sábado, 9 de febrero de 2013

EL BUEN HACER DE LAS PERSONAS CUIDADORAS


EL BUEN HACER DE LAS PERSONAS CUIDADORAS

Nuestra manera de vivir en el medio en que nos movemos nos exige una alta inversión de tiempo personal para el trabajo, agravado en tiempos de crisis donde se deben duplicar los esfuerzos para generar los ingresos necesarios para mantener un nivel de vida, que no siempre responde a lo que necesitamos, pero sí a los imperativos del consumo que nos inclinan más hacia la lógica del tener que al cuidado por el ser. Esta situación pone en un lugar difícil a las personas cuidadoras porque de lo que tienen que preocuparse es justamente del ser, dado que en sus manos está ofrecer cuidados a personas que por su deterioro físico o mental no pueden valerse por sí mismas, sea porque está disminuida o imposibilitada su movilidad o sea porque su deterioro mental se convierte en un peligro cuando están solas. Esto exige muchas renuncias personales.

También es importante el papel diferenciador que juegan en esta cuestión los estereotipos sexuales, porque tradicionalmente es a las mujeres a quienes se les ha adjudicado el rol de cuidadoras como si en lugar de ser un rol formara parte de su naturaleza. El cuidado resulta así asociado al “instinto” maternal. Estos estereotipos milenarios tienen tanta fuerza emocional que cuesta cambiarlos en los sentimientos profundos de las personas a pesar de que su conducta frente a los mismos pueda haber cambiado o incluso su manera de pensar. Hay una brecha importante entre el cambio de pensamiento y el cambio de actitudes y el cambio en los sentimientos, siendo éstos últimos los que más tardan en cambiar. Es en la vida cotidiana donde se muestran las expectativas de deseo que se dirigen a las personas que conviven. En cuestiones que pueden parecer banales como la responsabilidad por las tareas domésticas o de más importancia evidente como el cuidado de las necesidades de todos los que habitan la casa familiar, es por donde se filtran prejuicios, desencuentros, desengaños, heridas narcisistas que generan rencores, cuando se plantea la cuestión de a quién les corresponde realizarlas.

En una sociedad como la que vivimos tanto los hombres como las mujeres trabajan para mantener un nivel de vida como el actual, pero sólo es de las mujeres de quien se espera que inviertan su tiempo para hacerse cargo de un familiar enfermo o dependiente, o de los niños pequeños, aunque éstas trabajen también fuera de casa. También hay hombres –pocos- que se dedican a cuidar, pero el hecho de que lo hagan es visualizado como una heroicidad, una generosidad que habla de un carácter excepcionalmente bondadoso, mientras que cuando lo hace una mujer se visualiza como un deber que está cumpliendo, como algo que le toca hacer por ser mujer.

Aquí se nota la influencia que los estereotipos de género ejercen sobre la subjetividad. Los mismos hacen referencia a socializaciones primarias que se refieren al papel que deben desempeñar los hombres y las mujeres, que se convierten en mandatos sociales. Hay pocos hombres cuidadores y en general, salvo casos particulares, los que lo son, no se ven presionados de la misma manera al cumplimiento del cuidado porque los estereotipos clásicos de género no esperan de ellos que cuiden sino que sean proveedores de ingresos delegando el cuidado a las mujeres de la familia. Por esa razón cuando un hombre cuida se le atribuye desde fuera unas características de generosidad, de bondad, casi de heroicidad, que despierta la compasión hacia su persona y la comprensión si pierde la paciencia. Recuerdo una película muy entrañable, Kramer contra Kramer, donde justamente se ilustra la dificultad que tiene un hombre que tiene que hacerse cargo de su hijo pequeño porque su mujer decide que quiere dejar a su marido y a su hijo, para rescatar su creatividad como diseñadora. Este hombre pasa por todas las vicisitudes que sufre una mujer sola con un hijo pequeño en la misma situación: ausencias al trabajo porque el niño está enfermo y ese día no pudo contar con una canguro que lo cuidara. Dificultades de relación con las mujeres porque no le queda espacio ni tiempo emocional para eso. Tiene que aceptar un trabajo de menos exigencia para que le deje tiempo para poder cuidar de su hijo. En esta película, este padre despierta la simpatía y la compasión, el deseo profundo de que su situación cambie, porque se siente injusta. Es cierto que es un buen hombre y que es un excelente padre, pero la misma situación vivida por muchas mujeres, no recibe los mismos reconocimientos a los esfuerzos sacrificados ni al amor que brindan a los que sostienen. Y si alguna vez se queja, se la censura por no ser suficientemente generosa, cuando no, mala. Hay una amplia variedad de mujeres que además de hacerse cargo de la responsabilidad doméstica, asumen el cuidado de un familiar con un grado de invalidez o de una enfermedad que le imposibilita cuidarse a sí mismo. Eso supone  una sobrecarga que no siempre es reconocida por el entorno al que se dedica. Algunas deben dejar de trabajar fuera para dedicarse a ello, o las que siguen conservando su puesto de trabajo, deben dedicar un tiempo extra que las enfrenta a desgaste físico y emocional porque las personas dependientes suelen ser sus propios padres o madres, cuando no los suegros/as.

