jueves, 25 de abril de 2013

IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN IDENTIDAD MASCULINA



PACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN LA IDENTIDAD MASCULINA

Las relaciones entre el psicoanálisis y la crítica feminista han sido casi excluyentes en otras épocas pero han logrado encontrar puntos de confluencia que permiten enriquecerse mutuamente. La manera de teorizar a las mujeres desde el psicoanálisis clásico tiene una impronta marcadamente patriarcal que ha sido puesto en duda por las vivencias genuinas de las mujeres, que gracias a las críticas y aportes feministas, han logrado ser escuchadas sin el lastre androcéntrico. Por otra parte, algunas teóricas feministas conocedoras de la teoría psicoanalítica han podido desmembrar el cuerpo teórico psicoanalítico, rescatando su potencial liberador si se puede revisar el efecto ideológico que subyace a diferentes conceptos acerca de lo femenino e incluir una nueva conceptualización y metodología que enriquezca la manera de escuchar los malestares de los sujetos femeninos y masculinos. Según Rossi Braidotti, en Sujetos nómades, (Ed. Paidós, 2000) el nuevo sujeto nómade feminista es una entidad política y epistemológica que debe ser definida y afirmada por las mujeres en la confrontación de sus múltiples diferencias de clase, raza, edad, estilo de vida y preferencia sexual.

Las subjetividades de ambos sexos han cambiado y la forma de relacionarse también, lo que evidencia el carácter contingente y no estructural de las mismas. Esto significa que la anatomía no es el destino de la asunción de un determinado género ni el destino final de la orientación sexual, idea  freudiana clásica,  sino en todo caso, como dice Braidotti, la historia es el destino. Una de las preguntas fundamentales para escapar del esencialismo identitario es cómo juega la historicidad en la creación del género y tener en cuenta el ritmo lento del deseo inconsciente cuando queremos promover un cambio de perspectiva en relación a la manera de pensar las identidades y las nuevas formas de relación con el propio género y con el contrario. Porque es muy difícil cambiar las estructuras psíquicas inconscientes mediante la voluntad. Las transformaciones en profundidad, o sea, desde las emociones, son tan dolorosas como lentas. Si se quiere promover una política efectiva que se implique en cuestiones que promuevan nuevas relaciones con el propio género y con el otro, que sean más libres y paritarias, hay que tener en cuenta estrategias que consideren que no es posible doblegar el deseo por la voluntad, ni la voluntad conciente es suficiente para cambiar. Las mujeres feministas que han tratado de tomar atajos hacia el inconsciente obviando estas contradicciones y los tiempos lógicos que se necesita para promover cambios, jugaron con fuego y de ese incendio resultaron unas cuantas víctimas. Esto es especialmente pertinente cuando veamos los malestares masculinos y sus reacciones violentas frente a la paridad, por ejemplo, las mujeres asesinadas por sus compañeros justamente en momentos donde se promulgaron leyes contra la violencia machista de una progresía sin igual. Tener en cuenta los complejos procesos que se juegan cuando tocamos las subjetividades es tener en cuenta el tiempo que necesitan las emociones para cambiar, dado que si bien se nace con un sexo biológico determinado en la mayoría de los casos, puesto que también existen muchos casos de intersexualidad, la identificación al propio género así como la elección del objeto erótico no está determinada por el sexo biológico sino por la historia vital del individuo que responde a un deseo del Otro social que se vehicula a través de los primeros cuidadores con los que entra en relación y más tarde con los valores sociales en boga que jerarquizan los géneros.

