El análisis que haré del estudio del erotismo femenino, combina la visión de género con lo que se puede rescatar del psicoanálisis una
vez depurado de sus apoyos epistemológicos patriarcales, o sea, combinando la
subjetivación intrapsíquica -que incluye la lógica del inconsciente y la sexuación- con enfoques interrelacionales, -que atienden a los efectos subjetivos que provocan en el sujeto, la conducta, comunicación y trato que recibe de los otros como mujer. Dentro de esos otros, incluiré el Gran Otro -donde incluyo las determinaciones macrosociales que tienen el poder de crear subjetividades. Aquí entrarían todas los efectos que las jerarquías de género provocan en las mujeres. Tenemos que tener claro que no hay una ciencia neutra, que la llamada
objetividad es un recurso ad hoc que se ha utilizado demasiadas veces para
colar prejuicios que se tomaban como verdades científicas. Esto se ha hecho
particularmente evidente en el tratamiento de la sexualidad femenina y en las
descripciones de su subjetividad. Me interesa destacar el impacto que ejerce
sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le
otorga al género masculino un valor de privilegio y considera lo femenino como
un género devaluado. El cambio que las mujeres han experimentado en sus
desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo laboral, hace más
necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación y la pasividad
femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha atribuido como
características diferenciales del ser mujer desde el discurso androcéntrico del
psicoanálisis ortodoxo.
Este texto fue escrito a raíz de una iniciativa de diversos Colegios Profesionales, Facultades e Instituciones varias de decretar
el año 2006 como Año Freud, lo que me lleva a hacer un poco de historia y a rendirle homenaje con el respeto que se le debe a los
grandes pensadores, respeto que consiste en tomar su palabra de manera crítica, ubicándola en su contexto histórico, tomar de ella lo que sirve aún hoy y poder criticar lo que no. Como se
haría con un buen padre, tomar de él lo que sirve e ir más allá de la adhesión
ciega a su palabra. De lo contrario, dicha adhesión acrítica implicaría falta
de inquietud y autonomía, dependencia que no haría honor a la pasión por la
verdad inherente a todo investigador. Dicho esto y centrándonos en el tema de
este monográfico –Mujer y Psicoanálisis-, hoy diría yo, Mujeres y Psicoanálisis, puesto que decir Mujer supone un esencialismo identitario que no responde a la realidad de las diversas subjetividades femeninas. Hay que reconocer la valentía de Freud
de haberse planteado en una época victoriana, represora como ninguna de la sexualidad femenina en particular, los malestares de los que se quejaban las mujeres que él
tomaba en tratamiento, como teniendo su origen en una insatisfacción erótica. Hoy día con la distancia histórica que permite ver más determinaciones del malestar, podríamos decir que los malestares femeninos de entonces bien podrían ser resultado de la escasa o nula participación que se les permitía a las mujeres en la vida social, en la cultura, en la falta de autonomía como sujetos con deseos propios, a la dependencia inhumana a la que se las confinaba con respecto a los hombres sin tener ningún poder de decisión sobre lo que anhelaban para sus vidas. Reducidas al ámbito doméstico, no tenían otro escape que la fantasía para librarse del tedio o del malestar, o de la falta de producir alguna obra creativa o de tener algún reconocimiento social por su propio nombre. Tales carencias las colocaban en un lugar propicio para ser caldo de cultivo de fantasías eróticas que les ofrecieran la ilusión de tener otra vida diferente. Pocas se animaban a llevarlas a cabo, como por ejemplo, las que pueden sentirse representadas por la protagonista de la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary. Las que por su adhesión superyoica a la represión sexual, no podían trasgredir las normas victorianas, lo pagaban con síntomas, que fue lo que Freud se ocupó de escuchar y de tratar de teorizar, siendo tal actitud en esa época, un enfoque revolucionario y escandaloso. La idea de los problemas de alcoba, no era nueva en esos tiempos, puesto que en los círculos médicos se hablaba de “problemas
de alcoba”, pero como un comentario de pasillo que nunca hubiera considerado esos problemas como la etiología de los síntomas de las mujeres.
Freud intentó investigar cómo
esos problemas de alcoba actuaban en la génesis de los trastornos neuróticos que
presentaban sus pacientes, mujeres en el inicio, quienes le enseñaron a
escucharlas. Sus investigaciones
y el saber escuchar fueron llevándolo paulatinamente a descubrir diferencias
importantes en la erótica de ambos sexos y sobre todo, su descubrimiento
capital, no por cierto grato, fue que el inconsciente no conoce la diferencia
de sexos y que el sexo tiene allí una única representación en el falo. O sea, que la diferencia de sexos no se inscribe en el inconsciente, como una
oposición entre hombre o mujer, sino como oposición entre fálico o castrado, (palabra que si bien responde al nivel imaginario de la sexualidad, no resulta representativa a nivel simbólico porque todos y todas estamos sujetas a la castración, si con ello se quiere aludir a la falta que siempre nos encontramos en nuestra pretensión de totalidad, sea en el campo en que sea). Pero volviendo a la gramática freudiana de entonces, la posesión o privación del órgano genital masculino es el
elemento alrededor del que gira la diferencia clasificatoria del sexo para el inconsciente, que desde luego no responde a la lógica consciente, que está mucho más sujeta a las influencias sociales. La
lógica del inconsciente se maneja entre esos dos parámetros. Masculino y
femenino será el resultado de una elaboración posterior, donde para establecer
la diferencia que dé un sentido a ciertas características genéricas, Freud se
apoyará en parte en la conducta de las células sexuales creando la oposición
activo o pasivo como equivalente de masculino o femenino, respectivamente
aunque no le conformaba del todo esta analogía. Y tenía razón. Él
mismo señalaba que las mujeres debían poner un juego un alto nivel de actividad
tanto en el ejercicio de la maternidad como en acto sexual para llegar al
orgasmo. Ejemplos de actividad que no ampliaba a más campos, como podríamos ampliarlos hoy, pero es que en ésa época las mujeres no tenían acceso a otros tipos de actividad como en la actualidad. A esa apoyatura inicial que proponía Freud para diferenciar en activo y pasivo lo masculino y lo femenino, se le agregan todos los estereotipos
culturales que intentan definir los diferentes géneros estableciendo categorías
polares excluyentes en actitudes, comportamientos, rasgos de carácter, maneras
de sentir, todo un amplio espectro de posibilidades humanas que aparecen así
artificialmente divididas. Por ejemplo, un hombre no llora, una mujer es
sumisa, un hombre es racional, una mujer es emocional, un hombre es agresivo, una mujer es dulce, y tantos más, que muestran lo artificioso de semejantes polaridades.
