sábado, 23 de febrero de 2013

ACERCA DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES


ACERCA DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Hablar de violencia de género es una manera un tanto tramposa de nominar un fenómeno que sufren de manera muy mayoritaria las mujeres. Persistir en llamarlo así en los medios de comunicación, induce falso  mensaje de igualdad entre hombres y mujeres porque sugiere que los dos géneros padecen la violencia. Incluso no faltan las voces de mujeres que defienden que los hombres también son maltratados. No voy a negarlo, pero el maltrato en todo caso cuando se dirige a un hombre es más un maltrato psicológico, porque estadísticamente se conocen muy pocos casos donde la violencia contra un hombre en el ámbito doméstico haya terminado en asesinato. Algunos de estos casos lo han sido en defensa propia o por hartazgo de sufrir malos tratos y temer por los propios hijos que no sólo son espectadores sino víctimas. En cambio, ese final de la violencia contra las mujeres es un hecho tristemente frecuente.

Hay factores sociales que alimentan la violencia de los hombres, de algún modo la disculpan, cuando no la avalan. Esa violencia es machista. Las falsas creencias de que los hombres son naturalmente violentos, que son así por consumo de alcohol, que tienen baja autoestima, que han sufrido violencia hacia ellos mismos, que tienen problemas psíquicos, que son enfermos, que no se pueden controlar, son algunas de las más frecuentes que componen el imaginario social con respecto a este fenómeno.

La naturalización de la violencia masculina es el resultado ideológico de  la jerarquía de género que coloca al hombre en un lugar de privilegio frente a la mujer a quien desvaloriza de algún modo y sobre todo, le niega su carácter de sujeto deseante, excepto cuando sus afanes se dedican al cuidado y al servicio de otros. Todas las falsas creencias que he mencionado tienen en común la disculpa hacia el comportamiento masculino violento, buscando la responsabilidad de sus actos fuera del sujeto que los comete.

Por ejemplo, si su violencia se justifica por el alcohol, se olvida que el alcohol por sí mismo no inventa nada que ya no esté presente antes de su consumo en los impulsos, emociones, sentimientos del sujeto. Lo único que hace el alcohol es liberar las trabas que los frenan. Un hombre que pega no pega porque ha bebido, bebe para poder pegar sin culpa. Presenciando grupos terapéuticos de hombres violentos, éstos han llegado a reconocer que las mismas excusas que se daban a sí mismos para justificar sus actos, no eran suficientes como causa y empezaban a sospechar que había algo que se les disparaba que no tenía relación con circunstancias ocasionales. Además si en los procesos judiciales, el alcohol es sino un eximente sí un elemento que reduce la culpa del hecho, ¿por qué  se considera un agravante en los accidentes de tráfico?

Cuando se invoca como causa la dificultad de controlarse como algo específicamente masculino, se está naturalizando la violencia como algo propio del carácter masculino que se asienta en cuestiones biológicas, genéticas, hormonales. Pero un hombre que pega sabe muy bien cuando  puede hacerlo y con quien. De hecho no se descontrolan con quien perciben que es más fuerte que ellos o tiene más poder, o cuando les interesa dar otra imagen de sí mismos. Hay hombres de apariencia normal, incluso amables o seductores socialmente, que nadie creería que pueden ser brutales en su casa.

¿Baja autoestima? No todos los casos, hay algunos que su autoestima la tienen bien alta, aunque expuesta a la fragilidad porque dependen del reconocimiento que les haga sentirse ejecutores que tienen que ser obedecidos. Cuando sus mujeres dejan de ser sumisas más que considerarlo como un cambio de posición subjetiva que las lleva a querer defender un derecho a desear algo por y para sí mismas, lo sienten como una provocación y se sienten justificados a ejercer violencia para restituir la relación de poder anterior que sienten amenazada. No todos los hombres maltratados se convierten en maltratadores, algunos de ellos se rebelan contra esa marca y luchan por no repetir lo mismo. Nada es tan mecánicamente causal en el sujeto humano. Hay una responsabilidad ética por los propios actos que es ineludible.

Nuestra sociedad aún tiene una deuda pendiente hacia las mujeres en muchos ámbitos y  tomar medidas de prevención de la violencia partiendo de la base del reconocimiento del derecho a la igualdad cívica, moral y  jurídica que merecen las mujeres. Esto implica mucho más que la formación en perspectiva de género de los especialistas que intervienen en ella. Educar favoreciendo la coeducación en las escuelas, que dicho sea de paso, contribuiría a disminuir el bulling que se dirige hacia los más débiles, privilegiando mensajes que descalifiquen las actitudes violentas cuyo trasfondo es sexista y penalizando a aquellos que las favorezcan. Intervenir seriamente en el ámbito de la publicidad censurando y penalizando los contenidos sexistas desvalorizantes, o violentos contra las mujeres, como por ejemplo, publicidades que sugieren atropello, violación, premios en los video juegos cuando se elimina a mujeres embarazadas, discapacitadas o sujetos marginales. En el ámbito penal, formando a los jueces con una mirada de género para evitar sentencias aberrantes en casos de maltrato o de custodia por los hijos en casos de divorcios contenciosos que favorecen a quien no deben por desconocimiento prejuicioso de realidades familiares. En el ámbito sanitario, destinar más recursos públicos a la creación de centros específicos de atención para promover terapias eficaces que intenten solucionar las causas de la violencia promoviendo un cambio en la subjetividad de los implicados en ella.

Más allá de la retórica del discurso políticamente correcto, obras son amores.

CLAUDIA TRUZZOLI

Un resumen de este escrito se publicó  en la sección La Tribuna de  EL PERIÓDICO el viernes 25 de noviembre de 2006. 

PD.: una forma de violencia sutil es ignorar a una mujer cuando su mensaje incomoda. Por ejemplo, cuando Ada Colau intentó entregar un documento de denuncia a unos diputados en el Parlamento, ni siquiera le dirigieron la palabra, le dieron la espalda, con una aparente indiferencia. Esa forma de violencia es más dañina que una bofetada, que también lo es. Pero es más dañina, porque se le niega cualquier tipo de valor a quien se dirige. La bofetada parte del odio, pero implica una vinculación, negativa, pero vinculación. La indiferencia es mortífera.


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