Foucault, señalaba en La Voluntad de saber, primera parte de Historia de la sexualidad,(Ed, Siglo XXI, 2005)que la sexualidad no es sólo algo natural sino el resultado cultural de intereses valorativos de una clase dominante acerca del cuerpo femenino, su control de la procreación, patologización del comportamiento sexual atípico, discursos que sirven para el control social y que se trasmiten a través de varias disciplinas y medios de comunicación dando fundamento a leyes que organizan la familia tradicional que se funda sobre la premisa de la naturalidad de la heterosexualidad, que se convierte así en la norma, ignorando que existen otras sexualidades posibles. Tenemos experiencias muy recientes de que estas afirmaciones no son especulaciones teóricas sino que levantan pasiones cuando se intenta escapar de lo socialmente normativizado, como por ejemplo las nuevas familias, que han movilizado a los obispos a las manifestaciones en su contra, las reformas a la ley del aborto, la insistencia conservadora a través del cuerpo médico del carácter enfermizo de la homosexualidad y su oferta de curaciones que no son tales sino técnicas de reflejo condicionado que se implantan a través de electroschoks Todas estas cuestiones nos hacen evidente que la sexualidad no es un ámbito privado solamente sino un asunto político que intenta reglar el ámbito privado. Sin ir más lejos y por poner un ejemplo de esto último, hay estados en Estados Unidos que pueden condenar a prisión a dos homosexuales si son sorprendidos haciendo una felación, aunque sea en la intimidad de sus dormitorios. Que Clinton sea más recordado por su acto sexual con Levisnsky más que por sus logros presidenciales, nos da la medida de hasta qué punto la moral sexual conservadora campa por sus fueros.  

Como psicoanalista interesada y advertida del entrecruzamiento de determinaciones que afectan a la identidad sexuada y las relaciones entre los géneros contrarios y el propio género, no puedo estar ajena a las críticas que se han hecho al edificio teórico del psicoanálisis en lo que se refiere a cómo ha concebido la sexualidad femenina, mostrando un carácter altamente androcéntrico y patriarcal. El error freudiano en conceptualizar la pasividad como un rasgo femenino y localizar su causa en los genitales femeninos que se imaginan pasivos, es desconocer la determinación cultural que en la época de Freud subordinaba a las mujeres fuera de los intereses de la cultura.

Si pensamos la subjetividad como una construcción social histórica, podemos ver como señala Pierre Bordieu en La dominación masculina, Ed. Anagrama, 2005) que en las sociedades humanas la dominación masculina ha sido un hecho que ha marcado el estatus dependiente de las mujeres en la cultura y la limitación de su creatividad por lo menos hasta comienzos de este siglo, donde esta situación femenina ha cambiado de un modo vertiginoso creando nuevas formas de relación entre sexos y una reconsideración crítica de los estereotipos de género que muestra su carácter contingente, no esencial. Por eso es imprescindible tener esto claro porque si no se hace este trabajo crítico, se corre el riesgo de perpetuar la relación de jerarquía masculina y de subordinación femenina más agudamente que lo que nuestra cultura ya ofrece como marco identificatorio.

 Conceptos tales como género, sexo y sexualidad, orientación sexual, normalidad, femenino, masculino, resultarán modificados en esta conjunción entre psicoanálisis y crítica feminista con la ventaja de poder escuchar mejor el malestar de ambos sexos y su posible desmarcación de los estereotipos invalidantes. Siempre habrá defensores a ultranza de la ortodoxia psicoanalítica pero debo decir que no son los más creativos ni los que le hacen más favor a la teoría, sino aquellos que están más sujetos al discurso del Amo y que han contribuido de esa manera a patologizar ciertas maneras de hacer femeninas, experiencias, fantasías, como formas de mantener la subordinación de las mujeres y han contribuido también a silenciar o patologizar experiencias masculinas atípicas sin considerar sintomática la manera como se construye la masculinidad tradicional. Es curioso por ejemplo, que en casos de maltrato o violencia machista, el psicoanálisis se haya interesado más en preguntarse porqué las mujeres víctimas de maltrato lo soportan –invocando un supuesto masoquismo- y no haya mostrado el mismo interés hacia el maltratador –invocando un sadismo masculino-. Sin embargo esto es absolutamente coherente desde el psicoanálisis clásico, puesto que siempre ha tenido una especie de temor reverencial a cuestionar la hegemonía masculina con el objetivo de mantener el lugar del patriarca y el sitio que se le asignaba sin crítica para la constitución de la propia subjetividad, normativa y heterosexual.  Mucha agua ha pasado bajo el puente y hoy tenemos una responsabilidad ética de revisar los postulados teóricos que nos distorsionan nuestra manera de entender el sufrimiento de la gente que viene a consultarnos y que nos coloca en posición de generar iatrogenia agregada si no estamos advertidos. Para ello es interesante cambiar el modelo intrasubjetivo propio del psicoanálisis clásico al modelo intersubjetivo que busca las causas en la relación que establecen las personas entre sí y no sólo dentro de cada una.

