martes, 12 de marzo de 2013

EL PROBLEMA DE LOS CELOS Y SU PELIGROSIDAD




EL PROBLEMA DE LOS CELOS Y SU PELIGROSIDAD

En el marco de esta mesa, que se hace en conmemoración del día internacional contra la violencia hacia las mujeres, me pareció pertinente plantear el problema de los celos, puesto que han sido y siguen siendo un desencadenante de comportamientos muy peligrosos, dado que terminan a veces en asesinato de la mujer que ha abandonado a su compañero. ¿Por qué el hombre que es dejado tolera tan mal esa separación? ¿Y por qué en todo caso culpa a la mujer que lo ha dejado de su insoportable desazón? Quiero aclarar para que no haya malentendidos que el núcleo de mi trabajo se centra en tratar de esclarecer las causas intrapersonales –o sea, las causas psicológicas individuales- y  las interpersonales –la dinámica que se establece entre los miembros de la pareja-, y también analizar como la fuerza de los condicionamientos sociales que con su exaltación de valores fálicos, dejan muy desprotegida a la mujer y avalan y justifican, no siempre de manera directa, pero sí de manera subliminal, el recurso a la violencia.

Análisis de los prejuicios que avalan la violencia doméstica heterosexual.
Hoy me gustaría hablar de la  violencia doméstica  heterosexual, porque es la que más conocemos por los sucesos que aparecen tristemente en las noticias. La violencia entre parejas homosexuales no se hace pública en la misma medida. Centrándonos en el comportamiento de los hombres violentos, es importante establecer un diagnóstico diferencial en lo que respecta a lo que se considera normal, ya que hay discusiones fuertes entre quienes dicen que quienes son violentos son hombres normales y quienes dicen que están afectados por algún tipo de patología. Ciertos hombres que se comportan de una manera violenta, no se consideran a sí mismos violentos sino cumpliendo con un deber ser de acuerdo a los roles genéricos, o sea, respondiendo a lo que ellos consideran que debe ser la conducta de un hombre cuando las mujeres les ofrecen resistencia. Frases tales como "tenía que hacerle saber quien manda", "ella tiene que obedecerme porque yo merezco respeto", "llego a casa cansado, con ganas de cariño y ella se niega a tener sexo", todas ellas frases que denotan no sólo una superioridad jerárquica incuestionada sino en su extremo, una negación de la alteridad. Toda negación de la alteridad produce violencia porque cualquier frustración será vivida como un ataque personal. Por ejemplo, "si ella me quiere no debería hacerme esto" supone un ideal romántico que concibe la pareja como un todo, pero un todo con una sola persona -que desea y espera ser satisfecha en sus reclamos- y dos cuerpos, sólo que uno de ellos se considera que está para no desear más que coincidir con el deseo del otro, sin un deseo propio que no lo incluya. En esa pareja estructurada de ese modo, los varones mandan y las mujeres están para servirlos. Los varones que piensan y actúan así se muestran enormemente fieles a imperativos de rol que no son vividos como tales sino como una manera de ser natural. "Yo no soy violento, los hombres somos así" es una afirmación que responde a una interiorización del maltrato a las mujeres como algo natural y a veces justificado como algo necesario. Éstos son los hombres que la sociedad en general considera normales, excepto cuando se pasan y agreden gravemente o matan. Estos hombres, considerados "normales" son los que confunden también las conductas de galanteo con el acoso sexual convirtiendo a las mujeres en objetos potencialmente acosables o violables, porque en el fondo creen que "cuando una mujer dice no en realidad quiere decir sí". Ideas como que "ella me provocó", "qué hacía por la calle a esas horas de la noche", "por qué va vestida de esa manera", "algo habrá hecho para que la violaran" son prejuicios muy arraigados en el imaginario masculino y a veces en el femenino. Vestirse de una manera que intente despertar el interés erótico de un hombre no significa que eso sea sinónimo de querer ser violada. La violación es un acto violento que niega la alteridad de las mujeres reduciéndolas a un mero objeto para satisfacer el goce sexual masculino. Además cuando se intenta establecer responsabilidades, el agresor queda siempre incuestionado, como si su acto aunque delictivo, se disculpara de alguna manera por el prejuicio de que su naturaleza es tal que no puede contener sus impulsos sexuales. La frase “los hombres son así” expresa lo que acabo de decir. Pero no son así con quienes les interesa controlarse. Son así con quien creen tener derechos a hacerlo. No son así, los que reconocen en la alteridad al otro como diferente y también con derecho a tener deseos propios que le permitan negarse al suyo.
  
