jueves, 28 de marzo de 2013

PELÍCULAS CRÍTICAS CON LA PSIQUIATRÍA




PELÍCULAS CRÍTICAS CON LA PSIQUIATRÍA
En sus comienzos la psiquiatría en Estados Unidos fue utilizada por muchas instituciones como una manera de neutralizar a personas que consideraban inquietantes o peligrosas para el orden social imperante en la época. Además de los tranquilizantes, los psiquiatras descubrieron que el  electroshock era una poderosa arma para frenar la agresividad de los internados y cuando no lograban reducirla, la lobotomía hacía el resto para los más rebeldes. 
Francis, una película de hace años, interpretada por Jessica Lange y basada en una historia real, es un buen ejemplo de esta práctica. La protagonista del film fue criada en un ambiente familiar donde siempre se estimuló su independencia de pensamiento. Gracias a ello, en un medio absolutamente pacato y puritano, pudo exponer en una sala sus pensamientos críticos con respecto a la creencia acerca de Dios, poniendo en duda su sentido de la justicia, dado que ella veía las diferencias de clase social y económica que mostraban la riqueza de algunos y la miseria de otros. También su sentido del pecado, propio de una moral puritana, estaba cuestionado, puesto que ella era un espíritu libre que respondía sólo a sus sentimientos y sus ideas racionales. El exponerlas en público le valió ser acusada de degeneración a lo que sumó la sospecha de ser simpatizante de los comunistas porque interpretaba en el teatro una obra de Chéjov. En Hollywood la reclamaron para ser actriz, pero los papeles que le proponían no hacían honor a su talento ni a sus ambiciones de hacerse famosa por la calidad de obras escogidas y su habilidad interpretativa. Soportó muy mal ese ambiente del cine y renunció a su contrato. Esto la hizo merecedora de un  castigo vengativo del productor que esperaba hacerse rico con ella y empezó el acoso mediático para descalificarla. En consecuencia, la irritabilidad de Francis fue en aumento y por su imposibilidad de pactar con la hipocresía reinante, libró batallas que le supusieron un ingreso cada vez  mayor en la desesperación, porque nadie la escuchaba. Su soledad cada vez más honda y su falta de apoyo la hizo ser más rebelde aún. Su madre,    frustrada en sus pretensiones de ser actriz, exigía que su hija realizara esas ambiciones y no podía escuchar el sufrimiento que ello provocaba en Francis. Ésta, que tenía a su madre como el gran amor de su vida, no podía dejar de intentar satisfacer su demanda, pero finalmente pudo más su propio deseo que le reclamaba ser una actriz de talento en el teatro y no una Barbie que era lo que le proponían en Hollywood. Su madre, frente a la imposibilidad de dominar a su hija, logró internarla en un sanatorio mental y allí empezó su caída al infierno. De la violencia familiar pasó a la violencia institucional que no respeta la singularidad de la experiencia humana, reduciendo la etiología de su malestar sólo a cuestiones químicas y despreciando la razón que da sentido a sus emociones.
Que Francis era una mujer querulante nadie lo negaría viendo su incapacidad para pactar con el Otro social, pero la pregunta es si el Otro social merece ser tenido en cuenta si exige la aceptación de hipocresías que impiden a un sujeto decidir libremente cómo quiere vivir su vida trabajando en lo que vale y además le exige que deje de ser la persona que es. Francis soportó que la drogaran para tranquilizarla pero sin que nadie escuchara sus razones ni su legítima rabia, lo cual empeoró cada vez más la situación y frente a la impotencia médica de no poder someterla con la química, terminaron practicándole una lobotomía para desconectarla de sus emociones. El final de la película nos la muestra conformista, diciendo de sí misma que es una pecadora anónima, rechazando la compañía del único hombre que creyó en ella, fue su amante y la ayudó a escapar del psiquiátrico en su momento. O sea, totalmente anulada en su creatividad, su talento y su personalidad libre. Este caso quería presentarse por la psiquiatría de la época como el ejemplo más demostrativo del poder de la psiquiatría para volver a una persona asocial a la corriente de la normalidad. El mundo ganó una adaptada a la fuerza, pero perdió una mente brillante y un talento excepcional.

