólares, distribuida en veinte mil librerías para adultos y unas 800 salas de cine X permanentemente abiertas  ofreciendo  distinciones  para  las  distintas preferencias sexuales, pornografía hetero, gay, sádica, lésbica, porno con niños por lo que es difícil generalizar sobre sus mercados o su impacto.

 Algunas feministas como Pat Califia y Lisa Orlando, quienes no ocultan su gusto por el sadomasoquismo, han defendido cierto aspecto de la pornografía como un desafío a la predisposición puritana de nuestra cultura, como una serie de modelos antitéticos a los que ofrecen la Iglesia Católica, las novelas románticas y mi madre.  Con respecto al sadomasoquismo hay que decir que tiene más relación con el placer de una representación ritualizada del poder asimétrico en una pareja donde se reparten roles de dominador/dominado, que con un placer en la búsqueda del dolor masoquista y el sadismo de procurarlo, que supone un contrato con previo consentimiento de ambas partes de hasta donde se quiere llegar con la representación y sus límites que son respetados por ambas partes. La reducción del sadomasoquismo a la búsqueda del dolor es una confusión entre un trastorno grave de la pulsión y una representación lúdica de relaciones de poder que poco tienen que ver con lo anterior. Un ejemplo de ello lo tenemos en la película La pianista donde se ve claramente que la petición que le hace al joven de quien se siente atraída de que represente un ritual sadomasoquista tal como ella se lo deja por escrito, es tomada por él como una petición real de sadismo y la golpea, frente a lo cual ella reacciona con espanto e intenta huir de él. El abismo que se crea entre fantasía y realidad no siempre es entendido sobre todo por los varones que tienden a  ignorarlo porque su acceso  a  la realización de  las fantasías eróticas está más facilitado que en las mujeres en quienes la distancia entre fantasía y realidad  puede ser abismal. También lo que denuncian las encuestas sobre el perfil medio del asiduo a la prostitución es un hombre casado de alrededor de treinta años y heterosexual y lo que denuncian las prostitutas es que de no haberse dedicado a este oficio no se hubieran ni siquiera imaginado las peticiones que pueden llegar a hacerles sus clientes.    

Hasta aquí ya se puede visualizar como la sexualidad no es solamente un acto natural desde el momento en que están recayendo sobre ella discursos religiosos que asignan un valor dado a la misma y una instrumentación política que dicta leyes que intentan regular las prácticas sexuales que se consideran buenas y se diferencian de las que se consideran perniciosas o peligrosas. En general, todas las sexualidades que difieren del patrón heterosexual normativo, se consideran peligrosas de algún modo por estos estamentos religiosos y políticos de derecha. Basta escuchar los discursos papales con respecto a la sexualidad, a la familia tradicional y a su condena de las nuevas formas familiares, su condena de la homosexualidad, su oposición a la adopción de niños por estas parejas sostenida por la creencia de  la necesidad de contar con un padre y una madre para que un niño no desarrolle grandes trastornos psíquicos. Tal idea alude a presencias ideales del padre  y de la madre, sin cuestionar si éstos pueden o no sostener bien sus funciones parentales. Un hogar con un padre abusador sexual o violento o una madre drogadicta por poner ejemplos que no pueden sostener sus funciones paternas o maternas, evidentemente no es garantía de que los hijos criados por estas figuras no vayan a tener trastornos psicológicos.

