miércoles, 1 de mayo de 2013

CINE: LA OLA. Comentario



En esta película que se desarrolla en la Alemania de hoy, un profesor  de instituto, que en su juventud era okupa y que conserva de esa época una pasión por el rock, música que  escucha a todo volumen en su coche mientras corre a alta velocidad dirigiéndose a clase, le asignan por una semana una asignatura que debe dar sobre autocracia mientras a otro profesor muy mayor de tinte conservador le asignan otra sobre anarquía, por lo que ambos se ven forzados a tener que hacerse cargo de una materia que sostiene conceptos ideológicos contrarios a sus ideas.  Los jóvenes de la clase de autocracia comienzan a definir características de un gobierno autocrático y poco a poco, el profesor comienza a interpretar un papel autoritario asumiendo  algunos de esos rasgos en el trato con los alumnos, quienes empiezan a sentir un espíritu de grupo, que les da una sensación de unión y fuerza que contrasta con el vacío que sienten que queda tan bien expresado en una frase que dice uno de ellos en medio de una fiesta con alcohol y drogas: “no tenemos contra qué rebelarnos”. Interesante observación que condensa la caída de ideales, el abandono de unos padres hedonistas que no se preocupan por sus hijos adolescentes, confundiendo permisividad con falta de límites y sin notar que esta generación de jóvenes no tiene un presente que los tenga en cuenta de manera digna. En medio de ese vacío, frustración y desesperanza en el futuro que intentan burlar con excesos de botellón y demás, crece ese sentimiento de pertenencia al grupo y se les van ocurriendo detalles que los cohesionen aún más, por ejemplo, un nombre que los reconozca, -La Ola-, un logo que empiezan a pintar por toda la ciudad, un uniforme, una manera de saludar, una camisa blanca, ésta última sugerida por el


como si la camisa blanca opuesta a la camisa negra fascista, fuera casi un lapsus por donde se le escapara la anarquía, detalle que muestra cómo los extremos se tocan. Los padres llaman al colegio y agradecen al profesor por el cambio que han visto en sus hijos, quienes han encontrado sentido y límites claros en sus vidas, al refugiarse en una figura de autoridad que los hace sentir  amparados por la grandeza que idealizan.


Poco a poco todos los protagonistas se ven desbordados por este movimiento que les da una sensación de poder: del lado de los alumnos porque encuentran en la figura del líder autocrático el yo ideal que anula el sentimiento de vacío y sobrepasa los límites que afectan a cualquier ser humano, del lado del profesor porque está fascinado con el poder que le hace sentir la idealización que recibe de sus alumnos. Quien les alerta del cambio que están experimentando es una alumna a la que no le gusta lo que ve y le preocupan las transformaciones percibidas en sus compañeros convertidos en déspotas que excluyen a quienes no se integran en el movimiento.


 La mayor víctima del mismo es un alumno inseguro, débil, que es capaz de arriesgarse a pasear por toda la ciudad con una bolsa de drogas para regalarla a sus compañeros sólo con el fin de hacerse aceptar por ellos, quien ve en este profesor no sólo al padre que quisiera tener, sino la familia alternativa que quisiera tener cuando lo visita en su casa particular. Este mismo joven pone el acento en la disciplina como el carácter más elogiado de la autocracia, rasgo que muestra su deseo de sumisión. El profesor empieza a ver con preocupación este movimiento del que él es responsable cuando en un  partido de voleibol, un alumno intenta ahogar a un disidente, lo que le obliga a intervenir para evitarlo. 


Este hecho lo despierta de la fascinación que disfrutaba con la admiración de sus alumnos y el poder que tenía sobre ellos, satisfacción narcisista de la que despierta cuando percibe el peligro que ha desatado al manipular el vacío de los jóvenes, insuflando valores totalitarios. Entonces cambia radicalmente de actitud  y pone en juego una última estrategia revulsiva. Llevan a clase al alumno de la pelea entre varios y el profesor les pregunta si quieren tirarlo por la ventana. Los alumnos dicen que sí, entonces, les interrogan porqué lo harían, si acaso es sólo porque él lo dice.  Esa pregunta sorprende y desconcierta a los alumnos porque rompe la ilusión de unidad al enfrentarlos con su autocrítica personal e individual, hecho que no es soportado por ese alumno tan inseguro, que lo había tomado como un padre elegido,  el que al sentirse defraudado por su líder, soporte de su yo ideal, intenta matarlo y al no poder hacerlo, se dispara a sí mismo un tiro en la boca. El profesor es detenido ante del estupor de los alumnos.


Dramático final que muestra el peligro de confundir una autoridad necesaria que ponga límites claros que velen por el desarrollo de una subjetividad que aumente la propia autonomía con el autoritarismo ciego que exige sumisión acrítica. Límites que por supuesto tienen que ser asumidos también por quien tiene que imponerlos. El padre terrible freudiano, despótico, que no está sujeto a ninguna ley que lo limite, sino que cree que él es la ley, aparece cuando el padre simbólico falta, el que se somete a la ley que rige para todos los otros, que sabe de sus propios límites y no intenta  gozar del poder de someter a otros a su voluntad.  Es peligrosa la seducción que ejerce un líder que le hace creer a sus seguidores acríticos que participan de la expansión del yo ideal omnipotente al identificarse con su grandeza. Una película que alerta del peligro de la repetición de un fenómeno que ha producido horror en la historia de Alemania pero que no es ajeno a cualquier otro país por los resortes subjetivos compensatorios que ofrece frente a la falta, ya no sólo subjetiva, sino a la falta de oportunidades reales que den soporte y dignidad al presente precario que viven los jóvenes actuales. Fenómenos como los ocurridos en la banlieu parisina o los más recientes en Grecia, deberían alertar a los políticos de la importancia de este tema, puesto que a la precariedad de la economía, a la falta de esperanzas en un futuro, se une la precariedad psicológica que está hambrienta de estímulos y de líderes con los que poder identificarse y reeditar la esperanza de una vida más digna que la que hoy mismo tienen frente a sí los más desfavorecidos.   

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Presidenta de la Sección Dones del COPC en el momento de publicación de este comentario en la Revista del Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya nº 216 de febrero/marzo del 2009.        

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