Hoy asistimos a una verdadera debacle de estos estereotipos y los malestares de alcoba están asumiendo nuevas formas. A esto han contribuido el feminismo y los movimientos de liberación homosexual, que han permitido ampliar el horizonte de las identidades sexuales y la ampliación asimismo de los estrechos márgenes que tipificaban los géneros, pudiéndose reconocer como hombres o mujeres, sujetos que tenían características que en los estereotipos clásicos se asignaban al sexo contrario al que pertenecían. Por ejemplo, hoy nadie dudaría en calificar de no femenina a una mujer ambiciosa, puesto que los ideales propuestos por la cultura hacen hincapié en la formación profesional, en el saber, en el logro de dinero, en el éxito, valores que presionan también a las mujeres para sentirse satisfechas. En cuanto a la categorización de las orientaciones sexuales, si hablamos de deseos eróticos heterodoxos, podemos comprobar cómo se ha pasado de la patologización con la que antes eran teorizados a una mayor naturalización y normalización de los mismos. Las críticas que el feminismo conocedor de la teoría freudiana le han dirigido a la misma y la revisión hecha por Lacan a la sexuación, han ampliado el horizonte de comprensión de la sexualidad, especialmente la femenina. Cuando Lacan observa que cualquier sujeto que se dirija eróticamente a una mujer es heterosexual, independientemente de su sexo anatómico, está diciendo que para una mujer lesbiana, la otra mujer es el otro sexo. La atracción histérica por otra mujer, participa de algo de ese desconocimiento en sí misma del no saber en qué consiste la feminidad y creer que la otra sí lo sabe. Esa similitud subjetiva, aunque la estructura psíquica sea diferente en ambos casos, hace comprensible que feministas muy lúcidas hayan desmitificado el patrón normativo centrado en la heterosexualidad. Por ejemplo, la poeta americana Adrienne Rich, señala que la frontera que separa lo hetero de lo homo es permeable en las mujeres, lo que la lleva a establecer el concepto de un continuo lesbiano en ellas. Otra filósofa feminista americana, Judith Butler, también ha dirigido una crítica muy aguda a la heterosexualidad cuando señala que "la heterosexualidad está siempre en proceso de imitar y aproximarse a su fantasmática idealización y de fracasar." Lo que significa según la autora que "cuando la heterosexualidad se erige como el fundamento natural de la orientación sexual del cual la homosexualidad se consideraría una mala copia, es ella misma (la heterosexualidad) una teatralización que aspira a parecerse a un ideal de sí misma que nunca consigue adecuar del todo y siempre en riesgo permanente."
Esta
afirmación es totalmente coherente con las ideas freudianas que afirmaban la
bisexualidad en todos los sujetos humanos. En una nota de 1923 a pié de página
del caso Dora, o sea, casi dos décadas después de su publicación,
Freud reconoció su fracaso en ese análisis y atribuyó el abandono de Dora del
tratamiento, por no haberse dado cuenta a tiempo de la importancia de la
corriente homosexual en los humanos. Algo del orden del desconocimiento y
también de cierto prejuicio médico propio de la época en la manera de pensar la
homosexualidad hizo que también fracasara en otro caso que publicó y que llamó
“Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, también
referido en la literatura psicoanalítica como el caso de la joven homosexual.
Joven que al igual que Dora también fue llevada por su padre al tratamiento con Freud, no por su
deseo. El padre de esta última confiaba en que la influencia de Freud la
calmara, asustado como estaba por la amenaza de ella de suicidarse. La queja de
Dora que se fue desvelando a través de su análisis era haber sido objeto de un
pacto perverso entre su padre y el marido de una mujer que ella adoraba -la
señora K-. Su padre era amante de la señora K y el señor K quería seducir a
Dora, que a la sazón tenía catorce años. (Hoy el señor K sería acusado de abuso
de menores.) El pacto podría enunciarse así: tu mujer por mi hija y tú y yo nos callamos estas trasgresiones sin estorbarnos en su realización. El error de Freud fue insistir en el señor K
como un personaje erótico válido para ella, convencido de que el hilo es para
la aguja como la muchacha para el muchacho, que en este caso ni siquiera era un
muchacho, y no se dio cuenta que a quien ella amaba era a la mujer de K. La joven homosexual, a la que Freud no pone un
nombre, es llevada por su padre para ser
tratada con el fin de “normalizarla”, que en el decir del padre significaba
heterosexualizarla, después que ella hiciera un intento de suicidio por la
desesperación de sentirse abandonada por la mujer a la que adoraba. El padre se
avergonzaba de ello tanto por el propio puritanismo de la época entorno a la
homosexualidad como por el hecho de ser la amada de la joven una mujer que se
hacía mantener por hombres ricos.
