domingo, 3 de marzo de 2013

LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER O LA ALTERIDAD SUPRIMIDA



LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER O LA ALTERIDAD SUPRIMIDA.

Acercándonos al 8 de marzo, conmemoración de un hecho trágico como fue la muerte de muchas trabajadoras quemadas vivas dentro de una fábrica por su osadía de pedir mejoras de condiciones laborales  en una época ya distante a la nuestra, no está de más recordar que en nuestros días el fenómeno de la violencia contra las mujeres, es un hecho que parece vencer todas las leyes de prevención elaboradas a tal efecto. Cuando pensamos en el ensañamiento tal como se está revelando actualmente, no podemos menos que sentir cierta impotencia, además de cólera. Impotencia porque las medidas legales que se toman para alejar al agresor de su objeto a agredir –casi siempre una mujer-, no resultan suficientes, en muchos casos ni siquiera se respetan. Cuando una mujer denuncia a su marido y éste recibe la comunicación de esa denuncia, la paliza está servida, por lo cual sería interesante que antes de denunciarlo se tomaran medidas previas como fotocopias de todos los documentos de familia, hipotecas, recibos, cuentas bancarias, salir del domicilio conjunto y pedir ayuda a la familia de origen, si es que puede darla, o a redes de apoyo, sean amistades o entrar en una casa de acogida con sus hijos y no volver a la propia casa después de haber tramitado la denuncia. También es necesario señalar que las casa de acogida tienen un tiempo limitado para albergar a las mujeres que entran en ellas. ¿Y luego? Interesante pensar, como ejemplo flagrante de la poca implicación de las instituciones para con estos temas, que la que es agredida es la que tiene que irse, no el que arremete. Yo titulé esta ponencia: “Violencia o alteridad suprimida”. Dicho así, porque defino la violencia como una alteridad suprimida. Si nos ponemos a pensar en los fenómenos sociales violentos, xenofobia, violencia contra la mujer, homofobia, transfobia, observamos que lo que es diferente a sí mismo es lo que provoca un malestar que se vuelve violencia desatada en determinadas condiciones estructurales.

Para centrarnos en el tema de la violencia contra la mujer, es necesario poner énfasis en las condiciones estructurales que tienen que estar presentes para que se produzca. Aunque algunas mujeres no les resulte útil ocuparse del agresor, sí me parece necesario exponer una observación empírica que tiene que ver con una constancia estructural que sostiene el acto agresor: se produce un severo descontrol en el hombre cuando se separa que puede llegar hasta el asesinato. De hecho, casi todas las muertes de mujeres se han producido después de la separación o bien, después del anuncio de separación y frente a la impotencia del agresor para hacer desistir de su propósito a su mujer. ¿Qué les pasa a los hombres que se vuelven violentos cuando se quedan solos? Queda al desnudo su incapacidad para estar solos, su dependencia a la mujer que los acompañaba cotidianamente. Esto no significa necesariamente dolor por la pérdida de un objeto amoroso, sino rencor y rabia por ser abandonado a una impotencia de sostenerse que hace que la ira sea la única salida del odio hacia un objeto que resulta necesario no por ser amado sino por ser necesitado de la manera más egoísta, quiero decir, para sostenerse a sí mismo. Los agresores no son todos iguales aunque ciertas condiciones no elaboradas de su estructura los vuelvan potencialmente peligrosos. Los psicóticos pueden pasar desapercibidos cuando tienen una suplencia que les ata y les sostiene  la estructura psíquica para que no se descontrolen. Esa suplencia puede ser una producción artística, un amor estable. De hecho, es cuando falla un amor estable que los sostenía cuando se produce un pasaje al acto homicida, sorprendiendo a quienes los conocían, que hablan del homicida como un ser muy sociable, educado, buena persona, que quién se lo iba a imaginar. No son todos los que están ni están todos los que son, se decía en Argentina refiriéndose a los locos que están y no están en el manicomio. El agresor perverso en cambio, no prefiere matar, prefiere que su mujer se mate a sí misma, si no le queda más remedio para separarse de ella.  Se presenta como alguien inocente, ingenuo, con cara de no haber roto un plato, es muy hábil en la manipulación de las circunstancias que quiere provocar para conseguir los fines que persigue sin quedar en evidencia. Su técnica principal consiste en desestabilizar psicológicamente a su mujer, haciéndola dudar de su cordura, de su equilibrio, de su inteligencia, y para ello emplea técnicas tipo luz de gas, o sea, negar evidencias, desmentir lo dicho con una seguridad tan absoluta que logra que los demás duden de lo que han percibido. Ej.: una paciente me contaba que había visto fotos de su pareja seduciendo inequívocamente a otra mujer, a juzgar por la imagen de la foto, hecho que venía a sumarse a otros que ella había presenciado directamente. Este hecho sin embargo, le fue desmentido por su compañero, que le decía que ella era de una imaginación muy obsesiva en cuestiones de sexo y que siempre veía lo que no era, todo esto dicho con un énfasis tan seguro de sí mismo, sin ninguna dubitación, que ella sintió que a pesar de que algo sordo le decía que no debía fiarse, conscientemente sintió tanto dolor por su insinceridad y su manipulación que a los pocos días, ya se mostraba ella misma confusa, sin saber qué creer y dudando de sus mismas percepciones.

Es importante desenmascarar la estructura psicológica del perverso para poder entender ciertos fenómenos que de lo contrario serían incomprensibles, como por ejemplo, cómo puede existir una tremenda ingenuidad al lado de una poderosísima mala fe. Porque el perverso sabe perfectamente qué es lo que tiene que callar para quedar bien delante de la gente cuando explica los hechos que le aquejan y presentarse como víctima de una mujer histérica o desequilibrada. Su ingenuidad consiste en tomar a su mujer como un objeto obligado a servirle a él, como si fuera una madre de la que no se ha separado su hijo pequeño. Esta ceguera, que por cierto es reforzada socialmente por las presunciones de jerarquía masculina, tiene que ver con una falta de desarrollo de la subjetividad que no permite operar una separación del objeto que permita diferenciarlo de sí mismo y de sus propias necesidades. La madre es percibida por el niño pequeño de esa manera. Si ella no satisface las necesidades se considera mala y se la odia, pero no se percibe como necesitada de algo, dado el poder que se le confiere. Poder que en el hombre adulto -de la tipología que estamos hablando– es atacado con violencia sutil, intentado negarlo frente a la propia mujer a la que se ataca. Cuanto más contemplaciones se tienen con el perverso, éste atacará con más virulencia y con más odio. Porque toda generosidad le aumentará su envidia destructora. Cuanto más se le dé, más  sentirá la diferencia con su incapacidad de dar. El perverso no ama, sólo puede odiar y trata de que no se note. Actúa como un hipnotizador que deja a su merced a la persona hipnotizada haciéndole creer que es culpa suya todos los males que aquejan a la relación y no ceja en sus intentos hasta que logra destruirla.

CLAUDIA TRUZZOLI


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