Alguien sobrevoló sobre el nido del cuco, magníficamente interpretada por Jack Nicholson, es otro ejemplo de la extrema violencia de una institución psiquiátrica, que por norma, no tolera excepciones y quiere gente sumisa, sin escuchar el padecimiento ni lo que expresan sus internos. El personaje es llevado a esa institución por conducta asocial, no está loco e intenta colaborar de buena fe para poder salir pronto. Poco a poco va dándose cuenta que el personal que atiende a los enfermos es cruel con ellos, especialmente una enfermera a la que se ve claramente que su oficio le permite satisfacer su crueldad disfrutando del sufrimiento que puede infligir a sus enfermos, no escuchándolos en sus peticiones razonables, obligándolos a hablar de sus sufrimientos cuando no quieren bajo el pretexto de una terapia de grupo que no respeta a nadie porque impone normas a las que tienen que adaptarse como una máquina. Eso aumenta la violencia en todos y el protagonista asocial es el único que siente compasión por ellos e intenta ayudarlos rescatándoles la posibilidad de vida que tenían, devolviéndoles ilusión y la agonizante dignidad que les quedaba. Eso no pudo ser soportado por la institución, que lo sometió a castigos que empezaron con un electroshock. Gracias a la crueldad de una enfermera, un interno se cortó las venas. Eso sacó de quicio al protagonista principal que intentó estrangularla por considerar que era la persona que más daño hacía a los internos. Eso le valió la lobotomía, que lo despojó de toda vitalidad y humanidad. Nadie culpó moralmente a la enfermera porque bajo el amparo de su profesionalidad se ocultaba bien su sadismo.   


El intercambio, una película interpretada por Angelina Jolie, donde una madre a la que le han secuestrado a su hijo, se enfrenta a todo el departamento de justicia de Los Ángeles porque éste intenta devolverle un hijo que no es suyo para demostrar su eficacia policial. El precio de ese enfrentamiento la lleva a un psiquiátrico donde están mezcladas mujeres perturbadas con otras que no lo están pero que fueron llevadas allí por orden policial, en este caso en particular, por cuestionar la eficacia de la policía al insistir con desesperación en que ese hijo no era suyo y rogar que siguieran buscándolo. El director del psiquiátrico convencido a priori de la locura de todas las mujeres que iban destinadas allí, le tiende trampas discursivas para corroborar que está loca. Trampas en las que ella cae por seguir el consejo que le da una de las internas: “tienes que hacer lo posible para parecer normal, cuanto más intentes permanecer cuerda, más loca te creerán, si no sonríes estás deprimida, si sonríes demasiado estás delirante o reprimiendo la histeria, si permaneces neutral, estás retraída emocionalmente, potencialmente catatónica.” O sea, no hay escapatoria, porque un diagnóstico previo que supone la locura, interpretará cualquier discurso como prueba que reafirma la convicción de enfermedad mental.



Camille, una película que nos muestra la vida tormentosa y apasionada de Camille Claudel, hermana del poeta Paul Claudel y amante de Auguste Rodin en una época en que la mostración en público de una relación de amantes, era muy censurada a las mujeres. Ella además de no hacer caso a las convenciones sociales, era una brillante escultora, que despertó la envidia de Rodin por la vitalidad que expresaba en sus obras cuando Rodin pasaba por una crisis de creatividad. Cuando Rodin la abandonó ella enloqueció y su madre, que nunca pudo soportar que Camille no fuera una mujer comme il faut como exigían los tiempos, decidió ingresarla en un manicomio, cosa que era posible porque hasta principios del siglo XX, las mujeres que eran molestas podían ser internadas en un manicomio simplemente con la firma y autorización  del marido o de un familiar sin más trámite. En este caso, su propio hermano autorizó su ingreso, hermano a quien ella apoyó cuando nadie creía en él para que siguiera su camino de escritor. Y nadie fue a visitarla en los más de treinta años que pasó recluida hasta su muerte. Lo que está en discusión es la atribución de enfermedad mental a cualquier sujeto que no se adapte al sistema de valores y convenciones que la sociedad en que vive exige. Camille enloqueció cuando Rodin la abandonó, pero si un profesional la hubiera ayudado escuchando sus emociones, brindando apoyo a su deseo creativo en vez de censurarlo, y dándole también una medicación adecuada que la ayudara a serenarse en ese tránsito a la salud, la habría podido rescatar en su dignidad humana. Internándola en un manicomio, sólo se aumentó su deterioro.    

