martes, 28 de mayo de 2013

MADRES E HIJAS: UNA RELACIÓN COMPLICADA



Tanto para un hombre como para una mujer la relación con la madre es la primera relación humana, de ella depende hasta tal punto que su vida física está en sus manos, y también la que fundará el carácter de su subjetividad. El infante necesita sentir de una manera absolutamente cercana el cuerpo de su madre al que tuvo que dejar, y es ese paraíso perdido que satisfacía todas sus necesidades, al que pretenderá volver a rescatar con la cercanía corporal. En el comienzo esa simbiosis es necesaria para proporcionar al bebé humano el valor para desarrollarse física y emocionalmente sentando las bases de su propia seguridad, su confianza en el amor que se le pueda brindar. Este proceso será posible si la madre cuida amorosa y generosamente al bebé. Para ello es necesario que lo sienta como alguien con existencia y deseos propios y no como una prolongación de sí misma.  La madre capaz de aceptar la separación con su hijo es capaz de alentarla como una madre amante y aún después de la separación seguir amándolo, lo que supone  un difícil equilibrio para la madre porque desde el comienzo está exigida a considerar sus propias necesidades enteramente secundarias respecto a las de su niño a pesar de que a través de ese contacto experimenta una sensación de unión simbiótica que satisface de una manera muy trascendente el hecho de ser necesitada. Satisfacción a la que progresivamente tendrá que renunciar para aceptar que otros personajes vayan ocupando el lugar exclusivo que ella tenía. Ello tiene un lado positivo y uno negativo. El positivo es que gracias a ello, puede estar disponible para lo que el bebé la necesite y también fomenta en el niño la idea de la omnipotencia de su madre porque ella siempre está allí para arreglar las cosas, su receptividad le hace saber lo que el bebé necesita, casi adivina lo que siente. Si ese amor es firme e ininterrumpido, los inevitables períodos de ausencia y las pequeñas frustraciones serán toleradas por el bebé porque aprende que la madre siempre vuelve para sostenerlo. Están sentadas las bases de la  confianza que luego se extenderá al vínculo con los demás. El lado negativo, es que si la madre no está preparada emocionalmente para tolerar las inevitables separaciones que gradualmente aparecerán por el desarrollo de la autonomía del pequeño, puede obstaculizar ese proceso por sus propias dificultades. Eso se hará sentir como una ausencia de estímulo, como un reproche, como un reclamo de no ser necesitada. En síntesis, el mensaje que tramite inconscientemente en el mejor de los casos, consciente en el peor,  es no te despegues de mí”, nadie te querrá como te quiero yo, mensajes que frenan el desarrollo emocional del hijo en crecimiento. Una madre que no está preparada para la separación con su hijo, tampoco hará gran cosa para desmentirle a su hijo que ella es más poderosa que nadie. Ejemplos de amor maternal más allá de los mitos que giran entorno al mismo tenemos de varios tipos. De cada uno de ellos podemos extraer consecuencias en el futuro sujeto en crecimiento. No es lo mismo la madre que vive a su bebé como una prolongación de sí misma, que la madre que lo considera como un sujeto independiente, un sujeto otro, al que tendrá que ayudar a crecer, desarrollarse y lo que es más difícil, independizarse de ella. Existen madres abnegadas de verdad, que quieren a sus hijos, pero no son éstas las madres que se sacrifican por ellos. Las que los quieren de verdad, les dan lo mejor de sí mismas porque los aman, pero para darles lo mejor de sí mismas, tienen que quererse ellas y darse a sí mismas otras maneras de sostenerse afectivamente más allá de sus hijos para su propia paz interior.

Nuestra cultura confunde la abnegación con el sacrificio y el amor a sí misma con el egoísmo neurótico. ¿Cuál es la diferencia? El egoísmo neurótico es un resultado de la incapacidad de dar y recibir amor, pero puede disfrazarse en ocasiones de generosidad, de sacrificio  por los demás. Esta conducta es un síntoma que delata que la capacidad de amar de esta persona está paralizada, llena de hostilidad hacia la vida y su efecto sobre sus hijos no es el que logra una madre genuinamente generosa. Esa supuesta generosidad se cobrará su tributo  sutilmente en forma de reproches velados, manifestaciones verbales de cariño que no convencen a sus destinatarios y que despiertan síntomas neuróticos  en ellos, como por ejemplo, fobias, recelos de todo tipo, sentimientos de abandono, temerosos de ser desaprobados por su madre, ansiosos por satisfacer sus expectativas. Además bajo la máscara del deber, la virtud y la fachada de generosidad de la madre, se les impide a los hijos criticarla y también disfrutar de la vida. Estas madres no dan amor, sino cumplimiento de obligaciones que les pesan pero que un sentido del deber les impone. El verdadero amor por sí misma es lo que capacita a una mujer para amar  no sólo a sus hijos sino también al prójimo más extenso que el que ocupa el ámbito intrafamiliar. La Biblia dice: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Es esa mismidad lo que hace más difícil el vínculo entre madre e hija. La hija está colocada para la madre en un lugar que puede funcionar como un espejo de sí misma con las confusiones inherentes a tal situación. Por ejemplo, una ocasión de poder proyectar en su hija todo aquello que ella no pudo realizar, un terreno abonado para inocularle sus propios ideales, no teniendo en cuenta que la hija es otra persona, confundiéndola con ella misma al creer que lo que ella desea para su hija será lo mejor para ella. Y quien dice ideales, dice también frustraciones con la esperanza de que la hija las supere y las resuelva por procuración. Lo que no pudo hacer ella misma espera que su hija lo realice para ella. Al ser posible la confusión, surge una tensión agresiva que propicia la rivalidad, los celos, la competitividad, pero también un amor tan profundo que es tal vez la relación más entrañable de todas las humanamente posibles, porque la madre es la iniciadora de nuestro contacto con el otro, de la primera relación táctil y sensorial que hemos recibido al nacer y esa experiencia expondrá a la hija a un proceso de duelo más complicado para relacionarse con otro sexo. La propia relación con todos los personajes posteriores que podrá una hija establecer, estará teñida por esta primera relación con la madre. Será la herencia que llevará en sí misma y proyectará en sus otras relaciones. Todo lo que no ha quedado resuelto en esta relación madre-hija, se pondrá en juego en las demás. La misma relación matrimonial se verá afectada por ello puesto que lo que no se resolvió con ella, se pondrá en juego en el matrimonio, afectando la calidad de la relación. No hay manera de escapar al vínculo materno interiorizado ni de los efectos que éste ha dejado como marca en la subjetividad. Las personas que niegan esta relación primaria con la madre, o no han recibido una suficiente atención materna originaria, serán víctimas de la nostalgia de un amor materno idealizado, o bien caerán en cuadros depresivos, melancólicos, adicciones, trastornos alimentarios entre otros síntomas.

Una madre que nos alimenta y nos cuida cumple su función, pero también se expone a riesgos para ella misma y para sus hijas porque es difícil criar con un amor  entregado sabiendo que su destino es tener que dejar ir a quien se ama. Es difícil satisfacer la necesidad de sentirse necesaria y disfrutar de la dependencia de las pequeñas para luego dejar ir de verdad, sin reproches, sin chantajes emocionales que reclaman que no se las abandone o invocando una  ingratitud por lo recibido frente al deseo de autonomía de las hijas. Las madres neuróticas no pueden amar de verdad. Las hay que son temerosas de inmiscuirse en la relación de su hija con su pareja y nunca van a visitarla por temor de encontrarse con alguna desgracia emocional o circunstancial que les confirme que no cuidan de su  niña lo suficiente. Las hay que se meten en todo, que no respetan el espacio propio de su hija, ni el interior ni el exterior porque se sienten autorizadas a meterse en su casa, arreglar sus cosas, invadir la crianza de sus nietos como si ellas mismas fueran sus madres, como si la vida de la hija con su pareja y sus hijos fuera un mero accidente, dado que están convencidas de que la relación importante de su hija sigue siendo con su madre. Las hay también que se creen respetuosas y nunca se meten con la pareja de la hija, pero se quejan con las amigas todo el tiempo y no se acuerdan ni del nombre de la pareja de su hija. Distintas modalidades neuróticas que se manifiestan de esos distintos modos.

