martes, 30 de abril de 2013

CINE: DESGRACIA. Comentario de la película



La historia de esta película transcurre en la Sudáfrica posterior al apartheid. Su riqueza consiste específicamente en la diversidad de registros en que puede ser leída. Desde el punto de vista sociológico es una historia de poder que refleja las profundas huellas del intercambio entre una cultura nativa y la cultura occidental del colonizador cuya resultante es un país plagado de violencia. No olvidemos que la finalidad del apartheid era proteger a los afrikáner de la mezcla racial, asegurarles el poder y tener mano de obra barata con los negros a los que se les coartaba aún más la libertad obligándolos a llevar un documento por la Ley de Pase que les permitía controlarlos más aún. La dialéctica hegeliana del amo y del esclavo se hace presente en esta historia donde los abusos tanto del lado del amo como del esclavo, cuando deja de serlo, se muestran de una manera estremecedora. El personaje principal alrededor del cual gira el grueso de la historia de esta película es un profesor universitario –blanco-, llamado David Lurie, personaje que interpreta John Malkovich, divorciado de una mujer holandesa que vive en su propio país y con quien ha tenido una hija con la que casi no se relaciona. Él enseña Poesía Romántica en una universidad sudafricana, es un enamorado de Lord Byron como se puede deducir por la atención que le presta en sus clases a ese escritor y por su propia biblioteca que contiene varias obras del mismo. No es casual su predilección literaria, la obra de Byron si bien es desigual, tiene un arrebato pasional que unido a la capacidad trasgresora de su propia vida lo convierte en un héroe romántico con un poder de seducción que se extiende más allá de sus contemporáneos. Un autor a la medida para que se identificara con él el propio profesor que se declara a sí mismo un demonio por la indomable fuerza de sus pulsiones. Ejemplo de ello es la frecuencia con que solicita los favores regulares y frecuentes de una prostituta malaya de alto standing y dada su privilegiada situación, abusa de su poder con una alumna suya mestiza quien no se atreve a negarse a su acoso seguramente para asegurarse las calificaciones de sus exámenes, pero es evidente que la situación es muy violenta para ella. Esta joven tiene un novio –negro- que cuando se entera de lo que ha sucedido denuncia a este profesor, primero en sus propias clases haciendo ironías que lo ponen en evidencia y bajo sospecha frente a los otros alumnos. Además el padre de la joven también lo acusa de lo sucedido públicamente en un pasillo de la universidad atestado de alumnos en ese momento. Toda esta situación desemboca en un  juicio por parte de un tribunal universitario, juicio que por la forma inquisitorial en que se desarrolla resulta bastante humillante. Este profesor se niega a prestarse a esa humillación, acepta los cargos y se ve obligado a dimitir.

En estas circunstancias decide ir a ver a su hija Lucy Lurie, personaje que interpreta con una gran fuerza dramática Jessica Haines, quien vive en una casa perdida en un paisaje muy salvaje y solitario de Sudáfrica. Cuando llega a verla, David se sorprende de que ella viva sola allí sin la compañía de su compañera sentimental. Lucy le dice que hacía años que se habían separado. Que su padre no tuviera noticias de ese  hecho pone en evidencia la escasa relación que existía entre ambos. David comienza a preocuparse entonces por la seguridad de su hija, quien sólo está acompañada por Petrus, un hombre negro que le ayuda en las tareas de la granja, lo suficientemente mayor como para ser su padre, que además tiene ciertas familiaridades en la casa, propias de quien se considera dueño o  arrendantario, pero totalmente extrañas en Sudáfrica por parte de un hombre negro que asiste a una joven afrikáner, así llamadas las personas descendientes de los primeros colonos holandeses de África. Sin embargo, si nos situamos en un contexto histórico de cómo ha sido esa colonización, entenderíamos la conducta de Petrus, ese hombre negro con aires de propietario. Los holandeses habían luchado ferozmente contra las tribus negras, provocando muchas muertes, para desposeerlas de sus tierras logrando hacerse con ellas, mediante una ley que se llamó “Acta de Tierras para Nativos” que data de 1913, por la cual el 87% de la tierra africana quedaba reservada a los blancos. Una expoliación que despojó a millones de negros de sus hogares y granjas  unido a la convicción holandesa de ser un pueblo “escogido” con derecho a civilizar a un pueblo “bárbaro”. Pero este hecho colocó a los blancos en una situación de temor dado el número muchísimo mayor de población negra, gran parte de la cual generó una resistencia que se incrementó a partir de los años ´60, con enfrentamientos violentos en Johannesburgo por protestas contra la Ley de Pase en la que murieron muchos negros y el gobierno declaró el estado de emergencia, ilegalizando al Congreso Nacional Africano y obligando al exilio a todos los líderes de izquierda o a la cárcel, como a Nelson Mandela.  La radicalización fue en aumento y en el ´76 en Soweto  hubo otra manifestación aplastada de manera sangrienta hasta que en los ´80 Sudáfrica estaba en una guerra civil. Las injustas atrocidades del gobierno aumentaron el aislamiento de Sudáfrica a nivel mundial, comenzó a sufrir su economía por la retirada de inversiones y las sanciones al petróleo. Todo esto provocó en el ´94 la caída del gobierno y el fin del apartheid. Pero no el fin de las secuelas psicológicas que éste había dejado en las relaciones interraciales.     