¿Cuál fue el error de Freud en este caso?
Pensar la homosexualidad como inversión de género, propio de la concepción
médica de la época en estos asuntos lo que no le permitió tomar en cuenta como
verdadero un deseo hetero de la joven y atribuirle una intención de engaño para
vengarse así tanto de él como de su padre que esperaban ese deseo, para
defraudarlos después. Resultado, Freud le indicó la conveniencia de ser tratada
por una analista mujer a la que la joven no acudió nunca. Además habría que ver
en este caso quien de los dos se sintió más decepcionado. Freud estaba muy
preocupado en ese entonces por la orientación homosexual de su hija Anna- en
análisis con él desde hacía un año, hecho que no deseaba hacer público-. Razón
por la cual aceptó tratar a la joven homosexual, contraviniendo su costumbre de
hacerlo cuando la homosexualidad de quien lo consultaba le resultaba
egosintónica, - o sea, que no le traía ningún conflicto por sí misma ni consigo misma- como en
este caso. Prueba de ello fue que Freud no dejó ningún registro de homosexuales
que lo consultaron, porque para él no eran casos. Sin embargo hay un testimonio
de un paciente, Bruno Goetz, citado por H. Abelove, homosexual que quería
ser reconocido como poeta, pobre en recursos económicos y que sufría problemas
con los ojos y fuertes jaquecas. Uno de sus profesores arregló una consulta con
Freud y le envió algunos poemas de su alumno. Cuando finalmente acudió a Freud
le habló de la masturbación, de la vez que amó a una mujer mayor que él, de su
atracción por los marineros a quienes quería besar, de su soltería. Todo esto
contribuyó a que desaparecieran las jaquecas y a sentirse inmediatamente mejor.
Freud le preguntó si la cuestión con los marineros nunca le había molestado, a
lo que Goetz contestó que no y que siempre había estado enamorado. Freud
replicó: "Cuando usted está enamorado todo está bien, ¿verdad?, para usted
ciertamente" y rió. Le preguntó cuando había comido un bistec
por última vez, le entregó un sobre cerrado diciéndole que era una prescripción
y le dijo: "Por favor, acepte este sobre y permitame esta vez actuar como su
padre. Una pequeña retribución por la alegría que me ha dispensado con sus
poemas y la historia de su juventud". En el sobre había dinero
más que suficiente para un buen bistec. Nótese de paso, la diferencia entre la
permisividad de Freud con respecto a la homosexualidad y la patologización de los seguidores de la escuela
inglesa y americana en el tratamiento y la conceptualización de la misma, para quienes no deja de ser considerada en todos los casos una perversión. Nótese también la diferencia entre la falta de análisis de la
disposición homosexual del joven Goetz y la declaración de Freud de su
agradecimiento por el placer de escucharlo y las interpretaciones exhaustivas
de las causas de la disposición homosexual de la joven junto a la frase que le
dijo al despedirse cuando le puso fin a su tratamiento: “tiene
usted una mirada muy astuta. No quisiera encontrarme con usted en la vida como
un enemigo”. Ella se despide de Freud pidiéndole que le diga a su padre que la baronesa- mujer de la que ella estaba enamorada- "no me apartó del recto camino en dirección a su cama". Es sorprendente desde luego la respuesta de Freud cuando le menciona que es astuta y que no le gustaría encontrarla por la vida como su enemigo. Que imaginariamente pudiera percibir u una mujer astuta como posible enemiga de un hombre, es una idea similar que Freud ya había expresado en una carta a su novia Marta del 15 de noviembre de 1883, cuando le preguntaba si debía pensar en ella como un competidor en referencia a un comentario sobre ideas liberales de Stuart Mill acerca de la emancipación femenina a la que Freud no encontraba justificación por la melancolía que significaría la pérdida para el hombre del ideal femenino (de su época).
El error de Freud
cuando teorizó sobre la joven homosexual fue considerarla un caso de perversión y no de histeria, apoyando
su diagnóstico en el criterio de la inversión, localizándola en la
identificación y en la elección amorosa. Por sí solos tales criterios no bastan
para determinar una estructura perversa. La vida erótica responde a otras
vertientes además del amor, tales como el deseo y el goce erótico. Hay una referencia
interesante al caso de la joven homosexual en Lacan donde añade al
niederkommen freudiano otra interpretación, el haber sido dejada caer por su
padre y también por Freud. Y algo más que casi pasa desapercibido por los
autores, y es que en el momento en que paseando con la mujer que amaba y se
encuentra con la mirada despreciativa y furiosa de su padre, hay que agregarle
que la mujer que amaba le dijo en ese mismo momento que debían dejar de verse,
acto seguido ella se deja caer a las vías del tren desde el puente. La fuerza
determinante de la pérdida de amor por parte de la mujer que amaba no fue
señalada casi por ningún autor, sino más bien, se puso énfasis en la
desautorización del padre como la causa que precipitó su intento de suicidio. Y
se tomó la palabra niederkommen, palabra alemana que quiere decir caer hacia
abajo, expresión que también utilizan en alemán para referirse al parto, como
una indicación de que la joven quería un hijo de su padre, lo cual es una
suposición que no pudo ser probada en el
análisis de la joven. Fue una inferencia de Freud. Esto me recuerda un chiste famoso: un
científico tiene la teoría que una araña sin patas camina de todos modos y para
demostrarlo le quita una a una todas sus patas y le ordena que camine, lo cual
la araña hace hasta que se le quitó la última y naturalmente no puede caminar.