¿Cómo cambia la relación con el marido cuando una madre tiene una hija? Sobre todo cuando la hija crece, llega a la adolescencia y tiene el encanto de una juventud que despierta el deseo masculino, cuando la madre está agostada? ¿Cómo soporta una madre que la hija se convierta a los ojos del padre en una figura muy importante para éste cuando el padre la quiere realmente? El florecer de la sexualidad adolescente en la hija, la promesa de vida que se le presenta, el futuro aún por vivir, frente a la madre que ya no tiene esa posibilidad, implica una fuente de problemas si no está preparada para  aceptar el paso del tiempo, reconocer sus propios límites, ceder su lugar como único, aceptar que la hija la supere, que tenga otras ambiciones y deseos distintos de los suyos, que su marido admire a su hija más que a ella misma, son sólo algunas de las dificultades que se presentan en la relación madre-hija. Una madre que no está preparada para aceptar la entrada de otros en los vínculos afectivos de las personas que ama, para dejar ir, para aceptar las amistades de su hija o las complicidades que la misma establece con su padre, que la excluyen a ella misma, que no acepta el no ser la más importante siempre, es una madre que obstaculizará el buen desarrollo emocional de la hija haciéndola sentir culpable de aquello que significa una fuente de salud mental como es el deseo de autonomía personal, que siempre implica abandonar de alguna manera el vínculo materno. Tal abandono es temporalmente necesario, sobre todo en la adolescencia que es cuando una hija debe enfrentarse a su madre para diferenciarse de ella y la primera reacción es oponerse, rebelarse, ser diferente, hasta que la hija encuentre su identidad propia y las similitudes con su madre no le signifiquen una amenaza. Todo este difícil proceso de desapego progresivo con las hijas, será más difícil para una madre si ésta no tiene una vida afectiva autónoma más allá de su familia y una actividad laboral donde pueda probar sus capacidades y ser reconocida por ello. Si sólo se satisface de su papel de ama de casa, le será más difícil renunciar a la única cuota de poder que tiene dentro de su familia porque es lo que la sostiene. Si la madre no puede emocionalmente aceptar esas distancias, puede obstaculizar el logro de una identidad diferenciada en la hija, interferir en su autonomía, generando una hija neurótica, fijada emocionalmente a su madre, sea por apego o por desapego exagerado -que es lo mismo a efectos prácticos-. Una hija neurótica que no podrá amar y que posiblemente volcará en sus vínculos con los otros los mismos reproches que su madre le hacía a ella, o puede iniciar una crianza totalmente diferente de la que ha tenido para evitar en las hijas las mismas consecuencias que ella ha sufrido y paradójicamente encontrarse con los mismos resultados indeseados. O bien, evitar cualquier clase de relación emocional importante o lo contrario, esperar que llegue un personaje que la salve de todo ese maremoto emocional, salida que cree que supondría una victoria sobre la madre, por ejemplo, las que esperan de su marido todo lo que necesitan emocionalmente, o la salida más radical, que es la vía que escogen las mujeres que inician una relación sentimental y erótica con otra mujer como una ocasión de desarrollar en otro vínculo aquellos aspectos que favorezcan su desarrollo emocional y autónomo. Un trabajo personal de análisis permite tomar conciencia de todas las implicaciones emocionales que nos afectan y una ocasión de preguntarnos qué es lo que queremos más allá de lo que se espera de nosotros.   

Como decía sabiamente Simone de Beauvoir, la única manera de una madre de lograr recuperar el amor de su hija cuando ésta madure, es saber dejarla ir cuando lo necesita. Al envejecer, se produce una regresión en los vínculos que nos aferran a la propia vida, para volver al campo materno, dado que al envejecer nos volvemos emocionalmente niños. Mujeres que siempre se han caracterizado por su independencia, al envejecer, pueden encontrarse llamando a su mamá, aunque ésta esté muerta. Y en esos momentos es cuando se hace patente que la buena relación madre-hija, así como puede favorecer el desarrollo de la vida, también puede ayudar a morirse en paz. Nadie teme la muerte cuando siente que ha vivido su propia vida y nada hay que posibilite más ese logro que el haber podido separarse a tiempo de una madre demasiado querida, demasiado odiada o demasiado añorada por ausente. Sólo con esa distancia emocional temporal necesaria a la constitución de la propia identidad diferenciada se puede volverla a reencontrar en paz. Ese proceso es más fácil si la madre permite el reencuentro, si ha sabido aceptar esa separación previa de la hija sin rencores ni reproches. Pero si la madre no lo permite y la hija de todos modos ha podido elaborar esa incomprensión materna, aunque le sea dolorosa esa incomprensión, no la afectará para desarrollar las potencialidades de su propia vida, siempre que el padre aporte lo necesario para brindar apoyo emocional y pueda servir para funcionar para su hija como un puerto de descanso. Cuando no existe ese padre, si la madre tiene otros intereses vitales y no deposita todas sus necesidades afectivas en su hija, también le puede permitir su crecimiento emocional y su apertura al deseo.  

Claudia Truzzoli
c.truzzoli@gmail.com
Psicóloga y psicoanalista
Escrito publicado en Revista Mente Sana nº64 





lunes, 27 de mayo de 2013

LAS NEGACIONES EN LA VIDA AMOROSA

 
LAS NEGACIONES EN LA VIDA AMOROSA

A veces resulta sorprendente la capacidad que podemos tener de no darnos cuenta de ciertos sentimientos que nos implican con otros, cuando éstos nos traen algún inconveniente que no deseamos para seguir nuestra vida con tranquilidad. Cuando observamos la conducta de nuestros amigos o amigas, muchas veces hemos sido testigos de esta ceguera que impide ver lo que se tiene delante cuando se trata de cuestiones amorosas. Y nos sorprende que todos nos demos cuenta menos el interesado o interesada. En la vida amorosa estamos sujetos constantemente a engaños que nos hacemos a nosotros mismos, a pequeñas o medianas pérdidas que siempre nos enfrentan a una operación de separación de lo que nosotros somos y de lo que es el otro. El amor, por el contrario, opera en dirección inversa, porque nos sitúa en una operación de alienación al creer que el otro tiene el poder de llenarnos un vacío imposible de llenar. Aquellas ilusiones que depositamos  en la persona  que amamos no suelen estar ajenas a un ideal de lograr a través de ese vínculo una plenitud sin fisuras. Por eso decía Ortega y Gasset que en el enamoramiento sufrimos un estado de imbecilidad transitoria, lo cual dicho de una manera más amable, quiere decir que cuando una persona se enamora todo su mundo se reduce de golpe para centrarse en la persona que ama a la que ve investida de todos los parabienes, en detrimento de los del enamorado que siente disminuir su propio valor frente a su objeto amoroso. ¿Por qué el enamoramiento tiene ese poder de engaño y de reducción de los intereses vitales de una persona, que son los que  le permiten un anclaje en la realidad? Estar en pareja nos hace olvidar con más frecuencia de la deseada que no somos uno sino dos los que entramos en relación y cuando se  produce una separación, volvemos a recordarlo. Cierto es que si lo recordáramos siempre no podríamos tener ilusión y sin ilusión no habría relación amorosa, porque ¿qué es lo que hace que una persona se vuelva especial para nosotros al punto de querer brindarle una exclusividad en muchos terrenos que no le brindamos a los amigos? Algo importante que responde a esta pregunta es que esa persona nos devuelve unas imágenes de nosotros mismos que son justamente aquellas con las que nos complace ser mirados, por eso las críticas que se hacen los enamorados atenta contra lo que se espera del encuentro amoroso.

En la vida tenemos que aprender a balancearnos entre la verdad y la ilusión y saber dejarnos engañar por la creencia que ponemos en juego cuando nos enamoramos, que hace que vistamos al otro con los disfraces de lo que necesitamos ver en él. Ilusión presente en el enamora-miento, curiosa palabra, que incluye la mentira en su enunciado. Pero ilusión necesaria sin la cual, no sería posible enamorarnos. Por esa razón, cuando comenzamos a ver como es el otro en realidad, no siempre el hecho  resiste la prueba de realidad. Si la resiste, entonces puede hablarse de un amor real que puede dar lugar a una continuidad y a un lazo más sólido. Cuando nos enamoramos nos gustaría que ese sentimiento y esa unión que establecemos fuese duradera, que nunca cesara. Y lo que no cesa de suceder en realidad, es que el enamoramiento tiene fecha de caducidad. Hay quienes pueden soportar esta realidad y pueden dar paso a una forma de amor que no sea ciega. Entonces no hace falta recurrir a la negación  de lo que nos molesta tanto en nosotros como en la persona que amamos. Las pequeñas negaciones cotidianas nos permiten mantener fuera de nuestro pensamiento aquello que de nosotros mismos y del otro nos molesta, como un intento de preservar el vínculo amoroso. Pero resultan muy contraproducentes cuando lo que se intenta negar ya no es simplemente el recuerdo de aquello que perturba nuestro vínculo, sino aspectos muy negativos de cara al mantenimiento de la relación. Hay conductas que acercan a los demás y hay otras que los alejan. Cuando alguien no puede reconocer que algo de sí mismo provoca que siempre se encuentre con la misma piedra y elude la responsabilidad de su malestar buscando culpables fuera de sí mismo, está utilizando de manera excesiva la negación de lo que le es propio y eso le imposibilita ampliar sus horizontes y poder sostener una relación que sea gratificante para sí mismo y para su pareja. Cuando no hay aceptación de los fallos inevitables que todos tenemos, la vida amorosa lleva el germen de su rompimiento.

Soportar la diferencia entre el ideal amoroso y la realidad, es lo que marca el grado de fuerza de una persona y su conducta frente a las rupturas amorosas. A mayor fuerza, mayor aceptación del dolor que implica una ruptura y mayor capacidad para trabajar el lento desprendimiento del bagaje de recuerdos, ilusiones, expectativas que se habían depositado en la persona amada y también, después de un tiempo necesario para procesar el dolor de la pérdida, poder recordarla sin resentimiento. En cambio, cuando una persona no tiene la fuerza necesaria para afrontar todo ese proceso, le resulta más fácil, negar lo que siente y lo que sintió, distorsionar la verdad de lo vivido por imposibilidad de soportar el dolor o el engaño del que fue víctima confiando en su ideal irrealizable. Sin embargo, las negaciones pueden ser necesarias en determinados momentos como una manera de ir graduando la irrupción de una verdad no deseada por insoportable. En ese sentido pueden ser una  valiosa ayuda transitoria, a condición de que no se convierta en un recurso defensivo permanente. De lo contrario, cuando van más allá de su instrumentación transitoria para convertirse en una manera de actuar permanente, las negaciones en la vida amorosa debilitan a las personas en lugar de fortalecerlas, porque les impiden enfrentarse a las realidades que los perturban. En ese caso, tienen un coste que puede ser peligroso para la buena salud, no sólo mental sino física porque el cuerpo acusa recibo de lo que el espíritu no quiere reconocer. Dicho de otra manera, aunque no queramos enterarnos de lo que nos duele, sea una pérdida del vínculo o sean aspectos de la relación que no nos gustan o del carácter de quien es nuestra pareja, lo que no queremos saber, el cuerpo no puede ser ignorarlo aunque no nos lo comunique. El sufrimiento debilita nuestro sistema inmunitario lo que nos hace más proclives a enfermedades autoinmunes, aunque no estamos habituados a establecer la relación entre dolor psíquico que no se puede elaborar y la aparición de somatizaciones o enfermedades más o menos graves, cuando no de potenciales tendencias suicidas. No puede dudarse de que quien niega la realidad porque necesita creer en amores ideales está más desprotegido frente a sí mismo, porque la vida siempre nos exige enfrentarnos a situaciones que no son ideales. Es justamente ese enfrentamiento lo que forja nuestro carácter y nos fortalece para actuar frente a las dificultades e intentar superarlas.
  