 Cambiar la forma de concebir los fenómenos acarrea consecuencias prácticas importantes. Por ejemplo, la dominación es un intento de anular la subjetividad del otro a quien se lo intenta llevar a una posición se sometimiento. Si bien la aspiración al dominio es algo universal, es más frecuente que los varones la desarrollen sin máscaras y las mujeres más que anular al otro se anulen a sí mismas y satisfagan su aspiración al dominio mediante la identificación con un Amo poderoso idealizado al cual se someten. Este sesgo de género no es natural, es cultural y hoy las mujeres que se autorizan a sí mismas a tener poder ya no actúan de la misma forma con los hombres, se muestran más libres en su acceso al poder, lo que descoloca por otra parte a los hombres que ven mermada su jerarquía y puede provocar en ellos reacciones variadas que van desde la perplejidad y el desconcierto hasta acciones desesperadas para llenar el vacío identificatorio por pérdida de los valores que definían las masculinidad y los sostenían hasta ese momento. También las mujeres exitosas presentan a veces lo que la psicoanalista Irene Meler llama angustias de  desgenerización, aplicables a ambos sexos,  que consiste en la duda acerca de su pertenencia al propio género por trasgredir las normativas que lo han determinado históricamente. Una manera de escuchar esas angustias desde una perspectiva de género es apoyar a esas mujeres a superar esas culpas mientras que en un análisis tradicional ortodoxo, se las reconocía pero como algo natural que forzaba a las mujeres a intentar adaptarse a los estereotipos. Las consecuencias prácticas de entender esta cuestión son muy diferentes en un caso promueven la des-sujeción a los estereotipos, promocionando la autonomía y ampliando los márgenes de libertad de acción, disminuyendo la presión superyoica y autorizando, lo que el feminismo ha llamado empoderamiento. En cambio, considerar que  esas insubordinaciones a las normativas de género son un efecto de un déficit en la aceptación del propio género, sólo lleva a reforzar las inhibiciones y a considerar cualquier insubordinación como una transgresión, generando parálisis de la acción y un aumento de la culpa.  

Otras cuestiones como por ejemplo la caracterización de narcisistas que Freud atribuyó a las mujeres y por esa razón las consideró incapaces de amar a nadie excepto a sí mismas, y a los hombres como los que son capaces de amar verdaderamente por la alta idealización que hacen de las mujeres, es evidente que hay aquí un prejuicio misógino que impide entender el carácter incluso sacrificial que tienen ciertas mujeres cuando se entregan a otro y el grado de renuncia que hacen por sus hijos. La bella indiferencia que se atribuyó a las mujeres  se puede considerar más como una inhibición erótica producto de la doble moral sexual y al tratamiento jerárquico que la cultura otorga a la masculinidad que dificulta la paridad, más que atribuir la indiferencia a la autosuficiencia femenina. Además si fuera cierto que los hombres son tan capaces de amar e idealizaran tanto a las mujeres no se entendería como son tan proclives a la infidelidad sin compromiso emocional. Con respecto al narcisismo, también se lo atribuyó a las parejas homosexuales sin más, obviándolo en otras elecciones más del tipo de apoyo, como la búsqueda del hombre protector o de la mujer cuidadora, cuando es evidente que en estas relaciones también está presente el narcisismo. Y en cambio, no se ha tenido en cuenta que en las parejas homosexuales también se ama al otro y se lo puede percibir en su diferencia. Reducir la diferencia a una cuestión sexual es un prejuicio ideológico muy nefasto que lleva a sostener  que un homosexual sólo puede relacionarse con quien considera sólo un espejo de sí mismo, lo cual no es cierto. La diferencia anatómica en las relaciones heterosexuales no es garantía de que no se establezcan relaciones especulares. Ni al revés, no está fundamentado que las parejas homosexuales no puedan reconocer la alteridad entre ellos.