Entonces el científico concluye que la araña sin patas se vuelve sorda. La
manera de no volvernos sordos es escuchar lo que nos dicen quienes viven sus
experiencias y no pretender que nuestras teorías funcionen como un lecho de
Procusto al que tienen que ajustarse todos quienes lo prueban. No hay ceguera
mayor que la de aquellos que pretenden aferrarse a una teoría que les responda
todas las preguntas, conducta que parece similar a quienes quieren adherirse a
un líder de masas para sentir que participan de un cuerpo que se reviste de
omnipotencia.
Es interesante a este respecto una biografía
del caso de la joven homosexual de Freud que acaba de ser publicado por
dos periodistas que la entrevistaron antes de su muerte, una de ellas nieta de
una mujer que fue amada por Sidonie, que así se llamaba la joven, podemos constatar que su pasión inicial por
una mujer que se hacía mantener por los hombres pero que prefería a las mujeres
como objetos eróticos, se limitaba a una inflamación amorosa pero sin deseo
erótico ni pretensión ninguna de satisfacción sexual. Una novelista japonesa, Banana Yoshimoto, autora de tres cuentos cortos que
se han publicado bajo el título de Sueño profundo, en el cuento que lleva precisamente ese nombre, le hace decir a una mujer decepcionada por su
amante varón pero al que ama y desea, lo siguiente: “es
posible que a mí me gusten más las mujeres que los hombres. Cuando estaba con
Shiori, y no lo digo en el sentido lésbico, a veces era eso lo que sentía en lo
más hondo de mi corazón.” Y también: “… a
veces, sin saber muy bien por qué, me daban ganas de hundir la cara en aquel
pecho lleno, y contárselo todo entre sollozos. Las cosas malas, las mentiras
que había dicho yo, lo cansada que estaba, lo que había soportado, las noches
oscuras, las inseguridades, todo. Y acordarme de mi padre, de mi madre, de la
luna de mi pueblo natal, del sonido del viento cruzando los campos. Shiori era
así.” Evidentemente es una hermosa declaración del profundo amor que le
tenía a su amiga y que la remontaba a las más entrañables vivencias de la
infancia, las que quedan marcadas a fuego y le aportan el calor necesario a
todo sentimiento erótico.
Volviendo a Sidonie,
ésta se siente atraída por mujeres relacionadas con hombres, casadas, lo que
nos puede llevar a establecer una similitud con la pregunta de la histérica
acerca de la feminidad y de cómo otra mujer puede representarla frente a un
hombre. Ella misma decidió pagar su tributo a la "normalidad" a sus
28 años con una experiencia heterosexual que le resultó repulsiva con un hombre
con el que terminó casándose dos años después.
Matrimonio sin ilusión aunque guiada por la esperanza de que si alguna
vez una mujer volviera a deslumbrar su corazón -por lo cual rezaba y esperaba
para poder huir de la apatía de su vida-, haría lo que había aprendido de
Léonie, la baronesa objeto de su primer amor, quien le había enseñado lo bien
que se podía hacer congeniar una apariencia social con una vida según el propio
modo de ser. El único hombre del que se había enamorado no le
correspondió porque consideraba que ella
era una esteta y en la cama se pierde toda estética. Es más, en
su biografía, el acercamiento al goce y a la experiencia sexual con una mujer se
produce cuando ella es muy mayor y en grados de aproximación lenta. Y de ningún
modo puede afirmarse que aún en estos casos se trate de una perversión. Que
ella sintiera que la belleza era su criterio, su afrodisíaco, que el deseo el
motor que la impulsaba y que su cumplimiento y la realidad no eran más que
decepción y abatimiento no la diferencian de la histérica. Lo
confirman su asco a la realización del erotismo y sus respuestas emocionales
frente a la relación lesbiana que le provocaban mucha angustia y miedo de
perder el objeto de amor. Circunstancia que le imposibilitó sostener sus
vínculos cuando más le importaban. Sidonie tuvo a lo largo de su vida tres
intentos de suicidio, uno el referido por Freud, otro con una ampolla de veneno
y el tercero disparándose con un revólver al corazón errando el tiro por dos
centímetros. Todos ellos motivados por la experiencia de abandono de parte de
la mujer amada y además por la soledad social en que la dejaba este tipo de
unión amorosa. Nunca podremos
valorar suficientemente el hecho de que las diferentes concepciones acerca de
la sexualidad generan efectos subjetivos diferentes. No es lo mismo reconocerse
lesbiana en un medio que condena la homosexualidad y que además puede
considerarla delictiva, que en un medio donde no sólo está permitida sino que
además es legal y se autoriza al matrimonio. Cuando lo que está presente fundamentalmente
es el amor, que puede incluir o no, deseo y goce, es donde el inconsciente
tiene menos que decir porque al estar el amor vinculado con el narcisismo y por
tanto, con los ideales, supone en sí mismo un movimiento fundamentalmente homo,
ya sea porque el otro/a amado/a representa lo que uno/a querría ser y no es, lo
que alguna vez fue y ya no es, por ejemplo, joven, pero siempre supone un
intento de aprehender lo que se siente como falta en uno mismo, aún en las supuestas elecciones anaclíticas, la del padre protector y la madre nutricia.