En casos de ruptura de una pareja pueden suceder dos cosas diferentes. Por una parte, el reconocimiento del dolor que esa situación provoca, exige un esfuerzo de reflexión y de rescate de cada uno de los afectos puestos en los recuerdos que nos ligan a la persona que abandonamos o nos abandona, como paso necesario para recuperarnos a nosotros mismos. Trabajo que lleva un tiempo que no puede suprimirse ni acelerarse. Pero esta manera de encarar la separación requiere bastante fortaleza psicológica en la persona que atraviesa este duelo, una relativa capacidad de soportar la soledad y encontrar en ella una ocasión de enriquecimiento personal. Pero hay otra salida en casos de ruptura que no es tan saludable, aunque a primera vista parecería ser más práctica, que consiste en negar la importancia del vínculo que se tenía, endurecerse, no sentir pena, arrinconar los recuerdos para que no duelan y sobre todo, dirigirse rápidamente a un nuevo amor que suplante el vacío dejado por la pareja que teníamos, justamente para no encontrarnos con él. Hay personas que hacen esto y aparentemente son más felices y admiradas por los demás que consideran esta conducta como signo de fuerza.  Pero si fuéramos más allá de lo aparente y pudiésemos seguir el rastro de quienes actúan de ese modo, podríamos ver que esas personas no soportan el vacío imposible de llenar en cada uno de nosotros y se aferran al amor ideal del que esperan resuelva todas las insatisfacciones  inevitables a las que la vida nos enfrenta. Entre el “Ay! amor, sin ti mi cama es ancha, ay! amor que me desvela la verdad, entre tu y yo la soledad y un manojillo de escarcha” (canción de Joan Manuel Serrat), pueden haber algunos matices intermedios cuando se acaba la ilusión sin llegar al manojillo de escarcha.

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Psicóloga y psicoanalista.




domingo, 12 de mayo de 2013

DEUDA IMPAGABLE


 Reclinarme en tu regazo,
sentir el calor de tus caricias,
disfrutar del olor de tus manos
con fragancias de especias,
adormecerme en el sueño de la infancia,
escuchar las voces de mi padre
hablando de sus pálidas batallas...
Te he disfrutado, explotado,
agotado hasta el cansancio
sin imaginar que podrías querer algo
más allá de nosotros.
Siempre estabas allí, inamovible
como árbol centenario
que despliega sus múltiples raíces
para sostén, refugio, descanso
de quien llega privado de sustento.
Absorta en la urgencia de vivir
en la que se embarcaba
mi juventud atropellada
no supe entrever, madre,
la devastadora soledad
a la que te confinaban tus renuncias
ni de lo que de tus ansias olvidabas
para seguir estando a tu manera.
Ahora que tu muerte
me cercena el derecho a tus palabras,
solo puedo valorar la magnitud
de lo que has dado a través de tus silencios,
de tus iras, de tus risas, tus enfados,
dejándome el recuerdo arrepentido
de una deuda que jamás podría pagar
aunque quisiera.

CLAUDIA TRUZZOLI
Editado en grupo Laie de Poesía el 2 de enero de 2013 

DEVENIR DEL AMOR


Silencio,
lugar donde se refugian las decepciones
a la vez que crecen las distancias
que desvanecen un nosotros
que un día supusimos imbatible.
Torpeza,
nombre dado a los descuidos imprudentes
que dejan morir de inanición
lo más genuino del amor
por falta de gestos que lo demuestren.
Separación, 
destino necesario que posibilita
cambiar la ceguera, la sordera, la anestesia
de una entrega demasiado inadvertida
de dos que esperaban la unidad amorosa.
Tiempo. 
devenir que transforma
 el semblante de herida mortal
en cicatriz soportable
de un lazo que agoniza.
Recuperación,
sorpresa de un sentir que se escapa
como humo entre los dedos
y priva a tu ausencia del poder
de clausurar mi vida en tu recuerdo.

CLAUDIA TRUZZOLI
Editado en Grupo Laie de Poesía el 18 de marzo de 2013.

sábado, 11 de mayo de 2013

LA PARCIALIDAD DE LOS OBJETOS DEL DESEO




El objeto de deseo es  parcial (voz, mirada, seno,  pene, un discurso), lo que en lenguaje lacaniano se denomina petit a, objeto que dispara el deseo. Parcial quiere decir en este contexto que tiene por sí solo el poder de disparar el deseo al margen del sujeto que lo porta.  La referencia al objeto parcial (petit a) como objeto causa del deseo, permite desvincular parcialmente ese objeto de su realidad anatómica, puesto que pene y seno, si bien son objetos parciales que remiten a una diferencia sexual, imaginariamente pueden ser trasladados a otros sujetos que no deberían tenerlos por su sexo anatómico. Es decir, que una mujer puede ser fantaseada como teniendo un pene o un hombre teniendo senos en momentos de despliegue de fantasías eróticas durante el acto sexual. Eso nos  permite comprender que la preferencia por satisfacer el placer con alguien del mismo sexo, no pasa por la negación de la alteridad ni tiene que ver con la inversión del propio género. No todos los homosexuales hombres se consideran femeninos en sus aspectos  genéricos y en su sexualidad están todos en posición masculina, -posición, no debe confundirse aquí con activo o pasivo- . Tampoco todas las lesbianas se consideran masculinas ni todas lo son en sus goces sexuales. Además cuando hablamos de alteridad no deberíamos reducirla a la diferencia sexual porque ese es un reduccionismo biologista. Para hablar con propiedad, debemos considerar la alteridad como la capacidad de ver al otro como diferente a nosotros en toda su dimensión humana. De lo contrario, reducir la alteridad a una diferencia sexual, nos haría suponer que quienes son capaces de sostenerla son únicamente los que establecen vínculos heterosexuales. Los asesinatos de mujeres por parte de sus compañeros hombres, el desprecio y la violencia que las mujeres de todas las épocas han padecido a manos del poder patriarcal que se infiltraba en la subjetividad de sus compañeros, no parecen ser un buen testimonio que pruebe su capacidad de alteridad.

Lo que define la sexualidad es  la profunda implicación emocional que nos lleva a dirigirnos a un sexo determinado para satisfacer nuestras ilusiones, -o al menos intentarlo-,  un sexo que nos lleva con más facilidad que otro a sensaciones entrañables que toman un aire de familiaridad que nos  permiten rescatar ese anhelo de infancia del que estamos hambrientos y que alimenta nuestros sueños más queridos. Es en este terreno donde se entrecruzan las identidades de género y las orientaciones sexuales, ambos terrenos donde mal que le pese al discurso conservador, no son monolíticos ni representan una única forma de sexualidad que estaría prefigurada desde el nacimiento de acuerdo a la anatomía. Un chiste: en una ocasión dos amigos pasaban frente a un paredón y sabían que ocultaba un campo nudista. Movidos por la curiosidad, uno se subió a hombros del otro para espiar y el amigo le preguntó con evidente impaciencia: ¿qué son, hombres o mujeres? Y el otro le contestó: ¿cómo quieres que lo sepa si están desnudos? Esta respuesta  tiene la estructura de un chiste,  porque un  chiste dice una parte de verdad y otra de mentira. Y la parte de verdad que dice en este caso es que lo que define la sexualidad no es el cuerpo anatómico, aunque se cuente con él para realizar actos sexuales.

¿Por qué es importante recordar esto hoy, en esta convocatoria para hablar del impacto de la  jerarquía de género en el erotismo femenino? Porque hay un enorme movimiento reaccionario de parte de los obispos, de grupos ultracatólicos e integristas, de políticos conservadores, que manipulan conceptos acerca de la sexualidad de una manera absolutamente demagógica y falsa. Cuando afirman que hay una única familia, la formada por la única pareja a la que dan legitimidad –ellos dicen antropológica- o sea, la de hombre y mujer, cuando insisten en los daños que puede ocasionar al niño/a la crianza en otro tipo de familias que no respondan a este estereotipo clásico, cuando afirman que la familia tradicional  es la única que garantiza la continuidad, la fidelidad, la armonía y tantas cosas benéficas más, están hablando de una idealidad que no se corresponde con los datos empíricos de la experiencia vivida porque en esas familias tradicionales, además de las que funcionan bien, también están las que se divorcian, las que producen las muertes por violencia doméstica con una frecuencia que va en aumento, a pesar de las leyes que intentan proteger a las mujeres,  en esas familias también se producen incestos y se abusa de menores, generalmente por familiares cercanos o amigos íntimos de la familia, en esas familias también se produce el contagio del sida por maridos inconscientes que descuidan la protección mínima porque se niegan a utilizar el preservativo, en ese tipo de familias también están los clientes de las prostitutas. De todo esto es de lo que no nos hablan y en cambio nos hablan de fidelidad. Esto es lo que los obispos callan y ocultan, y en cambio, estigmatizan a las otras sexualidades posibles y a las otras familias negándoles legitimidad y convirtiéndose en agoreros de catástrofes psicológicas para los niños/as criados en ellas. Sin embargo, no parece importarles demasiado a los 8.000 obispos denunciados hace unos años en Estados Unidos por abuso de menores y a los de otros países incluido éste, los perjuicios psicológicos del abuso que ellos mismos llevan a cabo.