Hay una escena terrible de un asalto por parte de tres jóvenes negros que matan a los animales que Lucy posee en su granja, le roban el coche David, lo encierran en un baño y casi le matan rociándolo con gasolina y prendiéndole fuego. A Lucy la violan los tres. Su padre denuncia el robo  y quiere que su hija denuncie la violación. Ella se niega y su padre se entera de que no es la primera vez que la violan. Y aquí es donde aparece una interesante observación de ella cuando explica los motivos por los que no los denuncia a la policía. Ella parece creer que ellos están en su derecho, como si el haber sido expoliados por los blancos, sintieran que tienen derecho a recuperar lo que es suyo, con lo cual no lo sienten como un robo, y también a vengarse de las humillaciones que han sufrido por la historia del apartheid. Lo interesante de la negación de la joven violada a defenderse, a denunciarlos, que se expone constantemente al peligro de volver a sufrir la misma situación, con riesgo incluso de su propia vida, es la pregunta sobre sus motivos para poner en juego hasta su propia supervivencia. No está ajeno a ellos el hecho de ser una blanca afrikaner, hija de madre holandesa, significante que la ubica del lado de los expoliadores, hecho que le hace sentir culpa, que expía dejándose violar y desposeer. Una encrucijada sintomática que por un lado le hace pagar el precio de una culpa que no es suya sino heredada por su origen y el trauma consiguiente a los sucesos violentos que la dejan poco menos que paralizada y llena de angustia porque ella se identifica con los carenciados, con los que Franz Fanon describió tan claramente en su obra, Los condenados de la tierra. La violación  sucede mientras su padre está encerrado en el baño luchando por no morir quemado, por lo cual no ha podido defenderla. Esto refuerza en su hija su primitivo sentimiento de abandono y hace más tensa aún la relación con su padre, relación que se impregna de una atmósfera de reproche no dicho, de soledad de hija malquerida, de rencor no disimulado.


 Hay que tener en cuenta que la violación en África es un hecho culturalmente arraigado con el concepto de lo que significa actuar como un hombre. Es sinónimo de virilidad y considerado como un verdadero derecho por los hombres. Hay historias reales de muchachos africanos que se han visto forzados bajo la presión cultural de su medio social a efectuarla bajo amenaza de burla o dudas sobre su virilidad si no lo hacían y luego han vivido años atenazados por la culpa. A veces la misma culpa los lleva años después a solicitar ser perdonados por la mujer violada. Es llamativo que David también tenga que verse impelido interiormente a pedir perdón al padre de su alumna por haber abusado de ella y se presenta en su casa para ello, arrodillándose delante de toda la familia. Un acto de pedido de clemencia, sorprendente en un personaje al que su orgullo le empuja a no aceptar ser humillado, -por ejemplo en el juicio de la universidad-, y que a la vez se define a sí mismo como un demonio por la fuerza de sus pulsiones. Pero existe una razón poderosa que lo explica: lo que le ha sucedido a Lucy. David es testigo del atroz sufrimiento de su hija después de la violación, y además hay una conversación que ella tiene con su padre cuando éste intenta convencerla de que denuncie a quienes la violaron. Ella se niega, le recuerda que ellos se sienten en su derecho y le dice que él como hombre debería saberlo. Esto toca en lo más vivo a David, puesto que su hija le hace sentir que desde los sentimientos sólo hay diferencia de grado entre un violador bárbaro y un abusador refinado que lee a Byron, que lo que une a ambos es el goce del poder a través de la sumisión forzada de las mujeres en el primer caso y cierto desprecio hacia las mujeres a las que sólo ve como objetos de goce en el segundo caso. En ambos casos las mujeres sólo son objetos para el goce masculino. La matriz relacional de amo y esclavo se inmiscuye hasta en la cama en estos casos, porque un amo necesita ver el reconocimiento de su lugar por el esclavo para sentir su propio poder. Sea ese anhelo de poder producto de una venganza racial o sea una dependencia a las propias pulsiones, en este caso, las víctimas son las mismas.

Más adelante, de forma casual, en una fiesta David reconoce a uno de los asaltantes y violadores de su hija, lo increpa en público, lo amenaza con denunciarlo. El muchacho lo niega y logra escapar. Pero resulta ser un sobrino de Petrus, quien sacará un beneficio directo de este hecho. No denuncia a su sobrino, sino que hace un trato con Lucy, se ofrece a casarse con ella para protegerla a cambio de que ella le ceda la tierra, excepto la casa donde vive. Al parecer, a falta de una justicia social, los hombres de todas las épocas, se han ingeniado más que para hacer justicia, para hacer una reversión del lugar del amo expoliador, lugar ocupado luego por el esclavo vengativo. Para las mujeres en cambio, no sólo no ha habido reparación, sino que han resultado ser en demasiadas ocasiones de guerras entre hombres, el codiciado trofeo del vencedor para humillar aún más a los vencidos.

CLAUDIA TRUZZOLI
Presidenta Sección Dones del COPC en el momento de publicación de este comentario en la Revista del Colegio Oficial de psicólogos de Catalunya nº 220 de octubre/noviembre del 2009.   


No hay comentarios:

Publicar un comentario