En cuanto a la consideración freudiana de que el superyó femenino es más débil y por tanto no es capaz de producción cultural, está desmentido por la clínica que muestra que el superyó femenino es más devastador y en cuanto a la producción cultural, en este momento está más en manos de mujeres que de hombres según prueban las estadísticas, así como también en la formación en carreras universitarias tienen un mayor porcentaje femenino y mejores calificaciones las mujeres. Todo esto muestra hasta qué punto la descripción freudiana del amor con unos y otras, con otras y otras y con otros y otros, muestra prejuicios misóginos y homófobos.                      

Pasemos a revisar otras cuestiones prácticas. Ya analicé en la ponencia anterior acerca del Impacto de la jerarquía de género en el erotismo femenino, (Claudia Truzzoli,  Revista del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres, Universidad de León, 2007). Hoy trataré de analizar el mismo impacto jerárquico en el erotismo masculino porque aunque sea un problema de hombres salpica de manera trágica a muchas mujeres como lo prueban los asesinatos  cada vez más frecuentes. Hasta hace muy poco tiempo la masculinidad nunca se ha planteado a sí misma como objeto de análisis ni como problemática. Daba la impresión que en el discurso social, era algo natural, la que se planteaba como objeto de estudio y dificultades era la feminidad lo cual ha impedido visibilizar cómo el género sesga los análisis y silencia las dificultades de unos e hipertrofia las dificultades de otros. Las características estereotipadas que definen la masculinidad en nuestra cultura tales como ser racional, duro, control de las emociones, ecuanimidad, autosuficiencia, fuerza, valentía, coraje, agresividad, impaciencia, poca tolerancia a la frustración, violencia, etc. excluyen otras características tales como sensibilidad, ternura, comprensión, paciencia, emotividad, dependencia, dulzura, receptividad, fragilidad, temor, entrega, que se adjudican a las mujeres con el agravante que esas cualidades están buscadas en ellas pero minusvaloradas para ellos. Esta diferencia jerárquica hace que los varones no puedan aceptar en sí mismos ninguna de estas características por considerarlas femeninas con todas las consecuencias nefastas que acarrea para su vida propia y de relación. Dejar fuera de sí actitudes y rasgos que en rigor están presentes en mayor o menor medida dentro de cada uno de nosotros, sea cual sea el género en el que nos sentimos más representados, implica una pérdida de riqueza en el mejor de los casos y en el peor, conductas que pueden atentar gravemente contra la propia salud o la de los otros.

¿Qué es lo silenciado, negado y proyectado fuera de sí en los hombres que hacen de la masculinidad un mito insostenible por querer probarse ante sí y ante los pares que dan la talla? El sufrimiento masculino frente a la insuficiencia se manifiesta de varias formas pero no es reconocible como sufrimiento. Un ejemplo de ello lo prueba el hecho de que los hombres rara vez entran dentro del sistema sanitario por depresión, porque el Manual de Diagnóstico que se utiliza casi universalmente que es el DSM-IV, cuando describe la depresión, lo hace con estas características: tristeza y llanto, pérdida de placer, energía e intereses, cambios de peso o ritmos de sueño, inhibición, sentimientos de inutilidad o culpa, disminución de la concentración o pensamientos de muerte. Esta definición le cuadra muy bien a una mujer deprimida pero no permite reconocer a un hombre deprimido, lo cual quiere decir que está sesgada genéricamente por proponer la forma en que se presenta la depresión en las mujeres como la forma universal y única en que se presenta para ambos sexos. Resultado de ello es que la depresión en los hombres queda invisibilizada porque en ellos la tristeza por ejemplo, no suele ser reconocida como tal sino como ira o furia, el llanto es poco frecuente porque las normativas de género lo prohíben en los varones, la pérdida de placer, energía o intereses se adjudican al estrés o la ansiedad, los sentimientos de inutilidad o culpa no son reconocidos como tales, dando lugar muchas veces a la disociación y proyección de ese malestar en sus relaciones más íntimas con toda la violencia agregada, muchos casos de asesinatos o malos tratos de los compañeros sentimentales de las mujeres tienen su origen en esta cuestión. Otras veces el sentimiento de impotencia frente a la pérdida ya sea de trabajo, de estatus, de pareja, da lugar a conductas sobrecompensatorias como conductas de riesgo que se adoptan para demostrar/se potencia, temeridad, coraje, a veces, intentos simulados de suicidio, o asesinatos cuando la desesperación frente a la pérdida de referencia frente a las normativas de género, que en el caso de los hombres implica una pérdida del poder tradicional que siempre han gozado de cara a las mujeres, unida al abandono de sus mujeres, es un cóctel explosivo que deja al descubierto otro aspecto silenciado de la masculinidad mítica: la extrema dependencia que no es reconocida como tal excepto cuando falta la compañera que lo sostiene.