 Los cambios en todas las épocas históricas siempre van acompañados de resistencia al cambio, por miedo de perder poder o por miedo a lo desconocido. Con respecto a estas nuevas familias sólo podemos observar, antes de concluir aseveraciones que sólo llevan un tinte ideológico. La experiencia de los hijos criados por parejas de madres lesbianas, según una investigación que realicé yo misma financiada por el Instituto Catalán de les Dones,  sobre 28 casos,  no encontré los estragos que vaticinan los agoreros sino por el contrario, resultados sorprendentes,  por ejemplo, desmontar un prejuicio que dice que los hijos de homosexuales serán homosexuales. En los 28 casos investigados por mí, sólo uno se declara bisexual, un chico de 18 años que ha tenido su primera experiencia gay hace poco. En otros casos publicados de experiencias vividas de hijos en la misma situación de otros casos similares, se encuentra una diversidad mayor, pero es mayoritaria la aceptación y el reconocimiento afectivo hacia sus madres. Si miráramos con la misma desconfianza con que se mira a los hijos de estas familias con respecto a su sexualidad,  infiriendo que cuando se da la homosexualidad en ellos es por su pertenencia a una familia distinta, no deberían olvidar quienes eso afirman que los homosexuales de siempre  provienen de familias que tienen padre y madre. Invocar como causa de la homosexualidad un padre ausente y una madre fría y dominante como han hecho muchos terapeutas - válgame Dios el título- es olvidar que esos mismos condicionantes causales en otras personas no producen el mismo resultado.

Cuando el Senado español invitó a distintos especialistas para dar su opinión de expertos acerca de las nuevas familias, los conservadores llamaron a  Aquilino Polaino, quien se dedica a hacer terapias aversivas para obturar la homosexualidad,  aunque él afirma curarla, mientras que otros grupos políticos trajeron a otros expertos con experiencia real de otras familias y niños que crecen ellas y se mostraron partidarios de permitir la adopción a parejas homosexuales siempre que pasaran por los mismos test de idoneidad que pasan las parejas heterosexuales. Un artículo publicado en El País el domingo 6 de enero de este año denunciaba la cantidad de niños adoptados que son devueltos. No faltará quien afirme que son los homosexuales quienes los devuelven sin tomarse el trabajo de investigar la verdad como por ejemplo ha sucedido con las falsas noticias que han difundido en las campañas contra el aborto que leídas por un lector desinformado podrían hacerle pensar que en Cataluña las mujeres se dedican a abortar a los siete meses de embarazo o las clínicas que los practican se dedican a triturar niños. Es increíble como a los llamados pro-vida sólo les interesa la vida fetal pero no parece interesarles mucho lo que suceda con el nacido, ni el contagio del sida puesto que se oponen al preservativo.
         
Si traigo a colación estas cosas es porque  el fondo de estos debates virulentos por parte de los conservadores, se apoya en una concepción naturalista de la sexualidad, hasta el punto de convertir su manera de entenderla en una cuestión ontológica. Si se afirma que lo normal es que un hombre solamente desee a una mujer y viceversa, ese criterio de normalidad sólo puede sostenerse si se apoya en un esencialismo naturalista        que hace del sexo anatómico un deber ser orientado únicamente a la heterosexualidad. Lo mencionado al principio de este escrito acerca de los objetos parciales disparadores del deseo, es suficiente como para reconocer que la presunta normalidad sexual no deja de ser una ficción social que ejerce su empuje en dirección a la heterosexualidad, considerada en bloque monolítico y exenta de otros deseos, ficción destinada a taponar un vacío ineludible en toda identidad, que nunca tiene la consistencia que tiende a atribuírsele.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista

IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN EL EROTISMO FEMENINO




El análisis que haré del estudio del erotismo femenino, combina la visión de género con lo que se puede rescatar del psicoanálisis una vez depurado de sus apoyos epistemológicos patriarcales, o sea, combinando la subjetivación intrapsíquica -que incluye la lógica del inconsciente y la sexuación- con enfoques interrelacionales, -que atienden a los efectos subjetivos que provocan en el sujeto, la conducta, comunicación y trato que recibe de los otros como mujer. Dentro de esos otros, incluiré el Gran Otro -donde incluyo las determinaciones macrosociales que tienen el poder de crear subjetividades. Aquí entrarían todas los efectos que las jerarquías de género provocan en las mujeres. Tenemos que tener claro que no hay una ciencia neutra, que la llamada objetividad es un recurso ad hoc que se ha utilizado demasiadas veces para colar prejuicios que se tomaban como verdades científicas. Esto se ha hecho particularmente evidente en el tratamiento de la sexualidad femenina y en las descripciones de su subjetividad. Me interesa destacar el impacto que ejerce sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le otorga al género masculino un valor de privilegio y considera lo femenino como un género devaluado. El cambio que las mujeres han experimentado en sus desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo laboral, hace más necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación y la pasividad femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha atribuido como características diferenciales del ser mujer desde el discurso androcéntrico del psicoanálisis ortodoxo. 

Este texto fue escrito a raíz de una iniciativa de diversos Colegios Profesionales, Facultades e Instituciones varias de decretar el año 2006 como Año Freud, lo que me lleva a hacer un poco de historia y a rendirle homenaje con el respeto que se le debe a los grandes pensadores, respeto que consiste en tomar su palabra de manera crítica, ubicándola en su contexto histórico, tomar de ella lo que sirve aún hoy y poder criticar lo que no. Como se haría con un buen padre, tomar de él lo que sirve e ir más allá de la adhesión ciega a su palabra. De lo contrario, dicha adhesión acrítica implicaría falta de inquietud y autonomía, dependencia que no haría honor a la pasión por la verdad inherente a todo investigador. Dicho esto y centrándonos en el tema de este monográfico –Mujer y Psicoanálisis-, hoy diría yo, Mujeres y Psicoanálisis, puesto que decir Mujer supone un esencialismo identitario que no responde a la realidad de las diversas subjetividades femeninas. Hay que reconocer la valentía de Freud de haberse planteado en una época victoriana, represora como ninguna de la sexualidad femenina en particular, los malestares de los que se quejaban las mujeres que él tomaba en tratamiento, como teniendo su origen en una insatisfacción erótica. Hoy día con la distancia histórica que permite ver más determinaciones del malestar, podríamos decir que los malestares femeninos de entonces bien podrían ser resultado de la escasa o nula participación que se les permitía a las mujeres en la vida social, en la cultura, en la falta de autonomía como sujetos con deseos propios, a la dependencia inhumana a la que se las confinaba con respecto a los hombres sin tener ningún poder de decisión sobre lo que anhelaban para sus vidas. Reducidas al ámbito doméstico, no tenían otro escape que la fantasía para librarse del tedio o del malestar, o de la falta de producir alguna obra creativa o de tener algún reconocimiento social por su propio nombre. Tales carencias las colocaban en un lugar propicio para ser caldo de cultivo de fantasías eróticas que les ofrecieran la ilusión de tener otra vida diferente. Pocas se animaban a llevarlas a cabo, como por ejemplo, las que pueden sentirse representadas por la protagonista de la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary. Las que por su adhesión superyoica a la represión sexual, no podían trasgredir las normas victorianas, lo pagaban con síntomas, que fue lo que Freud se ocupó de escuchar y de tratar de teorizar, siendo tal actitud en esa época, un enfoque revolucionario y escandaloso. La idea de los problemas de alcoba, no era nueva en esos tiempos, puesto que en los círculos médicos se hablaba de “problemas de alcoba”, pero como un comentario de pasillo que nunca hubiera considerado esos problemas como la etiología de los síntomas de las mujeres.  

Freud intentó investigar cómo esos problemas de alcoba actuaban en la génesis de los trastornos neuróticos que presentaban sus pacientes, mujeres en el inicio, quienes le enseñaron a escucharlas. Sus investigaciones y el saber escuchar fueron llevándolo paulatinamente a descubrir diferencias importantes en la erótica de ambos sexos y sobre todo, su descubrimiento capital, no por cierto grato, fue que el inconsciente no conoce la diferencia de sexos y que el  sexo tiene allí una única representación en el falo. O sea, que la diferencia de sexos no se inscribe en el inconsciente, como una oposición entre hombre o mujer, sino como oposición entre fálico o castrado, (palabra que si bien responde al nivel imaginario de la sexualidad, no resulta representativa a nivel simbólico porque todos y todas estamos sujetas a la castración, si con ello se quiere aludir a la falta que siempre nos encontramos en nuestra pretensión de totalidad, sea en el campo en que sea). Pero volviendo a la gramática freudiana de entonces, la posesión o privación del órgano genital masculino es el elemento alrededor del que gira la diferencia clasificatoria del sexo para el inconsciente, que desde luego no responde a la lógica consciente, que está mucho más sujeta a las influencias sociales.  La lógica del inconsciente se maneja entre esos dos parámetros. Masculino y femenino será el resultado de una elaboración posterior, donde para establecer la diferencia que dé un sentido a ciertas características genéricas, Freud se apoyará en parte en la conducta de las células sexuales creando la oposición activo o pasivo como equivalente de masculino o femenino, respectivamente aunque no le conformaba del todo esta analogía. Y tenía razón. Él mismo señalaba que las mujeres debían poner un juego un alto nivel de actividad tanto en el ejercicio de la maternidad como en acto sexual para llegar al orgasmo. Ejemplos de actividad que no ampliaba a más campos, como podríamos ampliarlos hoy, pero es que en ésa época las mujeres no tenían acceso a otros tipos de actividad como en la actualidad. A esa apoyatura inicial que proponía Freud para diferenciar en activo y pasivo lo masculino y lo femenino, se le agregan todos los estereotipos culturales que intentan definir los diferentes géneros estableciendo categorías polares excluyentes en actitudes, comportamientos, rasgos de carácter, maneras de sentir, todo un amplio espectro de posibilidades humanas que aparecen así artificialmente divididas. Por ejemplo, un hombre no llora, una mujer es sumisa, un hombre es racional, una mujer es emocional, un hombre es agresivo, una mujer es dulce, y tantos más, que muestran lo artificioso de semejantes polaridades. 

