jueves, 28 de marzo de 2013

DESPEJANDO PREJUICIOS ENTORNO A LAS IDENTIDADES



DESPEJANDO PREJUICIOS ENTORNO A LAS IDENTIDADES

Las presiones identitarias que empujan a un binarismo genérico rígido por la polarización extrema y exclusiva de actitudes y comportamientos asignados a uno y otro género hacen que se produzcan muchas confusiones y atribuciones falsas de identidad. En el caso de la niña, una energía muy activa hace que su entorno inmediato le atribuya automáticamente un desarreglo genérico que se le traslada sin más a una identidad sexual: la atribución de ser lesbiana, sin dar tiempo a que la propia interesada decida en función de la espontaneidad de sus deseos si lo es o no. La película Quiero ser como Beckam nos muestra las presiones que soportaba su protagonista para que dejara de jugar al fútbol, hecho que hacía que todos supusieran que ella era lesbiana. Y no lo era. Cuando una niña es muy activa los padres se inquietan porque no parece responder a lo que se espera de su género. De ahí a levantar sospechas acerca de su posible desviación de la heterosexualidad hay un paso. Y eso se trasmite. Y contrariamente a veces se da la gran paradoja, que consiste en que queriendo evitar la homosexualidad de una hija a toda costa, la familia imponga restricciones y controles tan exagerados, que el mismo agobio de la presión a la feminidad, pueda provocar una rebeldía y hacer de la homosexualidad una opción más interesante por percibirla como un espacio de libertad más desmarcado de los roles clásicos impuestos por los géneros tradicionales. También existe el prejuicio de que si una mujer se muestra muy interesada en el sexo, se le atribuye un rasgo de masculinidad, por confundir su apertura desinhibida con la urgencia compulsiva de la sexualidad masculina que tiende a la descarga.       

La homofobia es el resultado de esa creciente socialización que insiste en la división rígida de los géneros con objeto de  controlarlos  mejor  socialmente.  Sin embargo, esa rígida división entre géneros que además supone una rígida concepción de la orientación sexual exclusiva, no se casa bien con las experiencias vividas por las mujeres que optan por una existencia lesbiana. Muchas de ellas dicen que como lesbianas son más felices que en sus relaciones anteriores con hombres porque encuentran en las relaciones entre mujeres cualidades que no encuentran con ellos, no sólo por la posibilidad de explorar un potencial erótico, que es mucho más amplio en las mujeres que en los hombres, sino también porque se liberan de la mascarada opresiva que adoptan muchas veces para no provocar la rivalidad del compañero y por el temor de dejar de ser deseadas.

Hablando del potencial erótico femenino, recuerdo la película Felpudo maldito, en la que la actriz Josianne Balasko, que interpretaba el papel de una butch (camionera), intenta seducir a Victoria Abril diciéndole “entre nosotras no hay eyaculación precoz”. Otras lesbianas sienten que su atracción por las mujeres es exclusivamente sexual y que siempre ha sido así, reservándose en la fantasía la creencia de su heterosexualidad porque aman a los hombres aunque no se acuesten con ellos. Afirmación que por cierto nos recuerda que amor y sexo pertenecen a registros diferentes, que el amor tiene que ver con los ideales, y no necesariamente se articula con la sexualidad. O sea, se puede amar a alguien del mismo sexo, pero eso no supone siempre un deseo sexual, como suele asociarse desde el desconocimiento y el prejuicio. Hay mujeres que se pueden relacionar sexual y afectivamente con hombres y con mujeres, aunque no es frecuente que lo hagan simultáneamente. Otras reconocen que antes de optar por una existencia lesbiana han tenido una existencia heterosexual y que sus experiencias eróticas con los hombres han sido satisfactorias pero que después de tener una experiencia con una mujer descubrieron otro placer más intenso, como si compararan un café normal con una droga dura. Otras piensan que después de relacionarse con mujeres no volverán a relacionarse con hombres y de hecho, las hay que tienen muchos años de convivencia con su pareja femenina con hijos de un matrimonio anterior o adoptados por ambas o porque una o las dos se decide/n por la inseminación artificial. Otras pueden volver a la heterosexualidad después de algunas experiencias lesbianas.
    
