sábado, 11 de mayo de 2013

LA PARCIALIDAD DE LOS OBJETOS DEL DESEO




El objeto de deseo es  parcial (voz, mirada, seno,  pene, un discurso), lo que en lenguaje lacaniano se denomina petit a, objeto que dispara el deseo. Parcial quiere decir en este contexto que tiene por sí solo el poder de disparar el deseo al margen del sujeto que lo porta.  La referencia al objeto parcial (petit a) como objeto causa del deseo, permite desvincular parcialmente ese objeto de su realidad anatómica, puesto que pene y seno, si bien son objetos parciales que remiten a una diferencia sexual, imaginariamente pueden ser trasladados a otros sujetos que no deberían tenerlos por su sexo anatómico. Es decir, que una mujer puede ser fantaseada como teniendo un pene o un hombre teniendo senos en momentos de despliegue de fantasías eróticas durante el acto sexual. Eso nos  permite comprender que la preferencia por satisfacer el placer con alguien del mismo sexo, no pasa por la negación de la alteridad ni tiene que ver con la inversión del propio género. No todos los homosexuales hombres se consideran femeninos en sus aspectos  genéricos y en su sexualidad están todos en posición masculina, -posición, no debe confundirse aquí con activo o pasivo- . Tampoco todas las lesbianas se consideran masculinas ni todas lo son en sus goces sexuales. Además cuando hablamos de alteridad no deberíamos reducirla a la diferencia sexual porque ese es un reduccionismo biologista. Para hablar con propiedad, debemos considerar la alteridad como la capacidad de ver al otro como diferente a nosotros en toda su dimensión humana. De lo contrario, reducir la alteridad a una diferencia sexual, nos haría suponer que quienes son capaces de sostenerla son únicamente los que establecen vínculos heterosexuales. Los asesinatos de mujeres por parte de sus compañeros hombres, el desprecio y la violencia que las mujeres de todas las épocas han padecido a manos del poder patriarcal que se infiltraba en la subjetividad de sus compañeros, no parecen ser un buen testimonio que pruebe su capacidad de alteridad.

Lo que define la sexualidad es  la profunda implicación emocional que nos lleva a dirigirnos a un sexo determinado para satisfacer nuestras ilusiones, -o al menos intentarlo-,  un sexo que nos lleva con más facilidad que otro a sensaciones entrañables que toman un aire de familiaridad que nos  permiten rescatar ese anhelo de infancia del que estamos hambrientos y que alimenta nuestros sueños más queridos. Es en este terreno donde se entrecruzan las identidades de género y las orientaciones sexuales, ambos terrenos donde mal que le pese al discurso conservador, no son monolíticos ni representan una única forma de sexualidad que estaría prefigurada desde el nacimiento de acuerdo a la anatomía. Un chiste: en una ocasión dos amigos pasaban frente a un paredón y sabían que ocultaba un campo nudista. Movidos por la curiosidad, uno se subió a hombros del otro para espiar y el amigo le preguntó con evidente impaciencia: ¿qué son, hombres o mujeres? Y el otro le contestó: ¿cómo quieres que lo sepa si están desnudos? Esta respuesta  tiene la estructura de un chiste,  porque un  chiste dice una parte de verdad y otra de mentira. Y la parte de verdad que dice en este caso es que lo que define la sexualidad no es el cuerpo anatómico, aunque se cuente con él para realizar actos sexuales.

¿Por qué es importante recordar esto hoy, en esta convocatoria para hablar del impacto de la  jerarquía de género en el erotismo femenino? Porque hay un enorme movimiento reaccionario de parte de los obispos, de grupos ultracatólicos e integristas, de políticos conservadores, que manipulan conceptos acerca de la sexualidad de una manera absolutamente demagógica y falsa. Cuando afirman que hay una única familia, la formada por la única pareja a la que dan legitimidad –ellos dicen antropológica- o sea, la de hombre y mujer, cuando insisten en los daños que puede ocasionar al niño/a la crianza en otro tipo de familias que no respondan a este estereotipo clásico, cuando afirman que la familia tradicional  es la única que garantiza la continuidad, la fidelidad, la armonía y tantas cosas benéficas más, están hablando de una idealidad que no se corresponde con los datos empíricos de la experiencia vivida porque en esas familias tradicionales, además de las que funcionan bien, también están las que se divorcian, las que producen las muertes por violencia doméstica con una frecuencia que va en aumento, a pesar de las leyes que intentan proteger a las mujeres,  en esas familias también se producen incestos y se abusa de menores, generalmente por familiares cercanos o amigos íntimos de la familia, en esas familias también se produce el contagio del sida por maridos inconscientes que descuidan la protección mínima porque se niegan a utilizar el preservativo, en ese tipo de familias también están los clientes de las prostitutas. De todo esto es de lo que no nos hablan y en cambio nos hablan de fidelidad. Esto es lo que los obispos callan y ocultan, y en cambio, estigmatizan a las otras sexualidades posibles y a las otras familias negándoles legitimidad y convirtiéndose en agoreros de catástrofes psicológicas para los niños/as criados en ellas. Sin embargo, no parece importarles demasiado a los 8.000 obispos denunciados hace unos años en Estados Unidos por abuso de menores y a los de otros países incluido éste, los perjuicios psicológicos del abuso que ellos mismos llevan a cabo.