Hoy asistimos a una verdadera debacle de estos estereotipos y los malestares de alcoba están asumiendo nuevas formas. A esto han contribuido el feminismo y los movimientos de liberación homosexual, que han permitido ampliar el horizonte de las identidades sexuales y la ampliación asimismo de los estrechos márgenes que tipificaban los géneros, pudiéndose reconocer como hombres o mujeres, sujetos que tenían características que en los estereotipos clásicos se asignaban al sexo contrario al que pertenecían. Por ejemplo, hoy nadie dudaría en calificar de no femenina a una mujer ambiciosa, puesto que los ideales propuestos por la cultura hacen hincapié en la formación profesional,  en el saber, en el logro de dinero, en el éxito, valores que presionan también a las mujeres para sentirse satisfechas. En cuanto a la categorización de las orientaciones sexuales, si hablamos de deseos eróticos heterodoxos, podemos comprobar cómo se ha pasado de la patologización con la que antes eran teorizados a una mayor naturalización y normalización de los mismos. Las críticas que el feminismo conocedor de la teoría freudiana le han dirigido a la misma y la revisión hecha por Lacan a la sexuación, han ampliado el horizonte de comprensión de la sexualidad, especialmente la femenina. Cuando Lacan observa que cualquier sujeto que se dirija eróticamente a una mujer es heterosexual, independientemente de su sexo anatómico, está diciendo que para una mujer lesbiana, la otra mujer es el otro sexo. La atracción histérica por otra mujer, participa de algo de ese desconocimiento en sí misma del no saber en qué consiste la feminidad y creer que la otra sí lo sabe.  Esa similitud subjetiva, aunque la estructura psíquica sea diferente en ambos casos, hace comprensible que feministas muy lúcidas hayan desmitificado el patrón normativo centrado en la heterosexualidad. Por ejemplo, la poeta americana Adrienne Rich, señala que la frontera que separa lo hetero de lo homo es permeable en las mujeres, lo que la lleva a establecer el concepto de un continuo lesbiano en  ellas. Otra filósofa feminista americana, Judith Butler, también ha dirigido una crítica muy aguda a la heterosexualidad cuando señala que "la heterosexualidad está siempre en proceso de imitar y aproximarse a su fantasmática idealización y de fracasar." Lo que significa según la autora que "cuando la heterosexualidad se erige como el fundamento natural de la orientación sexual del cual la homosexualidad se consideraría una mala copia, es ella misma (la heterosexualidad) una teatralización que aspira a parecerse a un ideal de sí misma que nunca consigue adecuar del todo y siempre en riesgo permanente." 

 Esta afirmación es totalmente coherente con las ideas freudianas que afirmaban la bisexualidad en todos los sujetos humanos. En una nota de 1923 a pié de página del caso Dora, o sea,  casi dos décadas después de su publicación, Freud reconoció su fracaso en ese análisis y atribuyó el abandono de Dora del tratamiento, por no haberse dado cuenta a tiempo de la importancia de la corriente homosexual en los humanos. Algo del orden del desconocimiento y también de cierto prejuicio médico propio de la época en la manera de pensar la homosexualidad hizo que también fracasara en otro caso que publicó y que llamó “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, también referido en la literatura psicoanalítica como el caso de la joven homosexual. Joven que al igual que Dora también fue llevada por su padre al tratamiento con Freud, no por su deseo. El padre de esta última confiaba en que la influencia de Freud la calmara, asustado como estaba por la amenaza de ella de suicidarse. La queja de Dora que se fue desvelando a través de su análisis era haber sido objeto de un pacto perverso entre su padre y el marido de una mujer que ella adoraba -la señora K-. Su padre era amante de la señora K y el señor K quería seducir a Dora, que a la sazón tenía catorce años. (Hoy el señor K sería acusado de abuso de menores.) El pacto podría enunciarse así: tu mujer por mi hija y tú y yo nos callamos estas trasgresiones sin estorbarnos en su realización. El error de Freud fue insistir en el señor K como un personaje erótico válido para ella, convencido de que el hilo es para la aguja como la muchacha para el muchacho, que en este caso ni siquiera era un muchacho, y no se dio cuenta que a quien ella amaba era a la mujer de K.  La joven homosexual, a la que Freud no pone un nombre,  es llevada por su padre para ser tratada con el fin de “normalizarla”, que en el decir del padre significaba heterosexualizarla, después que ella hiciera un intento de suicidio por la desesperación de sentirse abandonada por la mujer a la que adoraba. El padre se avergonzaba de ello tanto por el propio puritanismo de la época entorno a la homosexualidad como por el hecho de ser la amada de la joven una mujer que se hacía mantener por hombres ricos.

 ¿Cuál fue el error de Freud en este caso? Pensar la homosexualidad como inversión de género, propio de la concepción médica de la época en estos asuntos lo que no le permitió tomar en cuenta como verdadero un deseo hetero de la joven y atribuirle una intención de engaño para vengarse así tanto de él como de su padre que esperaban ese deseo, para defraudarlos después. Resultado, Freud le indicó la conveniencia de ser tratada por una analista mujer a la que la joven no acudió nunca. Además habría que ver en este caso quien de los dos se sintió más decepcionado. Freud estaba muy preocupado en ese entonces por la orientación homosexual de su hija Anna- en análisis con él desde hacía un año, hecho que no deseaba hacer público-. Razón por la cual aceptó tratar a la joven homosexual, contraviniendo su costumbre de hacerlo cuando la homosexualidad de quien lo consultaba le resultaba egosintónica, - o sea, que no le traía ningún conflicto por sí misma ni consigo misma- como en este caso. Prueba de ello fue que Freud no dejó ningún registro de homosexuales que lo consultaron, porque para él no eran casos. Sin embargo hay un testimonio de un paciente, Bruno Goetz, citado por H. Abelove, homosexual que quería ser reconocido como poeta, pobre en recursos económicos y que sufría problemas con los ojos y fuertes jaquecas. Uno de sus profesores arregló una consulta con Freud y le envió algunos poemas de su alumno. Cuando finalmente acudió a Freud le habló de la masturbación, de la vez que amó a una mujer mayor que él, de su atracción por los marineros a quienes quería besar, de su soltería. Todo esto contribuyó a que desaparecieran las jaquecas y a sentirse inmediatamente mejor. Freud le preguntó si la cuestión con los marineros nunca le había molestado, a lo que Goetz contestó que no y que siempre había estado enamorado. Freud replicó: "Cuando usted está enamorado todo está bien, ¿verdad?, para usted ciertamente" y rió. Le preguntó cuando había comido un bistec por última vez, le entregó un sobre cerrado diciéndole que era una prescripción y le dijo: "Por favor, acepte este sobre y permitame esta vez actuar como su padre. Una pequeña retribución por la alegría que me ha dispensado con sus poemas y la historia de su juventud". En el sobre había dinero más que suficiente para un buen bistec. Nótese de paso, la diferencia entre la permisividad de Freud con respecto a la homosexualidad y la patologización de los seguidores de la escuela inglesa y americana en el tratamiento y la conceptualización de la misma, para quienes no deja de ser considerada en todos los casos una perversión. Nótese también la diferencia entre la falta de análisis de la disposición homosexual del joven Goetz y la declaración de Freud de su agradecimiento por el placer de escucharlo y las interpretaciones exhaustivas de las causas de la disposición homosexual de la joven junto a la frase que le dijo al despedirse cuando le puso fin a su tratamiento: “tiene usted una mirada muy astuta. No quisiera encontrarme con usted en la vida como un enemigo”. Ella se despide de Freud pidiéndole que le diga a su padre que la baronesa- mujer de la que ella estaba enamorada- "no me apartó del recto camino en dirección a su cama". Es sorprendente desde luego la respuesta de Freud cuando le menciona que es astuta y que no le gustaría encontrarla por la vida como su enemigo. Que imaginariamente pudiera percibir u una mujer astuta como posible enemiga de un hombre, es una idea similar que Freud ya había expresado en una carta a su novia Marta del 15 de noviembre de 1883, cuando le preguntaba si debía pensar en ella como un competidor en referencia a un comentario sobre ideas liberales de Stuart  Mill acerca de la emancipación femenina a la que Freud no encontraba justificación por la melancolía que significaría la pérdida para el hombre del ideal femenino (de su época). 