Me interesa destacar
el impacto que ejerce sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le otorga al género masculino un valor de privilegio
y considera lo femenino como un género devaluado. El cambio que las mujeres han
experimentado en sus desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo
laboral, hace más necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación
y la pasividad femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha
atribuido como características diferenciales del ser mujer desde el discurso
androcéntrico del psicoanálisis ortodoxo. Tomaré un ejemplo
clásico, Freud en su obra de 1931 “La feminidad”, señalaba tres destinos
posibles de la sexualidad femenina que él centraba en el impacto de la
diferencia sexual anatómica, vivida como una minusvalía en el caso de las
mujeres. Frente a esta constatación de la diferencia en menos, comparativamente
con el sexo masculino, comparación puesta en los órganos genitales, las niñas
pueden reaccionar de tres modos diferentes: o bien una catástrofe de la vida
erótica que tendría como efecto una aversión por la sexualidad, o bien por una
masculinización -que puede suponer homosexualidad o no-, o bien, por la aceptación
de una diferencia que la acerca al sexo masculino y le permite el goce.
Solución esta última que Freud consideraba la vía auténticamente femenina.
Freud atribuía demasiada importancia causal a la diferencia anatómica como para
generar un estrago de la sexualidad tal como describía en una de las posibles
consecuencias señaladas antes. Creo que la constatación de esa diferencia
anatómica supone un primer golpe narcisista, pero por sí sola no sería tan
desencadenante de consecuencias graves si no contara con el apoyo cotidiano y
sistemático de una diferencia jerárquica que ataca constantemente el narcisismo
femenino y lesiona la autoestima de las mujeres. Gerard Pommier , siguiendo
a Freud, señala que las dos posibles primeras salidas señaladas anteriormente
–naufragio de la vida erótica y masculinización- se apoyan en una confusión entre falo y pene. En realidad, el falo es un concepto que señala
una ausencia no una presencia, una ausencia, sin embargo, que tiene el poder de
disparar el deseo. El pene es un órgano
que representa el falo pero no lo es.
Así como un agente de la ley, la
representa pero no es la Ley.
Lo cual nos advierte del carácter metonímico de
desplazamiento en la ubicación del falo. Si se confunde falo y pene podríamos pensar
que la castración es un asunto que sólo afecta a las mujeres y que los hombres
hacen gala de completud. Un chiste de Woody Allen dice que él no entiende
porqué se atribuye la envidia al pene a las mujeres cuando son los hombres los
que están permanentemente preocupados por su tamaño. De hecho, es verdad que en
todo hombre está presente el fantasma de un hombre incastrado, gozador, de
plena potencia indeclinable, que hace que se imaginarice como garantía de goce de la mujer. Eso es el ideal del falo, pero como se
comprende, sobre todo por las que han tenido experiencia con los hombres
reales, no tiene nada que ver con el
pene real bastante menos potente y funcional que el idealizado. Algunos autores han señalado la preeminencia
de la percepción para explicar porqué la diferencia de sexos se percibe como una polaridad antagónica de falico o castrado. Pero es una explicación insuficiente cuando hace prevalecer lo que se ve en el niño frente a lo que no se ve en la niña, porque según lo expresan las
fantasías sexuales infantiles, otra obra publicada por Freud con el mismo
nombre, la percepción queda subordinada a una creencia delirante que impone la premisa universal del pene. Eso significa que aunque la percepción confirme que la niña no lo tiene, se produce una desmentida con respecto a que las niñas no lo tienen por naturaleza, desmentida que justifica la ausencia de pene aludiendo a una causa que explicaría por qué no lo tiene, causas que se pueden resumir en estas dos: es pequeña, ya le crecerá; lo tenía pero lo perdió porque la castigaron. La idea delirante consiste en mantener la creencia de que tanto las niñas como los niños tienen que tener pene. Por eso para el inconsciente la diferencia de sexos se subjetiva imaginariamente como fálico o castrado. Difícil de entender para la lógica consciente que no puede entender porqué lo masculino se erige como sexo único. Para complicar un poco más las cuestiones que agregan malestar en la sexualidad, podemos agregar que la representación de la mujer en el inconsciente se da bajo la figura de la
madre. Volveré más adelante sobre este punto, no sin antes señalar que cuando se habla de un hito que produce grandes efectos en la constitución de la subjetividad neurótica, se habla de la importancia de la percepción de la castración en la madre, entendida en un sentido ortodoxo como la percepción de la falta de pene. Pero la castración en la madre tiene más que ver con la caída de su
omnipotencia que con la ausencia del pene.