La falta de protección de sí mismo y del otro.
Otra de las preocupaciones que me rondan entorno a la violencia hacia las mujeres es el descuido de muchos maridos que habiendo tenido relaciones sexuales de riesgo -lo cual implica una no protección de sí mismos- tampoco protegen a sus mujeres en el momento de tener relaciones sexuales con ellas. Es un dato comprobado que una de las enfermedades de trasmisión sexual de la plaga que más asusta hoy, el VIH/Sida, está aumentando su trasmisión tanto por vía heterosexual, -la mayoría de los casos de mujeres infectadas lo han sido por mantener relaciones sexuales con su marido- como por vía homosexual, a partir de la eficacia de los retrovirales para entorpecer que la seropositividad se convierta en Sida declarado.  Lo cual implica hablar más de prácticas de riesgo que no de grupos de riesgo cuando pensamos en la falta de prevención. No es necesario ser promiscuo para poder ser infectado, sólo es necesario haber estado en contacto con la sangre o el semen, de alguien infectado. Otro de los datos que se silencia bastante es que el semen tiene una carga viral muchísimo mayor que el flujo vaginal, lo que quiere decir que el contagio del Sida es mucho más alto estadísticamente de hombre infectado a mujer, que de mujer infectada a hombre. Por esa razón las estadísticas hablan de una feminización del SIDA. Sin embargo, muchos hombres se niegan a utilizar el preservativo porque son presos de una fantasía omnipotente que les hace creer que a ellos no les va a pasar nada. Y cuando se enteran de que sí les ha pasado, no protegen a su mujer por aquello de que son "una sola carne" como dice el mandato bíblico, mandato que recoge y refuerza el prototipo del amor romántico, que también afecta a las mujeres en su entrega incondicional a la hora de poner límites y cuidarse. 

La forma de la publicidad del maltrato a las mujeres.
Ver por pantalla rostros de mujeres golpeadas, desfiguradas, con una mirada aterrorizada, si bien se podría pensar que se hace para alertar de la gravedad del problema, tiene sin embargo, un efecto paradójico, que podría reforzar lo que se intenta combatir. Del árbol caído todo el mundo hace leña, dice el refrán. Se reforzaría la imagen de impotencia femenina, trasmitiendo una imagen de las mujeres que se asocia con la debilidad, con el riesgo de naturalizarla, lo que podría llevar a la falsa conclusión de que "las mujeres son así". ¿Por qué aguantan? es la pregunta que se hacen todos.  El terror paraliza y esto hay que tenerlo en cuenta cuando se presume equivocadamente que todas aguantan porque son masoquistas. Suponer en todos los casos el masoquismo es más una proyección del imaginario masculino que una realidad de las mujeres. Además hay determinaciones reales, objetivas, que impiden a una mujer irse cuando no tiene donde hacerlo, ni medios ni familia de origen que pueda dar soporte y protección frente al marido violento, con hijos a su cargo que también son obligados a abandonar el hogar familiar cuando el peligro es extremo. Una de las grandes injusticias familiares, que sean son los agredidos quienes deben irse porque el agresor ha demostrado ser demasiado peligroso y las órdenes de alejamiento muchas veces no se cumplen. Alguna vez me gustaría ver algún spot que mostrara a hombres violentos, con cara y ojos, para que también se ejerza un contrapeso que equilibre las impresiones de los agentes que están presos en una dinámica de violencia familiar. En cuanto a agresores se refiere sólo he visto el spot "corta con los malos rollos" dirigido a jóvenes que intenta alertar acerca de conductas que son abusivas y recientemente un spot del Ministerio de Asuntos Sociales y el Instituto de la Mujer dirigido a hombres maltratadores que les dice que la violencia no los hace más hombres sino que los destruye. No lo tengo tan claro que ese mensaje cale realmente en un maltratador cuando tiene en su haber toda una tolerancia ideológica que abonada por los estereotipos de género, silencia su cuestionamiento por la via de la naturalización, de un esencialismo que asocia masculinidad con violencia y agresividad y da recursos justificativos de su acción por la vía de restablecer un orden de patriarca, aunque sea atenuado. ¿Cuáles son esos recursos? pensar por ejemplo que él debe ejercer un control férreo de todo lo que sucede en su familia, que no puede estar excluído de ninguna información que escape a su control, que su mujer y sus hijos deben acatar su palabra sin cuestionar nada porque él es la autoridad y quien debe mandar y ser obedecido, que toda desviación o alteración de este orden será vivido por él como una agresión y falta de respeto. En otras palabras, la masculinidad clásica no fabrica hombres con autoridad, fabrica déspotas. La autoridad real se gana con cualidades que sostienen un saber dialogar, poner límites sensatos no arbitrarios, saber sostener la angustia y el malestar, las disensiones, poder sentir que las diferencias de opinión con respecto a las suyas no le suman ni restan nada a su valía, más bien al contrario, si es capaz de acogerlas y cuestionarse, los otros no verán disminuida su fuerza. Sólo alguien muy seguro de sí mismo puede sostener un diálogo cuestionador o intereses que apunten en otra dirección que la que él quisiera para sus propios hijos. Sólo un hombre con verdadera autoridad puede sentirse seguro en su relación con las mujeres y reconocer su alteridad. Pero esto parece un mensaje contracultural más que una verdad que afecta a los sentimientos más íntimos de los varones. Los hombres más inseguros de sí mismos pero que se han vestido con el ropaje de los estereotipos genéricos tradicionales de la masculinidad son los más propensos a convertirse en maltratadores sin poder reconocer que lo son, avalados como están por todo un discurso social que les hace creer que están haciendo lo que deben porque son hombres.       