Esta amplia diversidad de la experiencia erótica de las mujeres lesbianas no queda bien reflejada en el uso del término lesbiana, por ser un término homogeneizador que no refleja en absoluto esa diversidad. Como dice Judith Butler en el texto citado más arriba, “si yo proclamo ser una lesbiana, yo me hago visible sólo para producir un closet nuevo y diferente.[…]En efecto, el lugar de la opacidad es simplemente desplazado: antes no sabías si yo “era”, pero ahora no sabes lo que eso significa […]. (El subrayado es mío).
Esta diversidad lesbiana casi nunca aparece en los escritos sobre lesbianas hechos por hombres que parecen preferir una descripción del lesbianismo más cercana a la perversión. Es notorio, como muchos hombres cuando escriben sobre mujeres proyectan su propia experiencia subjetiva creyendo que corresponde a las mujeres. En el caso del supuesto placer masoquista que se supone en todos los casos de mujeres maltratadas tenemos otro ejemplo de semejante proyección masculina. Es patético que una novela como El pozo de la soledad de Radclyffe Hall, la primera novela sobre lesbianismo, haya convertido a su personaje que además tenía nombre masculino, Stephen Gordon, en un arquetipo de la lesbiana. La idea de una lesbiana femenina era impensable primero porque se suponía que la homosexualidad femenina era producto de una inversión sexual –según la terminología médica de la época de Krafft-Ebing y Havelock Ellis-  debida a una cuestión congénita. Las compañeras de estas “invertidas” eran consideradas víctimas inocentes que habían sido seducidas por la perfidia de estas mujeres “perversas”.  Recuerden la película Las Bostonianas, como ejemplo, donde a una pareja constituida según ese prototipo ideológico, sólo le queda el recurso salvador de un hombre que la rescate de ese vínculo, que es el final que nos propone esa película, el mismo desenlace que nos propone  la novela de Radclyffe Hall, donde la femme termina abandonándola por un hombre. Irónicamente, la compañera real de Radclyffe Hall, Uma Troubridge, no volvió a la heterosexualidad cuando Radclyffe Hall se enamoró de otra siendo bastante mayor. Frente a la lesbiana femme los hombres hetero suelen tener una reacción ambivalente cuando descubren su lesbianismo, desconcierto o rabia por sentirse engañados, inquietos por preguntarse porqué les atrajo una lesbiana, o también esperanza de “reconvertirla” por el semblante de feminidad que muestra. Mientras que con la lesbiana butch su reacción es más sencilla. La pluma que se le nota los acerca más a una complicidad genérica porque la sienten más “hombre”, mientras eso no interfiera en una rivalidad por otra mujer.
  
El feminismo radical cambió la concepción del lesbianismo pensado como virilidad femenina para concebirlo como una identificación con las mujeres. El tropo de la inversión, alma de mujer atrapada en un cuerpo de hombre y al revés, es un argumento en el que apoyan los/as transgénero y los/as transexuales, fundamentalmente y también por los homosexuales que ofrecen tropos de género contrapuestos, por ejemplo, los chicos llamados afeminados o las chicas llamadas marimachos o camioneras. Christopher Craft en Kiss Me with Those Red Lips (citado por Eve Kosofsky Sedgwick en Epistemología del Closet (en Grafías de Eros, Historia, género e identidades sexuales, Edelp, 2000), dice

Uno de los impulsos fundamentales de este tropos es la preservación de una heterosexualidad en el deseo mismo, a través de una interpretación singular del deseo de las personas. El deseo en esta perspectiva, subsiste por definición en la corriente que corre entre un ser macho y un ser hembra, cualquiera sea el sexo de los cuerpos en que esos seres podrían manifestarse.

Es interesante comprobar que tanto el argumento de la prisión corporal en la que están atrapados los/as transgénero y los/as transexuales, como la invocación de un ser macho y un ser hembra que podría manifestarse en cualquier cuerpo independientemente de su sexo anatómico, comparten en común cierta idea de intercambio genérico opuesto, o sea, hetero, en la consideración de sus relaciones. El transgénero (de hombre a mujer) cuando se empareja o busca flirts ocasionales con hombres, jamás admitiría que pudiera ser gay. Sin embargo, en un programa emitido en TV2, Cuerpos desobedientes, Olga Cambasani, una transexual, afirmaba que según estadísticas que se habían realizado en la Fundación para la Identidad de Género, en la que trabaja, constataban que alrededor del 30% de las transexuales son lesbianas. Interesante observación porque implica que la identidad de género femenina no se corresponde necesariamente con una identidad heterosexual. Ella misma es un ejemplo de ello. Hacer semejante transformación de su cuerpo en lo real para adaptarlo a su imaginario de género, no varía su inclinación sexual por las mujeres. Aunque mi por lo que mi propia experiencia me enseñó con el tratamiento del colectivo transexual es que esas relaciones en las que se autorizan a llamar lesbianas, las prefieren en realidad fundamentalmente con el colectivo trans. O sea, con otros sujetos que también han hecho la transición de Hombre a Mujer, o bien, con quienes han hecho la transición de Mujer a Hombre. La impresión subjetiva que trasmiten es que es otra dimensión de la sensibilidad. No dicen lo mismo si se emparejan con mujeres biológicas, tal vez porque se sienten menos comprendidos/as. Estas experiencias nos hacen recordar algo que normalmente olvidamos cuando hablamos de identidades sexuales, un presunto saber que como psicoanalistas nos cuestiona y nos recuerda que en cuestiones de sexo somos todos un poco sextranjeros.