El impacto que ejerce sobre la subjetividad de las mujeres la jerarquización de los géneros, jerarquización que las devalúa, puede dar lugar a tres posiciones diferentes en su relación con el otro sexo y con el propio: una salida es permanecer niñas y dependientes, hacerse eco de la devaluación social del género femenino delegando en el hombre sus potencialidades y sus ideales, ser objeto y no sujeto de deseo, buscando permanentemente la protección masculina, el dejarse dirigir por el hombre inhibiendo sus propias capacidades, lo que las confina al lugar que nuestra cultura patriarcal asignaba a las mujeres que consideraba femeninas o "verdaderas mujeres". Evidentemente no es el modelo de feminidad que se valora más actualmente, sino el que rinde culto a la mujer autónoma, con todas las cualidades de ambición, eficiencia, éxito, poder, cualidades que se han considerado tradicionalmente masculinas, lo cual da lugar a otra de las salidas posibles frente a la percepción de género femenino devaluado: la reivindicación. Esta
última no debe confundirse con masculinización en el deseo (propio de la homosexualidad) cuando quienes adoptan esta salida conservan su deseo heterosexual para la satisfacción de su erotismo. La reivindicación se opera en un tener acceso a los ámbitos que tradicionalmente fueron feudos masculinos, actuando en nombre propio, siendo sujetos activos de deseo y planteándose la relación con el hombre desde la igualdad de derechos, que no debe confundirse con una negación de la diferencia sexual, como a veces suele confundirse en medios psicoanalíticos ortodoxos e incluso en el feminismo de la diferencia. Una acotación con respecto al feminismo de la diferencia es que corre el peligro de convertirse en un feminismo de la uniformidad, que conserva su carácter esencialista al hablar de la mujer, en singular, como si la subjetividad d elas mujeres fuera igual en todas. por eso las críticas que dirigen al feminismo de la igualdad están teñidas del mismo prejuicio en el que fundan el suyo y por tanto, confunden igualdad de derechos con negación de las diferencias. Y no se trata de los mismos fenómenos. Las mujeres que adaptan su subjetividad a los reclamos del postmodernismo, son las que adoptan un estilo que podríamos calificar desde los tiempos del Antiguo Régimen hasta la modernidad incluida, como masculino aunque sigan conservando su orientación heterosexual en cuanto a la satisfacción de su goce erótico. Estas mujeres que podríamos llamar transicionales, no están exentas sin embargo, del lastre de prejuicios de género que las hacen sentir culpables cuando no pueden ocuparse del todo de los roles que tradicionalmente ocupaban las mujeres tradicionales, sobre todo en lo que hace al cuidado de los hijos. El conflicto creciente entre unos ideales que impulsan a no renunciar al placer y al poder que otorga la autonomía, hace posible otra salida para la sexualidad femenina, que consiste en el desistimiento de su relación con el hombre por el naufragio de sus ideales más que por renegación de la diferencia sexual, lo que puede llevar a muchas mujeres a elegir una pareja femenina por ser más acorde a sus ideales de valoración del género, de comunicación y del descanso que implica no tener que sostener una mascarada femenina.
Joan Riviére con una obra con el mismo título, nos presenta el caso de una mujer que presentaba como síntoma la necesidad urgente de tener una relación sexual con su hombre después de haber tenido éxito como conferenciante para defenderse del miedo de haberlo castrado, hoy diríamos miedo de haberlo disminuido como hombre, de haberlo impotentizado. Con esa relación sexual posterior a un éxito social, Joan Riviére pretendía reasegurarse como mujer. Es notable la correlación entre éxito femenino y miedo de castración masculina. Cuando a Joan Rivière le preguntaron cuál era la diferencia entre la mascarada femenina y la verdadera feminidad dijo que no había ninguna. Sin embargo, cuando las mujeres que hoy ocultan sus éxitos, sus potencialidades, su inteligencia, haciéndose las desvalidas o haciéndose pasar por poco inteligentes frente a los hombres no todas lo hacen por los mismos motivos. Hay quienes realmente protegen el narcisismo del compañero de manera tierna y sentida, movidas por el amor, -lo que deja al hombre en la situación del niño que hay que proteger-. Otras en cambio, ejercen una especie de enmascarado cinismo -complaciente o no- porque saben que el precio que pagan la mayoría de quienes no lo hacen es la separación. Triste destino de muchas mujeres exitosas en la actualidad: están solas. Aunque las que siguen con sus hombres en este plan de desigualdad injusta no están menos solas y pagan con síntomas el enmascaramiento de sus potencialidades o el silenciar sus quejas. Recuerden ustedes la película "Solas" de Benito Zambrano y el ensayo del mismo título de Carmen Alborch. Esta autora también tiene otro libro que se llama “Malas” referido a aquellas mujeres que no cumplen con los roles tradicionales. No puede decirse con toda seguridad que las mujeres que se quedan con su pareja masculina con condiciones restrictivas lo desean libremente, sino que hay un cierto forzamiento, atribuible a complejos motivos, entre los cuales no está ausente el miedo a la soledad, a no ser deseadas y también a la violencia masculina. Pero también hay que decirlo, un factor importante que ejerce su influencia es el erotismo femenino que necesita sentirse confirmado como tal a través del hecho de ser deseada. Este es el temor más profundo y doloroso que angustia a muchas ejecutivas que se virilizan para estar acordes con lo que el mercado de trabajo competitivo les exige, o sea, adaptarse al modelo masculino, pero que luego desconciertan cuando muestran aspectos infantiles, de niñas desvalidas, cuando quieren ser reconocidas y aceptadas como mujeres. Es como si aún no hubieran encontrado un lugar donde poder sostener sus aspectos más activos y potentes sin angustiarse por eso. A los varones tampoco les resulta fácil encontrar su lugar en las nuevas demandas que les dirigen las mujeres agentes activas del cuestionamiento de la masculinidad tradicional. Algunos de ellos resultan espoleados a buscar otras formas de masculinidad por las nuevas feminidades que los descolocan de sus roles clásicos. Otros en cambio, reaccionan con un aumento de la violencia por pánico de perder poder. Los casos de violencia doméstica y el aumento de la crueldad en los malos tratos a pesar de leyes protectoras hacia las mujeres, parece indicar que ese aumento de debe a una negativa a dejarse cuestionar el lugar de jerarquía y poder que clásicamente han tenido los hombres. Por otra parte, las mujeres poderosas siguen presentando una contradicción en sus demandas a sus compañeros masculinos, que consiste en que se las trate de manera igualitaria pero que se muestren fuertes a la hora de protegerlas.
