Una magnífica película, a pesar
de la inadecuada traducción de su título, -Toda la culpa es de mi madre- que
dada su simpleza, no puede menos que hacer pensar que se trata de una comedia
de segunda categoría pues nadie con un espíritu inteligente podría pensar verdaderamente
que toda la responsabilidad de los problemas familiares es de una sola persona,
en este caso la madre. La directora, Cécile Telerman, tiene un excelente
reparto de actores y actrices. Charlotte Rampling, actriz de gran poder
gestual, hace el papel de Mady Celliers, la madre en esta familia, Pascal Elbé hace
el papel de Antoine, el hijo que ella ha tenido cuando era muy joven con un
profesor suyo, casado, que conoció cuando estudiaba en la escuela de Bellas
Artes y quien nunca quiso asumir esa paternidad. Patrick Chesnais, en el papel de Henry Celliers, el marido
enamorado de Mady, que se casa con ella a sabiendas de su situación, y asume a
este hijo como suyo, habiendo un pacto tácito entre el matrimonio de que será
un secreto a guardar de cara al resto de la familia que vendrá después. En
efecto, ellos tienen otras dos hijas. Mathilde Seigner en el papel de Alice, es
una de las hijas, pintora un tanto excéntrica en sus temáticas y la otra hija, Sophie
Cattani en el papel de Annabelle Celliers, es enfermera.
En esta familia, la madre que ha tenido un hijo con el pintor del que se había enamorado en su juventud, siendo él un hombre casado entonces, ella lo había amenazado con contarle todo a su mujer si él no se separaba de ella. Razón por la cual él se retira furioso, tiene un accidente de moto y muere dos días después. La muerte del pintor al que amó la encierra en sí misma, se rodea de un caparazón de cinismo, maltrata a sus hijas y a su marido, a veces de manera cruel. No puede evitar una profunda ambivalencia por sentirse atrapada en una familia y un modo de vida que seguramente no es el que había soñado ni tiene el marido ni la familia que hubiera querido tener. Y ese resentimiento, fruto de un duelo que no pudo resolver, se lo hace pagar a todos. Por eso la hostilidad constante con el marido, con quien ella se casa para dar una apariencia aceptable socialmente a su situación y la de su hijo, pero al que no logra estimar. Toda la trama de la película se centra en este punto central y las consecuencias que esta decisión acarrea para este hijo, las otras dos hijas y la relación del matrimonio.
La pregunta es por qué un hombre
como el marido, que representa a un buen burgués, hombre de negocios exitoso,
adinerado, complaciente al extremo, decide casarse con una joven que no lo ama
y hacerse cargo de la paternidad de un hijo que no es suyo para ayudarla a
ella. ¿No nos encontramos aquí con lo que una gran agudeza freudiana nos hizo
saber en otros tiempos del espíritu salvador que algunos hombres ponen en juego
con mujeres que sienten que se han descarriado y cómo ese sentimiento tiene sus
raíces en los celos edípicos? Este hombre, este marido no querido, en el
momento en que el matrimonio festeja lo que llaman sus bodas de amianto, -el
hijo dice de zafiro-, representadas
irónicamente por un corazón de chocolate encima de la tarta encargada para el
evento, -al que no acuden ninguno de sus hijos-, le dice a su mujer que la
deja, que se va a vivir a la orilla izquierda del Sena porque siempre le gustó
más y que sólo vivían en la derecha porque a ella le gustaba. Cuando ella,
repuesta de su sorpresa y no creyéndole demasiado, le pide una explicación, él
le dice que está demasiado cansado de vivir cuarenta y cinco años intentando
hacer feliz a una mujer que no le quiere.
Mientras tanto, ¿qué pasa con los
hijos? Alice, es pintora, como era su madre cuando joven. Es destructiva con su
propia vida, hace abortos repetitivos, abusa del alcohol y drogas, su obra está
llena de imágines de vírgenes agresivas, nada satisfechas con su maternidad.