CLAUDIA TRUZZOLI
Parte de una ponencia expuesta en las Jornadas de Treinta años de feminismo en Cataluña. Año 2006.            

PELÍCULAS CRÍTICAS CON LA PSIQUIATRÍA




PELÍCULAS CRÍTICAS CON LA PSIQUIATRÍA
En sus comienzos la psiquiatría en Estados Unidos fue utilizada por muchas instituciones como una manera de neutralizar a personas que consideraban inquietantes o peligrosas para el orden social imperante en la época. Además de los tranquilizantes, los psiquiatras descubrieron que el  electroshock era una poderosa arma para frenar la agresividad de los internados y cuando no lograban reducirla, la lobotomía hacía el resto para los más rebeldes. 
Francis, una película de hace años, interpretada por Jessica Lange y basada en una historia real, es un buen ejemplo de esta práctica. La protagonista del film fue criada en un ambiente familiar donde siempre se estimuló su independencia de pensamiento. Gracias a ello, en un medio absolutamente pacato y puritano, pudo exponer en una sala sus pensamientos críticos con respecto a la creencia acerca de Dios, poniendo en duda su sentido de la justicia, dado que ella veía las diferencias de clase social y económica que mostraban la riqueza de algunos y la miseria de otros. También su sentido del pecado, propio de una moral puritana, estaba cuestionado, puesto que ella era un espíritu libre que respondía sólo a sus sentimientos y sus ideas racionales. El exponerlas en público le valió ser acusada de degeneración a lo que sumó la sospecha de ser simpatizante de los comunistas porque interpretaba en el teatro una obra de Chéjov. En Hollywood la reclamaron para ser actriz, pero los papeles que le proponían no hacían honor a su talento ni a sus ambiciones de hacerse famosa por la calidad de obras escogidas y su habilidad interpretativa. Soportó muy mal ese ambiente del cine y renunció a su contrato. Esto la hizo merecedora de un  castigo vengativo del productor que esperaba hacerse rico con ella y empezó el acoso mediático para descalificarla. En consecuencia, la irritabilidad de Francis fue en aumento y por su imposibilidad de pactar con la hipocresía reinante, libró batallas que le supusieron un ingreso cada vez  mayor en la desesperación, porque nadie la escuchaba. Su soledad cada vez más honda y su falta de apoyo la hizo ser más rebelde aún. Su madre,    frustrada en sus pretensiones de ser actriz, exigía que su hija realizara esas ambiciones y no podía escuchar el sufrimiento que ello provocaba en Francis. Ésta, que tenía a su madre como el gran amor de su vida, no podía dejar de intentar satisfacer su demanda, pero finalmente pudo más su propio deseo que le reclamaba ser una actriz de talento en el teatro y no una Barbie que era lo que le proponían en Hollywood. Su madre, frente a la imposibilidad de dominar a su hija, logró internarla en un sanatorio mental y allí empezó su caída al infierno. De la violencia familiar pasó a la violencia institucional que no respeta la singularidad de la experiencia humana, reduciendo la etiología de su malestar sólo a cuestiones químicas y despreciando la razón que da sentido a sus emociones.
Que Francis era una mujer querulante nadie lo negaría viendo su incapacidad para pactar con el Otro social, pero la pregunta es si el Otro social merece ser tenido en cuenta si exige la aceptación de hipocresías que impiden a un sujeto decidir libremente cómo quiere vivir su vida trabajando en lo que vale y además le exige que deje de ser la persona que es. Francis soportó que la drogaran para tranquilizarla pero sin que nadie escuchara sus razones ni su legítima rabia, lo cual empeoró cada vez más la situación y frente a la impotencia médica de no poder someterla con la química, terminaron practicándole una lobotomía para desconectarla de sus emociones. El final de la película nos la muestra conformista, diciendo de sí misma que es una pecadora anónima, rechazando la compañía del único hombre que creyó en ella, fue su amante y la ayudó a escapar del psiquiátrico en su momento. O sea, totalmente anulada en su creatividad, su talento y su personalidad libre. Este caso quería presentarse por la psiquiatría de la época como el ejemplo más demostrativo del poder de la psiquiatría para volver a una persona asocial a la corriente de la normalidad. El mundo ganó una adaptada a la fuerza, pero perdió una mente brillante y un talento excepcional.

