AMORES SABIOS
DESMONTANDO EL MITO DEL AMOR PASIONAL
A propósito de este tema me
viene a la memoria el título de un libro de Cristina Peri Rossi que se llama El amor es una droga dura. Una forma de
amor pasional que, de manera ingenua, se ha arrogado la representación de lo
que se cree el amor verdadero. Todos los mensajes que recibimos no cesan de
proclamar esta idea. Las letras de las canciones melosas, las preguntas a
personajes famosos acerca de sus amoríos, de sus bodas, de sus expectativas,
los motivos de su desilusión, de sus rupturas, todas insisten en sostener el
ideal de las coincidencias totales que se supone que tendría que tener una
pareja para decir que se aman de verdad.
En qué medida se es capaz de renunciar a los propios intereses por amor, es el
rasero con que se mide su veracidad y su consistencia en las novelas
románticas, la prensa rosa, las creencias populares y todo el universo
semántico que nos rodea.
Sin embargo, si sabemos de la
caducidad de tan altas expectativas, ¿qué germen de consistencia tienen esos
ideales para que se sigan sosteniendo a pesar de la desmentida de la realidad? El
amor pasional es la muestra más representativa del carácter alienante que tiene
la pasión, porque cuando nos atrapa, nuestra voluntad se anula, nuestra razón
no nos sirve. Podemos vivir un estado de máxima exaltación, de plenitud ideal
mientras seamos correspondidas y nuestra relación viva en el limbo de las
promesas cumplidas, pero tiene un enorme riesgo, porque por esa vía alienante
de la pasión, donde somos capaces de cualquier renunciamiento, de cualquier
sacrificio por el otro, se abre la
puerta a la posibilidad del maltrato, del abuso, si el otro no nos corresponde
y quiere sacar partido de nuestra vulnerabilidad. Los amores tormentosos son
los que nuestra cultura admira y envidia por su intensidad, aunque esa
intensidad se empareje con sufrimiento. La intensidad es el polo opuesto a la
profundidad amorosa.
La intensidad cuanto
más caracteriza al lazo amoroso hace caer a los participantes del mismo bajo el
engaño seductor de conseguir a través de su alianza un sentimiento de plenitud,
sentimiento que es consecuencia de un
imaginario que supone un total recubrimiento de deseos conjuntos que permiten
la indiferenciación de ambos participantes, quienes se con-funden en una Imago conjunta, que
les imposibilita la distancia que les recuerda sus inevitables diferencias. Lo que explica el carácter
alienante de la pasión amorosa es el hecho de que está sostenida en un ideal
imposible ya que atenta a la eliminación de las diferencias de deseos,
intereses, expectativas que hacen que cada historia individual sea diferente a
otra. ¿Cómo hacer coincidir entonces una sintonía igualitaria que uniría a
ambos al mismo destino? El choque con la realidad es inevitable y cuando empiezan a surgir las
diferencias, va asomando una diferenciación entre uno y otro, quienes sienten
que el nosotros empieza a ser cada vez más un tú y un yo que no puede
eliminarse. Sin embargo, cuanto
más víctimas sean los participantes del ideal de la fusión amorosa que
caracteriza a la pasión, menos preparados estarán para afrontar lo imposible de
su mantenimiento. Entonces es cuando en lugar de producirse una reflexión que
imprime a la subjetividad el sello de la separación inevitable entre uno y
otro, producto de la diferenciación, se producen los resentimientos, los
reproches, donde cada uno de los involucrados culpa al otro de su sufrimiento.
Cuando no existe la aceptación de lo imposible de la fusión amorosa, se rompe
el vínculo en busca de otro que haga sentir la misma ilusión de completud y
exaltación yoica. Cualquiera que esté atrapado sentimentalmente en los ideales
del amor pasional, está enamorado del amor ideal más que de quien lo acompaña.
Un amor advertido, que podría protegerlo, cuidarlo, estabilizarlo, lo sentiría como un triste
sucedáneo del auténtico, como si se le ofreciera a un drogadicto algo demasiado
descafeinado frente al goce nirvánico en el que está atrapado. La manera de
rescatarlo es ayudarle a dejar caer esos ideales. Pero ¿cómo se logra? A veces
es imposible sin ayuda terapéutica que lo ayude emocionalmente a aceptar recortes a las pretensiones demasiado
absolutas de sus expectativas. Por eso, la profundidad de una relación amorosa es de carácter
inversamente proporcional a la intensidad, porque es de suponer que
cuando un amor se profundiza reconoce las diferencias entre uno y otro, las
respeta y puede mantener la distancia adecuada para no invadir con las propias
expectativas al otro y soportar la frustración consiguiente, relegando la
fantasía del amor ideal al terreno de los anhelos imposibles de realización. Es
como renunciar al todo para disfrutar de una parte, que sí es posible de
realizar en el amor, una parte que no deja de ser muy importante para la vida
de una persona.
La madurez emocional consiste en comprender que el amor no se sostiene
solo, no es autosuficiente para mantener viva una relación. La calidad de
nuestra vida no se sustenta sólo del apoyo que encontramos en el amor, sino de
la tranquilidad que nos da tener un trabajo estable y una buena salud, tres
pilares que sostienen nuestra realidad. Cuando falla alguno de ellos, podemos
caer en la tentación de negar nuestras dificultades y ser más vulnerables a
alienarnos en el amor pasional por la exaltación de potencia que nos procura cuando creemos en él y porque entretanto,
olvidamos lo que nos perturba. Por ejemplo, cuando el trabajo escasea, o
la salud es mala, o la soledad insoportable, la angustia aumentada por la
precariedad, genera un caldo de cultivo que nos puede hundir en la depresión o
caer en la tentación de aferrarnos a un clavo ardiendo como sería un amor
pasional. Pero un amor nacido en esas condiciones, se sustenta con alfileres,
porque le pedimos lo que no nos puede dar, que cambie nuestra insatisfacción y
nos procure una felicidad, que no puede sostenerse. Eso nos hace más frágiles
emocionalmente dejándonos con menos
recursos para afrontar nuestras dificultades. Sin embargo, aún teniendo
trabajo, buena salud y un buen amor, también se puede ser vulnerable a la llamada del amor pasional
para suplir la insoportable incompletad del ser que nuestras carencias nos
revelan, si no aceptamos de buen grado que nadie podrá evitarlas.