Diferentes tipos de agresores.
Es necesario diferenciar tipos de agresores. Los verdaderamente peligrosos son aquellos a quienes las frustraciones les desbordan y no pueden aliviar la tensión que les provoca más que a través del acto violento. Hecho que por sí solo ya está mostrando la falta de recursos simbólicos para disminuir las tensiones. Hombres capturados por el poder y la pulsión de dominio. Otro peligro más grave está en aquellos otros a quienes el maltrato les produce un goce particular, por ejemplo, los violadores, quienes sí son irrecuperables en el sentido de que no renunciarán nunca al goce de la violación y que volverán a violar si se les deja en libertad para hacerlo. También están las llamadas por la psiquiatría personalidades psicopáticas, concepto que es un cajón de sastre para denominar o bien a sujetos psicóticos o perversos. Éstos últimos son de difícil cura, porque movidos fundamentalmente por la envidia, -expresión máxima de un sentirse miserable en recursos-, intentan destruir a la mujer envidiada por percibirla con un poder del que ellos se consideran carentes. Estos no suelen matar, sino hacer que ella se mate o al menos se destruya lo que hay de más vital y potente en ella. Son de difícil cura porque la envidia y la gratitud son dos polos antagónicos. Cuanto más intensa es la envidia mayor es la incapacidad de reconocer que el tratamiento los pueda beneficiar de algo, porque entonces tendrían que reconocer que reciben algo que necesitan. Es un caso muy diferente de los que tienen una reacción terapéutica negativa por sentimiento de culpa como lo describía Freud.  Pero los perversos no suelen ir a la cárcel porque el daño que procuran -el maltrato psicológico- no se considera punible penalmente y además son hábiles para ocultar sus motivos. También son hábiles para detectar qué se espera de ellos y por tanto, para responder a los psicólogos lo que éstos quieren oír para salvar su imagen. Las personalidades psicopáticas también son muy hábiles a la hora de detectar qué se espera de ellos y obtener así beneficios penales. El mismo tratamiento psicológico puede ser usado como una manera de reducir condena sin una verdadera consciencia de tener un problema. Por eso, la nueva ley que intenta regular aspectos que afectan a las mujeres que han sufrido violencia machista, no admite el tratamiento como un  medio de reducir la condena penal. Los más peligrosos, a la hora de matar, son los psicóticos. Estos son quienes tienen una verdadera quiebra estructural en su psiquismo y no pueden tolerar el abandono porque lo viven como una agresión. Sin embargo, con un tratamiento psicológico adecuado tienen mayores posibilidades de recuperación.
Los celos que resultan peligrosos.
En el tratamiento psicológico de hombres que se atreven a pedir ayuda, que ya es un primer paso importante para tratar de resolver los conflictos que les genera una separación que los sorprende, ya no nos encontramos como antaño, con sujetos neurotizados, sino con sujetos profundamente desestructurados. Explicaré a qué me refiero. Cuando enfrentamos el problema de los celos en un hombre tenemos que tener claro que una clase de celos que se ponen en juego como resultado de una rivalidad frente a un tercero que es sentido como rival y amenazador del ruptura del vínculo establecido hasta el momento con la pareja, no es la misma clase de celos que resultan de un vínculo demasiado fusional. Los celos frente al rival que amenaza la estabilidad de una pareja que hasta ese momento se creía armónica y lograda, con la consiguiente angustia, preocupación, movilización de recursos para volver al estado anterior a la aparición del rival, ya suponen una capacidad de poder pensar en uno mismo, separado del vínculo que establecía hasta ese momento con su pareja, separado de la con-fusióno fusión con ella, lo cual es un primer paso importante para lograr la necesaria distancia que permita escapar de la ilusión de hacer de dos, uno solo. Ilusión que está siempre presente en mayor o menor medida en cualquier vínculo amoroso. La diferencia con otro tipo de celos más propios del apego violento, es que esa  ilusión no se limita a momentos especiales, sino que se hace imposible la distancia que permite pensarse como sujetos que inevitablemente, lo queramos o no, tenemos un margen de soledad insalvable dado que nada ni nadie logrará nunca colmar nuestros deseos del todo. Esa plenitud total que se espera del encuentro amoroso, que siempre queda frustrada en mayor o menor medida, es lo que el celoso patológico, no puede tolerar. No es lo mismo la inquietud que se genera frente a la aparición de un tercero, que amenaza arrebatar el objeto de amor y la angustia que se puede generar con su posible pérdida, que sería un sentimiento normal, de otro tipo de celos que desatan una violencia asesina frente al mismo objeto que se puede perder. Estos son los celos peligrosos porque muestran una falta de desarrollo del sujeto para constituirse como sujeto con un deseo propio. La paradoja del sujeto humano es que siendo dentro del orden biológico quien tiene una posibilidad de desarrollo mayor que cualquier otra especie, es sin embargo el más desvalido a la hora de nacer, hasta el punto que si no recibe los cuidados que necesita para vivir, muere. Esto significa que depende totalmente de quien lo cuida, cuidado que también es extensible al ámbito subjetivo. Antes de poder diferenciarse entre yo y otro, hay un período de confusión donde el bebé y el pecho que lo alimenta –o su ensoñación del mismo-, constituyen una totalidad inseparable. Esa dependencia vital que tiene con la figura materna le hace creer ilusoriamente que ésta es omnipotente y que tiene el don de dar o de privar cualquier cosa, haciéndola responsable de su malestar y su dolor si no está cuando la necesita.