El malestar que se ahoga con alcohol, la negación de las emociones, el imperativo de ser proveedor, el empuje incuestionado al éxito a toda costa, suelen generar muchos infartos, úlceras, irritabilidad cronificada, maltrato, violencia, disociación y proyección del malestar insoportable en la acompañante más íntima, conducciones temerarias, que hacen muy difícil la convivencia con las personas que los acompañan. Las mujeres suelen ser depositarias de todos estos malestares masculinos que por sobrecarga terminan deprimiéndose y soportando una maleta que no les corresponde con un peso añadido, dado que son consideradas las enfermas, las frágiles, cuando en realidad son las que soportan y pueden hablar de lo que les pasa cuando están en un marco adecuado que les escuche. Pero cuando no lo están, en el sistema sanitario público por ejemplo, suelen ser estigmatizadas y los profesionales que las atienden si no tienen una visión clara de género perpetuarán un sufrimiento sin resolverlo por tener una mirada errónea acerca de quien y qué lo promueve y esto no ayuda ni a varones ni a mujeres. Muchas mujeres que consultan expresan su deseo de que su marido sea atendido porque perciben que una parte importante de su sufrimiento es inducido por la convivencia con el hombre con el que no logran hacerlo hablar de su malestar. Es curioso cómo para un hombre hablar de que algo va mal en él, es traicionar cierto mandato de género si se trata de sentimientos de impotencia, de tristeza, de angustia, siente que eso lo feminiza. Si las mujeres quieren hacerlos salir de su mutismo, en el que suelen encerrarse, se irritan más aún, se sienten acosados o bien, están los que se disocian y proyectan su malestar en sus mujeres culpándolas de ello. Frases tales como “mi vida contigo es un infierno”, “no te necesito para nada”, “qué feliz sería sin ti”, son frases que denotan una defensa maníaca frente a la dependencia no reconocida, a la manera del tango que dice “araca, cantemos victoria, estoy en la gloria, se fue mi mujer”. Cuando hoy vemos que hacen muchos de ellos cuando realmente se va su mujer o les anuncia su deseo de separarse. No nos lo pueden contar las mujeres muertas por su actual compañero o su ex. En estos casos, el rencor por ser abandonados promueve una venganza feroz que no sólo hace víctima real a la mujer que lo abandona sino a sus propios hijos quienes son maltratados o asesinados. 

La psicóloga Victoria Sau en su artículo, De la facultad de ver al derecho de mirar, (publicado en Nuevas masculinidades), cita a dos sociólogos, autores de una investigación sobre la virilidad, (George Falconnet y Nadine Lefaucheur), quienes concluyen que la virilidad es un plus agregado a la masculinidad, que no se nace con él, sino que se gana con el tiempo y que puede llegar a convertirse en un  “mito terrorista por una presión social constante que empuja a los hombres a dar prueba sin cesar de una virilidad de la que no pueden nunca estar seguros: toda vida de hombre está colocada bajo el signo de una puja permanente.” La hombría se construye además como una enorme defensa frente a la homosexualidad, posibilidad erótica de la que los hombres más machos se sienten más amenazados, de ahí el carácter homofóbico o transfóbico tan presente en los hombres de estas características. Esta cuestión unida a la misoginia, tan presente en quienes quieren erradicar de sí todo aspecto considerado femenino, nos da como resultado que no hay demasiada diferencia entre un homosexual misógino y un hipermacho que alardea de su virilidad. Lo que une a ambos es el rechazo de lo femenino, que según sea la intensidad que presenta puede no solamente negar y proyectar lo femenino fuera de sí sino incluso llevar al rechazo de la mujer como elección erótica.
                               
