sábado, 23 de marzo de 2013


AMORES SABIOS

DESMONTANDO EL MITO DEL AMOR PASIONAL

A propósito de este tema me viene a la memoria el título de un libro de Cristina Peri Rossi que se llama El amor es una droga dura. Una forma de amor pasional que, de manera ingenua, se ha arrogado la representación de lo que se cree el amor verdadero. Todos los mensajes que recibimos no cesan de proclamar esta idea. Las letras de las canciones melosas, las preguntas a personajes famosos acerca de sus amoríos, de sus bodas, de sus expectativas, los motivos de su desilusión, de sus rupturas, todas insisten en sostener el ideal de las coincidencias totales que se supone que tendría que tener una pareja para decir que  se aman de verdad. En qué medida se es capaz de renunciar a los propios intereses por amor, es el rasero con que se mide su veracidad y su consistencia en las novelas románticas, la prensa rosa, las creencias populares y todo el universo semántico que nos rodea.

Sin embargo, si sabemos de la caducidad de tan altas expectativas, ¿qué germen de consistencia tienen esos ideales para que se sigan sosteniendo a pesar de la desmentida de la realidad? El amor pasional es la muestra más representativa del carácter alienante que tiene la pasión, porque cuando nos atrapa, nuestra voluntad se anula, nuestra razón no nos sirve. Podemos vivir un estado de máxima exaltación, de plenitud ideal mientras seamos correspondidas y nuestra relación viva en el limbo de las promesas cumplidas, pero tiene un enorme riesgo, porque por esa vía alienante de la pasión, donde somos capaces de cualquier renunciamiento, de cualquier sacrificio por el otro,  se abre la puerta a la posibilidad del maltrato, del abuso, si el otro no nos corresponde y quiere sacar partido de nuestra vulnerabilidad. Los amores tormentosos son los que nuestra cultura admira y envidia por su intensidad, aunque esa intensidad se empareje con sufrimiento. La intensidad es el polo opuesto a la profundidad amorosa.

La intensidad cuanto más caracteriza al lazo amoroso hace caer a los participantes del mismo bajo el engaño seductor de conseguir a través de su alianza un sentimiento de plenitud, sentimiento que es consecuencia de  un imaginario que supone un total recubrimiento de deseos conjuntos que permiten la indiferenciación de ambos participantes, quienes se con-funden en una Imago conjunta, que les imposibilita la distancia que les recuerda sus inevitables  diferencias. Lo que explica el carácter alienante de la pasión amorosa es el hecho de que está sostenida en un ideal imposible ya que atenta a la eliminación de las diferencias de deseos, intereses, expectativas que hacen que cada historia individual sea diferente a otra. ¿Cómo hacer coincidir entonces una sintonía igualitaria que uniría a ambos al mismo destino? El choque con la realidad es inevitable y cuando empiezan a surgir las diferencias, va asomando una diferenciación entre uno y otro, quienes sienten que el nosotros empieza a ser cada vez más un tú y un yo que no puede eliminarse.  Sin embargo, cuanto más víctimas sean los participantes del ideal de la fusión amorosa que caracteriza a la pasión, menos preparados estarán para afrontar lo imposible de su mantenimiento. Entonces es cuando en lugar de producirse una reflexión que imprime a la subjetividad el sello de la separación inevitable entre uno y otro, producto de la diferenciación, se producen los resentimientos, los reproches, donde cada uno de los involucrados culpa al otro de su sufrimiento. Cuando no existe la aceptación de lo imposible de la fusión amorosa, se rompe el vínculo en busca de otro que haga sentir la misma ilusión de completud y exaltación yoica. Cualquiera que esté atrapado sentimentalmente en los ideales del amor pasional, está enamorado del amor ideal más que de quien lo acompaña. Un amor advertido, que podría protegerlo, cuidarlo,  estabilizarlo, lo sentiría como un triste sucedáneo del auténtico, como si se le ofreciera a un drogadicto algo demasiado descafeinado frente al goce nirvánico en el que está atrapado. La manera de rescatarlo es ayudarle a dejar caer esos ideales. Pero ¿cómo se logra? A veces es imposible sin ayuda terapéutica que lo ayude emocionalmente a aceptar recortes a las pretensiones demasiado absolutas de sus expectativas. Por eso, la profundidad de una relación amorosa es de carácter inversamente proporcional a la intensidad, porque es de suponer que cuando un amor se profundiza reconoce las diferencias entre uno y otro, las respeta y puede mantener la distancia adecuada para no invadir con las propias expectativas al otro y soportar la frustración consiguiente, relegando la fantasía del amor ideal al terreno de los anhelos imposibles de realización. Es como renunciar al todo para disfrutar de una parte, que sí es posible de realizar en el amor, una parte que no deja de ser muy importante para la vida de una persona.    

La madurez emocional consiste en comprender que el amor no se sostiene solo, no es autosuficiente para mantener viva una relación. La calidad de nuestra vida no se sustenta sólo del apoyo que encontramos en el amor, sino de la tranquilidad que nos da tener un trabajo estable y una buena salud, tres pilares que sostienen nuestra realidad. Cuando falla alguno de ellos, podemos caer en la tentación de negar nuestras dificultades y ser más vulnerables a alienarnos en el amor pasional por la exaltación de potencia que nos procura cuando creemos en él y porque entretanto, olvidamos lo que nos perturba. Por ejemplo, cuando el trabajo escasea, o la salud es mala, o la soledad insoportable, la angustia aumentada por la precariedad, genera un caldo de cultivo que nos puede hundir en la depresión o caer en la tentación de aferrarnos a un clavo ardiendo como sería un amor pasional. Pero un amor nacido en esas condiciones, se sustenta con alfileres, porque le pedimos lo que no nos puede dar, que cambie nuestra insatisfacción y nos procure una felicidad, que no puede sostenerse. Eso nos hace más frágiles emocionalmente  dejándonos con menos recursos para afrontar nuestras dificultades. Sin embargo, aún teniendo trabajo, buena salud y un buen amor, también se puede ser  vulnerable a la llamada del amor pasional para suplir la insoportable incompletad del ser que nuestras carencias nos revelan, si no aceptamos de buen grado que nadie podrá evitarlas.  

