IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN EL EROTISMO MASCULINO
Malestares y patologías de la masculinidad reactiva.
Analicé en una ponencia anterior, un trabajo del que soy autora acerca del impacto
de la jerarquía de género en el erotismo femenino[1].
En este escrito trataré de analizar el mismo impacto jerárquico en el erotismo
masculino porque aunque sea un problema de hombres, se convierte en un problema
para las mujeres que los acompañan. En casos extremos puede derivar en la
violencia machista que conocemos con los resultados a vecs trágicos de sus
manifestaciones. Hasta hace muy poco tiempo la masculinidad nunca se ha
planteado a sí misma como objeto de análisis ni como problemática. En el
discurso social estaba naturalizada, la que se planteaba como objeto de estudio
y dificultades era la feminidad lo cual ha impedido visibilizar cómo el género
sesga los análisis y silencia las dificultades de unos e hipertrofia las
dificultades de otros. Las características estereotipadas que definen la
masculinidad en nuestra cultura tales como ser racional, duro, control de las
emociones, ecuanimidad, autosuficiencia, fuerza, valentía, coraje, agresividad,
impaciencia, poca tolerancia a la frustración, violencia, etc. excluyen otras
características tales como sensibilidad, ternura, comprensión, paciencia, emotividad,
dependencia, dulzura, receptividad, fragilidad, temor, entrega, que se adjudican
a las mujeres con el agravante que esas cualidades están buscadas en ellas pero
minusvaloradas para ellos. Esta diferencia jerárquica hace que los varones afectados
por una masculinidad tradicional no puedan aceptar en sí mismos ninguna de
estas características por considerarlas femeninas con todas las consecuencias
nefastas que acarrea para su vida propia y de relación. Dejar fuera de sí
actitudes y rasgos que en rigor están presentes en mayor o menor medida dentro
de cada uno de nosotros, sea cual sea el género en el que nos sentimos más
representados, implica una pérdida de riqueza en el mejor de los casos y en el
peor, conductas que pueden atentar gravemente contra la propia salud o la de
los otros.
¿Qué es lo silenciado, negado y proyectado fuera de sí en los hombres que
hacen de la masculinidad un mito insostenible por querer probarse ante sí y
ante los pares que dan la talla? El sufrimiento masculino frente a la
insuficiencia se manifiesta de varias formas pero no es reconocible como
sufrimiento. Un ejemplo de ello lo prueba el hecho de que los hombres rara vez
entran dentro del sistema sanitario por depresión, porque el Manual de
Diagnóstico que se utiliza casi universalmente que es el DSM-IV, cuando
describe la depresión, lo hace con estas características: tristeza y llanto,
pérdida de placer, energía e intereses, cambios de peso o ritmos de sueño,
inhibición, sentimientos de inutilidad o culpa, disminución de la concentración
o pensamientos de muerte. Esta definición le cuadra muy bien a una mujer
deprimida pero no permite reconocer a un hombre deprimido, lo cual quiere decir
que está sesgada genéricamente por proponer la forma en que se presenta la
depresión en las mujeres como la forma universal y única en que se presenta
para ambos sexos. Resultado de ello es que la depresión en los hombres queda
invisibilizada porque en ellos la tristeza por ejemplo, no suele ser reconocida
como tal sino como ira o furia, el llanto es poco frecuente porque las
normativas de género lo prohíben en los varones, la pérdida de placer, energía
o intereses se adjudican al estrés o la ansiedad, los sentimientos de
inutilidad o culpa no son reconocidos como tales, dando lugar muchas veces a la
disociación y proyección de ese malestar en sus relaciones más íntimas con toda
la violencia agregada, muchos casos de asesinatos o malos tratos de los
compañeros sentimentales de las mujeres tienen su origen en esta cuestión.
Otras veces el sentimiento de impotencia frente a la pérdida ya sea de trabajo,
de estatus, de pareja, da lugar a conductas sobrecompensatorias como conductas
de riesgo que se adoptan para demostrar/se potencia, temeridad, coraje, a
veces, intentos simulados de suicidio, o asesinatos cuando la desesperación
frente a la pérdida de referencia frente a las normativas de género, que en el
caso de los hombres implica una pérdida del poder tradicional que siempre han
gozado de cara a las mujeres, unida al abandono de sus mujeres, es un cóctel
explosivo que deja al descubierto otro aspecto silenciado de la masculinidad
mítica: la extrema dependencia que no es reconocida como tal excepto cuando
falta la compañera que lo sostiene.