Hay una frase muy graciosa que dice para justificar esas imágenes, y es que a
quien se le ocurre que una mujer tendría que estar feliz si se le presentara de
repente un ángel anunciándole que va a tener un hijo sin haber participado de
la situación que la llevaría a ello. Alice no interpone casi condición ninguna
para acostarse con un hombre al punto que no conoce ni siquiera cómo se llamaba
un camello que le metió en su bolso un paquete de cocaína para escapar de una
redada policial. Ella es detenida y el policía que la escucha (Olivier Marchal
en el papel de Jacques de Parentis) en la comisaría se compadece de ella, tira
la cocaína por la ventana y la deja libre. Él también es un personaje triste,
melancólico, más tarde sabremos que ha sido criado en un orfanato, abandonado
por su madre cuando ella no pudo soportar la muerte de su marido. Y abandonado
también por su padre -que era pintor- puesto que en su testamento dejó todos
sus cuadros a ese otro hijo que nunca quiso reconocer y que resulta ser Antoine,
el hijo de Mady. Alice, lo sabe desde el momento en que encuentran los cuadros
y reconoce en ellos a su madre, pero no se lo dice a él, aunque sí a su madre,
que lo niega.
¿Qué pasa con el hijo que la
madre tuvo con su amor frustrado? Éste está casado con una genetista. O sea, ella sabe perfectamente que de dos
padres con ojos azules no puede nunca nacer un niño con ojos negros como los
que tiene él. Pero ese saber que no quiere ser sabido lo encierra en la misma
mentira familiar que se erige para mantener un secreto que no es tal. Ese
secreto sólo puede ser descubierto y desvelada la verdad cuando el policía, le
revela que su padre no es el que él cree sino el pintor que le dejó una
herencia, que el policía pretende dividir por partes iguales. Curiosamente esa
irrupción brutal de la verdad que quería ser ocultada, libera a Antoine, le da
fuerza para poder decir a su padre adoptivo, al que siempre temió, que sus
fracasos como empresario se debían a que a él nunca le gustó lo que hacía, sólo
se mantenía en sus empresas por no decepcionarlo. Pero la ambivalencia está
presente cada vez que un hijo responde a un ideal del padre que no es el suyo y
la consecuente venganza, haciendo fracasar, en este caso, las empresas a las que
su padre intenta salvar inyectando dinero. La pregunta que podríamos hacer es
porqué este padre insiste en mantener a su hijo en una posición que le recuerda
constantemente su impotencia porque fracasa en todas las empresas que emprende.
La ambivalencia tiene caminos sutiles para expresarse, sobre todo cuando se
disfraza de generosidad.
La otra hija, Annabelle, es enfermera,
pero recurre a la magia para aferrarse a un mínimo de seguridad frente al
futuro incierto, a través de las predicciones del tarot. Su madre le dice que
no podría soportar esa profesión médica donde tendría que encararse con la
muerte y su hija le recuerda que ella quería ser enfermera, a lo que su madre
responde frívolamente que lo había olvidado. Annabelle también tiene relaciones
con un médico –casado- y quiere tener un hijo con él. Cuando finalmente se
queda embarazada, le dice que quiere tenerlo, que quiere que él se separe de su
mujer, a la que ella ya ha advertido de la situación porque quiere que sepa qué
clase de marido tiene, él se marcha furioso con el coche a toda velocidad. Otra
repetición de la historia de la madre con el pintor que amó. Lo sorprendente es
que supuestamente la hija no conocía ese
episodio de la vida de su madre pues ese era aparentemente el secreto familiar.
Por eso resulta de interés esta
película, porque nos ofrece una cantidad de matices de los lazos familiares, de
las trasmisiones de saber inconscientes de los presuntos secretos familiares
que no son tales puesto que todos saben lo que no quieren aceptar que saben, todos
están inmersos en una mentira aparente porque aunque saben la verdad nadie se
atreve a decirla. También es interesante constatar cómo los hijos/as pueden
repetir sucesos en su propia vida que en realidad pertenecen a la historia de
alguno de sus padres o de ambos, sin ser conscientes de ello.