El peso de los lastres de los imperativos de rol tradicionales hace que otras mujeres que establecen parejas que podríamos llamar contraculturales, por ejemplo, las que se establecen entre una mujer ejecutiva, proveedora de recursos a la pareja, económicamente hablando, y un hombre que se ocupa de los roles más hogareños, se deja mantener y disfruta más de sus papeles pasivos, sean precisamente estas parejas las que presentan una mayor fragilidad a la hora de sostener el vínculo, porque la mujer que elige un compañero así, puede que deposite su deseo de encontrar un hombre fuerte que la proteja en su padre idealizado o en otros hombres que llenarían ese lugar en su fantasía. Y a su vez, el hombre pasivizado, no estaría libre de conflictos que le harían dudar de su masculinidad, rivalizando a la vez, con su compañera y con el hombre que ella admira. Una serie que se llamaba “Escenas de matrimonio”, que tuvo mucho éxito de audiencia, presentaba muy bien caracterizados los tres tipos de mujeres con sus respectivas alianzas de pareja, que he intentado mostrar. La tradicional, la transicional y la contracultural. También puede observarse la crisis en el erotización masculina cuando el hombre está ligado a una mujer de éxito, en la película "El cielo abierto", donde el protagonista Sergi López, que está muy enamorado de su mujer pero a la que no logra seducir, recupera toda su potencia sexual cuando se lía con otra mujer inculta y de clase inferior a la suya. Fenómenos de los que también da cuenta la clínica psicoanalítica.
Gayle Rubin en su
artículo El tráfico de mujeres:
notas sobre la economía política del sexo consideró que los textos freudianos
brindan un relato acerca del proceso social de domesticación de las
mujeres aunque esa no fuera la intención de su autor y definió lo que denomina sistema sexo-género
como “los arreglos mediante los cuales una sociedad transforma la sexualidad
biológica en producto de la actividad humana y en la cual esa sexualidad así
transformada es satisfecha”. Rubin consideró que la sexualidad tal como la
conocemos hoy día, incluyendo la identidad de género, el deseo sexual, la
fantasía, los conceptos de infancia, es
una construcción social y la denominación sistema sexo-género tiene la ventaja
de no incluir la subordinación femenina como característica estructural, lo que
permitiría pensar en una modalidad de organización de los géneros que no
implicara jerarquía. Sugirió que la construcción de la subjetividad sexuada se
basa en la represión de determinados aspectos vinculados a la similitud entre
los sexos. Lo interesante de su propuesta es una esperanza de lograr una sociedad agenérica, pero no
asexuada. Es decir destinada a hacer desaparecer la clasificación binaria y
arbitraria de rasgos que se le atribuyen a un género reprimiendo los que se
considera que son del género contrario. Eso facilitaría unos vínculos más
libres y menos condicionados por los estereotipos. Esto aún pertenece al ámbito
de la utopía, pero merece la pena tenerlo en cuenta. Los arreglos mediante los cuales la sociedad
transforma la sexualidad femenina favorece el cultivo de un estilo que responde
al deseo de otros más que a un deseo personal activo, favoreciendo su
constricción sexual. Un psicoanálisis progresista, de corte constructivista, debería describir el residuo que deja en los
individuos su particular vínculo con las regulaciones de la sexualidad en las
sociedades en las que nacieron y por tanto, dejar de lado su sesgo biologista
que tiende a naturalizar la sexualidad y aislarla de las determinaciones
sociales que la construyen. Gayle Rubin critica al psicoanálisis conservador
que haya devenido más que una teoría acerca de los mecanismos de reproducción
de los arreglos sexuales, en uno de esos
mecanismos. Sin embargo, aporta un cuerpo teórico que describe como los sexos
han sido divididos y deformados y como los niños/as bisexuales y andróginos se
transforman en niños y niñas. En ese sentido el psicoanálisis es una teoría
feminista manqué.
La lógica fálica del poder llevada a su extremo conduce a la guerra y a la muerte porque alguien que no ha superado la roca de la castración imaginaria, es capaz de matar para demostrar que tiene más fuerza, más coraje, en una palabra, más que otro. De lo que tenemos tristes ejemplos actuales en algunos protagonistas de la política mundial. La lógica fálica lleva al enfrentamiento, a la lucha por el puro prestigio, a la dominación inescrupulosa, a la violencia doméstica para demostrar quien manda, cuando esa lógica responde al enaltecimiento imaginario de una figura que pretende ser dueña absoluta de su goce y de su potencia porque no admite límites en sus aspiraciones. Que esta figura se imaginarice como hombre responde a la lógica fálica de la completad imaginaria. Lógica que adoptan por otra parte, las mujeres masculinizadas que desprecian lo femenino por las mismas razones que lo hacen los hombres que enaltecen lo fálico. Otros valores como el diálogo, el intento de conciliación, la ternura, el amor, el cuidado del otro, entre otras cosas, son vividos por quienes sustentan una lógica del poder absoluto como una debilidad feminizante. De hecho a nuestro presidente Zapatero han llegado a ponerle el apodo de “Bambi”, por su talante dialogante y el apodo de "killer" (matador) cuando se ha mostrado mucho más firme y viril en decisiones difíciles. Noten ustedes la resonancia del nivel imaginario de la castración en la elección de esos dos apodos. Cuando alguien ha asumido la castración simbólica, que es la aceptación de que la fuerza, la potencia, el saber, tienen sus límites, son inevitables y rigen para todos, actúa de manera más conciliadora y favorece más un lazo social compatible con las diferencias sin hacer de éstas un motivo de confrontación, exclusión o jerarquía.