El malestar que se ahoga con alcohol, la negación de las emociones, el
imperativo de ser proveedor, el empuje incuestionado al éxito a toda costa,
suelen generar muchos infartos, úlceras, irritabilidad cronificada, maltrato,
violencia, disociación y proyección del malestar insoportable en la acompañante
más íntima, conducciones temerarias, que hacen muy difícil la convivencia con
las personas que los acompañan. Las mujeres suelen ser depositarias de todos
estos malestares masculinos que por sobrecarga terminan deprimiéndose y
soportando una maleta que no les corresponde con un peso añadido, dado que son
consideradas las enfermas, las frágiles, cuando en realidad son las que
soportan y pueden hablar de lo que les pasa cuando están en un marco adecuado
que les escuche. Pero cuando no lo están, suelen ser estigmatizadas por los
profesionales que las atienden, quienes si no tienen una visión clara de género
perpetuarán un sufrimiento sin resolverlo por tener una mirada errónea acerca
de quien y qué lo promueve y esto no ayuda ni a varones ni a mujeres. Y eso puede
ocurrir tanto en el sistema sanitario público como en el privado. Muchas mujeres que consultan expresan su deseo
de que su marido sea atendido porque perciben que una parte importante de su
sufrimiento es inducido por la convivencia con el hombre con el que no logran
hacerlo hablar de su malestar. Es curioso cómo para un hombre hablar de que
algo va mal en él, es traicionar cierto mandato de género si se trata de
sentimientos de impotencia, de tristeza, de angustia, siente que eso lo
feminiza. Si las mujeres quieren hacerlos salir de su mutismo, en el que suelen
encerrarse, se irritan más aún, se sienten acosados o bien, están los que se
disocian y proyectan su malestar en sus mujeres culpándolas de ello. Frases
tales como “mi vida contigo es un infierno”, “no te necesito para nada”, “qué
feliz sería sin ti”, son frases que denotan una defensa maníaca frente a la
dependencia no reconocida, a la manera del tango que dice “araca, cantemos
victoria, estoy en la gloria, se fue mi mujer”. Hoy vemos que hacen muchos de
ellos cuando realmente se va su mujer o les anuncia su deseo de separarse. No
nos lo pueden contar las mujeres muertas por su actual compañero o su ex.
La psicóloga Victoria Sau en su artículo, [2]
cita a dos sociólogos, autores de una investigación sobre la virilidad, (George
Falconnet y Nadine Lefaucheur), quienes concluyen que la virilidad es un plus
agregado a la masculinidad, que no se nace con él, sino que se gana con el
tiempo y que puede llegar a convertirse en un
“mito terrorista por una presión social constante que empuja a los
hombres a dar prueba sin cesar de una virilidad de la que no pueden nunca estar
seguros: toda vida de hombre está colocada bajo el signo de una puja
permanente.” La hombría se construye además como una enorme defensa frente a la
homosexualidad, posibilidad erótica de la que los hombres más machos se sienten
más amenazados, de ahí el carácter homofóbico o transfóbico tan presente en los
hombres de estas características. Esta cuestión unida a la misoginia, tan
presente en quienes quieren erradicar de sí todo aspecto considerado femenino, nos
da como resultado que no hay demasiada diferencia entre un homosexual misógino
y un hipermacho que alardea de su virilidad. Lo que une a ambos es el rechazo
de lo femenino, que según sea la intensidad que presenta puede no solamente
negar y proyectar lo femenino fuera de sí sino incluso llevar al rechazo de la
mujer como elección erótica.
Otro texto citado por la psicóloga Victoria Sau, en “Psicopatología
diferencial de los sexos” inserto en el mismo artículo mencionado más arriba,
cita a Lebovici, un psiquiatra francés y a una psiquiatra francesa, Colette
Chilland quienes exponen “ el análisis realizado sobre más de siete mil
expedientes infantiles examinados en el Centro de Salud Mental Alfred Binet
durante quince años (del ’62 al ’77) donde se aprecia una sobrerrepresentación
masculina, casi dos tercios del total, en trastornos relacionales y de
conducta, reacciones neuróticas e inadaptación a la vida cotidiana. Sin llegar
a la gravedad de la psicosis ni a requerir hospitalización, los síntomas son
tan invalidantes que interfieren en los resultados escolares negativamente. Las
niñas en cambio obtienen mejores calificaciones. Este hecho coincide con
estudios realizados en otros países. Los autores opinan que se trata de una fragilidad
psicobiológica en los niños a la que se añade una interacción entre las
exigencias culturales relacionadas con la adquisición del mito de la virilidad,
el imperativo de hacerse un hombre por medio de una identidad que se trata de
fundar en no ser como una mujer y el equipo psicobiológico que jugaría en su
contra. Todo esto tiene su coste.”