El error de Freud cuando teorizó sobre la joven homosexual fue considerarla un  caso de perversión y no de histeria, apoyando su diagnóstico en el criterio de la inversión, localizándola en la identificación y en la elección amorosa. Por sí solos tales criterios no bastan para determinar una estructura perversa. La vida erótica responde a otras vertientes además del amor, tales como el deseo y el goce erótico. Hay una referencia interesante al caso de la joven homosexual en Lacan  donde añade al niederkommen freudiano otra interpretación, el haber sido dejada caer por su padre y también por Freud. Y algo más que casi pasa desapercibido por los autores, y es que en el momento en que paseando con la mujer que amaba y se encuentra con la mirada despreciativa y furiosa de su padre, hay que agregarle que la mujer que amaba le dijo en ese mismo momento que debían dejar de verse, acto seguido ella se deja caer a las vías del tren desde el puente. La fuerza determinante de la pérdida de amor por parte de la mujer que amaba no fue señalada casi por ningún autor, sino más bien, se puso énfasis en la desautorización del padre como la causa que precipitó su intento de suicidio. Y se tomó la palabra niederkommen, palabra alemana que quiere decir caer hacia abajo, expresión que también utilizan en alemán para referirse al parto, como una indicación de que la joven quería un hijo de su padre, lo cual es una suposición que no pudo ser probada  en el análisis de la joven. Fue una inferencia de Freud.  Esto me recuerda un chiste famoso: un científico tiene la teoría que una araña sin patas camina de todos modos y para demostrarlo le quita una a una todas sus patas y le ordena que camine, lo cual la araña hace hasta que se le quitó la última y naturalmente no puede caminar. Entonces el científico concluye que la araña sin patas se vuelve sorda. La manera de no volvernos sordos es escuchar lo que nos dicen quienes viven sus experiencias y no pretender que nuestras teorías funcionen como un lecho de Procusto al que tienen que ajustarse todos quienes lo prueban. No hay ceguera mayor que la de aquellos que pretenden aferrarse a una teoría que les responda todas las preguntas, conducta que parece similar a quienes quieren adherirse a un líder de masas para sentir que participan de un cuerpo que se reviste de omnipotencia.
 
   Es interesante a este respecto una biografía del caso de la joven homosexual de Freud que acaba de ser publicado por dos periodistas que la entrevistaron antes de su muerte, una de ellas nieta de una mujer que fue amada por Sidonie, que así se llamaba la joven,  podemos constatar que su pasión inicial por una mujer que se hacía mantener por los hombres pero que prefería a las mujeres como objetos eróticos, se limitaba a una inflamación amorosa pero sin deseo erótico ni pretensión ninguna de satisfacción sexual. Una novelista japonesa, Banana Yoshimoto, autora de tres cuentos cortos que se han publicado bajo el título de Sueño profundo, en el cuento que lleva precisamente ese nombre,  le hace decir a una mujer decepcionada por su amante varón pero al que ama y desea, lo siguiente: “es posible que a mí me gusten más las mujeres que los hombres. Cuando estaba con Shiori, y no lo digo en el sentido lésbico, a veces era eso lo que sentía en lo más hondo de mi corazón.” Y también: “… a veces, sin saber muy bien por qué, me daban ganas de hundir la cara en aquel pecho lleno, y contárselo todo entre sollozos. Las cosas malas, las mentiras que había dicho yo, lo cansada que estaba, lo que había soportado, las noches oscuras, las inseguridades, todo. Y acordarme de mi padre, de mi madre, de la luna de mi pueblo natal, del sonido del viento cruzando los campos. Shiori era así.” Evidentemente es una hermosa declaración del profundo amor que le tenía a su amiga y que la remontaba a las más entrañables vivencias de la infancia, las que quedan marcadas a fuego y le aportan el calor necesario a todo sentimiento erótico. 

Volviendo a Sidonie, ésta se siente atraída por mujeres relacionadas con hombres, casadas, lo que nos puede llevar a establecer una similitud con la pregunta de la histérica acerca de la feminidad y de cómo otra mujer puede representarla frente a un hombre. Ella misma decidió pagar su tributo a la "normalidad" a sus 28 años con una experiencia heterosexual que le resultó repulsiva con un hombre con el que terminó casándose dos años después.  Matrimonio sin ilusión aunque guiada por la esperanza de que si alguna vez una mujer volviera a deslumbrar su corazón -por lo cual rezaba y esperaba para poder huir de la apatía de su vida-, haría lo que había aprendido de Léonie, la baronesa objeto de su primer amor, quien le había enseñado lo bien que se podía hacer congeniar una apariencia social con una vida según el propio modo de ser. El único hombre del que se había enamorado no le correspondió  porque consideraba que ella era una esteta y en la cama se pierde toda estética. Es más, en su biografía, el acercamiento al goce y a la experiencia sexual con una mujer se produce cuando ella es muy mayor y en grados de aproximación lenta. Y de ningún modo puede afirmarse que aún en estos casos se trate de una perversión. Que ella sintiera que la belleza era su criterio, su afrodisíaco, que el deseo el motor que la impulsaba y que su cumplimiento y la realidad no eran más que decepción y abatimiento no la diferencian de la histérica. Lo confirman su asco a la realización del erotismo y sus respuestas emocionales frente a la relación lesbiana que le provocaban mucha angustia y miedo de perder el objeto de amor. Circunstancia que le imposibilitó sostener sus vínculos cuando más le importaban. Sidonie tuvo a lo largo de su vida tres intentos de suicidio, uno el referido por Freud, otro con una ampolla de veneno y el tercero disparándose con un revólver al corazón errando el tiro por dos centímetros. Todos ellos motivados por la experiencia de abandono de parte de la mujer amada y además por la soledad social en que la dejaba este tipo de unión amorosa. Nunca podremos valorar suficientemente el hecho de que las diferentes concepciones acerca de la sexualidad generan efectos subjetivos diferentes. No es lo mismo reconocerse lesbiana en un medio que condena la homosexualidad y que además puede considerarla delictiva, que en un medio donde no sólo está permitida sino que además es legal y se autoriza al matrimonio.  Cuando lo que está presente fundamentalmente es el amor, que puede incluir o no, deseo y goce, es donde el inconsciente tiene menos que decir porque al estar el amor vinculado con el narcisismo y por tanto, con los ideales, supone en sí mismo un movimiento fundamentalmente homo, ya sea porque el otro/a amado/a representa lo que uno/a querría ser y no es, lo que alguna vez fue y ya no es, por ejemplo, joven, pero siempre supone un intento de aprehender lo que se siente como falta en uno mismo, aún en las supuestas elecciones anaclíticas, la del padre protector y la madre nutricia.
   
Me interesa destacar el impacto que ejerce sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le otorga al género masculino un valor de privilegio y considera lo femenino como un género devaluado. El cambio que las mujeres han experimentado en sus desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo laboral, hace más necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación y la pasividad femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha atribuido como características diferenciales del ser mujer desde el discurso androcéntrico del psicoanálisis ortodoxo. Tomaré un ejemplo clásico, Freud en su obra de 1931 “La feminidad”, señalaba tres destinos posibles de la sexualidad femenina que él centraba en el impacto de la diferencia sexual anatómica, vivida como una minusvalía en el caso de las mujeres. Frente a esta constatación de la diferencia en menos, comparativamente con el sexo masculino, comparación puesta en los órganos genitales, las niñas pueden reaccionar de tres modos diferentes: o bien una catástrofe de la vida erótica que tendría como efecto una aversión por la sexualidad, o bien por una masculinización -que puede suponer homosexualidad o no-, o bien, por la aceptación de una diferencia que la acerca al sexo masculino y le permite el goce. Solución esta última que Freud consideraba la vía auténticamente femenina. Freud atribuía demasiada importancia causal a la diferencia anatómica como para generar un estrago de la sexualidad tal como describía en una de las posibles consecuencias señaladas antes. Creo que la constatación de esa diferencia anatómica supone un primer golpe narcisista, pero por sí sola no sería tan desencadenante de consecuencias graves si no contara con el apoyo cotidiano y sistemático de una diferencia jerárquica que ataca constantemente el narcisismo femenino y lesiona la autoestima de las mujeres. Gerard Pommier , siguiendo a Freud, señala que las dos posibles primeras salidas señaladas anteriormente –naufragio de la vida erótica y masculinización-  se apoyan en una confusión entre falo y pene.  En realidad, el falo es un concepto que señala una ausencia no una presencia, una ausencia, sin embargo, que tiene el poder de disparar el deseo.  El pene es un órgano que  representa el falo pero no lo es. Así como un agente de la ley, la representa pero no es la Ley. Lo cual nos advierte del carácter metonímico de desplazamiento en la ubicación del falo.  Si se confunde falo y pene podríamos pensar que la castración es un asunto que sólo afecta a las mujeres y que los hombres hacen gala de completud. Un chiste de Woody Allen dice que él no entiende porqué se atribuye la envidia al pene a las mujeres cuando son los hombres los que están permanentemente preocupados por su tamaño. De hecho, es verdad que en todo hombre está presente el fantasma de un hombre incastrado, gozador, de plena potencia indeclinable, que hace que se imaginarice  como garantía de goce de la mujer.  Eso es el ideal del falo, pero como se comprende, sobre todo por las que han tenido experiencia con los hombres reales,  no tiene nada que ver con el pene real bastante menos potente y funcional que el idealizado.  Algunos autores han señalado la preeminencia de la percepción para explicar porqué la diferencia de sexos se percibe como una polaridad antagónica de falico o castrado. Pero es una explicación insuficiente cuando hace prevalecer lo que se ve  en el niño frente a lo que no se ve en la niña, porque según lo expresan las fantasías sexuales infantiles, otra obra publicada por Freud con el mismo nombre, la percepción queda subordinada a una creencia delirante que impone la premisa universal del pene. Eso significa que aunque la percepción confirme que la niña no lo tiene, se produce una desmentida con respecto a que las niñas no lo tienen por naturaleza, desmentida que justifica la ausencia de pene aludiendo   a una causa que explicaría por qué no lo tiene, causas que se pueden resumir en estas dos: es pequeña, ya le crecerá; lo tenía pero lo perdió porque la castigaron. La idea delirante consiste en mantener la creencia de que tanto las niñas como los niños tienen que tener pene. Por eso para el inconsciente la diferencia de sexos se subjetiva imaginariamente como fálico o castrado. Difícil de entender para la lógica consciente que no puede entender porqué lo masculino se erige como sexo único.  Para complicar un poco más las cuestiones que agregan malestar en la sexualidad, podemos agregar que la representación de la mujer en el inconsciente se da bajo la figura de la madre. Volveré más adelante sobre este punto, no sin antes señalar que cuando se habla de un hito que produce grandes efectos en la constitución de la subjetividad neurótica, se habla de la importancia de la percepción de la castración en la madre, entendida en un sentido ortodoxo como la percepción de la falta de pene. Pero la castración en la madre tiene más que ver con la caída de su omnipotencia que con la ausencia del pene.