Las relaciones pasionales
siempre incluyen una dosis más o menos importante de maltrato, y esto tiene
cierta lógica interna propia del amor pasional, porque de él se espera la
satisfacción total de todas nuestras necesidades, tarea imposible de cumplir,
lo que da lugar a una frustración que aumenta la agresividad porque no cumple
el ideal. Una de las tareas importantes en psicoterapia es ayudar a
una persona a soportar esa caída de ideales pasionales, porque de lo contrario,
estará expuesta a esperar siempre que otro amor que cree será mejor, le
compense de lo que no le compensa el que tiene, lo que la colocaría en una
búsqueda sin final. No es lo mismo que hacer un cambio a una pareja más
satisfactoria, mientras ese cambio responda a expectativas que no sean
imposibles de realizar.
Al amor advertido, verdaderamente
sabio, se llega después de haber atravesado las formas alienantes del amor
romántico y pasional. No se puede optar por un amor sabio antes de un
atravesamiento por los otros amores. A veces hay quien confunde
la fobia al compromiso con amor sabio. El
amor sabio no implica desapego sino aceptación emocional del no-todo en el
amor, lo que permite estar en mejores condiciones de aceptar una relación que
nos procura una ilusión sostenible, serenidad, descanso, respeto por las
diferencias y tolerancia de las frustraciones inevitables que nos encontraremos
siempre en el amor, porque el peso de nuestras historias, la marca que dejan en
nosotros, siempre será individual, los tiempos de implicación nunca coincidirán
con el otro que nos acompaña. Uno de los motivos que genera mucho sufrimiento y
decepciones amorosas es que los signos del amor tendemos a leerlos en los demás
comparándolos con los nuestros. Y eso nos incapacita para saber leer las
actitudes amorosas de otros que se rigen por otros códigos. No es nada
infrecuente que las quejas amorosas de los amantes decepcionados de una pareja
rota, expresen cada uno de ellos cuánto han querido a su pareja y se queden con
la convicción de haber sido mal pagados. Si hubieran sido capaces de entender
que lo que consideran como amor es diferente en cada persona, tal vez habría
menos desilusiones que desembocaran en parejas rotas. Aunque esta condición si
bien es necesaria, no es suficiente. Hace falta también elaborar el narcisismo
de cada uno, saber salir del registro de la ofensa, de no responder con una
bofetada moral a un dolor que se nos ha infligido, a evitar las respuestas de
espejo, como por ejemplo, me has hecho esto y yo también te lo hago de la misma
manera, porque eso sólo lleva a aumentar la incomprensión y el abismo que
separa a ambos. El amor
propio no debe ser confundido con el respeto hacia uno mismo. El amor propio
nos hace trampas cuando respondemos intentando restablecer una igualdad de
trato que a veces nos aleja de lo que verdaderamente queremos. Por
ejemplo, cuando una pareja se pelea, a veces se establece una verdadera
competencia a ver quién hiere más al otro, intentando erróneamente tratar de
restablecer un amor propio que el orgullo exige. Pero por esa vía, se puede
sufrir mucho porque el verdadero respeto hacia sí mismo pasa por reconocer la
necesidad que tenemos de los demás, mucho más si se trata de un vínculo íntimo.
En esa batalla entre el orgullo y la necesidad del
amor del otro, nuestra salud depende de que sepamos reconocer que si nos colocamos
del lado del orgullo narcisista, perdemos.
En cambio el buen amor por
sí mismo nos hace dignos, nos protege a la hora de poner límites a quien nos
hace daño y nos da la fuerza necesaria para romper la relación y volver a
intentar otra con alguien que lo merezca, nos procura la distancia necesaria
para poder sostenernos a nosotros mismos cuando estamos solos, a disfrutar de
otras formas de amor que nos procuran nuestras amistades, a dejar un lugar para
cada necesidad, no solamente la de pareja. La posibilidad de disfrutar del amor
advertido de las trampas del amor romántico, empieza por el verdadero amor por
nosotros mismos. Sin ese amor por nosotros que nos hace cuidarnos, no podemos
ni respetar ni amar a otros, porque los agobiaríamos con el peso de nuestras
expectativas. ¿Cómo podemos esperar que otro nos salve si no sabemos
sostenernos nosotros mismos? Aceptar
una necesidad de amor sabio, nos defiende de la alienación pasional que nos
atrapa en un ni
contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Las decepciones amorosas pueden llevar al
descrédito del amor sumiéndonos en la
amargura o la desesperanza si persistimos en la esperanza de lograr lo
imposible. En cambio, al renunciar a lo imposible, nuestra fuerza interior es
mayor y podemos aceptar parcialidades que multiplican nuestras fuentes de
placer porque podemos disfrutar no sólo de una pareja sino del amor de las
amistades, del buen trato social, de nuestros compañeros de trabajo, de la
cordialidad, distintas formas de amor que hacen que nuestro paso por la vida tenga
un andar más cálido y confortable.
Ampliación de un artículo
más resumido publicado en la Revista Mente
Sana nº 74.
c.truzzoli@gmail.com
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