La misma idea se podría aplicar a porqué las niñas después de haberse
mostrado tan brillantes en la infancia, retroceden y presentan dificultades cuando
se hacen mayores, hecho que se puede atribuir al imperativo de los mandatos de
género que las coloca en un lugar subordinado y sumiso. Virginia Wolf, señalaba
que “durante todos estos siglos las mujeres han sido espejos dotados del mágico
y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural “.[3]
Super-hadas que poseen un poder mágico para agrandar el ego masculino y
empequeñecerse en silencio. También existen otras super-hadas –las que llamamos
superadas- que son las mujeres que pueden trasgredir los mandatos de género
tradicionales, no sin luchas interiores y un trabajo personal que les permita
des-sujetarse a sus estereotipos y convertirse en verdaderos sujetos de deseo.
Insisto en la importancia de tener en cuenta el rasgo de género en el
tratamiento clínico o terapéutico. Les pondré otro ejemplo. Asistí a unas
jornadas sobre trastorno límite de la personalidad, nombre que se aplica ahora
a lo que antes llamábamos personalidades borderline o fronterizas entre la
neurosis y la psicosis. Resulta que dicen que este trastorno afecta sólo a las
mujeres y de hecho en las jornadas sólo se hablaba de ellas. ¿Es que los
hombres no padecen trastornos límites de personalidad? ¿O es que el prejuicio
es tal que no se lo reconoce en ellos cuando se presenta? En las mismas
jornadas se presentaron fotos de mujeres que expresaban diferentes afectos y
emociones: ira, temor, desconfianza, asco, alegría, tristeza, que se utilizaban
como un test para ver si se reconocían esas emociones al serles presentadas a
las mujeres con trastorno límite de personalidad. Todas las fotos que mostraban emociones
diversas eran de mujeres. La única foto que presentaba una expresión neutra era
de un hombre. Esto evidentemente no es casual, sino un resultado ideológico que
tiende a reforzar una cualidad genérica masculina donde lo racional y control
de las emociones es patrimonio de los hombres. Aunque eso parece contradecir
los hallazgos antes citados en el estudio que se realizó en Francia con niños
varones en cuanto a sus trastornos relacionales, inadaptación a la vida
cotidiana, lo que incluye intolerancia a la frustración, reacciones neuróticas,
creando todo ese conjunto síntomas invalidantes. Los hombres más víctimas de
los mandatos de género reaccionan muy mal frente a la frustración y la ira
suele ser su manifestación más espontánea, amén de ser el telón que encubre el
pánico del abandono. Podemos preguntarnos si todos aquellos hombres que
asesinan a sus mujeres y luego intentan suicidarse no son aquellos que quedan
excluidos del diagnóstico de borderline o trastornos límites de personalidad.
Desde el momento que la subjetividad masculina hegemónica, considera que es
superior que la subjetividad femenina, los hombres se creen con mayor derecho
que las mujeres a la libertad, a las oportunidades de crecer profesionalmente, de
esperar correspondencia y apoyo por parte de las mujeres y ser bien tratados,
lo cual ubica a sus mujeres en un papel complementario. Ser agresivo y duro es
una normativa de género para esta masculinidad que da como resultado, como bien
señala Luis Bonino, especialista en masculinidades y tratamiento de grupos de
hombres,” la constitución de una subjetividad hiperreactiva, conformada por un
yo centrado en sí mismo y en sus logros, un Yo-Ideal de perfección elevada y
grandiosa, un sistema de ideales centrados en el control de sí y de otros, una
erotización de la agresividad, predominio del deseo de dominio, tendencia a la
acción como respuesta a un conflicto, vinculación desconfiada y poco empática,
renuncia a las motivaciones de apego y un vínculo con las mujeres como objetos
de mirada, deseo o utilización.” [4]
El no cumplimiento de estas normativas de género cuyo resultado es la
constitución de una subjetividad muy rígida e hipercrítica coloca a estos
hombres en una situación imposible porque nunca se pueden cumplir del todo esas
normativas genéricas. ¿Dónde está el límite que permita descansar a un hombre
si quiere probar que lo es cuando se lo desafía? Siempre hay un más allá que
cree que podría alcanzar. Por otra parte si transgrede esas normativas e
intenta ser diferente, más acorde con lo que espontáneamente siente, eso le
