Mi experiencia de trabajo con grupos de mujeres mayores
de cincuenta años, en su mayoría procedentes del interior del país, algunas
procedentes de medios rurales, me permite escuchar sus sentimientos y sus
creencias más arraigadas así como sus ilusiones, sus decepciones y sus
expectativas. Debido a una larga tradición racionalista, está muy difundida la
creencia en que todas las dificultades que nos suceden, todos nuestros
conflictos y frustraciones, se
solucionan con una firme decisión voluntariosa de no pensar en ellos y
reemplazarlos por pensamientos más positivos. Estas ideas están muy arraigadas
en las creencias populares que aún perduran. Pero si bien la voluntad es
necesaria para hacer frente a procesos dolorosos como un duelo por ejemplo, -poner
algo de nuestra parte con el fin de no quedar presos de la melancolía-, tiene
su límite de operatividad para hacer frente a un deseo perturbador. En ese
caso, la voluntad es impotente porque los deseos no son domesticables y en
consecuencia, no se pueden eliminar de nuestro espacio interior. Si no se
satisfacen dejan su marca de dolor en nuestro cuerpo a través de múltiples
manifestaciones cuya causa hay que buscar en esos intentos de sofocación de
aquello que nos perturba y de lo cual no queremos saber sostenidos por la
ilusión de creer que aquello en lo que no queremos pensar podemos eliminarlo de
nuestras preocupaciones. Nada más erróneo que creer que eso es posible.
Ilustrar esto con ejemplos de lo que dicen algunas
mujeres que por su situación familiar formal podría sorprender puede ser útil
para aclarar estas ideas. Una mujer casada con tres hijos manifestó al
principio del trabajo de grupo que ella era feliz, que se sentía orgullosa de
haber educado a sus hijos en la igualdad. No mencionó su vínculo con el marido.
Luego cuando las demás fueron sincerándose con sus frustraciones, resultó que
ese estado de felicidad mencionado antes tenía sus fisuras, uno de sus hijos
resultó ser muy machista, una de sus hijas anoréxica y depresiva, ella misma
sufría de fibromialgia desde hacía años. Otra mujer muy formal y elegante, cuya
edad pasaba de la cincuentena, expuso con algo de rubor que se había enamorado
como una loca de un hombre, pero que sufría un gran conflicto porque éste le
decía que no quería comprometerse y que también quería salir con otras. Su
lucha interior consistía en no saber si tenía que dejarse llevar por su
imperiosa atracción hacia él o hacer caso a su razón que le decía que iba a
sufrir mucho de celos –justificados, por cierto- con él. En el caso de la
primera mujer mencionada, la pregunta es porqué quería dar una imagen de
felicidad y plenitud cuando su vida real estaba bastante desgarrada. El pudor
frente a la imagen que una mujer quiere dar de si misma y de su vida no deja de
estar condicionado por unos ideales culturales que parecen exigirnos como
personas ser siempre plenas, fuertes, poderosas, invulnerables, porque lo
contrario se asocia a debilidad y queda desvalorizado. Cuando esta mujer
comprobó que otras no tenían reparos en hablar de sus dificultades, se sintió
más libre de ser sincera. En el caso de la segunda mujer mencionada, su ilusión
adolescente de encontrar en el amor de un hombre la llave de su plenitud total
está intocada, pero su sano sentido de protección hacia sí misma le advierte
que corre peligro con un hombre que le promete tan poco. Si ella pudiera no ser
tan absolutista en lo que busca del amor y tener un vínculo más ligero y alegre
sin esperar grandes cosas, posiblemente tendría una ocasión de disfrutar de
momentos divertidos y dedicar el resto de su tiempo a dirigir su atención
placentera a otros campos, amistades, aficiones, hobbys, gustos varios. Son
maneras muy sanas de sostenerse y deberían ser enseñanzas a tener en cuenta
siempre, más allá de que una mujer tenga pareja estable o no la tenga. Me
sorprende encontrar mujeres divorciadas, separadas, algunas jubiladas, de
edades que oscilan entre los cincuenta y los sesenta años que aún esperan que
un amor les llene todos los anhelos de su vida, anhelo imposible que les deja
en su cuerpo las marcas del dolor.