Alguien sobrevoló sobre el nido del cuco, magníficamente interpretada por Jack Nicholson, es otro ejemplo de la extrema violencia de una institución psiquiátrica, que por norma, no tolera excepciones y quiere gente sumisa, sin escuchar el padecimiento ni lo que expresan sus internos. El personaje es llevado a esa institución por conducta asocial, no está loco e intenta colaborar de buena fe para poder salir pronto. Poco a poco va dándose cuenta que el personal que atiende a los enfermos es cruel con ellos, especialmente una enfermera a la que se ve claramente que su oficio le permite satisfacer su crueldad disfrutando del sufrimiento que puede infligir a sus enfermos, no escuchándolos en sus peticiones razonables, obligándolos a hablar de sus sufrimientos cuando no quieren bajo el pretexto de una terapia de grupo que no respeta a nadie porque impone normas a las que tienen que adaptarse como una máquina. Eso aumenta la violencia en todos y el protagonista asocial es el único que siente compasión por ellos e intenta ayudarlos rescatándoles la posibilidad de vida que tenían, devolviéndoles ilusión y la agonizante dignidad que les quedaba. Eso no pudo ser soportado por la institución, que lo sometió a castigos que empezaron con un electroshock. Gracias a la crueldad de una enfermera, un interno se cortó las venas. Eso sacó de quicio al protagonista principal que intentó estrangularla por considerar que era la persona que más daño hacía a los internos. Eso le valió la lobotomía, que lo despojó de toda vitalidad y humanidad. Nadie culpó moralmente a la enfermera porque bajo el amparo de su profesionalidad se ocultaba bien su sadismo.   


El intercambio, una película interpretada por Angelina Jolie, donde una madre a la que le han secuestrado a su hijo, se enfrenta a todo el departamento de justicia de Los Ángeles porque éste intenta devolverle un hijo que no es suyo para demostrar su eficacia policial. El precio de ese enfrentamiento la lleva a un psiquiátrico donde están mezcladas mujeres perturbadas con otras que no lo están pero que fueron llevadas allí por orden policial, en este caso en particular, por cuestionar la eficacia de la policía al insistir con desesperación en que ese hijo no era suyo y rogar que siguieran buscándolo. El director del psiquiátrico convencido a priori de la locura de todas las mujeres que iban destinadas allí, le tiende trampas discursivas para corroborar que está loca. Trampas en las que ella cae por seguir el consejo que le da una de las internas: “tienes que hacer lo posible para parecer normal, cuanto más intentes permanecer cuerda, más loca te creerán, si no sonríes estás deprimida, si sonríes demasiado estás delirante o reprimiendo la histeria, si permaneces neutral, estás retraída emocionalmente, potencialmente catatónica.” O sea, no hay escapatoria, porque un diagnóstico previo que supone la locura, interpretará cualquier discurso como prueba que reafirma la convicción de enfermedad mental.



Camille, una película que nos muestra la vida tormentosa y apasionada de Camille Claudel, hermana del poeta Paul Claudel y amante de Auguste Rodin en una época en que la mostración en público de una relación de amantes, era muy censurada a las mujeres. Ella además de no hacer caso a las convenciones sociales, era una brillante escultora, que despertó la envidia de Rodin por la vitalidad que expresaba en sus obras cuando Rodin pasaba por una crisis de creatividad. Cuando Rodin la abandonó ella enloqueció y su madre, que nunca pudo soportar que Camille no fuera una mujer comme il faut como exigían los tiempos, decidió ingresarla en un manicomio, cosa que era posible porque hasta principios del siglo XX, las mujeres que eran molestas podían ser internadas en un manicomio simplemente con la firma y autorización  del marido o de un familiar sin más trámite. En este caso, su propio hermano autorizó su ingreso, hermano a quien ella apoyó cuando nadie creía en él para que siguiera su camino de escritor. Y nadie fue a visitarla en los más de treinta años que pasó recluida hasta su muerte. Lo que está en discusión es la atribución de enfermedad mental a cualquier sujeto que no se adapte al sistema de valores y convenciones que la sociedad en que vive exige. Camille enloqueció cuando Rodin la abandonó, pero si un profesional la hubiera ayudado escuchando sus emociones, brindando apoyo a su deseo creativo en vez de censurarlo, y dándole también una medicación adecuada que la ayudara a serenarse en ese tránsito a la salud, la habría podido rescatar en su dignidad humana. Internándola en un manicomio, sólo se aumentó su deterioro.    

La naranja mecánica, una película de Stanley Kubrick, nos muestra un ejemplo de terapia correctora. Un joven sádico, que salía en banda con sus amigos a hacer daño a quien pudiera, viola y mata a una escultora con una escultura suya, un gran falo con el que le aplasta el vientre. Termina en la cárcel pero le hacen una terapia correctora por reflejo condicionado. Terapia que consiste en hacerle ver imágenes que le despiertan deseo sexual y aplicándole al mismo tiempo corrientes eléctricas para producir un reflejo condicionado que funcionaría de tal modo que en lo sucesivo cada vez que sintiera deseo sexual se vería afectado de un asco o terror que lo dejaría inhabilitado para realizarlo. Pero el final de la película nos muestra el fracaso de tal intento correctivo con una fina ironía: un sueño del joven sádico que con toda la alegría está copulando con una mujer rodeado de otras muchas. Lo que nos lleva a pensar que su deseo no se ha modificado en absoluto.