El vínculo con el objeto de necesidad genera mayor agresividad
Ser objeto de necesidad no es lo mismo que ser objeto de amor. Quedar atrapado en el objeto de necesidad implica una profunda dependencia hacia él que imposibilita el desarrollo de las posibilidades de simbolización de esa separación que es inevitable para que un sujeto pueda adquirir la autonomía posible y necesaria para poder tener deseos propios y motivarse en todas las esferas de su vida, tanto amorosa como laboral. Ese quedar atrapado en un objeto de necesidad supone un trastorno especular que tiene como efecto una falta de estructuración psíquica por el lado del sujeto y una proyección de omnipotencia por el lado del objeto -materno- a quien se le atribuye un poder ilimitado de otorgar bienes, lo que será vivido como una prueba de amor, o de privar de ellos, lo que es vivido como desamor. Pero el sujeto que vive este atrapamiento especular será víctima de la envidia, lo que complejiza aún más el panorama relacional, porque sintiéndose tan carenciado y a su objeto tan poderoso, cuanto más reciba de este objeto, más envidioso y pobre se sentirá él y tanto más violento. Este hecho puede comprobarse fácilmente en la conducta de hombres maltratadores que se ponen aún más violentos cuando su mujer se muestra más dispuesta a consolarlos porque perciben en ella una fuerza -no sólo la real que sí la tiene, sino una fuerza omnipotente- que comparativamente los hace sentir aún más desvalidos. Esta separación interior  supone aceptar que el objeto amado no siempre responde a todo lo que se espera de él, que puede tener otros deseos que propios al margen del demandante, que puede pensar de otra manera, no ser tan solidario, no estar siempre acompañando, no resolver con su presencia todas las angustias y temores. Esa falta de plenitud total a la que todos aspiramos y que nos enfrenta con un duelo por la separación inevitable, puesto que es imposible de lograr una cobertura total de deseos con otro, todo esto es lo que el celoso extremado no puede aceptar porque se ha quedado enganchado al objeto de necesidad sin poder hacer el trabajo de duelo necesario que le permita rescatarse a sí mismo y crecer de una manera más autónoma. Imposibilidad de un duelo que lo deja enormemente vulnerable al engaño de la fusión con el objeto. Este proceso evidentemente es común a todos los seres humanos, independientemente de su sexo, pero es aquí donde las diferencias sexuales imprimen una consideración particular, tanto por estructura como por la diferencia social que se manifiesta de acuerdo al género en la tolerancia o intolerancia de las conductas enfermas. El problema que estoy señalando puede quedar totalmente encubierto y ni siquiera presentar ningún síntoma alarmante de anormalidad mientras el hombre se sienta contenido por su pareja de diferentes maneras: desde la satisfacción de hacer de dos Uno, o la ilusión de la pareja que se completa a sí misma, el mito de la media naranja que encaja, o en casos menos fusionales, el hecho de contar con una mujer en la que pueden proyectar todos aquellos aspectos que nunca admitirían como propios por miedo a la feminización, tales como inseguridad, miedo, necesidad de depender entre otros, proyección que mientras la mujer esté emparejada con él, le permite a ese hombre la ilusión de potenciar aspectos de dominio, control, fuerza y la ocasión de satisfacer las tensiones psíquicas a través del sexo y/o de la violencia,  conductas que le reafirman su sentimiento de masculinidad.