 Los cambios en todas las épocas históricas siempre van acompañados de resistencia al cambio, por miedo de perder poder o por miedo a lo desconocido. Con respecto a estas nuevas familias sólo podemos observar, antes de concluir aseveraciones que sólo llevan un tinte ideológico. La experiencia de los hijos criados por parejas de madres lesbianas, según una investigación que realicé yo misma financiada por el Instituto Catalán de les Dones,  sobre 28 casos,  no encontré los estragos que vaticinan los agoreros sino por el contrario, resultados sorprendentes,  por ejemplo, desmontar un prejuicio que dice que los hijos de homosexuales serán homosexuales. En los 28 casos investigados por mí, sólo uno se declara bisexual, un chico de 18 años que ha tenido su primera experiencia gay hace poco. En otros casos publicados de experiencias vividas de hijos en la misma situación de otros casos similares, se encuentra una diversidad mayor, pero es mayoritaria la aceptación y el reconocimiento afectivo hacia sus madres. Si miráramos con la misma desconfianza con que se mira a los hijos de estas familias con respecto a su sexualidad,  infiriendo que cuando se da la homosexualidad en ellos es por su pertenencia a una familia distinta, no deberían olvidar quienes eso afirman que los homosexuales de siempre  provienen de familias que tienen padre y madre. Invocar como causa de la homosexualidad un padre ausente y una madre fría y dominante como han hecho muchos terapeutas - válgame Dios el título- es olvidar que esos mismos condicionantes causales en otras personas no producen el mismo resultado.

Cuando el Senado español invitó a distintos especialistas para dar su opinión de expertos acerca de las nuevas familias, los conservadores llamaron a  Aquilino Polaino, quien se dedica a hacer terapias aversivas para obturar la homosexualidad,  aunque él afirma curarla, mientras que otros grupos políticos trajeron a otros expertos con experiencia real de otras familias y niños que crecen ellas y se mostraron partidarios de permitir la adopción a parejas homosexuales siempre que pasaran por los mismos test de idoneidad que pasan las parejas heterosexuales. Un artículo publicado en El País el domingo 6 de enero de este año denunciaba la cantidad de niños adoptados que son devueltos. No faltará quien afirme que son los homosexuales quienes los devuelven sin tomarse el trabajo de investigar la verdad como por ejemplo ha sucedido con las falsas noticias que han difundido en las campañas contra el aborto que leídas por un lector desinformado podrían hacerle pensar que en Cataluña las mujeres se dedican a abortar a los siete meses de embarazo o las clínicas que los practican se dedican a triturar niños. Es increíble como a los llamados pro-vida sólo les interesa la vida fetal pero no parece interesarles mucho lo que suceda con el nacido, ni el contagio del sida puesto que se oponen al preservativo.
         
Si traigo a colación estas cosas es porque  el fondo de estos debates virulentos por parte de los conservadores, se apoya en una concepción naturalista de la sexualidad, hasta el punto de convertir su manera de entenderla en una cuestión ontológica. Si se afirma que lo normal es que un hombre solamente desee a una mujer y viceversa, ese criterio de normalidad sólo puede sostenerse si se apoya en un esencialismo naturalista        que hace del sexo anatómico un deber ser orientado únicamente a la heterosexualidad. Lo mencionado al principio de este escrito acerca de los objetos parciales disparadores del deseo, es suficiente como para reconocer que la presunta normalidad sexual no deja de ser una ficción social que ejerce su empuje en dirección a la heterosexualidad, considerada en bloque monolítico y exenta de otros deseos, ficción destinada a taponar un vacío ineludible en toda identidad, que nunca tiene la consistencia que tiende a atribuírsele.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista

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