Hablar de carencias es un tema que gusta poco. En
una ocasión alguien que sabía que yo era psicóloga, me contó un chiste
malintencionado con objeto de desvalorizar la profesión. El chiste decía así: Dos amigos que hace tiempo que no se ven, se
encuentran por la calle y uno de ellos, sabiendo que su amigo consultaba desde
hacía tiempo a un psicólogo, le pregunta si ha resuelto el problema que tenía.
Y el amigo le contestó que no, pero que ya no le importaba. Sabemos entre
otras cosas por Sigmund Freud en su obra El
chiste y su relación con lo inconciente que todo chiste contiene una parte
de verdad y otra de mentira. ¿Cuál es la parte de verdad del chiste mencionado
antes? Es que cuando se flexibiliza nuestra relación con los ideales, hay cosas
que dejan de hacernos sufrir porque podemos digerir en nuestras emociones que
la fantasía y la realidad si bien se sostienen para procurarnos ilusiones,
también deben diferenciarse para admitir que lo real nunca es perfecto ni se ajusta
sin estridencias a nuestras expectativas.
Cada persona es un mundo singular y está sujeta a determinaciones que
limitan su campo de realización personal. No todas tienen el mismo talento, ni
la misma hermosura, ni la misma
plasticidad, ni la misma ambición en lo que esperan de la vida.
Disfrutar con lo que efectivamente está a nuestro alcance, dependerá en gran
medida, de la capacidad de aceptación de nuestras carencias y también que
nuestras pretensiones no sean inalcanzables por tener la mirada dirigida a
situaciones ideales que se ajustarían a nuestros deseos pero no a la
posibilidad de realizarlos. Hay personas cuyas ilusiones están dirigidas a
metas imposibles para ellas, por ejemplo, supongamos un adolescente que quiere
ser jugador de baloncesto pero no tiene la estatura mínima requerida para eso,
o alguien que quiere ser un personaje importante, reconocido socialmente, pero
no tiene la voluntad suficiente para pagar el precio en trabajo que eso
requiere y que le permitiría tal vez, satisfacer sus ambiciones. Este sufrirá
de una envidia estéril que lo hará sentirse cada vez peor y no le permitirá
enriquecerse con las herramientas que necesitaría para acercarse a una meta
querida. Evidentemente, ayudarlo en ese caso es hacer
que pueda emocionalmente aceptar sus límites y ponerlo en el camino adecuado
para que pueda asimilar ser uno más entre otros, para empezar, sin sufrir una
humillación por no ser genial de entrada. Otros casos tienen relación con
inseguridades que no se quieren someter a la prueba de realidad, por ejemplo,
un joven que me decía que si él hubiera querido, hubiera podido llegar a ser
muy brillante en una profesión que le gustaba. La cuestión es que nunca quiso
poner a prueba si tenía el talento suficiente para realizar sus ambiciones.
Prefirió quedarse con la fantasía de poder que aunque resultaba pobre por falta
de logros, le evitaba constatar cuales eran sus límites reales. No enfrentarse
a las propias carencias, si bien
sostiene un ideal narcisista de omnipotencia, empobrece la vida porque
la imagen de sí mismo no se somete a la prueba de realidad y como toda
falsedad, se sostiene con alfileres e implica una limitación importante en las
relaciones con los demás. ¿Cómo se hace para ocultar la propia impotencia si no
es evitando las situaciones de confrontación con otros? Ese disimulo requiere
mucha energía invertida en el ocultamiento. Los que no pueden aceptar sus carencias,
están presos de la lógica del todo o nada, -o sea, sino puedo todo, no
valgo nada- mientras que las que pueden aceptarlas, pueden disfrutar de más
ocasiones de placer porque liberadas del gasto excesivo de energía que
empleaban para mostrarse demasiado perfectas, -tarea imposible-, aprenden a
buscar su satisfacción en otras fuentes donde pueden explotar sus potencialidades
y cuyo acceso les instruyen que la parcialidad realizable siempre es más
satisfactoria que pretender lo absoluto inalcanzable. Las víctimas del ideal de
perfección son personas ansiosas que no cesan en sus intentos de posesión de
más conocimientos, más bienes, más poder, movidas como están por una lógica del
tener, que se nutre del descuido de las limitaciones de nuestro ser.