¿Qué sucede cuando su mujer pide la separación?
Se produce un colapso psíquico, porque es ahí donde se manifiesta una alteridad que él no estaba en absoluto preparado para soportar, porque la alteridad ya marca una separación, una diferencia de anhelos y deseos y sobre todo porque entonces él está obligado a reintroyectar aspectos "femeninos" que depositaba en su mujer. ¿Quien le devolverá su imagen de fuerte? ¿Quién le permitirá relajar sus tensiones frente a las dificultades de la vida? ¿Quien actuará como un pegamento que le mantenga su imagen de unidad? La separación en estos casos es vivida como una amenaza de desintegración de la vida psíquica, como una agresión insoportable, que genera un odio feroz que convierte a este ser en un sujeto peligrosísimo porque despierta en él el deseo de muerte de quien cree culpable de su situación. Y el resultado es el asesinato. Pocas veces el suicidio.

Las diferentes definiciones de la normalidad
Me preocupa enormemente que se considere que un hombre que maltrata a su mujer puede ser un hombre normal. Sólo puedo admitir esta afirmación si se agrega entonces que los valores sociales que sostienen la masculinidad tradicional también se consideran normales,aunque no lo sean desde el punto de vista de la salud. Tendríamos que revisar profundamente el concepto de normalidad y de enfermedad. Suponer que un hombre que maltrata no es enfermo porque no es esquizofrénico o paranoico o no responde a las categorías que la psiquiatría al uso define como enfermedad mental, es una manera de pensar el problema que nos limita y no nos permite pensar como una grave perturbación psicológica, un fracaso de la estructuración del psiquismo, del proceso de individuación que sucede en etapas muy precarias, que en determinadas condiciones de contención del sujeto, podrían hacerlo aparecer como un hombre normal, pero si desaparecen esas condiciones de contención, como tener una pareja que lo sostenga, deja al descubierto el fracaso especular latente, que genera los comportamientos más violentos y peligrosos. Habrán visto muchas veces, en las desgraciadamente más frecuentes noticias, cómo los vecinos de una pareja que hasta ese momento podía ser considerada una pareja feliz, se sorprenden de que el marido haya asesinado a su mujer. No cualquier marido abandonado o incomprendido asesina. Desde el momento en que un odio insoportable lleva a un sujeto a pasar al acto asesino creyendo que de esa manera elimina la causa de su odio, de su dependencia, creyendo que de esa manera se hará libre, estamos frente a un sujeto que nunca ha tenido el norte de sí mismo, no es que lo haya perdido con la separación. Lo que la separación deja al desnudo son las verdaderas condiciones de su estructura psíquica que quedaban ocultas justamente por la contención que le daba el hecho de estar emparejado. Estos hombres son los que se vuelven peligrosos. Si no se les ayuda con una terapia adecuada que le posibilite analizar las causas de sus celos, una terapia que no se limite solamente a ofrecerle técnicas para controlar su conducta, como por ejemplo, en la película “Te doy mis ojos”, no podrán nunca dejar de ser peligrosos, porque lo que tienen que resolver no podrán hacerlo sin ayuda de profesionales adecuados que les permitan hacer ese tránsito que va desde la fusión con el objeto de necesidad hacia la separación del mismo. Otro tipo de tratamiento que no analice las causas de los celos no sirve para modificar la violencia extrema que se desata cuando el objeto de necesidad se manifiesta con otros deseos que no lo incluyen, o sea, cuando él ya no es TODO para ella. 