Otro texto citado por la psicóloga Victoria Sau, en Psicopatología diferencial de los sexos inserto en el mismo artículo mencionado más arriba, cita a Lebovici, un psiquiatra francés y a una psiquiatra francesa, Colette Chilland quienes exponen “ el análisis realizado sobre más de siete mil expedientes infantiles examinados en el Centro de Salud Mental Alfred Binet durante quince años (del ’62 al ’77) donde se aprecia una sobrerrepresentación masculina, casi dos tercios del total, en trastornos relacionales y de conducta, reacciones neuróticas e inadaptación a la vida cotidiana. Sin llegar a la gravedad de la psicosis ni a requerir hospitalización, los síntomas son tan invalidantes que interfieren en los resultados escolares negativamente. Las niñas en cambio obtienen mejores calificaciones. Este hecho coincide con estudios realizados en otros países. Los autores opinan que se trata de una fragilidad psicobiológica en los niños a la que se añade una interacción entre las exigencias culturales relacionadas con la adquisición del mito de la virilidad, el imperativo de hacerse un hombre por medio de una identidad que se trata de fundar en no ser como una mujer y el equipo psicobiológico que jugaría en su contra. Todo esto tiene su coste.”

La misma idea se podría aplicar a porqué las niñas después de haberse mostrado tan brillantes en la infancia, retroceden y presentan dificultades cuando se hacen mayores, hecho que se puede atribuir al imperativo de los mandatos de género que las coloca en un lugar subordinado y sumiso. Virginia Wolf, en Un cuarto propio (Ed. Horas y horas, 2003),  señalaba que durante todos estos siglos las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre  de tamaño doble del natural. Super-hadas que poseen un poder mágico para agrandar el ego masculino y empequeñecerse en silencio. También existen otras super-hadas –las que llamamos superadas- que son las mujeres que pueden trasgredir los mandatos de género tradicionales, no sin luchas interiores y un trabajo personal que les permita des-sujetarse de sus estereotipos y convertirse en verdaderos sujetos de deseo.

Insisto en la importancia de tener en cuenta el rasgo de género en el tratamiento clínico o terapéutico. Les pondré otro ejemplo. Asistí a unas jornadas sobre trastorno límite de la personalidad, nombre que se aplica ahora a lo que antes llamábamos personalidades borderline o fronterizas entre la neurosis y la psicosis. Resulta que dicen que este trastorno afecta sólo a las mujeres y de hecho en las jornadas sólo se hablaba de ellas. ¿Es que los hombres no padecen trastornos límites de personalidad? ¿O es que el prejuicio es tal que no se lo reconoce en ellos cuando se presenta? En las mismas jornadas se presentaron fotos de mujeres que expresaban diferentes afectos y emociones: ira, temor, desconfianza, asco, alegría, tristeza, que se utilizaban como un test para ver si se reconocían esas emociones al serles presentadas a las mujeres con trastorno límite de personalidad.  Todas las fotos que mostraban emociones diversas eran de mujeres. La única foto que presentaba una expresión neutra era de un hombre. Esto evidentemente no es casual, sino un resultado ideológico que tiende a reforzar una cualidad genérica masculina donde lo racional y control de las emociones es patrimonio de los hombres. Aunque eso parece contradecir los hallazgos antes citados en el estudio que se realizó en Francia con niños varones en cuanto a sus trastornos relacionales, inadaptación a la vida cotidiana, lo que incluye intolerancia a la frustración, reacciones neuróticas, creando todo ese conjunto síntomas invalidantes. Los hombres padecen trastornos bipolares, y lo hoy se llama bipolaridad antes se llamaba psicosis maníaco-depresiva. El trastorno borderline es un cuadro fronterizo entre la neurosis y la psicosis. La psicosis es más grave. Si pensamos en términos de género, y creemos que el trastorno límite de la personalidad es femenino y la bipolaridad es masculina, tenemos que concluir que los hombres cuando enferman lo hacen con una gravedad mayor que las mujeres. El trabajo antes citado de Vicrotia Sau parece aseverar lo mismo.

