PELÍCULAS CRÍTICAS CON LA PSIQUIATRÍA
En sus comienzos la psiquiatría en Estados Unidos fue utilizada por muchas
instituciones como una manera de neutralizar a personas que consideraban
inquietantes o peligrosas para el orden social imperante en la época. Además de
los tranquilizantes, los psiquiatras descubrieron que el electroshock era una poderosa arma para frenar
la agresividad de los internados y cuando no lograban reducirla, la lobotomía
hacía el resto para los más rebeldes.
Francis, una película de hace años, interpretada por Jessica Lange y basada en una historia real, es un buen ejemplo de esta práctica. La protagonista del film fue criada en un ambiente familiar donde siempre se estimuló su independencia de pensamiento. Gracias a ello, en un medio absolutamente pacato y puritano, pudo exponer en una sala sus pensamientos críticos con respecto a la creencia acerca de Dios, poniendo en duda su sentido de la justicia, dado que ella veía las diferencias de clase social y económica que mostraban la riqueza de algunos y la miseria de otros. También su sentido del pecado, propio de una moral puritana, estaba cuestionado, puesto que ella era un espíritu libre que respondía sólo a sus sentimientos y sus ideas racionales. El exponerlas en público le valió ser acusada de degeneración a lo que sumó la sospecha de ser simpatizante de los comunistas porque interpretaba en el teatro una obra de Chéjov. En Hollywood la reclamaron para ser actriz, pero los papeles que le proponían no hacían honor a su talento ni a sus ambiciones de hacerse famosa por la calidad de obras escogidas y su habilidad interpretativa. Soportó muy mal ese ambiente del cine y renunció a su contrato. Esto la hizo merecedora de un castigo vengativo del productor que esperaba hacerse rico con ella y empezó el acoso mediático para descalificarla. En consecuencia, la irritabilidad de Francis fue en aumento y por su imposibilidad de pactar con la hipocresía reinante, libró batallas que le supusieron un ingreso cada vez mayor en la desesperación, porque nadie la escuchaba. Su soledad cada vez más honda y su falta de apoyo la hizo ser más rebelde aún. Su madre, frustrada en sus pretensiones de ser actriz, exigía que su hija realizara esas ambiciones y no podía escuchar el sufrimiento que ello provocaba en Francis. Ésta, que tenía a su madre como el gran amor de su vida, no podía dejar de intentar satisfacer su demanda, pero finalmente pudo más su propio deseo que le reclamaba ser una actriz de talento en el teatro y no una Barbie que era lo que le proponían en Hollywood. Su madre, frente a la imposibilidad de dominar a su hija, logró internarla en un sanatorio mental y allí empezó su caída al infierno. De la violencia familiar pasó a la violencia institucional que no respeta la singularidad de la experiencia humana, reduciendo la etiología de su malestar sólo a cuestiones químicas y despreciando la razón que da sentido a sus emociones.
Francis, una película de hace años, interpretada por Jessica Lange y basada en una historia real, es un buen ejemplo de esta práctica. La protagonista del film fue criada en un ambiente familiar donde siempre se estimuló su independencia de pensamiento. Gracias a ello, en un medio absolutamente pacato y puritano, pudo exponer en una sala sus pensamientos críticos con respecto a la creencia acerca de Dios, poniendo en duda su sentido de la justicia, dado que ella veía las diferencias de clase social y económica que mostraban la riqueza de algunos y la miseria de otros. También su sentido del pecado, propio de una moral puritana, estaba cuestionado, puesto que ella era un espíritu libre que respondía sólo a sus sentimientos y sus ideas racionales. El exponerlas en público le valió ser acusada de degeneración a lo que sumó la sospecha de ser simpatizante de los comunistas porque interpretaba en el teatro una obra de Chéjov. En Hollywood la reclamaron para ser actriz, pero los papeles que le proponían no hacían honor a su talento ni a sus ambiciones de hacerse famosa por la calidad de obras escogidas y su habilidad interpretativa. Soportó muy mal ese ambiente del cine y renunció a su contrato. Esto la hizo merecedora de un castigo vengativo del productor que esperaba hacerse rico con ella y empezó el acoso mediático para descalificarla. En consecuencia, la irritabilidad de Francis fue en aumento y por su imposibilidad de pactar con la hipocresía reinante, libró batallas que le supusieron un ingreso cada vez mayor en la desesperación, porque nadie la escuchaba. Su soledad cada vez más honda y su falta de apoyo la hizo ser más rebelde aún. Su madre, frustrada en sus pretensiones de ser actriz, exigía que su hija realizara esas ambiciones y no podía escuchar el sufrimiento que ello provocaba en Francis. Ésta, que tenía a su madre como el gran amor de su vida, no podía dejar de intentar satisfacer su demanda, pero finalmente pudo más su propio deseo que le reclamaba ser una actriz de talento en el teatro y no una Barbie que era lo que le proponían en Hollywood. Su madre, frente a la imposibilidad de dominar a su hija, logró internarla en un sanatorio mental y allí empezó su caída al infierno. De la violencia familiar pasó a la violencia institucional que no respeta la singularidad de la experiencia humana, reduciendo la etiología de su malestar sólo a cuestiones químicas y despreciando la razón que da sentido a sus emociones.