Si alguien me preguntara qué ventaja se obtiene de
aceptar los propios límites en un mundo regulado justamente por lo contrario,
le contestaría que en situaciones de impotencia real, por ejemplo, pérdida del
trabajo, ruptura de una pareja, enfermedad invalidante, por hablar sólo de
situaciones extremas donde necesitamos la ayuda de los demás, están más
capacitadas de aceptar esas ayudas sin sufrimiento las personas que reconocen
que no pueden todo y que ese no poder no las hace menos valiosas que otras. En
cambio, aquellas que no pueden aceptar una limitación de su poder, no sólo
sufren sino que pueden hacer que las personas que les están cercanas vivan un
infierno. Luis Bonino, un psiquiatra que se dedica a tratar hombres violentos,
señala que a falta de una educación que los preparara a ser más humildes y
realistas, los hombres en situaciones de impotencia pueden adoptar conductas de
riesgo para compensar ilusoriamente esa carencia o pretender ahogar su
sufrimiento en alcohol o drogas, o bien, en hacer la vida imposible a quienes
están acompañándolos, buscando culpables de su malestar. Pero en casos no tan
extremos, también se ve que la adhesión a los ideales de omnipotencia sólo
limita más al sujeto y lo aleja de la realidad empobreciéndolo al dejarlo
limitado a su fantasía.
Más arriba mencionaba una parte de verdad y de
mentira en el chiste del hombre que va al psicólogo y que le dice al amigo que
no solucionó su problema pero que ya no le importa. La parte de mentira en este
caso es no tener en cuenta la modificación de la relación de ese sujeto con las
cosas que le hacen gozar. Un hombre al que traté, no podía sostener relaciones
de pareja satisfactorias porque no lograba encontrar una mujer que fuera toda para él, que estuviera totalmente
dedicada a sus necesidades y disponible cada vez que él la necesitara sin
pedirle nada para ella misma. Ese absolutismo esperado en la entrega, la
realidad se encargaba de recortarlo y como no podía aceptar ese recorte,
cortaba su relación. Eso se repetía con cada relación nueva. Por esa razón, se
puso en tratamiento conmigo. El resultado de ese trabajo personal, le permitió disfrutar del tiempo de ilusión de
sus relaciones y pasado el período de enamoramiento, -que siempre tiene fecha
de caducidad- poder cambiar la naturaleza de su vínculo e intentar una amistad
con sus ex amantes. Visto desde fuera, parecería que no solucionó nada, pero
sin embargo, aceptar que las satisfacciones nunca son absolutas, le permitió disfrutar
del placer de los amigos, de las conversaciones de todo tipo, -sean éstas a
veces frívolas, otras de mayor trascendencia-, de una buena lectura, de una
buena música, del ejercicio y cuidado del cuerpo, de una buena película, de un
viaje que rompía su rutina cotidiana, de los desafíos de aprender algo nuevo,
por mencionar sólo algunas de las actividades que la vida ofrece para
acompañarnos y poder sostenernos con alegría.
Saber hacer con el propio síntoma resuelve no
pocas cosas. Propio síntoma quiere decir, propio
de cada uno, con soluciones no generales para todos. Estamos todos
condicionados a una relación específica con aquello que nos hace gozar,
relación que muchas veces desconocemos y que nos hace sufrir sus efectos. El
análisis procura un saber sobre eso y modifica nuestra relación con las
situaciones que nos hacen gozar –que también implican sufrir-. Por ejemplo, una
mujer que se queja de que su madre no la deja vivir por hacerle demandas
excesivas. Su matrimonio peligra y ella sufre por eso, pero lo que no sabe es
que disfruta de lo mismo de lo que se queja. En este caso, de sentir que para
su madre, ella es todo. Es ese todo lo que explica la fascinación que
ejerce el psicótico sobre los demás. Porque él entrega todo aunque al precio de la asfixia, cuando no de la violencia, si
no se satisfacen sus carencias. Pasar del todo
a las partes implica una renuncia difícil a un objeto de
amor soñado y nunca tenido con el que la
nostalgia nos engaña, pero permite diversificar el placer.
CLAUDIA
TRUZZOLI
Psicóloga y
psicoanalista
Ex
presidenta de la sección Dones del Colegio de Psicólogos de Catalunya. Colaboradora
de Caps (Centro de Atención de Programas Sanitarios), pertenece a la redcaps de
profesionales sanitarias. Ex colaboradora de la revista Mente Sana, en cuyo nº
76, publiqué este escrito.
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