Una mujer no está sola porque no tiene una pareja,
está sola cuando no puede dejar de mantener viva la esperanza de encontrar un
vínculo íntimo que por sí solo, le llene la vida. Una mujer está sola cuando no
puede diversificar sus fuentes de placer, fuentes que son necesarias para el
bienestar psíquico, emocional y corporal. Eso supone un aprendizaje que lleva
muchos años de reflexión y de lectura de las experiencias frustrantes que nos
van enseñando lo que podemos esperar de los demás y lo que no y nos preparan
subjetivamente para que la caída de los ideales románticos no signifique una
bancarrota emocional que nos sumerja en una depresión profunda. Anclarse en la
realidad supone siempre una cierta renuncia al placer, pero esa renuncia tiene
que tener un límite si no queremos enfermarnos. Nuestro cuerpo acusa recibo de
las frustraciones, de la rabia, del dolor, de la impotencia de no ser
escuchados por quienes más nos importan, por no escuchar lo que nuestros
sentimientos nos reclaman atender. Podemos pasar por la vida creyendo que tenemos
un tiempo eterno para vivirla y eso nos puede hacer desaprovechar muchas
oportunidades de alegría y satisfacción empeñados en una postergación de
nuestros anhelos más profundos en aras de una lucha por la seguridad que nos
obliga a postergar para más adelante aquello que deseamos vivir hoy. Seguridad
afectiva de los que quieren garantías antes de comprometerse sin darse cuenta
que nunca hay garantías. Toda experiencia de contacto con los demás supone un
riesgo y las personas más vitales lo asumen mejor. Otras en cambio, quedan
presas de un anhelo de seguridad que las lleva a establecer alianzas que les
aseguren o bien una cobertura material de bienes o bien una seguridad afectiva
aunque el deseo no se haga presente. ¡Qué amarga experiencia de vida la de
aquellas mujeres que empeñaron su vida en dedicarse a sostener a los suyos
prescindiendo de escucharse a sí mismas por no sentirse autorizadas a hacerlo y
que llegada la ocasión de tener más libertades porque los hijos ya no están en
el hogar familiar, sienten que han perdido las oportunidades de vivir aquello
que más hubieran deseado!
La vida nos
expone a obligaciones a las que hay que saber poner límites tanto en lo que nos
privamos como en lo que concedemos porque el sufrimiento deja marcas en nuestro
cuerpo y en nuestro espíritu. La ilusión es una herramienta imprescindible para
sostener nuestra vida. El trabajo es un poderoso instrumento que nos pone en
contacto con la realidad, pero no siempre es satisfactorio. A veces incluso no
se tiene. Entonces es cuando la realidad nos obliga a buscar compensaciones
placenteras que nos den la oportunidad de abrir un hueco a la esperanza. La
familia es un lugar donde se puede
encontrar refugio pero también es un lugar que impone muchas privaciones de
deseos propios por tener que atender a los hijos y el deseo de una vida más
ligera y placentera queda postergado. En
tiempos de privaciones la necesidad se impone y el deseo sufre de inanición.
Cuanto mayor es la necesidad mayor es el riesgo de establecer relaciones que no
nos gustan simplemente porque la soledad se hace insoportable, pero necesidad y
deseo no son la misma cosa. La vida emocional para ser sana debe ser atendida
en tres pilares fundamentales: el trabajo, la salud y la vida afectiva. Cuando
falla alguno de los tres, se desequilibra el resto. Conocemos por nuestra
experiencia clínica las adicciones al trabajo para no encontrarnos con el
vacío, también las adicciones al amor por la misma causa. Las agresividades que
se desatan por las frustraciones, que pueden dirigirse hacia los que tenemos
más cerca o hacia nosotras mismas. Y quien aguanta el tipo es el cuerpo del
dolor.
Venimos al mundo desprotegidos y necesitados de
amor y sin embargo, la civilización nos impone una serie de ideales muy contradictorios
que hacen mucho daño sentimental: por un lado la insistencia en el amor
romántico que se canta en todas las canciones de amor, los cuentos infantiles,
las novelas, nos hace sentir que somos vulnerables, desprotegidos, necesitados
de un amor que llene todos nuestros anhelos más profundos, y por otro lado, nos
ofrece ideales de fuerza, de poder, de desprecio de la vulnerabilidad porque se
asocia a debilidad, y condiciona a que
no mostremos nuestras necesidades, que no hablemos de nuestras flaquezas, que
no demos apariencia de sufrir o de necesitar de nadie. Llama irónicamente la
atención que en el cine americano cuando vemos alguna escena dramática donde un
protagonista ha sufrido un ataque agresivo sea físico o moral, la pregunta es
¿estás bien? aunque sea evidente que está muy mal. ¿Cómo se puede convivir con
esas contradicciones sin pagar un penoso malestar?
Muchas personas temerosas de la vida buscan
afanosamente la seguridad e intentan obtenerla a través del acopio de dinero,
el ahorro y la acumulación de bienes pensando que así se sentirán protegidos en
la vejez. Pero esa preocupación excesiva proyectada al futuro, exige no vivir
el presente, negándose a experiencias placenteras y necesarias para que nuestro
paso por la existencia tenga más calor y color. La búsqueda de garantías de
seguridad es una pretensión que puede hacerse peligrosa porque nunca existen
garantías. Un trabajo excesivo puede suponer un nivel de estrés tan
considerable que nos puede llevar al infarto, una renuncia demasiado costosa a
aquellos deseos que nos hacen sentir vivos/as puede suponer enfermar de muchas
maneras nuestra mente y nuestro cuerpo, crisis de asma, úlceras gástricas,
problemas de colon irritable, problemas de piel, ataques de pánico,
depresiones, crisis de ansiedad, son sólo algunas de las manifestaciones por
donde el cuerpo habla de lo que nosotros quisiéramos hacer callar. Cuando no, la
irrupción de un accidente mortal o invalidante, o una enfermedad que fija a
nuestra vida fecha de pronta caducidad. Estas cosas hay que tenerlas en cuenta
para poder encontrar un límite sensato entre el sacrificio necesario de deseos
más placenteros para obtener los medios
de mantener nuestra existencia y el lugar que tenemos que darle a esos deseos
para no enfermarnos o no andar por la vida como muertos/as.