¿Por qué recordar ahora estos ejemplos que pertenecen de algún modo a la prehistoria de la psiquiatría? Porque aunque las prácticas psiquiátricas ya no funcionan siempre de este modo tan brutal, no escapan de una violencia más sutil cuando no escuchan el discurso del sujeto que sufre, reduciendo lo que motiva su dolor a una cuestión meramente química. A la psiquiatría también recurren los políticos cuando están en debate cuestiones sociales tan importantes como fue en su momento la conveniencia o no de aprobar el matrimonio homosexual. Hubo expertos de todas las opiniones, unos declaraban que la homosexualidad era una enfermedad, otros que no. Pero los que piensan que pueden aplicar una terapia correctiva para curarla, sin preguntarse hasta qué punto el medio social homofóbico induce que la persona homosexual pueda sentirse a disgusto por serlo, ejercen una psiquiatría peligrosa, porque no cambian la orientación del deseo y descuidan con ello, que éste es imprescindible para una vida emocional sana. 

Cuando un experto en el tratamiento de perturbaciones mentales, se erige en figura de saber incuestionado y generalizado, convencido de la verdad de la teoría que sostiene, e intenta imponerla a cualquier persona sin escucharla, genera violencia. Los psiquiatras que no incorporan una teoría dinámica que tenga en cuenta las razones del corazón que la razón ignora,   actuarán sin saberlo, generando una violencia que es la respuesta emocional más sana que puede tener una persona cuando no es escuchada y se intenta convencerla de que es como no es. En este sentido, toda interpretación impuesta a un sujeto, en nombre de un saber teórico, que no escuche la particularidad de quien habla, genera violencia. Un buen hacer clínico supone poder poner en suspenso el saber teórico, desprenderse de  prejuicios y aprender de la clínica la singularidad de cada sujeto, adaptar la teoría al sujeto, no el sujeto a la teoría. El psicoanálisis, por el contrario, nos enseña que no debemos confundir el lugar de profesional supuesto al saber, con un creer que sabe a priori, con un saber válido para todos. Los buenos profesionales, sean psiquiatras o psicoanalistas o de la corriente psicológica a la que pertenezcan no deberían ofrecer interpretaciones nacidas de un saber a priori sin haber escuchado la particularidad del sujeto que habla de sus pesares y reservar la medicación para cuando sea estrictamente necesaria, no para malestares comunes, como el uso indiscriminado que se hace actualmente de los antidepresivos.
  

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Ex presidenta de la sección Dones del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la RedCaps de profesionales sanitarias.
Autora de El sexo bajo sospecha.

sábado, 23 de marzo de 2013


AMORES SABIOS

DESMONTANDO EL MITO DEL AMOR PASIONAL

A propósito de este tema me viene a la memoria el título de un libro de Cristina Peri Rossi que se llama El amor es una droga dura. Una forma de amor pasional que, de manera ingenua, se ha arrogado la representación de lo que se cree el amor verdadero. Todos los mensajes que recibimos no cesan de proclamar esta idea. Las letras de las canciones melosas, las preguntas a personajes famosos acerca de sus amoríos, de sus bodas, de sus expectativas, los motivos de su desilusión, de sus rupturas, todas insisten en sostener el ideal de las coincidencias totales que se supone que tendría que tener una pareja para decir que  se aman de verdad. En qué medida se es capaz de renunciar a los propios intereses por amor, es el rasero con que se mide su veracidad y su consistencia en las novelas románticas, la prensa rosa, las creencias populares y todo el universo semántico que nos rodea.

Sin embargo, si sabemos de la caducidad de tan altas expectativas, ¿qué germen de consistencia tienen esos ideales para que se sigan sosteniendo a pesar de la desmentida de la realidad? El amor pasional es la muestra más representativa del carácter alienante que tiene la pasión, porque cuando nos atrapa, nuestra voluntad se anula, nuestra razón no nos sirve. Podemos vivir un estado de máxima exaltación, de plenitud ideal mientras seamos correspondidas y nuestra relación viva en el limbo de las promesas cumplidas, pero tiene un enorme riesgo, porque por esa vía alienante de la pasión, donde somos capaces de cualquier renunciamiento, de cualquier sacrificio por el otro,  se abre la puerta a la posibilidad del maltrato, del abuso, si el otro no nos corresponde y quiere sacar partido de nuestra vulnerabilidad. Los amores tormentosos son los que nuestra cultura admira y envidia por su intensidad, aunque esa intensidad se empareje con sufrimiento. La intensidad es el polo opuesto a la profundidad amorosa.