Los hombres más víctimas de los mandatos de género reaccionan muy mal frente a la frustración y la ira suele ser su manifestación más espontánea, amén de ser la antesala del dolor y el telón que encubre el pánico del abandono. Podemos preguntarnos si todos aquellos hombres que asesinan a sus mujeres y luego intentan suicidarse no son aquellos que quedan excluidos del diagnóstico de borderline o trastornos límites de personalidad. Desde el momento que la subjetividad masculina hegemónica, considera que es superior que la subjetividad femenina, los hombres se creen con mayor derecho que las mujeres a la libertad, a las oportunidades de crecer profesionalmente, de esperar correspondencia y apoyo por parte de las mujeres y ser bien tratados, lo cual ubica a sus mujeres en un papel complementario. Ser agresivo y duro es una normativa de género para esta masculinidad que da como resultado, como bien señala Luis Bonino, especialista en masculinidades y tratamiento de grupos de hombres, en su obra (Varones, género y salud mental: desconstruyendo la “normalidad” masculina, también publicado en Nuevas masculinidades, compilación de textos de Marta Segarra y Angels Carabí (eds., ) dice  la constitución de una subjetividad hiperreactiva, conformada por un yo centrado en sí mismo y en sus logros, un Yo-Ideal de perfección elevada y grandiosa, un sistema de ideales centrados en el control de sí y de otros, una erotización de la agresividad, predominio del deseo de dominio, tendencia a la acción como respuesta a un conflicto, vinculación desconfiada y poco empática, renuncia a las motivaciones de apego y un vínculo con las mujeres como objetos de mirada, deseo o utilización.”
     
El no cumplimiento de estas normativas de género cuyo resultado es la constitución de una subjetividad muy rígida e hipercrítica coloca a estos hombres en una situación imposible porque nunca se pueden cumplir del todo esas normativas genéricas. ¿Dónde está el límite que permita descansar a un hombre si quiere probar que lo es cuando se lo desafía? Siempre hay un más allá que cree que podría alcanzar. Por otra parte si transgrede esas normativas e intenta ser diferente, más acorde con lo que espontáneamente siente, eso le provoca como mínimo ansiedad porque no deja de estar sometido a la crítica superyoica de las normativas de género lo que resulta en un vacío de sostén identificatorio alternativo que le angustia. Esta masculinidad se rige por la lógica del todo o nada, según Luis Bonino. Si algo no es masculino en él, nada lo es.  Por esta cuestión son víctimas de una hiperreacción para demostrar virilidad: despliegues de fuerza, riesgo, agresividad, exceso en consumo de alcohol y drogas, hipersexuación, hiperautosuficiencia, promiscuidad, no respetar reglas, conflictos con la autoridad, que si bien son síntomas adolescentes también se dan en varones en crisis vitales como pérdida del trabajo o de la pareja, heridas narcisistas a las que pueden responder con una sintomatología ansioso-depresiva o con una hiperreactividad.

También hay que tener en cuenta lo que Bonino califica de patologías de la perplejidad que surgen de la puesta en cuestión de los mitos de la masculinidad que afectan a las masculinidades transicionales creando desconcierto, perplejidad, conflictos intersubjetivos con los nuevos roles deseados y temidos. Por ejemplo, dificultades para conciliar vida laboral y familiar, vergüenza a mostrar cambios y el reacomodo a nuevos roles que le restringen poder habitual sin que eso lleve acompañado un cuestionamiento de sí mismo. Esta pérdida de sostén identificatorio puede llevar también a conductas reactivas como abusos de poder, maltratos, deseos de hacer mal (sadismo) sobre el cuerpo, el psiquismo, las posesiones, la libertad de mujeres o de otros varones. El bulling, las novatadas, el ataque a homosexuales o transexuales, la irresponsabilidad anticonceptiva o de crianza y la delegación injusta de la carga de responsabilidad en la mujer.