Que Francis era una mujer querulante nadie lo negaría viendo su incapacidad
para pactar con el Otro social, pero la pregunta es si el Otro social merece
ser tenido en cuenta si exige la aceptación de hipocresías que impiden a un
sujeto decidir libremente cómo quiere vivir su vida trabajando en lo que vale y
además le exige que deje de ser la persona que es. Francis soportó que la
drogaran para tranquilizarla pero sin que nadie escuchara sus razones ni su
legítima rabia, lo cual empeoró cada vez más la situación y frente a la
impotencia médica de no poder someterla con la química, terminaron
practicándole una lobotomía para desconectarla de sus emociones. El final de la
película nos la muestra conformista, diciendo de sí misma que es una pecadora
anónima, rechazando la compañía del único hombre que creyó en ella, fue su
amante y la ayudó a escapar del psiquiátrico en su momento. O sea, totalmente
anulada en su creatividad, su talento y su personalidad libre. Este caso quería
presentarse por la psiquiatría de la época como el ejemplo más demostrativo del
poder de la psiquiatría para volver a una persona asocial a la corriente de la
normalidad. El mundo ganó una adaptada a la fuerza, pero perdió una mente
brillante y un talento excepcional.
Alguien sobrevoló sobre el nido del cuco, magníficamente interpretada por Jack Nicholson, es
otro ejemplo de la extrema violencia de una institución psiquiátrica, que por
norma, no tolera excepciones y quiere gente sumisa, sin escuchar el
padecimiento ni lo que expresan sus internos. El personaje es llevado a esa
institución por conducta asocial, no está loco e intenta colaborar de buena fe
para poder salir pronto. Poco a poco va dándose cuenta que el personal que
atiende a los enfermos es cruel con ellos, especialmente una enfermera a la que
se ve claramente que su oficio le permite satisfacer su crueldad disfrutando
del sufrimiento que puede infligir a sus enfermos, no escuchándolos en sus
peticiones razonables, obligándolos a hablar de sus sufrimientos cuando no
quieren bajo el pretexto de una terapia de grupo que no respeta a nadie porque
impone normas a las que tienen que adaptarse como una máquina. Eso aumenta la
violencia en todos y el protagonista asocial es el único que siente compasión
por ellos e intenta ayudarlos rescatándoles la posibilidad de vida que tenían,
devolviéndoles ilusión y la agonizante dignidad que les quedaba. Eso no pudo
ser soportado por la institución, que lo sometió a castigos que empezaron con
un electroshock. Gracias a la crueldad de una enfermera, un interno se cortó
las venas. Eso sacó de quicio al protagonista principal que intentó
estrangularla por considerar que era la persona que más daño hacía a los
internos. Eso le valió la lobotomía, que lo despojó de toda vitalidad y
humanidad. Nadie culpó moralmente a la enfermera porque bajo el amparo de su
profesionalidad se ocultaba bien su sadismo.
El intercambio,
una película interpretada por Angelina Jolie, donde una madre a la que le han
secuestrado a su hijo, se enfrenta a todo el departamento de justicia de Los
Ángeles porque éste intenta devolverle un hijo que no es suyo para demostrar su
eficacia policial. El precio de ese enfrentamiento la lleva a un psiquiátrico
donde están mezcladas mujeres perturbadas con otras que no lo están pero que
fueron llevadas allí por orden policial, en este caso en particular, por
cuestionar la eficacia de la policía al insistir con desesperación en que ese
hijo no era suyo y rogar que siguieran buscándolo. El director del psiquiátrico
convencido a priori de la locura de todas las mujeres que iban destinadas allí,
le tiende trampas discursivas para corroborar que está loca. Trampas en las que
ella cae por seguir el consejo que le da una de las internas: “tienes
que hacer lo posible para parecer normal, cuanto más intentes permanecer
cuerda, más loca te creerán, si no sonríes estás deprimida, si sonríes
demasiado estás delirante o reprimiendo la histeria, si permaneces neutral,
estás retraída emocionalmente, potencialmente catatónica.” O sea, no
hay escapatoria, porque un diagnóstico previo que supone la locura,
interpretará cualquier discurso como prueba que reafirma la convicción de
enfermedad mental.
Camille, una
película que nos muestra la vida tormentosa y apasionada de Camille Claudel,
hermana del poeta Paul Claudel y amante de Auguste Rodin en una época en que la
mostración en público de una relación de amantes, era muy censurada a las
mujeres. Ella además de no hacer caso a las convenciones sociales, era una
brillante escultora, que despertó la envidia de Rodin por la vitalidad que
expresaba en sus obras cuando Rodin pasaba por una crisis de creatividad.