¿Cómo afecta esto a una mujer moderna que además sostiene su trabajo fuera de casa? Generando un doble vínculo que las enferma, porque los estereotipos que las inducen al cuidado de todos los integrantes de la familia –incluidos los enfermos o inválidos dependientes- le roban el tiempo que necesita para sí misma tanto para el necesario descanso como para sostener los ideales sociales del trabajo que las obligan a la eficiencia. Cuando el conflicto se hace insoluble puede producir síntomas psicosomáticos o una disociación entre el deseo de cuidar que se reconoce como propio y el deseo de reconocimiento que se siente como ajeno. Freud describió muy bien en su obra Lo siniestro  un proceso donde lo que alguna vez fue idealizado por el Yo, luego es expulsado y considerado ajeno, desconocido y hostil. Esto afecta a las mujeres en una sobre exigencia del deber de cuidar y al sentimiento de culpa por querer ser reconocidas y por disfrutar del placer de participar del dominio de la realidad través del trabajo en sociedad y del deseo de ganar dinero, de tener un tiempo propio para sí mismas. Es esta contradicción conflictiva la que hace que muchas mujeres sientan que no están donde deberían estar cuando no están cuidando a otros, sean niños pequeños o abuelos/as dependientes.

Los problemas de las crisis económicas, afectan de manera distinta a ambos sexos. En los hombres produce síntomas y conductas que intentan restablecer un equilibrio –fallido- frente a la situación de privación a la que se ven abocados, porque no están socializados ni preparados para enfrentarse a la impotencia. Si tienen que cuidar a otros, se sienten colocados en un rol que los feminiza y este es un conflicto que tienen que reconocer para atravesarlo y poder  cambiar de actitud. En las mujeres, el impacto de la crisis económica les afecta porque además de ser las peor pagadas, son las primeras afectadas por el recorte de servicios sociales, como la disminución de ayudas en la ley de dependencia, por ejemplo, y por sus condicionamientos de rol, aumenta la sobre-explotación del cuidado que se les pide que hagan de enfermos en la familia, niños, marido, trabajo fuera de casa.

Imaginen el caso de una familia donde el marido se queda en paro, tienen un anciano/a dependiente, niños pequeños, la mujer es la que trabaja fuera de casa pero su sueldo no resulta suficiente para mantener las necesidades de la familia. El marido deprimido, no habla, se vuelve irritable si intenta ayudarlo, niños pequeños imposibilitados de ver a la mamá como una persona que tiene sus límites, una persona dependiente que hay que atender ya que suele ser el padre o la madre de la cuidadora, o a veces, su suegra/o y que no admiten demora porque en muchos casos se convierten en niños pequeños cuanto más ancianos son. Ayudas oficiales ineficientes, ya que tienen que anticipar un dinero por servicios sociales de ayuda, que aún no les ha sido retribuido. ¿Cómo se soporta toda esa carga sin un alto coste de la salud tanto física como psicológica? Recuerdo un título de una obra de Carmen Rico-Godoy que se llamaba Como ser mujer y no morir en el intento. Nunca mejor dicho. ¿Cómo soporta un hombre sentirse desposeído del único valor en el que ha sido socializado que le obliga a ser exitoso, potente, adinerado y no se le ha enseñado a desasirse de los ideales patriarcales que no le perdonan la fragilidad, que no le permiten mostrar su angustia, aceptar que necesita ser ayudado en situaciones de impotencia vital? Las reacciones masculinas varían de acuerdo al trabajo personal que hayan hecho para vencer los mandatos arcaicos de género. Los más tradicionales están más desprotegidos frente a situaciones cambiantes que los descolocan de sus papeles tradicionales y son los que más se enferman, mientras que los más evolucionados pueden soportar con más madurez las adversidades, aunque con un trabajo psíquico que los enfrenta a nueva y necesaria imagen de la masculinidad que incluya el permiso a la fragilidad, el deseo de cuidar a otros no sólo en aportes económicos, sino en ternura, en tiempo sacrificado, en estar preparados para no recibir reconocimiento de parte de aquellos que ya sea por ser niños pequeños ya sea por deterioro senil resultan incapaces de retribuir lo que se les da.