                  Monstruo de ojos verdes
“Monstruo de ojos verdes” llama Shakespeare a los celos en Otelo. “Heraldos negros que nublan la razón y envenenan”, los llama Serrat en una canción. Los celos extremados tornan al sujeto una víctima que permanece en la ignorancia de aquello que lo corroe, pero a la vez, un victimario muy peligroso. Su propia imagen se fisura y no sabe cómo salir de la desolación en la que se siente atrapado, exacerbando su odio a su mujer por hacerla responsable de su malestar. Hasta tal punto llega la confusión. Ser celoso es creer, tanto si es verdad como si no lo es, que su mujer le es infiel. ¿Pero de qué infidelidad se trata? En los celos normales, es la pretensión de querer ser preferido a otro lo que resulta puesta en entredicho con la aparición del tercero que entra en escena. En cambio, cuando aparecen estos celos extremados, que llegan a tener un carácter delirante, a veces, lo que está en cuestión no es la disputa con el rival, sino que se impone la certeza de que su mujer y ese otro están gozando realmente de una plenitud sin fisuras, que están gozando de un recubrimiento de deseos que los satisface a ambos de manera plena, plenitud y aptitud de la que él se siente excluido y como espectador sufriente en la contemplación de algo que desea tener y no tiene y  en cambio SÍ tiene otro que goza de ello. Es la definición más exacta de la envidia que envenena. Envidia que suele confundirse popularmente con celos.

Películas que nos muestran las consecuencias de los celos envidiosos
Una de Stanley Kubrick, "Eyes wide shut" donde el protagonista masculino está obsesionado por una imagen recurrente de su mujer haciendo el amor con otro hombre, el mismo del que su mujer le había hablado diciéndole que había tenido una fantasía con él. Ella llega a decirle: “por una mirada suya te hubiera dejado a ti y a todo nuestro maldito futuro”. (Ella reivindica la política del deseo). Él sólo logra decirle que la quiere porque es su mujer. (Le responde con la política de los bienes). Ella lo que quiere oír de él es que la desea más allá del sentido de posesión. Pero él es incapaz de entender eso. Otra película nos muestra la reacción psicótica que tiene el protagonista masculino frente a la infidelidad de su esposa, es Infiel, film donde Richard Gere mata a un joven amante de su esposa en un momento de eclipse de sí mismo, se angustia frente al personaje, se marea y en un arrebato lo mata. Al final de la película le dice a su mujer que lo mató a él pero a quien quería matar era a ella. Uno es psicótico, el otro digamos que normal. Pero los dos participan de una misma creencia: su mujer es suya, no debe tener ningún otro deseo que no los incluya. Creencia tan sustentada socialmente que no permite con facilidad a los hombres el reconocimiento de una alteridad femenina que incluya la paridad en sentimientos, deseos, ambiciones, lo que se traduce en una desigual tolerancia social hacia la infidelidad según la realice un hombre o una mujer.          