El remedio que desde los discursos religiosos se propone para hacer volver al redil de la normalidad las sexualidades desviadas –como si eso fuera posible- es la castidad, ideal imposible, como lo atestiguan las distintas denuncias de sacerdotes que abusan de sus alumnos menores. Contra las uniones homosexuales, se alega el argumento de que son antinaturales, lo que denuncia la creencia en la naturalidad de las otras uniones. Se dice que la homosexualidad se vive como una pérdida de posibilidades porque no pueden tener hijos propios, lo que priva de la posibilidad de satisfacer la necesidad de trascendencia. Pero con la aparición de las nuevas técnicas de reproducción asistida, no sólo es posible tener hijos propios sino, en el caso de parejas lesbianas, tenerlos con la pareja lesbiana a través de la fusión de óvulos, una técnica que sigue los mismos procedimientos técnicos de la clonación. En cambio, el homosexual masculino, sigue teniendo la limitación en el no poder tener hijos naturales con su compañero masculino, pero sí puede tenerlos propios con la ayuda de alguna amiga  o con  una madre de alquiler.  Ya se cuenta con la posibilidad real de que la madre no sea una sola, puesto que puede dispersarse entre la que dona sus óvulos y la que presta su vientre para gestar. Y si agregamos la que puede hacerse cargo de la función materna al adoptar, tendríamos una tercera dispersión. Con la paternidad también podríamos asistir a la escisión entre el genitor puede donar su esperma anónimamente o no, para fecundar un óvulo ya sea por inseminación artificial directa o in vitro, y ser otro el padre social que se hará cargo de ese hijo gestado así. Alguien a estas alturas podrá preguntarse si abrimos el espectro de las posibilidades sexuales ¿vale todo? Es una buena pregunta porque las respuestas a la misma pueden variar. Yo creo que es imposible no hacer una apreciación ética por muy progresista que se intente ser con respecto a las sexualidades. Si las diversidades sexuales reclaman derechos a ser reconocidas como válidas, surge la pregunta de si todas las diversidades deben ser admitidas. Evidentemente yo creo que no, el límite sería para aquellas formas de sexualidad que implican una desproporción manifiesta de poder entre ambos participantes que harían daño a uno de los implicados, por ejemplo, la pedofilia, la pulsión del asesino en serie, el exhibicionismo frente a un menor a quien se pretende impresionar, el sadismo o el masoquismo que llevados a su extremo pueden conducir a la muerte. En fin, estos ejemplos que se me ocurren denotan la fragilidad del argumento que se alega a favor de estas prácticas: el consentimiento mutuo. Si éste se produce entre adultos con la misma capacidad de decisión y poder de hacerlo, nadie tiene derecho a inmiscuirse en una cuestión privada. Pero, la violencia doméstica tiene una larga tradición justamente porque siempre se ha considerado una cuestión privada. Cuando se elaboran leyes para cuidar a las personas de su propia sexualidad, se pueden mezclar con suma facilidad lo público y lo privado. Es más, lo público invade la esfera privada desde el momento en que no sólo elabora leyes que regulan y limitan la libertad de acción sobre el propio cuerpo, -un ejemplo de ello es la ley del aborto- sino que también afectan al individuo cuando no responde a lo normativo por las opiniones estigmatizantes y descalificadoras que se vierten sobre él. En Estados Unidos, la moralina sexual llegó en ciertos estados a penalizar la felación, aunque fuera un  asunto de alcoba privada, hasta el punto que si dos hombres eran sorprendidos en un acto así dentro de su propio dormitorio podían ir a la cárcel. Sin embargo, es una práctica muy  frecuente  también   en   las  relaciones   heterosexuales.  Que Clinton sea recordado más  por una felación famosa que por los logros de su presidencia, denota la hipocresía de la sociedad puritana que se presenta a sí misma como totalmente ajena a esas cuestiones. Por ahora interrumpiremos aquí y continuaremos en la segunda parte con aspectos específicos de cómo viven la sexualidad los hombres y las mujeres en nuestra cultura blanca y occidental y no sin hacer antes una referencia al análisis lacaniano que tuvo la virtud de abrir nuevos horizontes en su visión de la sexualidad, especialmente la femenina, y sobre todo por desmitificar su orden natural y la idea de una complementariedad sexual. De ahí su famosa afirmación lapidaria de que no hay relación sexual, o sea, no hay nada en el deseo de un hombre y de una mujer que asegure un encuentro complementario. Más bien él señaló la imposibilidad de tal encuentro.         

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista

Parte de un curso de sexualidad de 4 horas impartido en el Institut Catalá de les Dones de Tarragona el 16 de enero de 2007.


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