AUTORIDAD SOSTENIBLE
Partiendo del hecho incuestionable que nuestro psiquismo se forma a partir
de las primeras impresiones recibidas en el trato con los otros humanos con los
que nos toca convivir, tendremos que aceptar que la infancia es un período muy
delicado donde se aprende el amor, pero también se asienta el resentimiento
cuando el trato recibido es denigrante para una buena salud psíquica. La
humillación y la inseguridad, la falta de sostén afectivo, son gérmenes de
cultivo que pueden desembocar en conductas autodestructivas o bien en conductas
asociales de diversa gravedad, pero en otros casos, en una degradación de la
autoridad en autoritarismo. Una educación que mortifica y llega a extremos
humillantes, sostenida por toda una ideología que pone el acento en que la
letra con sangre entra, genera fácilmente la identificación con el agresor,
convirtiendo a la persona humillada y mortificada en un personaje que devuelve
el golpe, humillando y mortificando a los demás siempre que esté en su poder hacerlo.
Es la historia de muchos líderes despóticos que han sido dirigentes de
regímenes autocráticos, que han sido considerados por sus pueblos como héroes
salvadores, sobre todo por representar un imposible yo ideal, propio de las
fantasías de omnipotencia infantil, que no tienen límites a la hora de
ambicionar potencia y poder.
Cuando alguien queda seducido por un personaje que encarna imaginariamente
a una figura de este tipo, le está proyectando la posibilidad de ser
omnipotente, ambición a la que el yo infantil nunca deja de aspirar. La
fantasía es que si alguien puede lograrlo y una persona se pone bajo su cobijo,
algún día también podrá ser como él. Los dirigentes de masas saben explotar muy
bien esta fantasía y ofrecen a sus devotos seguidores una ilusión de pertenecer
a un cuerpo social que agranda su dimensión psíquica. No hacen falta argumentos
racionales para justificar las acciones nacidas del autoritarismo porque éste
no se funda en la fuerza de la razón, sino que su razón es la fuerza, la
imposición. Esto queda ejemplificado en
una frase tan corriente al uso de la pedagogía negra: “es así porque lo digo
yo”, que obliga al sometimiento acrítico o a la rebelión indiscriminada a toda
manifestación de autoridad.
La autoridad sostenible se diferencia del autoritarismo en la misma medida
que se diferencia una manera imaginaria de pensar la autoridad de una manera
simbólica. ¿Quién sostiene esa autoridad? Tradicionalmente se ponía en el
padre, pero de esa manera se personificaba demasiado algo que es una función que
puede ser desempeñada por cualquier sujeto, sea hombre o mujer, como bien se ha
demostrado en una profesión donde son mayoría las mujeres, que tienen a su
cargo la conducción de una cura, sea médica o psicológica. También en las
familias atípicas con respecto a la nuclear tradicional, sean monomarentales u homomarentales,
se puede sostener esta función simbólica por parte de una de las dos mujeres o
ambas si ésta o éstas, asume o asumen la tarea de trasmitir que todos estamos
sujetos a leyes, pactos, intercambios que nos limitan, que nuestra libertad
termina donde comienza la de los otros, que ponen límites razonables a los
caprichos, que domestican los genios rebeldes pero sin ahogar su creatividad, mujeres
que sostienen lo que ordenan y se obligan a sí mismas a respetar lo que
intentan imponer. Si en cambio, ceden al capricho de los hijos, se muestran débiles
con ellos, no sostienen lo que propician, no se imponen a sí mismas el mismo
criterio que exigen en las normas que quieren hacer cumplir, si varían de
maneras de actuar o de opinión según el estado de ánimo o según el día, conducen
a confusión y no sostienen una autoridad benéfica para el buen desarrollo de
quienes educan en el respeto a los otros. Esto vale tanto para un padre como para
una madre. Las conductas anárquicas pueden desempeñarlas ambos, así como las
conductas de la buena autoridad. El aspecto imaginario de esta función paterna,
trasmite la imagen de un padre que da la falsa impresión de ser dueño de todo
el saber, de todo el poder, sin nada ni nadie que lo obligue a ninguna
privación en sus deseos, y un padre simbólico en cambio, es un padre que él
mismo está sometido a la misma ley que intenta hacer respetar a los otros,
actuando con una responsabilidad acorde con su función. Éste es el padre que se
gana el respeto de sus hijos, que sabe poner límites que ayudan a crecer y
fomentan la autonomía y el desarrollo futuros del sujeto que es educado de esa
manera. Es un padre que enseña con su ejemplo, la responsabilidad que nos toca
a todos asumir por nuestras propias acciones. Es el padre que ayuda a entender
que una dependencia transitoria es necesaria hasta que el sujeto está en
condiciones de ejercer su autonomía y cuando eso sucede, le permite y alienta
la independencia de su criterio y de sus obras. Esa función puede ser
desempeñada también por una mujer, porque se trata de una manera de
posicionarse frente a la vida, que impulsa al respeto por la autonomía del
otro, a reconocer su diferencia, a velar por su crecimiento y a saber ponerle límites
para que no se convierta en un déspota futuro. Ese lugar simbólico es el del
gobernante que se gana el respeto de sus votantes, porque se obliga a sí mismo
lo mismo que impone a otros en nombre del bien común. Evidentemente esto no es
lo que ocurre en la actualidad en muchos gobiernos. Asistimos más bien a la
puesta en escena del aspecto más descarnado del autoritarismo, lo que propicia
la falta de escrúpulos y la forma más salvaje del egoísmo que tiende a una
acumulación de riqueza en manos de unos pocos con total desprecio por todo lo
que no pase por sus propios intereses particulares.