El complejo de intrusión de Lacan y los celos delirantes.
En casos extremos, los celos de un hombre no se ponen en juego por la mujer que ama, sino por un motivo que ataca su narcisismo, porque el otro semejante goza de lo que él no puede gozar, lo que hunde poderosamente su imagen y la posibilidad de sostenerse a sí mismo. Lacan llama a este momento estructural complejo de intrusión. El momento siguiente es proyectar sobre ella la causa de su desdicha, lo que desata toda su violencia, que puede llegar hasta el asesinato. Otelo suele considerarse un drama de celos, pero para ser más exactos es un drama de envidia que corroe. Otelo es un noble moro al servicio de la República de Venecia, muy valorado por sus éxitos militares y su valor en las batallas, pero cuando el padre de Desdémona se entera que su hija ha huido para casarse con Otelo, se oscurecen sus méritos militares y es acusado de haberla seducido con brujería. Otelo en ese momento es visto como moro de piel oscura, menospreciado por ello en el medio aristocrático y político veneciano,  indigno de unirse a una mujer que no sólo es de otro color de piel sino además de otro estatus social, es hija de un senador veneciano. Además las mujeres en Venecia tienen otras costumbres más liberales en su trato con los hombres. Yago, alférez de Otelo, que aspiraba a ser nombrado lugarteniente suyo, ve que ese puesto por él añorado le es otorgado a Casio, un joven veneciano muy apuesto, su envidia lo pone furioso y trama su venganza tanto hacia Casio, como hacia Otelo. ¿En qué consiste esa venganza? En destruir en ambos la supuesta plenitud y felicidad que supone ellos tienen por tener lo que tienen: odia a Otelo por la felicidad que éste muestra por haber sido elegido por Desdémona, felicidad que él no tiene con Blanca, su querida, y además por que no le ha otorgado el galardón que él consideraba que se merecía. Odia a Casio por la misma razón y porque Desdémona le tiene gran simpatía. Por todas partes se ve rodeado de supuestas plenitudes que otros gozan, de las que él se siente excluido. Trama entonces una venganza brutal y no le importa en absoluto el daño que sufren todos los que están a su alrededor. Empieza por unir en una sospecha fatal a los dos personajes de los que se quiere vengar, utilizando a Desdémona como anzuelo. Le sugiere con mucha habilidad, sin decirlo directamente a Otelo, que su mujer le es infiel con Casio. Una vez sembrada la duda, Otelo ve como su felicidad se derrumba como un castillo de naipes y todo lo que en cualquier otro momento pudiera ser un detalle sin importancia, se convierte en una prueba de la infidelidad de Desdémona. Los celos delirantes imponen una certeza, donde no hay motivos reales que la sostengan. La certeza como creencia inconmovible de una realidad psíquica que no se corresponde con hechos reales que le den veracidad  es un fenómeno de orden psicótico. El celoso delirante quiere constatar que lo que él toma como verdad, lo es. El problema es que toma como signos evidentes de su sospecha, lo que no son más que circunstancias aleatorias que nada tienen que ver con lo que su sistema delirante imagina. Los celos extremados encuentran su fundamento no en la conducta real del otro, ni siquiera en sus deseos, sino en la imposibilidad de hacer de dos Uno, pero unidos a la creencia de que otro sí puede lograrlo. Es ese otro semejante a quien el celoso delirante convertirá en el núcleo de sus obsesiones y se atormentará imaginando escenas de felicidad que el otro semejante comparte con su esposa, un personaje que se vuelve el significante de un poder que a él le resulta inaccesible, lo que se traduce en un sentimiento de humillación insoportable, de derrumbe narcisista. Algo de esto también lo sufre el obsesivo, pero a diferencia de la certeza, a él se le impone una duda que lo atormenta. Recuerdo un paciente que vivía obsesionado con que su mujer lo engañaba con otros. Le revisaba el bolso sistemáticamente sin que ella lo supiera hasta el día en que encontró en él preservativos, que paradójicamente lo tranquilizaron.

Nadie puede escapar a la responsabilidad de sus propios actos
Las personas que sufren estos celos extremados, delirantes, no deben inspirarnos un exceso de compasión que haría que las pensáramos como víctimas que habría que disculpar. Ningún sujeto humano debe eludir la responsabilidad de sus actos. Siempre se paga un precio por ello. Si no es de un modo donde intervenga lo legal, habrá otros modos más sintomáticos, insidiosos y/o peligrosos para pagar la culpa. El psicoanálisis nunca elude la responsabilidad del sujeto por sus actos. En eso difiere de la psiquiatría al uso que exonera de responsabilidad con el concepto de enajenación mental transitoria. Simplemente quiero advertir que la sola vía penal -tal como es y no como debería ser la realidad de las cárceles- no resuelve este problema sino que lo agrava, porque alienta la sed de venganza, que además es reforzada por la ideología machista que se hace más fuerte con los compañeros de cárcel. (En ocasiones, hasta llegan a felicitar a quien mata a su mujer porque ha demostrado que tiene un par de cojones). Lenguaje por demás indicador del lugar preferente donde los hombres colocan y pretenden sostener su masculinidad engañados como están de tener el falo por tener el órgano que lo simboliza. El falo en realidad es una referencia simbólica de una falta que mueve el deseo, aunque también se refiera al órgano peniano. Por eso los hombres están más expuestos a caer en la trampa imaginaria de hacer sinónimos tener el pene con ser completos.