La intensidad cuanto más caracteriza al lazo amoroso hace caer a los participantes del mismo bajo el engaño seductor de conseguir a través de su alianza un sentimiento de plenitud, sentimiento que es consecuencia de  un imaginario que supone un total recubrimiento de deseos conjuntos que permiten la indiferenciación de ambos participantes, quienes se con-funden en una Imago conjunta, que les imposibilita la distancia que les recuerda sus inevitables  diferencias. Lo que explica el carácter alienante de la pasión amorosa es el hecho de que está sostenida en un ideal imposible ya que atenta a la eliminación de las diferencias de deseos, intereses, expectativas que hacen que cada historia individual sea diferente a otra. ¿Cómo hacer coincidir entonces una sintonía igualitaria que uniría a ambos al mismo destino? El choque con la realidad es inevitable y cuando empiezan a surgir las diferencias, va asomando una diferenciación entre uno y otro, quienes sienten que el nosotros empieza a ser cada vez más un tú y un yo que no puede eliminarse.  Sin embargo, cuanto más víctimas sean los participantes del ideal de la fusión amorosa que caracteriza a la pasión, menos preparados estarán para afrontar lo imposible de su mantenimiento. Entonces es cuando en lugar de producirse una reflexión que imprime a la subjetividad el sello de la separación inevitable entre uno y otro, producto de la diferenciación, se producen los resentimientos, los reproches, donde cada uno de los involucrados culpa al otro de su sufrimiento. Cuando no existe la aceptación de lo imposible de la fusión amorosa, se rompe el vínculo en busca de otro que haga sentir la misma ilusión de completud y exaltación yoica. Cualquiera que esté atrapado sentimentalmente en los ideales del amor pasional, está enamorado del amor ideal más que de quien lo acompaña. Un amor advertido, que podría protegerlo, cuidarlo,  estabilizarlo, lo sentiría como un triste sucedáneo del auténtico, como si se le ofreciera a un drogadicto algo demasiado descafeinado frente al goce nirvánico en el que está atrapado. La manera de rescatarlo es ayudarle a dejar caer esos ideales. Pero ¿cómo se logra? A veces es imposible sin ayuda terapéutica que lo ayude emocionalmente a aceptar recortes a las pretensiones demasiado absolutas de sus expectativas. Por eso, la profundidad de una relación amorosa es de carácter inversamente proporcional a la intensidad, porque es de suponer que cuando un amor se profundiza reconoce las diferencias entre uno y otro, las respeta y puede mantener la distancia adecuada para no invadir con las propias expectativas al otro y soportar la frustración consiguiente, relegando la fantasía del amor ideal al terreno de los anhelos imposibles de realización. Es como renunciar al todo para disfrutar de una parte, que sí es posible de realizar en el amor, una parte que no deja de ser muy importante para la vida de una persona.    

La madurez emocional consiste en comprender que el amor no se sostiene solo, no es autosuficiente para mantener viva una relación. La calidad de nuestra vida no se sustenta sólo del apoyo que encontramos en el amor, sino de la tranquilidad que nos da tener un trabajo estable y una buena salud, tres pilares que sostienen nuestra realidad. Cuando falla alguno de ellos, podemos caer en la tentación de negar nuestras dificultades y ser más vulnerables a alienarnos en el amor pasional por la exaltación de potencia que nos procura cuando creemos en él y porque entretanto, olvidamos lo que nos perturba. Por ejemplo, cuando el trabajo escasea, o la salud es mala, o la soledad insoportable, la angustia aumentada por la precariedad, genera un caldo de cultivo que nos puede hundir en la depresión o caer en la tentación de aferrarnos a un clavo ardiendo como sería un amor pasional. Pero un amor nacido en esas condiciones, se sustenta con alfileres, porque le pedimos lo que no nos puede dar, que cambie nuestra insatisfacción y nos procure una felicidad, que no puede sostenerse. Eso nos hace más frágiles emocionalmente  dejándonos con menos recursos para afrontar nuestras dificultades. Sin embargo, aún teniendo trabajo, buena salud y un buen amor, también se puede ser  vulnerable a la llamada del amor pasional para suplir la insoportable incompletad del ser que nuestras carencias nos revelan, si no aceptamos de buen grado que nadie podrá evitarlas.  

Las relaciones pasionales siempre incluyen una dosis más o menos importante de maltrato, y esto tiene cierta lógica interna propia del amor pasional, porque de él se espera la satisfacción total de todas nuestras necesidades, tarea imposible de cumplir, lo que da lugar a una frustración que aumenta la agresividad porque no cumple el ideal.  Una de las tareas importantes en psicoterapia es ayudar a una persona a soportar esa caída de ideales pasionales, porque de lo contrario, estará expuesta a esperar siempre que otro amor que cree será mejor, le compense de lo que no le compensa el que tiene, lo que la colocaría en una búsqueda sin final. No es lo mismo que hacer un cambio a una pareja más satisfactoria, mientras ese cambio responda a expectativas que no sean imposibles de realizar.