La autoridad sostenible y respetada por los otros se fomenta con el amor,
la razón y los límites, con la renuncia a querer aspirar a la imagen de
omnipotencia, a querer gozar de una situación de poder frente a los más
frágiles pero siendo capaz de sostener una fuerza basada en la necesidad de
ejercerla cuando hace falta, pero no para satisfacer un deseo ególatra que
busca reafirmarse con la sumisión de los otros. Si no se pone coto a la
ambición humana al poder, ésta puede extralimitarse con las consecuencias
nefastas para la vida familiar y social engendrando individuos que nunca tiene
bastante en su afán de dominio, protagonismo y/o deseo acumulativo de riquezas
materiales en donde sostener su imagen ostentosa de poderío para diferenciarse
de los otros carentes del mismo y acercarse de esa manera al ilusorio yo ideal
de la omnipotencia infantil. Un ejemplo extremado de ello es ambicionar la
conquista del mundo en nombre de una creencia de pertenecer a una raza superior,
como sucedió en el nazismo, por ejemplo.
Por un quítame de ahí esas pajas, como
cantaba Joan Manuel Serrat para denunciar esas ridículas peleas donde los
hombres son capaces de matarse con tal de demostrar quien la tiene más larga, es la didáctica expresión popular de lo
que está en juego cuando se habla de autoritarismo, por el peligro que entraña
semejante competencia. Un aprendizaje de los límites que cada uno de nosotros
tenemos sin que eso signifique una humillación es necesario para no caer en
semejantes desatinos. Pero ese aprendizaje tiene que estar reforzado y
equilibrado con el reconocimiento y el aliento dado a nuestras aptitudes, para
que de esa manera se vaya cimentando la confianza en sí misma de la persona en
formación. Eso se logra con más facilidad cuando quienes desempeñan la tarea de
educar primero en la familia, -los padres- más tarde en la escuela, -los enseñantes- son personas que deben distinguir la
autoridad respetable del autoritarismo. Buscar el estímulo y la motivación más
que el sometimiento, la comprensión de las circunstancias que ponen en riesgo
la caída de las motivaciones y la búsqueda de soluciones, más que el castigo de
quienes no cumplen con las tareas propuestas.
La autoridad sostenible no es la ausencia de límites ni la falta de pago de
una deuda que se contrae cuando se comete una transgresión a normas o deberes.
La autoridad sostenible pone el acento en la responsabilidad de cada uno y
tiene que saber fomentarla, sostenerla y hacer pagar de alguna manera a quien
no quiere asumirla. Los hijos distinguen muy bien cuando son castigados con razón,
porque cuando el mismo es arbitrario, eso genera mucha confusión y
ansiedad. Tener unos padres o una figura
singular, como podría ser el caso de una familia monoparental, que sostuviera
una posición de autoridad sostenible, es el mejor ámbito que se puede ofrecer a
un sujeto para un desarrollo psíquico saludable, que capacite su autonomía y su
creatividad. La autoridad sostenible combina en un adecuado balance la humildad
para dejarse interpelar y la firmeza para hacer respetar las normas de
convivencia cuando es necesario hacerlo, normas a las que también se somete quien
educa. Una puerta puede abrirse o cerrase al sujeto dependiendo de lo que le ofrezcamos como identificación con la fuerza. ¿La tiene más quien ordena y grita o quien escucha y a la vez que enseña también aprende del otro? ¿La tiene más quien es rígido e inapelable o quien reconoce su vulnerabilidad, la integra en sí mismo y sabe usar la fuerza cuando hace falta?
Nunca será posible crecer en autonomía y salud mental con la obediencia ciega y el sometimiento
incuestionado a cualquier figura despótica que exija esas actitudes, puesto que
anulan el pensamiento crítico y sólo sirven para sostener el poder de aquellos
sujetos que necesitan compensar su falta de fuerza psíquica con un despliegue
de fuerza externa. Lo mismo da que sean gurús de una secta, líderes de
movimientos de masas o políticos ambiciosos, lo que los diferencia son los
ámbitos en donde se mueven pero lo que los asemeja es el engaño de la imagen de
sí que quieren vender para tener en su poder la voluntad de quienes los
idolatran.
CLAUDIA TRUZZOLI
Extensión de mi artículo
publicado en la Revista Mente
Sana n. 87
No hay comentarios:
Publicar un comentario