provoca como mínimo ansiedad porque no deja de estar sometido a la crítica
superyoica de las normativas de género lo que resulta en un vacío de sostén
identificatorio alternativo que le angustia. Esta masculinidad se rige por la
lógica del todo o nada, según Luis Bonino. Si algo no es masculino en él, nada
lo es. Por esta cuestión son víctimas de
una hiperreacción para demostrar virilidad: despliegues de fuerza, riesgo,
agresividad, exceso en consumo de alcohol y drogas, hipersexuación, hiperautosuficiencia,
promiscuidad, no respetar reglas, conflictos con la autoridad, que si bien son
síntomas adolescentes también se dan en varones en crisis vitales como pérdida
del trabajo o de la pareja, heridas narcisistas a las que pueden responder con
una sintomatología ansioso-depresiva o con una hiperreactividad. También están
las que Bonino califica de “ patologías de la perplejidad que surgen de la
puesta en cuestión de los mitos de la masculinidad que afectan a las
masculinidades transicionales creando desconcierto, perplejidad, conflictos
intersubjetivos con los nuevos roles deseados y temidos. Por ejemplo,
dificultades para conciliar vida laboral y familiar, vergüenza a mostrar
cambios y el reacomodo a nuevos roles que le restringen poder habitual sin que
eso lleve acompañado un cuestionamiento de sí mismo.” “Esta pérdida de sostén
identificatorio puede llevar también a conductas reactivas como abusos de poder,
maltratos, deseos de hacer mal (sadismo) sobre el cuerpo, el psiquismo, las
posesiones, la libertad de mujeres o de otros varones. El bulling, las
novatadas, el ataque a homosexuales o transexuales, la irresponsabilidad
anticonceptiva o de crianza y la delegación injusta de la carga de
responsabilidad en la mujer.”
Si alguien se sintiera tentado de
explicar las patologías de la masculinidad, por las hormonas masculinas se les
puede responder que si eso fuese cierto éstas deben de tener un gran poder de
selección a la hora de actuar en el comportamiento masculino porque los hombres
saben muy bien cómo contener su agresividad cuando les conviene, o sea, frente
a sus superiores jerárquicos o de quienes dependen para lograr sus metas. O
bien las testosterona es muy inteligente o bien habrá que pensar en causas
menos simplistas. Como señala el psicoanalista Oscar
Strada, [5] “el hombre hasta el siglo XX asumió
alegremente el papel de garante del orden simbólico como padre soberano y
perpetuador de la ley de consanguinidad y de filiación entorno al poder. Los
análisis biológicos modernos permiten separar el genitor del padre social
garante del orden familiar, la fecundación in vitro escinde al hombre real de
una función simbólica.” Una joven cuya familia es monoparental por decisión
materna, dice que su padre es sólo un conjunto de esperma que ella no puede
considerar como padre en su función simbólica. Hoy día los hijos se pueden criar
en otras familias, con otros padres, con otras madres que pueden adoptar una
función paterna, pueden adoptar el patronímico materno en lugar del paterno.
Todos estos cambios que además se han desarrollado con una velocidad
vertiginosa, “que implican una pérdida de lugar simbólico, pueden generar en el
hombre sujeto a esquemas tradicionales
una angustia que lo puede conducir al asesinato y/o al suicidio, como lo muestran cada vez más
los casos de violencia de género” según Strada, “con lo cual el desafío
contemporáneo para un hombre es reconocer a su mujer como una igual, no como el
reflejo de su propio fulgor imaginario, que su destino es creer en ella y
colaborar desde la paridad o su destino será el eclipse.” [6]
CLAUDIA TRUZZOLI
Extracto de una ponencia dada en el Centro de Cultura de Dones Francesca Bonnemaison. 15 de octubre de 2008.
[1] Impacto
de la jerarquía de género en el erotismo femenino, en Revista del Seminario
Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres , Universidad de León.
[2] Vicrotia
Sau, De la facultad de ver al
derecho de mirar, en Nuevas
Masculinidades, compilación de Marta Segarra y Angels Carabí, eds.
[3] Virginia
Wolf, Un cuarto propio. Ed. Horas y
horas.
[4] Luis
Bonino, Varones, género y salud
mental: desconstruyendo la “normalidad” masculina. En Nuevas masculinidades. Comp. de
Marta Segarra y Angels Carabí, eds. Icaria.
[5] Oscar Strada, Furia y odio masculino, en
Diálogos nº 62.
[6] Op. Cit.
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