Toda relación humana implica un intercambio. Siempre que recibimos algo de alguien, tal concesión genera una deuda que ata tanto al quien da los cuidados como a quien lo recibe. Es importante tenerlo en cuenta porque si esa deuda se niega, si se disfraza de generosidad incondicional, se paga con síntomas en la persona cuidadora  y en malestar en la persona cuidada. No se puede escapar a la deuda. Las reacciones de quienes saben que no pueden pagar lo que reciben varían de acuerdo a su carácter, a su madurez o inmadurez, lo que hará que en determinados casos aparezcan reacciones de malhumor en las personas cuidadas o depresiones melancólicas por sentirse imposibilitadas y obligadas a depender de otros familiares cercanos con quienes la relación puede no haber sido grata cuando  todos disponían de su propia autonomía. Y las reacciones de las personas cuidadoras al no sentirse retribuidas en su dedicación por alguna gratificación también variará de acuerdo al grado de madurez que le permita soportar las frustraciones, pero no hay que olvidar que éstas tienen un límite más allá del cual aparecen síntomas de malestar. Por eso es importante cuidar también a la persona que cuida. ¿Cómo se puede intentar preservar una relación del cuidado para que no aparezca el maltrato? No perdiendo de vista que la persona cuidadora tiene que darse un lugar y un tiempo placenteros para preservar su salud física y psíquica. Todos los cuidadores/cuidadoras no deben perder esto de vista. Colocarse en situación de salvador/a de otro es una posición que genera patologías serias. La exigencia desmesurada de tiempo que se pretende dedicar a otro para cuidarlo intentando suprimir o negar las exigencias del propio derecho al placer personal genera resentimiento que se hará sentir de manera sibilina en maltrato sutil o manifiesto hacia quien se pretende cuidar o bien en problemas físicos que responden a estas tensiones. El amor al otro tiene los límites que impone el necesario cuidado de nosotros mismos como cuidadores si realmente queremos ofrecer un alivio a quien cuidamos. Sólo de esa manera estaremos en condiciones de soportar la dureza de ciertas situaciones de cuidado cuando éstas se refieren a la gravedad que afecta a seres queridos indefensos que no pueden dar más que la sombra de lo que fueron en su tiempo y que en estas circunstancias sólo nos pueden pedir. Ellos sufren más el derrumbe cuanto más autónomos han sido y necesitan de nuestro cariño más que nunca, pero las personas cuidadoras debemos ser cuidadosas a la hora de poner límites, que pasan necesariamente por preservar nuestro espacio personal, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestro tiempo de esparcimiento placentero sin sentirnos culpables por ello, sino tener en cuenta que estamos cuidando nuestra propia salud. Para poder ofrecer cuidados cariñosos hay que preservar las condiciones para que ese cariño siga nutriéndose y no se convierta en resentimiento y en maltrato hacia quien se cuida, que es lo que puede suceder cuando el peso de la responsabilidad del cuidado recae en una sola persona. Que toda la familia se implique en el cuidado de las personas dependientes es una forma de cuidar no sólo a las personas cuidadoras sino también a las cuidadas. Tenemos una deuda con nuestros seres queridos, y no estaría mal que toda la familia recordara que si bien el intercambio que recibimos por parte de la persona cuidada es desigual en estos momentos en relación a los esfuerzos que debemos realizar, también ha sido desigual en nuestra infancia, cuando ellos nos han cuidado a nosotros. Pero las condiciones de vida actuales a veces hacen imposible que la propia familia se dedique al cuidado de la persona dependiente porque la Administración no ayuda con residencias accesibles, suficientes y dignas para toda la población necesitada de estos cuidados y  delega su responsabilidad política en los familiares más próximos, olvidando que es parte de su deuda devolver a aquellos lo que les corresponde, en este caso, creando las condiciones para que puedan ser asistidos en centros públicos adecuados a sus necesidades por personal preparado, que ayudara a sus propios familiares en el cuidado.  Como dice Serrat en una canción, no podemos abandonarlos después de habernos servido bien.  



CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista.
c.truzzoli@gmail.com         

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