Al amor advertido, verdaderamente sabio, se llega después de haber atravesado las formas alienantes del amor romántico y pasional. No se puede optar por un amor sabio antes de un atravesamiento por los otros amores. A veces hay quien confunde la fobia al compromiso con amor sabio. El amor sabio no implica desapego sino aceptación emocional del no-todo en el amor, lo que permite estar en mejores condiciones de aceptar una relación que nos procura una ilusión sostenible, serenidad, descanso, respeto por las diferencias y tolerancia de las frustraciones inevitables que nos encontraremos siempre en el amor, porque el peso de nuestras historias, la marca que dejan en nosotros, siempre será individual, los tiempos de implicación nunca coincidirán con el otro que nos acompaña. Uno de los motivos que genera mucho sufrimiento y decepciones amorosas es que los signos del amor tendemos a leerlos en los demás comparándolos con los nuestros. Y eso nos incapacita para saber leer las actitudes amorosas de otros que se rigen por otros códigos. No es nada infrecuente que las quejas amorosas de los amantes decepcionados de una pareja rota, expresen cada uno de ellos cuánto han querido a su pareja y se queden con la convicción de haber sido mal pagados. Si hubieran sido capaces de entender que lo que consideran como amor es diferente en cada persona, tal vez habría menos desilusiones que desembocaran en parejas rotas. Aunque esta condición si bien es necesaria, no es suficiente. Hace falta también elaborar el narcisismo de cada uno, saber salir del registro de la ofensa, de no responder con una bofetada moral a un dolor que se nos ha infligido, a evitar las respuestas de espejo, como por ejemplo, me has hecho esto y yo también te lo hago de la misma manera, porque eso sólo lleva a aumentar la incomprensión y el abismo que separa a ambos. El amor propio no debe ser confundido con el respeto hacia uno mismo. El amor propio nos hace trampas cuando respondemos intentando restablecer una igualdad de trato que a veces nos aleja de lo que verdaderamente queremos. Por ejemplo, cuando una pareja se pelea, a veces se establece una verdadera competencia a ver quién hiere más al otro, intentando erróneamente tratar de restablecer un amor propio que el orgullo exige. Pero por esa vía, se puede sufrir mucho porque el verdadero respeto hacia sí mismo pasa por reconocer la necesidad que tenemos de los demás, mucho más si se trata de un vínculo íntimo. En esa batalla entre el orgullo y la necesidad del amor del otro, nuestra salud depende de que sepamos reconocer que si nos colocamos del lado del orgullo narcisista, perdemos.

En cambio el buen amor por sí mismo nos hace dignos, nos protege a la hora de poner límites a quien nos hace daño y nos da la fuerza necesaria para romper la relación y volver a intentar otra con alguien que lo merezca, nos procura la distancia necesaria para poder sostenernos a nosotros mismos cuando estamos solos, a disfrutar de otras formas de amor que nos procuran nuestras amistades, a dejar un lugar para cada necesidad, no solamente la de pareja. La posibilidad de disfrutar del amor advertido de las trampas del amor romántico, empieza por el verdadero amor por nosotros mismos. Sin ese amor por nosotros que nos hace cuidarnos, no podemos ni respetar ni amar a otros, porque los agobiaríamos con el peso de nuestras expectativas. ¿Cómo podemos esperar que otro nos salve si no sabemos sostenernos nosotros mismos? Aceptar una necesidad de amor sabio, nos defiende de la alienación pasional que nos atrapa en un ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Las decepciones amorosas pueden llevar al descrédito del amor  sumiéndonos en la amargura o la desesperanza si persistimos en la esperanza de lograr lo imposible. En cambio, al renunciar a lo imposible, nuestra fuerza interior es mayor y podemos aceptar parcialidades que multiplican nuestras fuentes de placer porque podemos disfrutar no sólo de una pareja sino del amor de las amistades, del buen trato social, de nuestros compañeros de trabajo, de la cordialidad, distintas formas de amor que hacen que nuestro paso por la vida tenga un andar más cálido y confortable. 

Ampliación de un artículo más resumido publicado en la Revista Mente Sana nº 74.

CLAUDIA TRUZZOLI 
c.truzzoli@gmail.com                 

martes, 12 de marzo de 2013

EL PROBLEMA DE LOS CELOS Y SU PELIGROSIDAD




EL PROBLEMA DE LOS CELOS Y SU PELIGROSIDAD

En el marco de esta mesa, que se hace en conmemoración del día internacional contra la violencia hacia las mujeres, me pareció pertinente plantear el problema de los celos, puesto que han sido y siguen siendo un desencadenante de comportamientos muy peligrosos, dado que terminan a veces en asesinato de la mujer que ha abandonado a su compañero. ¿Por qué el hombre que es dejado tolera tan mal esa separación? ¿Y por qué en todo caso culpa a la mujer que lo ha dejado de su insoportable desazón? Quiero aclarar para que no haya malentendidos que el núcleo de mi trabajo se centra en tratar de esclarecer las causas intrapersonales –o sea, las causas psicológicas individuales- y  las interpersonales –la dinámica que se establece entre los miembros de la pareja-, y también analizar como la fuerza de los condicionamientos sociales que con su exaltación de valores fálicos, dejan muy desprotegida a la mujer y avalan y justifican, no siempre de manera directa, pero sí de manera subliminal, el recurso a la violencia.

