ACERCA DE LA VIOLENCIA CONTRA
LAS MUJERES
Hablar de violencia de género es una manera un tanto tramposa de nominar un
fenómeno que sufren de manera muy mayoritaria las mujeres. Persistir en
llamarlo así en los medios de comunicación, induce falso mensaje de igualdad entre hombres y mujeres
porque sugiere que los dos géneros padecen la violencia. Incluso no faltan las
voces de mujeres que defienden que los hombres también son maltratados. No voy
a negarlo, pero el maltrato en todo caso cuando se dirige a un hombre es más un
maltrato psicológico, porque estadísticamente se conocen muy pocos casos donde
la violencia contra un hombre en el ámbito doméstico haya terminado en
asesinato. Algunos de estos casos lo han sido en defensa propia o por hartazgo
de sufrir malos tratos y temer por los propios hijos que no sólo son
espectadores sino víctimas. En cambio, ese final de la violencia contra las
mujeres es un hecho tristemente frecuente.
Hay factores sociales que alimentan la violencia de los hombres, de algún modo
la disculpan, cuando no la avalan. Esa violencia es machista. Las falsas
creencias de que los hombres son naturalmente violentos, que son así por
consumo de alcohol, que tienen baja autoestima, que han sufrido violencia hacia
ellos mismos, que tienen problemas psíquicos, que son enfermos, que no se
pueden controlar, son algunas de las más frecuentes que componen el imaginario
social con respecto a este fenómeno.
La naturalización de la violencia masculina es el resultado ideológico de la jerarquía de género que coloca al hombre
en un lugar de privilegio frente a la mujer a quien desvaloriza de algún modo y
sobre todo, le niega su carácter de sujeto deseante, excepto cuando sus afanes
se dedican al cuidado y al servicio de otros. Todas las falsas creencias que he
mencionado tienen en común la disculpa hacia el comportamiento masculino
violento, buscando la responsabilidad de sus actos fuera del sujeto que los
comete.
Por ejemplo, si su violencia se justifica por el alcohol, se olvida que el
alcohol por sí mismo no inventa nada que ya no esté presente antes de su
consumo en los impulsos, emociones, sentimientos del sujeto. Lo único que hace
el alcohol es liberar las trabas que los frenan. Un hombre que pega no pega
porque ha bebido, bebe para poder pegar sin culpa. Presenciando grupos terapéuticos
de hombres violentos, éstos han llegado a reconocer que las mismas excusas que
se daban a sí mismos para justificar sus actos, no eran suficientes como causa
y empezaban a sospechar que había algo que se les disparaba que no tenía
relación con circunstancias ocasionales. Además si en los procesos judiciales, el alcohol es sino un
eximente sí un elemento que reduce la culpa del hecho, ¿por qué se considera un agravante en los accidentes
de tráfico?
Cuando se invoca como causa la dificultad de controlarse como algo
específicamente masculino, se está naturalizando la violencia como algo propio
del carácter masculino que se asienta en cuestiones biológicas, genéticas,
hormonales. Pero un hombre
que pega sabe muy bien cuando puede
hacerlo y con quien. De hecho no se descontrolan con quien perciben que es más
fuerte que ellos o tiene más poder, o cuando les interesa dar otra imagen de sí
mismos. Hay hombres de apariencia normal, incluso amables o seductores
socialmente, que nadie creería que pueden ser brutales en su casa.
¿Baja autoestima? No todos
los casos, hay algunos que su autoestima la tienen bien alta, aunque expuesta a
la fragilidad porque dependen del reconocimiento que les haga sentirse ejecutores
que tienen que ser obedecidos. Cuando sus mujeres dejan de ser sumisas más que considerarlo como un
cambio de posición subjetiva que las lleva a querer defender un derecho a
desear algo por y para sí mismas, lo sienten como una provocación y se sienten
justificados a ejercer violencia para restituir la relación de poder anterior
que sienten amenazada. No todos los hombres maltratados se convierten en
maltratadores, algunos de ellos se rebelan contra esa marca y luchan por no
repetir lo mismo. Nada es tan mecánicamente causal en el sujeto humano. Hay una
responsabilidad ética por los propios actos que es ineludible.
Nuestra sociedad aún tiene una deuda pendiente hacia las mujeres en muchos
ámbitos y tomar medidas de prevención de
la violencia partiendo de la base del reconocimiento del derecho a la igualdad
cívica, moral y jurídica que merecen las
mujeres. Esto implica mucho más que la formación en perspectiva de género de
los especialistas que intervienen en ella. Educar favoreciendo la coeducación
en las escuelas, que dicho sea de paso, contribuiría a disminuir el bulling que
se dirige hacia los más débiles, privilegiando mensajes que descalifiquen las
actitudes violentas cuyo trasfondo es sexista y penalizando a aquellos que las
favorezcan. Intervenir seriamente en el ámbito de la publicidad censurando y
penalizando los contenidos sexistas desvalorizantes, o violentos contra las
mujeres, como por ejemplo, publicidades que sugieren atropello, violación,
premios en los video juegos cuando se elimina a mujeres embarazadas,
discapacitadas o sujetos marginales. En el ámbito penal, formando a los jueces
con una mirada de género para evitar sentencias aberrantes en casos de maltrato
o de custodia por los hijos en casos de divorcios contenciosos que favorecen a
quien no deben por desconocimiento prejuicioso de realidades familiares. En el
ámbito sanitario, destinar más recursos públicos a la creación de centros
específicos de atención para promover terapias eficaces que intenten solucionar
las causas de la violencia promoviendo un cambio en la subjetividad de los
implicados en ella.
Más allá de la retórica del discurso políticamente correcto, obras son
amores.
CLAUDIA TRUZZOLI
Un resumen de este escrito se publicó en la sección La Tribuna de EL PERIÓDICO el viernes 25 de noviembre de
2006.
PD.: una forma de violencia sutil es ignorar a una mujer cuando su mensaje incomoda. Por ejemplo, cuando Ada Colau intentó entregar un documento de denuncia a unos diputados en el Parlamento, ni siquiera le dirigieron la palabra, le dieron la espalda, con una aparente indiferencia. Esa forma de violencia es más dañina que una bofetada, que también lo es. Pero es más dañina, porque se le niega cualquier tipo de valor a quien se dirige. La bofetada parte del odio, pero implica una vinculación, negativa, pero vinculación. La indiferencia es mortífera.
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