El impacto que ejerce sobre la subjetividad de las mujeres la jerarquización de los géneros, jerarquización que las devalúa, puede dar lugar a tres posiciones diferentes en su relación con el otro sexo y con el propio: una salida es permanecer niñas y dependientes, hacerse eco de la devaluación social del género femenino delegando en el hombre sus potencialidades y sus ideales, ser objeto y no sujeto de deseo, buscando permanentemente la protección masculina, el dejarse dirigir por el hombre inhibiendo sus propias capacidades, lo que las confina al lugar que nuestra cultura patriarcal asignaba a las mujeres que consideraba femeninas o "verdaderas mujeres". Evidentemente no es el modelo de feminidad que se valora más actualmente, sino el que rinde culto a la mujer autónoma, con todas las cualidades de ambición, eficiencia, éxito, poder, cualidades que se han considerado tradicionalmente masculinas, lo cual da lugar a otra de las salidas posibles frente a la percepción de género femenino devaluado: la reivindicación.  Esta 
última no debe confundirse con masculinización en el deseo (propio de la homosexualidad) cuando quienes adoptan esta salida conservan su deseo heterosexual para la satisfacción de su erotismo. La reivindicación se opera en un tener acceso a los ámbitos que tradicionalmente fueron feudos masculinos, actuando en nombre propio, siendo sujetos activos de deseo y planteándose la relación con el hombre desde la igualdad de derechos, que no debe confundirse con una negación de la diferencia sexual, como a veces suele confundirse en medios psicoanalíticos ortodoxos e incluso en el feminismo de la diferencia. Una acotación con respecto al feminismo de la diferencia es que corre el peligro de convertirse en un feminismo de la uniformidad, que conserva su carácter esencialista al hablar de la mujer, en singular, como si la subjetividad d elas mujeres fuera igual en todas. por eso las críticas que dirigen al feminismo de la igualdad están teñidas del mismo prejuicio en el que fundan el suyo y por tanto, confunden igualdad de derechos con negación de las diferencias. Y no se trata de los mismos fenómenos. Las mujeres que adaptan su subjetividad a los reclamos del postmodernismo, son las que adoptan un estilo que podríamos calificar desde los tiempos del Antiguo Régimen hasta la modernidad incluida, como masculino aunque  sigan conservando su orientación heterosexual en cuanto a la satisfacción de su goce erótico. Estas mujeres  que podríamos llamar transicionales, no están exentas sin embargo, del lastre de prejuicios de género que las hacen sentir culpables cuando no pueden ocuparse del todo de los roles que tradicionalmente ocupaban las mujeres tradicionales, sobre todo en lo que hace al cuidado de los hijos. El conflicto creciente entre unos ideales que impulsan a no renunciar al placer y al poder que otorga la autonomía, hace posible otra salida para la sexualidad femenina, que consiste en el desistimiento de su relación con el hombre por el naufragio de sus ideales más que por renegación de la diferencia sexual, lo que puede llevar a muchas mujeres a elegir una pareja femenina por ser más acorde a sus ideales de valoración del género, de comunicación y del descanso que implica no tener que sostener una mascarada femenina.

Joan Riviére con una obra con el  mismo título, nos presenta el caso de una mujer que presentaba como síntoma la necesidad urgente de tener una relación sexual con su hombre después de haber tenido éxito como conferenciante para defenderse del miedo de haberlo castrado, hoy diríamos miedo de haberlo disminuido como hombre, de haberlo impotentizado. Con esa relación sexual posterior a un éxito social, Joan Riviére pretendía reasegurarse como mujer. Es notable la correlación entre éxito femenino y miedo de castración masculina. Cuando a Joan Rivière le preguntaron cuál era la diferencia entre la mascarada femenina y la verdadera feminidad dijo que no había ninguna. Sin embargo, cuando las mujeres que hoy ocultan sus éxitos, sus potencialidades, su inteligencia, haciéndose las desvalidas o haciéndose pasar por poco inteligentes frente a los hombres no todas lo hacen por los mismos motivos. Hay quienes realmente protegen el narcisismo del compañero de manera tierna y sentida, movidas por el amor, -lo que deja al hombre en la situación del niño que hay que proteger-. Otras en cambio, ejercen una especie de enmascarado cinismo -complaciente o no- porque saben que el precio que pagan la mayoría de quienes no lo hacen es la separación. Triste destino de muchas mujeres exitosas en la actualidad: están solas. Aunque las que siguen con sus hombres en este plan de desigualdad injusta no están menos solas y pagan con síntomas el enmascaramiento de sus potencialidades o el silenciar sus quejas. Recuerden ustedes la película "Solas" de Benito Zambrano y el ensayo del mismo título de Carmen Alborch. Esta autora también tiene otro libro que se llama “Malas” referido a aquellas mujeres que no cumplen con los roles tradicionales.  No puede decirse con toda seguridad que las mujeres que se quedan con su pareja masculina  con  condiciones restrictivas lo desean libremente, sino que hay un cierto forzamiento, atribuible a complejos motivos, entre los cuales no está ausente el miedo a la soledad, a no ser deseadas y también a la violencia masculina. Pero también hay que decirlo, un factor importante que  ejerce su influencia es el erotismo femenino que necesita sentirse confirmado como tal a través del hecho de ser deseada. Este es el temor más profundo y doloroso que angustia a muchas ejecutivas que se virilizan para estar acordes con lo que el mercado de trabajo competitivo les exige, o sea, adaptarse al modelo masculino, pero que luego desconciertan cuando muestran aspectos infantiles, de niñas desvalidas, cuando quieren ser reconocidas y aceptadas como mujeres. Es como si aún no hubieran encontrado un lugar donde poder sostener sus aspectos más activos y potentes sin angustiarse por eso. A los varones tampoco les resulta fácil encontrar su lugar en las nuevas demandas que les dirigen las mujeres agentes activas del cuestionamiento de la masculinidad tradicional. Algunos de ellos resultan espoleados a buscar otras formas de masculinidad por las nuevas feminidades que los descolocan de sus roles clásicos. Otros en cambio, reaccionan con un aumento de la violencia por pánico de perder poder. Los casos de violencia doméstica y el aumento de la crueldad en los malos tratos a pesar de leyes protectoras hacia las mujeres, parece indicar que ese aumento de debe a una negativa a dejarse cuestionar el lugar de jerarquía y poder que clásicamente han tenido los hombres. Por otra parte, las mujeres poderosas siguen presentando una contradicción en sus demandas a sus compañeros masculinos, que consiste en que se las trate de manera igualitaria pero que se muestren fuertes a la hora de protegerlas. 

 El peso de los lastres de los imperativos de rol tradicionales hace que otras mujeres que establecen parejas que podríamos llamar contraculturales, por ejemplo, las que se establecen entre una mujer ejecutiva, proveedora de recursos a la pareja, económicamente hablando,  y un hombre que se ocupa de los roles más hogareños, se deja mantener y disfruta más de sus papeles pasivos, sean precisamente estas parejas las que presentan una mayor fragilidad a la hora de sostener el vínculo, porque la mujer que elige un compañero así, puede que deposite su deseo de encontrar un hombre fuerte que la proteja en su padre idealizado o en otros hombres que llenarían ese lugar en su fantasía. Y a su vez, el hombre pasivizado, no estaría libre de conflictos que le harían dudar de su masculinidad, rivalizando a la vez, con su compañera y con el hombre que ella admira. Una serie que se llamaba “Escenas de matrimonio”, que tuvo  mucho éxito de audiencia, presentaba muy bien caracterizados los tres tipos de mujeres con sus respectivas alianzas de pareja, que he intentado mostrar. La tradicional, la transicional y la contracultural.  También puede observarse la crisis en el erotización masculina cuando el hombre está ligado a una mujer de éxito, en la película "El cielo abierto", donde el protagonista Sergi López, que está muy enamorado de su mujer pero a la que no logra seducir, recupera toda su potencia sexual cuando se lía con otra mujer inculta y de clase inferior a la suya. Fenómenos de los que también da cuenta la clínica psicoanalítica. 