Si alguien se sintiera tentado de explicar las patologías de la masculinidad, por las hormonas masculinas se les puede responder que si eso fuese cierto éstas deben de tener un gran poder de selección a la hora de actuar en el comportamiento masculino porque los hombres saben muy bien cómo contener su agresividad cuando les conviene, o sea, frente a sus superiores jerárquicos o de quienes dependen para lograr sus metas. O bien las testosterona es muy inteligente o bien habrá que pensar en causas menos simplistas. Como señala el psicoanalista Oscar Strada, en su trabajo Furia y odio masculino,  (Diálogos nº 62, marzo 2005), “el hombre hasta el siglo XX asumió alegremente el papel de garante del orden simbólico como padre soberano y perpetuador de la ley de consanguinidad y de filiación entorno al poder. Los análisis biológicos modernos permiten separar el genitor del padre social garante del orden familiar, la fecundación in vitro escinde al hombre real de una función simbólica.” Recuerdo a propósito de estas formulaciones a una joven que formó parte de una investigación que realicé con hijos e hijas de familias monoparentales y homoparentales, que decía que su padre para ella sólo era un conjunto de esperma al que nunca llegó a conocer ni saber quién era por decisión materna, o sea, que en este caso, su madre le privó del saber la identidad de su padre, doloroso cuando no se trata de un donante anónimo. Ella piensa que cuando quiera tener hijos los tendrá con un amigo que realmente quiera tener un hijo, para asegurarse que no lo abandonará, seguridad que ella cree que no tendría si lo tuviera con un amante, porque de los amantes ella no se puede fiar. Hoy día los hijos se pueden criar en otras familias, con otros padres, con otras madres que pueden adoptar una función paterna, incluso por ley pueden ahora  adoptar el patronímico materno en lugar del paterno. Todos estos cambios que además se han desarrollado con una velocidad vertiginosa, cambios según Oscar Strada,  que implican una pérdida de lugar simbólico, pueden generar en el hombre  sujeto a esquemas tradicionales una angustia que lo puede conducir al asesinato y/o  al suicidio, como lo muestran cada vez más los casos de violencia de género con lo cual el desafío contemporáneo para un hombre es reconocer a su mujer como una igual, no como el reflejo de su propio fulgor imaginario, que su destino es creer en ella y colaborar desde la paridad o su destino será el eclipse.

Una observación sobre transexualidades, intersexualidades y transgenerismos. Si bien nada hay más falso que el binarismo genérico que pretende una pureza extrema, que implica una disociación de rasgos humanos y priva a los dos géneros de los atributos que se le adjudican al otro. Binarismo frente al que se rebelan y con razón los movimientos de intersexuales, quienes con su excepcionalidad biológica, ponen en evidencia  más que ningún otro, el carácter complejo de las determinaciones de la identidad genérica al desvincularlo de la pura biología, crítica que también hacen los transgéneros. Una antropóloga transgénero, Norma Mejía, en una etnografía extrema que publica en su en su libro (Transgenerismos, una experiencia transexual desde la perspectiva antropológica. (Ed. Bellaterra, 2006) hace una observación interesante cuando afirma que en realidad no existe la transexualidad, sino el transgenerismo, puesto que los genitales que se operan para simular el otro sexo, no cambian los cromosomas ni tampoco serán nunca iguales al sexo biológico natural. Yo agregaría que los llamados transexuales sostienen una paradoja interesante porque por una parte rompen la elección obligada de género de acuerdo al sexo anatómico, o sea, ser un hombre biológico no implica estar identificado con el género hombre, o ser una mujer biológica tampoco implica estar identificada con el género mujer. Pero por otra parte cuando hablan de la certeza de ser una mujer, en el caso de los transexuales biológicamente hombres, o ser un hombre en las biológicamente mujeres, nos muestran una concepción totalmente esencialista del género. Ningún sujeto está tan seguro de qué significa ser hombre o ser mujer como un/a transexual que puede llegar al extremo de operarse para adecuar su apariencia al género al que se siente pertenecer. De todas maneras hablaré con más profundidad de estas cuestiones y las nuevas familias en la próxima conferencia de noviembre y me gustaría terminar con una cita de Antonio Machado que decía que ser libre no es tanto decir lo que se piensa sino poder pensar lo que se dice.

CLAUDIA TRUZZOLI

Ponencia realizada en el CCD (Centro de Cultura de Dones Francesca Bonnemaison) el 15 de octubre de 2008. 

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