La pregunta entonces es en qué contribuye la
lógica fálica al malestar que procura al género femenino más allá de una
diferencia sexual anatómica, o sea, preguntarnos qué efectos tiene en la niña
su percepción temprana de la jerarquización de género que la coloca en un lugar
devaluado frente al hombre y por extensión frente a los valores masculinos que
ganan en jerarquía devaluando los valores femeninos como algo de menor
importancia y por otra parte, qué efecto produce en los destinos de sus ideales
la ausencia de representación inconsciente de su sexo como otro y de su
representación como madre, que la coloca en un lugar donde su sexualidad no
será autorizada del todo. Así como en un hombre, la sexualidad refuerza su
narcisismo y aumenta su autoestima, en la mujer se produce una relación
contradictoria entre sexualidad y narcisismo, además del hecho de no contar con
la aprobación social, aunque los tiempos parecieran decir lo contrario. Esto es
especialmente evidente cuando se manifiestan deseos sexuales en la madre. Todos
esperan que sus hijos sean los que estén primero en sus intereses y cuando una
mujer demuestra que no es así, tiene que vencer un prejuicio muy fuerte que la
denigra haciendo girar sobre ella el fantasma de la puta. Recomiendo la
película The mother, especialmente ilustrativa al respecto. En esta película una
señora que acaba de perder a su marido es seducida por el novio de su hija, lo
cual motiva una ruptura doble del estereotipo: no es la santa viuda para toda
la vida que es de un solo hombre y además se lía con otro hombre que podría ser
su hijo, trasgrediendo así la posición que el inconsciente le depara, la de la
madre asexuada.
Otras mujeres para estar más libres de los condicionamientos de genero, eligen una salida rebelde asumiendo una pareja
femenina. Ahora bien, la elección de una pareja femenina por parte de una mujer
¿implica siempre homosexualidad? Rotundamente, no. Como tampoco la elección de
una pareja masculina por parte de una mujer implica heterosexualidad. Porque para hablar de sexualidad de manera
veraz tenemos que tener en cuenta en cuenta el papel que juegan en ella, la memoria,
la representación y la fantasía y no hay ninguna garantía de que actos sexuales
determinados se casen de la misma manera con las fantasías eróticas que los
posibilitan ni con los personajes que les aseguran su excitabilidad. La salida reivindicativa que Freud llamaba
masculinización -implicando la homosexualidad- no siempre es tal en el caso de
aquellas mujeres que responden a un ideal moderno de feminidad sin que ese
ideal afecte a su deseo por los hombres ni a su deseo por las mujeres . Debería
reservarse ese término para aquellas que se masculinizan en el deseo. Este es
el punto donde en la clínica tenemos que ser muy rigurosos y advertidos de no
caer en prejuicios que malograrían nuestra eficacia terapéutica.
Serge André en su
libro “La impostura perversa” dice: “Esta
relación con el deseo a través del fantasma que lo sostiene -y la evitación de
la castración, o por el contrario, su afrontamiento- es la que puede ser
neurótica o perversa [la homosexualidad] y no simplemente la identificación del
sujeto o su elección de objeto.” Ejemplo
de ello es la descripción del caso de dos mujeres lesbianas que trató donde se
ve claramente en la transferencia clínica
-que no es otra cosa que la puesta en acto de la realidad sexual del
inconsciente- la diferencia de
estructura subjetiva de ambas. Una perversa, la otra histérica. ¿Cuál es la
diferencia? La perversa juega un desafío al padre donde pareciera querer negarle
un lugar como agente del goce ofrecido a las mujeres, como si quisiera
enseñarle cómo deben ser tratadas y extrayendo un plus de placer añadido puesto
en la convicción de que ella es mejor para eso que un hombre. En cambio en la
histeria, el acercamiento a la experiencia lesbiana no tiene tanto que ver con
el desistimiento del hombre como objeto erótico ni con una rivalidad con el
padre queriendo usurpar su lugar de agente de goce para las mujeres, sino más
bien con una interrogación y una fascinación por la creencia imaginaria de que
la mujer amada posee el secreto de la feminidad respondiendo así a un ideal de
ser que desea para sí misma.
Por todo ello me
parece de una enorme importancia considerar el papel que juegan los factores
sociales en el destino mutable de la erótica femenina y no deducir desde
nuestro lugar clínico como psicoanalistas comprometidos con la cuestiones de
las mujeres, una categorización del deseo que confunda práctica sexual con
orientación sexual. Lo que habla
verdaderamente de una posición femenina o masculina es el lugar de sexuación
donde el sujeto se coloca para obtener su goce tal como fue definido por Lacan
en el Seminario XX (Aún) (20), posición que puede adoptar con un partenaire homo
u hetero. Lo que diferencia la posible homosexualidad de la heterosexualidad no
es la elección práctica del sexo de la pareja en la realidad, sino en las
fantasías que sostienen el goce erótico. Y aquí la heterosexualidad no es tan
pura como no lo es a veces la homosexualidad. Hablar de una sexualidad normal
es hacerse eco de una ilusión que viene a poner un tapón tranquilizador a la inconsistencia
inherente a toda identidad. Si lo que preocupa es la posible inserción de lo
homo en lo hetero, habrá que preguntarse en qué sustenta lo hetero su
hegemonía. Los estudios queer desmienten la naturalidad de la sexualidad y
rechazan la idea de una identidad fija. Freud también señalaba el carácter
profundamente desnaturalizado de la sexualidad humana justamente porque la
pulsión no trae ninguna indicación para encontrar su objeto sexual. Pero a
diferencia de los postulados queer, el psicoanálisis reconoce la existencia de
límites en la sexualidad que están determinados por la fantasmática particular
de cada sujeto. No se puede ser todo lo que se quisiera porque la posición
sexual de cada sujeto le pone su propio límite al goce. Propio límite, quiere decir, propio de cada sujeto.
CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Escrito ampliado del que fue publicado en el año 2007 en la Revista del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres nº 2 de la Universidad de León.
Parte de este contenido fue expuesto en una conferencia que di en el centro de cultura de Dones Francesca Bonnemaison en Barcelona el 7 de marzo del 2008.