Gayle Rubin en su artículo El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo  consideró que los textos freudianos  brindan un relato acerca del proceso social de domesticación de las mujeres aunque esa no fuera la intención de su autor  y definió lo que denomina sistema sexo-género como “los arreglos mediante los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en producto de la actividad humana y en la cual esa sexualidad así transformada es satisfecha”. Rubin consideró que la sexualidad tal como la conocemos hoy día, incluyendo la identidad de género, el deseo sexual, la fantasía, los conceptos de infancia,  es una construcción social y la denominación sistema sexo-género tiene la ventaja de no incluir la subordinación femenina como característica estructural, lo que permitiría pensar en una modalidad de organización de los géneros que no implicara jerarquía. Sugirió que la construcción de la subjetividad sexuada se basa en la represión de determinados aspectos vinculados a la similitud entre los sexos. Lo interesante de su propuesta es una esperanza  de lograr una sociedad agenérica, pero no asexuada. Es decir destinada a hacer desaparecer la clasificación binaria y arbitraria de rasgos que se le atribuyen a un género reprimiendo los que se considera que son del género contrario. Eso facilitaría unos vínculos más libres y menos condicionados por los estereotipos. Esto aún pertenece al ámbito de la utopía, pero merece la pena tenerlo en cuenta. Los arreglos mediante los cuales la sociedad transforma la sexualidad femenina favorece el cultivo de un estilo que responde al deseo de otros más que a un deseo personal activo, favoreciendo su constricción  sexual. Un  psicoanálisis progresista, de corte constructivista,  debería describir el residuo que deja en los individuos su particular vínculo con las regulaciones de la sexualidad en las sociedades en las que nacieron y por tanto, dejar de lado su sesgo biologista que tiende a naturalizar la sexualidad y aislarla de las determinaciones sociales que la construyen. Gayle Rubin critica al psicoanálisis conservador que haya devenido más que una teoría acerca de los mecanismos de reproducción de los arreglos sexuales,  en uno de esos mecanismos. Sin embargo, aporta un cuerpo teórico que describe como los sexos han sido divididos y deformados y como los niños/as bisexuales y andróginos se transforman en niños y niñas. En ese sentido el psicoanálisis es una teoría feminista manqué.   

 La lógica fálica del poder llevada a su extremo conduce a la guerra y a la muerte porque alguien que no ha superado la roca de la castración imaginaria, es capaz de matar para demostrar que tiene más fuerza, más coraje, en una palabra, más que otro. De lo que tenemos tristes ejemplos actuales en algunos protagonistas de la política mundial. La lógica fálica lleva al enfrentamiento, a la lucha por el puro prestigio, a la dominación inescrupulosa, a la violencia doméstica para demostrar quien manda, cuando esa lógica responde al enaltecimiento imaginario de una figura que pretende ser dueña absoluta de su goce y de su potencia porque no admite límites en sus aspiraciones. Que esta figura se imaginarice como hombre responde a la lógica fálica de la completad imaginaria. Lógica que adoptan por otra parte, las mujeres masculinizadas que desprecian lo femenino por las mismas razones que lo hacen los hombres que enaltecen lo fálico.  Otros valores como el diálogo, el intento de conciliación, la ternura, el amor, el cuidado del otro, entre otras cosas,  son vividos por quienes sustentan una lógica del poder absoluto como una debilidad feminizante. De hecho a nuestro presidente Zapatero han llegado a ponerle el apodo de “Bambi”, por su talante dialogante y el apodo de "killer" (matador) cuando se ha mostrado mucho más firme y viril en decisiones difíciles. Noten ustedes la resonancia del nivel imaginario de la castración en la elección de esos dos apodos. Cuando alguien ha asumido la castración simbólica, que es la aceptación de que la fuerza, la potencia, el saber, tienen sus límites, son inevitables y rigen para todos, actúa de manera más conciliadora y favorece más un lazo social compatible con las diferencias sin hacer de éstas un motivo de confrontación, exclusión o jerarquía.    

La pregunta entonces es en qué contribuye la lógica fálica al malestar que procura al género femenino más allá de una diferencia sexual anatómica, o sea, preguntarnos qué efectos tiene en la niña su percepción temprana de la jerarquización de género que la coloca en un lugar devaluado frente al hombre y por extensión frente a los valores masculinos que ganan en jerarquía devaluando los valores femeninos como algo de menor importancia y por otra parte, qué efecto produce en los destinos de sus ideales la ausencia de representación inconsciente de su sexo como otro y de su representación como madre, que la coloca en un lugar donde su sexualidad no será autorizada del todo. Así como en un hombre, la sexualidad refuerza su narcisismo y aumenta su autoestima, en la mujer se produce una relación contradictoria entre sexualidad y narcisismo, además del hecho de no contar con la aprobación social, aunque los tiempos parecieran decir lo contrario. Esto es especialmente evidente cuando se manifiestan deseos sexuales en la madre. Todos esperan que sus hijos sean los que estén primero en sus intereses y cuando una mujer demuestra que no es así, tiene que vencer un prejuicio muy fuerte que la denigra haciendo girar sobre ella el fantasma de la puta. Recomiendo la película The mother, especialmente ilustrativa al respecto. En esta película una señora que acaba de perder a su marido es seducida por el novio de su hija, lo cual motiva una ruptura doble del estereotipo: no es la santa viuda para toda la vida que es de un solo hombre y además se lía con otro hombre que podría ser su hijo, trasgrediendo así la posición que el inconsciente le depara, la de la madre asexuada.

Otras mujeres para estar más libres de los condicionamientos de genero, eligen una salida rebelde asumiendo una pareja femenina. Ahora bien, la elección de una pareja femenina por parte de una mujer ¿implica siempre homosexualidad? Rotundamente, no. Como tampoco la elección de una pareja masculina por parte de una mujer implica heterosexualidad.  Porque para hablar de sexualidad de manera veraz tenemos que tener en cuenta en cuenta el papel que juegan en ella, la memoria, la representación y la fantasía y no hay ninguna garantía de que actos sexuales determinados se casen de la misma manera con las fantasías eróticas que los posibilitan ni con los personajes que les aseguran su excitabilidad. La salida reivindicativa que Freud llamaba masculinización -implicando la homosexualidad- no siempre es tal en el caso de aquellas mujeres que responden a un ideal moderno de feminidad sin que ese ideal afecte a su deseo por los hombres ni a su deseo por las mujeres . Debería reservarse ese término para aquellas que se masculinizan en el deseo. Este es el punto donde en la clínica tenemos que ser muy rigurosos y advertidos de no caer en prejuicios que malograrían nuestra eficacia terapéutica.

Serge André en su libro “La impostura perversa” dice: “Esta relación con el deseo a través del fantasma que lo sostiene -y la evitación de la castración, o por el contrario, su afrontamiento- es la que puede ser neurótica o perversa [la homosexualidad] y no simplemente la identificación del sujeto o su elección de objeto.” Ejemplo de ello es la descripción del caso de dos mujeres lesbianas que trató donde se ve claramente en la transferencia clínica  -que no es otra cosa que la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente-  la diferencia de estructura subjetiva de ambas. Una perversa, la otra histérica. ¿Cuál es la diferencia? La perversa juega un desafío al padre donde pareciera querer negarle un lugar como agente del goce ofrecido a las mujeres, como si quisiera enseñarle cómo deben ser tratadas y extrayendo un plus de placer añadido puesto en la convicción de que ella es mejor para eso que un hombre. En cambio en la histeria, el acercamiento a la experiencia lesbiana no tiene tanto que ver con el desistimiento del hombre como objeto erótico ni con una rivalidad con el padre queriendo usurpar su lugar de agente de goce para las mujeres, sino más bien con una interrogación y una fascinación por la creencia imaginaria de que la mujer amada posee el secreto de la feminidad respondiendo así a un ideal de ser que desea para sí misma. 

Por todo ello me parece de una enorme importancia considerar el papel que juegan los factores sociales en el destino mutable de la erótica femenina y no deducir desde nuestro lugar clínico como psicoanalistas comprometidos con la cuestiones de las mujeres, una categorización del deseo que confunda práctica sexual con orientación sexual.  Lo que habla verdaderamente de una posición femenina o masculina es el lugar de sexuación donde el sujeto se coloca para obtener su goce tal como fue definido por Lacan en el Seminario XX (Aún) (20), posición que puede adoptar con un partenaire homo u hetero. Lo que diferencia la posible homosexualidad de la heterosexualidad no es la elección práctica del sexo de la pareja en la realidad, sino en las fantasías que sostienen el goce erótico. Y aquí la heterosexualidad no es tan pura como no lo es a veces la homosexualidad. Hablar de una sexualidad normal es hacerse eco de una ilusión que viene a poner un  tapón tranquilizador a la inconsistencia inherente a toda identidad. Si lo que preocupa es la posible inserción de lo homo en lo hetero, habrá que preguntarse en qué sustenta lo hetero su hegemonía. Los estudios queer desmienten la naturalidad de la sexualidad y rechazan la idea de una identidad fija.  Freud también señalaba el carácter profundamente desnaturalizado de la sexualidad humana justamente porque la pulsión no trae ninguna indicación para encontrar su objeto sexual. Pero a diferencia de los postulados queer, el psicoanálisis reconoce la existencia de límites en la sexualidad que están determinados por la fantasmática particular de cada sujeto. No se puede ser todo lo que se quisiera porque la posición sexual de cada sujeto le pone su propio límite al goce. Propio límite, quiere decir, propio de cada sujeto.

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Escrito ampliado del que fue publicado en el año 2007 en la Revista del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres nº 2 de la Universidad de León.  
Parte de este contenido fue expuesto en una conferencia que di en el centro de cultura de Dones Francesca Bonnemaison en Barcelona el 7 de marzo del 2008.