La naranja mecánica, una película de Stanley Kubrick, nos muestra un ejemplo de terapia correctora. Un joven sádico, que salía en banda con sus amigos a hacer daño a quien pudiera, viola y mata a una escultora con una escultura suya, un gran falo con el que le aplasta el vientre. Termina en la cárcel pero le hacen una terapia correctora por reflejo condicionado. Terapia que consiste en hacerle ver imágenes que le despiertan deseo sexual y aplicándole al mismo tiempo corrientes eléctricas para producir un reflejo condicionado que funcionaría de tal modo que en lo sucesivo cada vez que sintiera deseo sexual se vería afectado de un asco o terror que lo dejaría inhabilitado para realizarlo. Pero el final de la película nos muestra el fracaso de tal intento correctivo con una fina ironía: un sueño del joven sádico que con toda la alegría está copulando con una mujer rodeado de otras muchas. Lo que nos lleva a pensar que su deseo no se ha modificado en absoluto.

¿Por qué recordar ahora estos ejemplos que pertenecen de algún modo a la prehistoria de la psiquiatría? Porque aunque las prácticas psiquiátricas ya no funcionan siempre de este modo tan brutal, no escapan de una violencia más sutil cuando no escuchan el discurso del sujeto que sufre, reduciendo lo que motiva su dolor a una cuestión meramente química. A la psiquiatría también recurren los políticos cuando están en debate cuestiones sociales tan importantes como fue en su momento la conveniencia o no de aprobar el matrimonio homosexual. Hubo expertos de todas las opiniones, unos declaraban que la homosexualidad era una enfermedad, otros que no. Pero los que piensan que pueden aplicar una terapia correctiva para curarla, sin preguntarse hasta qué punto el medio social homofóbico induce que la persona homosexual pueda sentirse a disgusto por serlo, ejercen una psiquiatría peligrosa, porque no cambian la orientación del deseo y descuidan con ello, que éste es imprescindible para una vida emocional sana. 

Cuando un experto en el tratamiento de perturbaciones mentales, se erige en figura de saber incuestionado y generalizado, convencido de la verdad de la teoría que sostiene, e intenta imponerla a cualquier persona sin escucharla, genera violencia. Los psiquiatras que no incorporan una teoría dinámica que tenga en cuenta las razones del corazón que la razón ignora,   actuarán sin saberlo, generando una violencia que es la respuesta emocional más sana que puede tener una persona cuando no es escuchada y se intenta convencerla de que es como no es. En este sentido, toda interpretación impuesta a un sujeto, en nombre de un saber teórico, que no escuche la particularidad de quien habla, genera violencia. Un buen hacer clínico supone poder poner en suspenso el saber teórico, desprenderse de  prejuicios y aprender de la clínica la singularidad de cada sujeto, adaptar la teoría al sujeto, no el sujeto a la teoría. El psicoanálisis, por el contrario, nos enseña que no debemos confundir el lugar de profesional supuesto al saber, con un creer que sabe a priori, con un saber válido para todos. Los buenos profesionales, sean psiquiatras o psicoanalistas o de la corriente psicológica a la que pertenezcan no deberían ofrecer interpretaciones nacidas de un saber a priori sin haber escuchado la particularidad del sujeto que habla de sus pesares y reservar la medicación para cuando sea estrictamente necesaria, no para malestares comunes, como el uso indiscriminado que se hace actualmente de los antidepresivos.
  

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Ex presidenta de la sección Dones del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la RedCaps de profesionales sanitarias.
Autora de El sexo bajo sospecha.

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