El deseo es un poderoso motor de vida. Entendido
en sentido amplio, incluye todos aquellos anhelos y deseos de realización que
nos hacen sentir vivos, ya sea en el plano profesional o en el sentimental o
sexual. Nuestra intimidad no puede estar desasistida si quiere ser saludable. Necesita ser satisfecha en diversos aspectos
que incluyen la necesidad de reconocimiento, la gratitud, el calor de la
amistad, el amor, la sexualidad, para mencionar los más íntimos, pero también
un reconocimiento social, una proyección de nuestras potencialidades, la
realización de nuestras ambiciones. Para una mujer el hacerse cargo de la
esfera íntima del hogar, intendencia de la casa, velar por la educación y
desarrollo de los hijos y convertirse en el sostén emocional de toda la
familia, le exige a cambio renunciar a deseos más propios que no incluyan el
ser para otros, una renuncia a la realización personal en el trabajo
remunerado, a la independencia económica, obligándola a ser más dependiente de
otros. A las mujeres se nos exige más el sacrificio de estar al cuidado de los
demás sin preguntarnos qué coste tiene eso para todas y todos los que nos
rodean. ¿Qué consecuencias tienen estas cuestiones en aquellas mujeres que
responden a esas exigencias? Pagan esas
renuncias con el cuerpo del dolor, depresiones que no encuentran palabras que
las expliquen, malestares psicosomáticos para los que no encuentran motivos que
los justifiquen, conductas destructivas hacia sí mismas por dirigir el odio hacia
su propia persona. Las que intentan desarrollar sus ambiciones como lo hacen
los hombres también pagan sus frustraciones como la pagan ellos, con excesos estresantes
que en su límite les pueden llevar al infarto.
¿Cómo podemos pasar del cuerpo del dolor al cuerpo
de la alegría? Eros es un importante instrumento civilizador y un antídoto para
la tristeza. Eros consiste en deseos profundos que nos dan fuerzas para luchar en
la vida y por la vida, por nuestros intereses más queridos, para cuidar a aquellos
a quienes amamos, para cuidarnos a nosotras/os mismas/os. El derecho a la
sexualidad como un medio privilegiado de acceder a la intimidad es del orden de
lo humano, sólo por cegueras culturales es permitido a los hombres y censurado
en las mujeres. Si pudiéramos abrir
nuestro espíritu a lo que verdaderamente deseamos nuestro cuerpo recibiría el
cuidado que merece y lo haría notar en todos sus poros. De hecho, cuando eso
sucede nuestro aspecto cambia, no por intervenciones externas que le aporten
juventud artificial, sino porque nuestra mirada brilla, nuestra piel se hace
más suave, nuestro andar más ligero, nuestra salud mejora, recuperamos ilusión,
confianza en nuestras potencialidades para vivir una vida más plena y así lo
trasmitimos a los demás ofreciendo una cuota de esperanza con la que queremos
expresar que otra vida es posible. Pero se necesita valor porque todo esto no
es justamente lo que nos enseña una cultura que nos exige fundamentalmente
sacrificio por las contradicciones absurdas en la que nos coloca con sus
exigencias imposibles, que sólo nos generan tristeza y sensación de inutilidad.
Un mensaje que recibí el otro día, auguraba para este año que comienza una nota
de esperanza en todas sus frases. Me permito reproducir algunas de ellas porque
ayudan a crear y fortalecer el cuerpo de la alegría: más besos que bofetadas, más poesía y menos discursos, más sexo que
castidad, más sueños que pesadillas, más riqueza y menos dinero, más justicia y
menos juicios, más libros y menos periódicos, más hombres y menos machos, más
mujeres y menos sumisas. Con mis mejores deseos que cada una de estas ideas
prenda en nuestras emociones. Nuestro cuerpo y nuestra salud mental nos darán
las gracias.
Claudia
Truzzoli
Psicóloga y
psicoanalista.
Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de
Cataluña. Durante varios años, colaboradora de la Revista Mente Sana y conferenciante y tallerista de Caps, (Centro de Estudios de Programas Sanitarios). Pertenece a
la Redcaps de
profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos
especializados.
Artículo publicado en la Revista Mente Sana nº 68 con el título propuesto por la revista Vive tu cuerpo con alegría.
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