Las relaciones pasionales siempre incluyen una dosis más o menos importante de maltrato, y esto tiene cierta lógica interna propia del amor pasional, porque de él se espera la satisfacción total de todas nuestras necesidades, tarea imposible de cumplir, lo que da lugar a una frustración que aumenta la agresividad porque no cumple el ideal.  Una de las tareas importantes en psicoterapia es ayudar a una persona a soportar esa caída de ideales pasionales, porque de lo contrario, estará expuesta a esperar siempre que otro amor que cree será mejor, le compense de lo que no le compensa el que tiene, lo que la colocaría en una búsqueda sin final. No es lo mismo que hacer un cambio a una pareja más satisfactoria, mientras ese cambio responda a expectativas que no sean imposibles de realizar.

Al amor advertido, verdaderamente sabio, se llega después de haber atravesado las formas alienantes del amor romántico y pasional. No se puede optar por un amor sabio antes de un atravesamiento por los otros amores. A veces hay quien confunde la fobia al compromiso con amor sabio. El amor sabio no implica desapego sino aceptación emocional del no-todo en el amor, lo que permite estar en mejores condiciones de aceptar una relación que nos procura una ilusión sostenible, serenidad, descanso, respeto por las diferencias y tolerancia de las frustraciones inevitables que nos encontraremos siempre en el amor, porque el peso de nuestras historias, la marca que dejan en nosotros, siempre será individual, los tiempos de implicación nunca coincidirán con el otro que nos acompaña. Uno de los motivos que genera mucho sufrimiento y decepciones amorosas es que los signos del amor tendemos a leerlos en los demás comparándolos con los nuestros. Y eso nos incapacita para saber leer las actitudes amorosas de otros que se rigen por otros códigos. No es nada infrecuente que las quejas amorosas de los amantes decepcionados de una pareja rota, expresen cada uno de ellos cuánto han querido a su pareja y se queden con la convicción de haber sido mal pagados. Si hubieran sido capaces de entender que lo que consideran como amor es diferente en cada persona, tal vez habría menos desilusiones que desembocaran en parejas rotas. Aunque esta condición si bien es necesaria, no es suficiente. Hace falta también elaborar el narcisismo de cada uno, saber salir del registro de la ofensa, de no responder con una bofetada moral a un dolor que se nos ha infligido, a evitar las respuestas de espejo, como por ejemplo, me has hecho esto y yo también te lo hago de la misma manera, porque eso sólo lleva a aumentar la incomprensión y el abismo que separa a ambos. El amor propio no debe ser confundido con el respeto hacia uno mismo. El amor propio nos hace trampas cuando respondemos intentando restablecer una igualdad de trato que a veces nos aleja de lo que verdaderamente queremos. Por ejemplo, cuando una pareja se pelea, a veces se establece una verdadera competencia a ver quién hiere más al otro, intentando erróneamente tratar de restablecer un amor propio que el orgullo exige. Pero por esa vía, se puede sufrir mucho porque el verdadero respeto hacia sí mismo pasa por reconocer la necesidad que tenemos de los demás, mucho más si se trata de un vínculo íntimo. En esa batalla entre el orgullo y la necesidad del amor del otro, nuestra salud depende de que sepamos reconocer que si nos colocamos del lado del orgullo narcisista, perdemos.

En cambio el buen amor por sí mismo nos hace dignos, nos protege a la hora de poner límites a quien nos hace daño y nos da la fuerza necesaria para romper la relación y volver a intentar otra con alguien que lo merezca, nos procura la distancia necesaria para poder sostenernos a nosotros mismos cuando estamos solos, a disfrutar de otras formas de amor que nos procuran nuestras amistades, a dejar un lugar para cada necesidad, no solamente la de pareja. La posibilidad de disfrutar del amor advertido de las trampas del amor romántico, empieza por el verdadero amor por nosotros mismos. Sin ese amor por nosotros que nos hace cuidarnos, no podemos ni respetar ni amar a otros, porque los agobiaríamos con el peso de nuestras expectativas. ¿Cómo podemos esperar que otro nos salve si no sabemos sostenernos nosotros mismos? Aceptar una necesidad de amor sabio, nos defiende de la alienación pasional que nos atrapa en un ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Las decepciones amorosas pueden llevar al descrédito del amor  sumiéndonos en la amargura o la desesperanza si persistimos en la esperanza de lograr lo imposible. En cambio, al renunciar a lo imposible, nuestra fuerza interior es mayor y podemos aceptar parcialidades que multiplican nuestras fuentes de placer porque podemos disfrutar no sólo de una pareja sino del amor de las amistades, del buen trato social, de nuestros compañeros de trabajo, de la cordialidad, distintas formas de amor que hacen que nuestro paso por la vida tenga un andar más cálido y confortable. 

Ampliación de un artículo más resumido publicado en la Revista Mente Sana nº 74.

CLAUDIA TRUZZOLI 
c.truzzoli@gmail.com                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario