El objeto de deseo es parcial (voz, mirada, seno, pene, un discurso), lo que en lenguaje
lacaniano se denomina petit a, objeto que dispara el deseo. Parcial quiere
decir en este contexto que tiene por sí solo el poder de disparar el deseo al
margen del sujeto que lo porta. La
referencia al objeto parcial (petit a) como objeto causa del deseo, permite
desvincular parcialmente ese objeto de su realidad anatómica, puesto que pene y
seno, si bien son objetos parciales que remiten a una diferencia sexual,
imaginariamente pueden ser trasladados a otros sujetos que no deberían tenerlos
por su sexo anatómico. Es decir, que una mujer puede ser fantaseada como teniendo
un pene o un hombre teniendo senos en momentos de despliegue de fantasías
eróticas durante el acto sexual. Eso nos permite comprender que la preferencia por
satisfacer el placer con alguien del mismo sexo, no pasa por la negación de la
alteridad ni tiene que ver con la inversión del propio género. No todos los
homosexuales hombres se consideran femeninos en sus aspectos genéricos y en su sexualidad están todos en
posición masculina, -posición, no debe confundirse aquí con activo o pasivo- .
Tampoco todas las lesbianas se consideran masculinas ni todas lo son en sus
goces sexuales. Además cuando hablamos de alteridad no deberíamos reducirla a
la diferencia sexual porque ese es un reduccionismo biologista. Para hablar con
propiedad, debemos considerar la alteridad como la capacidad de ver al otro
como diferente a nosotros en toda su dimensión humana. De lo contrario, reducir
la alteridad a una diferencia sexual, nos haría suponer que quienes son capaces
de sostenerla son únicamente los que establecen vínculos heterosexuales. Los
asesinatos de mujeres por parte de sus compañeros hombres, el desprecio y la
violencia que las mujeres de todas las épocas han padecido a manos del poder
patriarcal que se infiltraba en la subjetividad de sus compañeros, no parecen
ser un buen testimonio que pruebe su capacidad de alteridad.
Lo que define la sexualidad es la profunda implicación emocional que nos
lleva a dirigirnos a un sexo determinado para satisfacer nuestras ilusiones, -o
al menos intentarlo-, un sexo que nos
lleva con más facilidad que otro a sensaciones entrañables que toman un aire de
familiaridad que nos permiten rescatar
ese anhelo de infancia del que estamos hambrientos y que alimenta nuestros
sueños más queridos. Es en este terreno donde se entrecruzan las identidades de
género y las orientaciones sexuales, ambos terrenos donde mal que le pese al
discurso conservador, no son monolíticos ni representan una única forma de
sexualidad que estaría prefigurada desde el nacimiento de acuerdo a la
anatomía. Un chiste: en una ocasión dos amigos pasaban frente a un paredón y
sabían que ocultaba un campo nudista. Movidos por la curiosidad, uno se subió a
hombros del otro para espiar y el amigo le preguntó con evidente impaciencia:
¿qué son, hombres o mujeres? Y el otro le contestó: ¿cómo quieres que lo sepa
si están desnudos? Esta respuesta tiene
la estructura de un chiste, porque un chiste dice una parte de verdad y otra de
mentira. Y la parte de verdad que dice en este caso es que lo que define la
sexualidad no es el cuerpo anatómico, aunque se cuente con él para realizar
actos sexuales.
¿Por qué es importante recordar esto hoy, en
esta convocatoria para hablar del impacto de la
jerarquía de género en el erotismo femenino? Porque hay un enorme
movimiento reaccionario de parte de los obispos, de grupos ultracatólicos e
integristas, de políticos conservadores, que manipulan conceptos acerca de la
sexualidad de una manera absolutamente demagógica y falsa. Cuando afirman que
hay una única familia, la formada por la única pareja a la que dan legitimidad
–ellos dicen antropológica- o sea, la de hombre y mujer, cuando insisten en los
daños que puede ocasionar al niño/a la crianza en otro tipo de familias que no
respondan a este estereotipo clásico, cuando afirman que la familia tradicional
es la única que garantiza la
continuidad, la fidelidad, la armonía y tantas cosas benéficas más, están
hablando de una idealidad que no se corresponde con los datos empíricos de la
experiencia vivida porque en esas familias tradicionales, además de las que
funcionan bien, también están las que se divorcian, las que producen las
muertes por violencia doméstica con una frecuencia que va en aumento, a pesar
de las leyes que intentan proteger a las mujeres, en esas familias también se producen incestos
y se abusa de menores, generalmente por familiares cercanos o amigos íntimos de
la familia, en esas familias también se produce el contagio del sida por
maridos inconscientes que descuidan la protección mínima porque se niegan a
utilizar el preservativo, en ese tipo de familias también están los clientes de
las prostitutas. De todo esto es de lo que no nos hablan y en cambio nos hablan
de fidelidad. Esto es lo que los obispos callan y ocultan, y en cambio,
estigmatizan a las otras sexualidades posibles y a las otras familias
negándoles legitimidad y convirtiéndose en agoreros de catástrofes psicológicas
para los niños/as criados en ellas. Sin embargo, no parece importarles
demasiado a los 8.000 obispos denunciados hace unos años en Estados Unidos por
abuso de menores y a los de otros países incluido éste, los perjuicios
psicológicos del abuso que ellos mismos llevan a cabo.
Los
cambios en todas las épocas históricas siempre van acompañados de resistencia
al cambio, por miedo de perder poder o por miedo a lo desconocido. Con respecto
a estas nuevas familias sólo podemos observar, antes de concluir aseveraciones
que sólo llevan un tinte ideológico. La experiencia de los hijos criados por
parejas de madres lesbianas, según una investigación que realicé yo misma
financiada por el Instituto Catalán de les Dones, sobre 28 casos, no encontré los estragos que vaticinan los
agoreros sino por el contrario, resultados sorprendentes, por ejemplo, desmontar un prejuicio que dice
que los hijos de homosexuales serán homosexuales. En los 28 casos investigados
por mí, sólo uno se declara bisexual, un chico de 18 años que ha tenido su
primera experiencia gay hace poco. En otros casos publicados de experiencias
vividas de hijos en la misma situación de otros casos similares, se encuentra
una diversidad mayor, pero es mayoritaria la aceptación y el reconocimiento
afectivo hacia sus madres. Si miráramos con la misma desconfianza con que se
mira a los hijos de estas familias con respecto a su sexualidad, infiriendo que cuando se da la homosexualidad
en ellos es por su pertenencia a una familia distinta, no deberían olvidar
quienes eso afirman que los homosexuales de siempre provienen de familias que tienen padre y madre.
Invocar como causa de la homosexualidad un padre ausente y una madre fría y
dominante como han hecho muchos terapeutas - válgame Dios el título- es olvidar
que esos mismos condicionantes causales en otras personas no producen el mismo
resultado.
Cuando el Senado español invitó a distintos
especialistas para dar su opinión de expertos acerca de las nuevas familias,
los conservadores llamaron a Aquilino
Polaino, quien se dedica a hacer terapias aversivas para obturar la
homosexualidad, aunque él afirma curarla,
mientras que otros grupos políticos trajeron a otros expertos con experiencia
real de otras familias y niños que crecen ellas y se mostraron partidarios de
permitir la adopción a parejas homosexuales siempre que pasaran por los mismos
test de idoneidad que pasan las parejas heterosexuales. Un artículo publicado
en El País el domingo 6 de enero de este año denunciaba la cantidad de niños
adoptados que son devueltos. No faltará quien afirme que son los homosexuales
quienes los devuelven sin tomarse el trabajo de investigar la verdad como por
ejemplo ha sucedido con las falsas noticias que han difundido en las campañas
contra el aborto que leídas por un lector desinformado podrían hacerle pensar
que en Cataluña las mujeres se dedican a abortar a los siete meses de embarazo
o las clínicas que los practican se dedican a triturar niños. Es increíble como
a los llamados pro-vida sólo les interesa la vida fetal pero no parece
interesarles mucho lo que suceda con el nacido, ni el contagio del sida puesto
que se oponen al preservativo.
Si traigo a colación estas cosas es
porque el fondo de estos debates
virulentos por parte de los conservadores, se apoya en una concepción
naturalista de la sexualidad, hasta el punto de convertir su manera de entenderla
en una cuestión ontológica. Si se afirma que lo normal es que un hombre
solamente desee a una mujer y viceversa, ese criterio de normalidad sólo puede
sostenerse si se apoya en un esencialismo naturalista que hace del sexo anatómico un deber ser orientado únicamente
a la heterosexualidad. Lo mencionado al principio de este escrito acerca de los
objetos parciales disparadores del deseo, es suficiente como para reconocer que
la presunta normalidad sexual no deja de ser una ficción social que ejerce su
empuje en dirección a la heterosexualidad, considerada en bloque monolítico y
exenta de otros deseos, ficción destinada a taponar un vacío ineludible en toda
identidad, que nunca tiene la consistencia que tiende a atribuírsele.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista
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