Tres frentes propuestos a la prevención de la violencia
Asistimos al fracaso de la represión por vía penal aplicada al agresor, dado que alivia a la mujer maltratada solamente mientras éste está en la cárcel, pero la aterroriza y con razón, cuando sale, porque sabe que su venganza será terrible y posiblemente mortal para ella. La educación en la igualdad de géneros es necesaria pero no suficiente por sí sola. Los países nórdicos, que nadie dudaría de que son pioneros en coeducación presentan índices de violencia doméstica muy superiores a España, si bien es cierto que esos resultados se explican porque en esos países toman como índices de maltrato mayores ítems que los que se toman en España. La vía penal también es necesaria pero no suficiente. La psicoterapia también es necesaria pero sin un enfoque adecuado de la incidencia sociológica de determinantes que afectan profundamente las relaciones íntimas, tampoco es suficiente, porque dejaría de lado el análisis de los factores interpersonales que favorecen el desarrollo de la violencia. Estas reflexiones pretenden ser un llamado de atención a una necesaria e imprescindible lucha en tres frentes simultáneos: educativo, penal y terapéutico, puesto que por sí solos son insuficientes los tres en un sentido macrosocial, aunque en un enfoque individual, la terapéutica analítica no es insuficiente, sino que tiene una chance mayor de lograr lo que se propone. No porque existan garantías, sino porque se coloca en el lugar adecuado para tratar de solucionar el problema. Para que se entienda que quiero decir: si alguien me dijera que quiere escalar una montaña muy empinada, no puedo garantizarle que logre subirla hasta la cima y lograr su objetivo, pero sí puedo orientarlo en el camino correcto, pero si lo oriento hacia la playa, seguro que no lo logrará. Y orientarlo hacia la playa es lo que hacen muchas terapéuticas que intentan eliminar el síntoma externo de la violencia sin tocar las causas que la motivan. Puede que consigan atajar la violencia física, de una manera tan precaria de todos modos, que el agresor tratado de esa manera siempre será potencialmente peligroso. La lucha educativa de cuestionamiento de los estereotipos es una tarea que supone una vigilancia permanente puesto que como todo artificio ideológico, tiene una gran capacidad camaleónica para volver a aparecer de otro modo lo que se creía superado por las críticas pertinentes. Si el mundo se divide entre hombres y mujeres -da igual si biológicos o transgenéricos o transexuales- y la guerra de sexos es una guerra permanente, puesto que la aspiración al poder es una característica humana, no podemos pretender que quienes siempre lo han detentado, -los hombres- se conviertan en colegas que ayuden a las mujeres a conquistarlo, porque eso supondría una pérdida de poder de su parte. Ningún sujeto humano que haya conquistado poder renunciará a él, sino que son aquellos/as que tienen algo a ganar quienes se esforzarán en una lucha por adquirirlo. En el frente educativo, sociológico, serán las mujeres lúcidas en quienes se podrá confiar para esta tarea y en aquellos hombres que hayan logrado atravesar la castración simbólica, que siempre trae aparejada cierta feminización, necesaria a la civilización, porque de la masculinidad tradicional nadie ha podido dar razones consistentes como para justificar su mantenimiento. Esto es lo que hay que combatir con la educación, pero no nos hagamos esperanzas que con la sola educación se resolverá el problema. Lacan llamaba a la educación un proceso de cretinización amplificada. Exageración maleducada que viniendo de él no es de extrañar, pero si entendemos esta frase como que la educación en su aspecto civilizador desarrolla nuestros aspectos yoicos y para Lacan el yo es justamente lo que distorsiona y nos aleja del saber de nuestras pulsiones, se entiende el sentido de la frase. Por esa razón, la educación por sí sola, no es suficiente. Pero si atacamos desde la vía educativa, legal y terapéutica, tal vez tengamos alguna posibilidad de algún bien hacer y bien decir en la cuestión problemática de la violencia doméstica.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga psicoanalista
677.844.755

Ponencia presentada en DVD en el 1º Congreso Internacional sobre Violencia, maltrato y abuso en Buenos Aires. Se puede visualizar en el portal de saludactiva.com.ar, en el apartado de conferencias magistrales.

Parte de esta ponencia presentada en la mesa redonda compartida con  Marie-France Hirigoyen, Carme Valls y Gemma Cánovas en la Casa Golferich, el 25 de noviembre de 2006, día internacional de lucha contra las mujeres.

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