El policía es el único que desde
el principio no oculta nada y que es el personaje catalizador que logra
desarmar la trama mentirosa que envuelve a todos los demás. Es el único que
dice la verdad, a su mujer, cuando no niega que tiene otra relación con Alice,
a Antoine, que resulta ser su hermano por parte de su padre, a Alice, cuando le
comunica que su mujer está embarazada, a su propia mujer cuando le dice que se
separa pero que cuidará de su hija, a su madre con quien es muy crudo al
decirle que nunca ejerció de tal. Cuando toma la decisión de separarse de su mujer coge su moto y se
dirige velozmente a comunicárselo. Aquí empiezan a entrelazarse escenas donde
hacen presentir el accidente de moto que tendrá al estamparse con un coche que
supuestamente podría ser del médico amante de Annabelle. Ésta es quien logra
revivirlo del paro cardíaco que sufre
con el accidente.
Pero la enseñanza que deja la
película y el buen sabor de boca es que
desatada la verdad, no sólo no se produce ninguna tragedia, sino que todos se
liberan de las cadenas de silencio que habían tejido alrededor suyo intentando
preservar unos lazos familiares. Estos lazos que al pretender fundarlos en realizaciones
ideales, oprimen, generando rabia, impotencia, desolación, por el esfuerzo
constante de mantener silenciados los verdaderos sentimientos, que son más
complejos y contradictorios. Silencio opresor por el temor a la destrucción de
una presunta paz familiar –ficticia por estar fundada sobre mentiras-. Pero
todo lo reprimido vuelve de alguna manera, como el síntoma con sus soluciones
de compromiso y aquí vuelve en forma de agresiones sutiles y/o más o menos
explícitas. Cuando la verdad de los
sentimientos de cada cual hace acto de presencia manifiesta, casi todos mejoran
su vida.
Antoine reencuentra a un hermano,
se encariña con él, le está agradecido por haberle revelado la verdad y ambos
crean una fundación para acoger a jóvenes talentos –buena metáfora de la
fundación de un vínculo amoroso que une a ambos hermanos porque comparten el no
haber sido reconocidos por su padre-, vínculo que queda reforzado por un
proyecto común que les soluciona sus vidas. Antoine encuentra una ocupación que
le gusta y el haber conocido a Jacques le permite un sostén identificatorio
importante porque es testigo de cómo su hermano puede ponerle límites firmes a
su padre adoptivo, cosa que él nunca se atrevió a hacer. Jacques, por otra
parte, puede comprarse la casa de su infancia con el dinero de los cuadros que
su padre dejó en herencia para Antoine y que éste acepta generosamente repartir
con su hermano. Alice se alía con el policía que se hace cargo de la hija que
ha tenido con su exmujer y ambos se comprometen. Alice le hace saber que está
embarazada, escena importante, porque ese hecho la pacifica, dado que en sus
abortos repetitivos existía la preocupación de quedar imposibilitada para
concebir. En una escena donde Mady se disculpa con su hija por no saber
expresar sus sentimientos amorosos con ella y le dice que ella tampoco se lo ha puesto fácil porque ni
siquiera quería tomar el pecho, Alice le responde diciendo que hay que querer a
los vivos, no a los muertos, porque los muertos no se enteran, frase que da de
lleno en el meollo del duelo melancólico de su madre. Annabelle también tiene
el hijo que quería con quien lo quería tener, pero repite la historia de
ocultamiento de su madre, puesto que en la última escena familiar aparece
casada con un hombre que no es el padre de su hijo y guarda silencio frente a
un comentario que Mady le hace a su yerno, diciéndole que ese niño es su vivo
retrato.
De todas maneras, cuando la
verdad es descubierta, no siempre quiere decir que sea asumida. Unos personajes
habituados a la mentira, para salvar una apariencia de vida confortable, aunque
no lo sea, de una familia conforme a las normas, aunque las corrientes
subterráneas repriman la rabia a duras penas malogrando un vínculo que podría
ser más amoroso, puede sostener por poco tiempo la verdad y las apariencias
terminan imponiéndose, haciendo olvidar el precio sintomático y destructivo que
tiene la mentira.
CLAUDIA TRUZZOLI
Presidenta de la sección Dones
del COPC en la fecha de esta publicación en la Revista del Colegio de
Psicólogos de Catalunya nº 222 de febrero/marzo 2010.
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