Cuando Rodin la abandonó ella enloqueció y su madre, que nunca pudo soportar que
Camille no fuera una mujer comme il faut como exigían los
tiempos, decidió ingresarla en un manicomio, cosa que era posible porque hasta
principios del siglo XX, las mujeres que eran molestas podían ser internadas en
un manicomio simplemente con la firma y autorización del marido o de un familiar sin más trámite.
En este caso, su propio hermano autorizó su ingreso, hermano a quien ella apoyó
cuando nadie creía en él para que siguiera su camino de escritor. Y nadie fue a
visitarla en los más de treinta años que pasó recluida hasta su muerte. Lo que
está en discusión es la atribución de enfermedad mental a cualquier sujeto que
no se adapte al sistema de valores y convenciones que la sociedad en que vive
exige. Camille enloqueció cuando Rodin la abandonó, pero si un profesional la
hubiera ayudado escuchando sus emociones, brindando apoyo a su deseo creativo
en vez de censurarlo, y dándole también una medicación adecuada que la ayudara a
serenarse en ese tránsito a la salud, la habría podido rescatar en su dignidad
humana. Internándola en un manicomio, sólo se aumentó su deterioro.
La naranja mecánica, una película de Stanley Kubrick, nos muestra un ejemplo de terapia
correctora. Un joven sádico, que salía en banda con sus amigos a hacer daño a
quien pudiera, viola y mata a una escultora con una escultura suya, un gran
falo con el que le aplasta el vientre. Termina en la cárcel pero le hacen una
terapia correctora por reflejo condicionado. Terapia que consiste en hacerle
ver imágenes que le despiertan deseo sexual y aplicándole al mismo tiempo
corrientes eléctricas para producir un reflejo condicionado que funcionaría de
tal modo que en lo sucesivo cada vez que sintiera deseo sexual se vería afectado
de un asco o terror que lo dejaría inhabilitado para realizarlo. Pero el final
de la película nos muestra el fracaso de tal intento correctivo con una fina
ironía: un sueño del joven sádico que con toda la alegría está copulando con
una mujer rodeado de otras muchas. Lo que nos lleva a pensar que su deseo no se
ha modificado en absoluto.
¿Por qué recordar ahora estos ejemplos que pertenecen de algún modo a la
prehistoria de la psiquiatría? Porque aunque las prácticas psiquiátricas ya no
funcionan siempre de este modo tan brutal, no escapan de una violencia más
sutil cuando no escuchan el discurso del sujeto que sufre, reduciendo lo que
motiva su dolor a una cuestión meramente química. A la psiquiatría también
recurren los políticos cuando están en debate cuestiones sociales tan
importantes como fue en su momento la conveniencia o no de aprobar el
matrimonio homosexual. Hubo expertos de todas las opiniones, unos declaraban
que la homosexualidad era una enfermedad, otros que no. Pero los que piensan
que pueden aplicar una terapia correctiva para curarla, sin preguntarse hasta
qué punto el medio social homofóbico induce que la persona homosexual pueda
sentirse a disgusto por serlo, ejercen una psiquiatría peligrosa, porque no
cambian la orientación del deseo y descuidan con ello, que éste es
imprescindible para una vida emocional sana.
Cuando un experto en el tratamiento de perturbaciones mentales, se erige en
figura de saber incuestionado y generalizado, convencido de la verdad de la
teoría que sostiene, e intenta imponerla a cualquier persona sin escucharla,
genera violencia. Los psiquiatras que no incorporan una teoría dinámica que
tenga en cuenta las razones del corazón que la razón ignora, actuarán sin saberlo, generando una violencia
que es la respuesta emocional más sana que puede tener una persona cuando no es
escuchada y se intenta convencerla de que es como no es. En este sentido, toda
interpretación impuesta a un sujeto, en nombre de un saber teórico, que no
escuche la particularidad de quien habla, genera violencia. Un buen hacer
clínico supone poder poner en suspenso el saber teórico, desprenderse de prejuicios y aprender de la clínica la
singularidad de cada sujeto, adaptar la teoría al sujeto, no el sujeto a la
teoría. El psicoanálisis, por el contrario, nos enseña que no debemos confundir
el lugar de profesional supuesto al saber, con un creer que sabe a priori, con
un saber válido para todos. Los buenos profesionales, sean psiquiatras o
psicoanalistas o de la corriente psicológica a la que pertenezcan no deberían ofrecer
interpretaciones nacidas de un saber a priori sin haber escuchado la
particularidad del sujeto que habla de sus pesares y reservar la medicación
para cuando sea estrictamente necesaria, no para malestares comunes, como el uso
indiscriminado que se hace actualmente de los antidepresivos.
CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Ex presidenta de la sección Dones del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
c.truzzoli@gmail.com
Ex presidenta de la sección Dones del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la RedCaps de profesionales sanitarias.
Autora de El sexo bajo sospecha.
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