Análisis de los prejuicios que avalan la violencia doméstica heterosexual.
Hoy me gustaría hablar de la  violencia doméstica  heterosexual, porque es la que más conocemos por los sucesos que aparecen tristemente en las noticias. La violencia entre parejas homosexuales no se hace pública en la misma medida. Centrándonos en el comportamiento de los hombres violentos, es importante establecer un diagnóstico diferencial en lo que respecta a lo que se considera normal, ya que hay discusiones fuertes entre quienes dicen que quienes son violentos son hombres normales y quienes dicen que están afectados por algún tipo de patología. Ciertos hombres que se comportan de una manera violenta, no se consideran a sí mismos violentos sino cumpliendo con un deber ser de acuerdo a los roles genéricos, o sea, respondiendo a lo que ellos consideran que debe ser la conducta de un hombre cuando las mujeres les ofrecen resistencia. Frases tales como "tenía que hacerle saber quien manda", "ella tiene que obedecerme porque yo merezco respeto", "llego a casa cansado, con ganas de cariño y ella se niega a tener sexo", todas ellas frases que denotan no sólo una superioridad jerárquica incuestionada sino en su extremo, una negación de la alteridad. Toda negación de la alteridad produce violencia porque cualquier frustración será vivida como un ataque personal. Por ejemplo, "si ella me quiere no debería hacerme esto" supone un ideal romántico que concibe la pareja como un todo, pero un todo con una sola persona -que desea y espera ser satisfecha en sus reclamos- y dos cuerpos, sólo que uno de ellos se considera que está para no desear más que coincidir con el deseo del otro, sin un deseo propio que no lo incluya. En esa pareja estructurada de ese modo, los varones mandan y las mujeres están para servirlos. Los varones que piensan y actúan así se muestran enormemente fieles a imperativos de rol que no son vividos como tales sino como una manera de ser natural. "Yo no soy violento, los hombres somos así" es una afirmación que responde a una interiorización del maltrato a las mujeres como algo natural y a veces justificado como algo necesario. Éstos son los hombres que la sociedad en general considera normales, excepto cuando se pasan y agreden gravemente o matan. Estos hombres, considerados "normales" son los que confunden también las conductas de galanteo con el acoso sexual convirtiendo a las mujeres en objetos potencialmente acosables o violables, porque en el fondo creen que "cuando una mujer dice no en realidad quiere decir sí". Ideas como que "ella me provocó", "qué hacía por la calle a esas horas de la noche", "por qué va vestida de esa manera", "algo habrá hecho para que la violaran" son prejuicios muy arraigados en el imaginario masculino y a veces en el femenino. Vestirse de una manera que intente despertar el interés erótico de un hombre no significa que eso sea sinónimo de querer ser violada. La violación es un acto violento que niega la alteridad de las mujeres reduciéndolas a un mero objeto para satisfacer el goce sexual masculino. Además cuando se intenta establecer responsabilidades, el agresor queda siempre incuestionado, como si su acto aunque delictivo, se disculpara de alguna manera por el prejuicio de que su naturaleza es tal que no puede contener sus impulsos sexuales. La frase “los hombres son así” expresa lo que acabo de decir. Pero no son así con quienes les interesa controlarse. Son así con quien creen tener derechos a hacerlo. No son así, los que reconocen en la alteridad al otro como diferente y también con derecho a tener deseos propios que le permitan negarse al suyo.
  
La falta de protección de sí mismo y del otro.
Otra de las preocupaciones que me rondan entorno a la violencia hacia las mujeres es el descuido de muchos maridos que habiendo tenido relaciones sexuales de riesgo -lo cual implica una no protección de sí mismos- tampoco protegen a sus mujeres en el momento de tener relaciones sexuales con ellas. Es un dato comprobado que una de las enfermedades de trasmisión sexual de la plaga que más asusta hoy, el VIH/Sida, está aumentando su trasmisión tanto por vía heterosexual, -la mayoría de los casos de mujeres infectadas lo han sido por mantener relaciones sexuales con su marido- como por vía homosexual, a partir de la eficacia de los retrovirales para entorpecer que la seropositividad se convierta en Sida declarado.  Lo cual implica hablar más de prácticas de riesgo que no de grupos de riesgo cuando pensamos en la falta de prevención. No es necesario ser promiscuo para poder ser infectado, sólo es necesario haber estado en contacto con la sangre o el semen, de alguien infectado. Otro de los datos que se silencia bastante es que el semen tiene una carga viral muchísimo mayor que el flujo vaginal, lo que quiere decir que el contagio del Sida es mucho más alto estadísticamente de hombre infectado a mujer, que de mujer infectada a hombre. Por esa razón las estadísticas hablan de una feminización del SIDA. Sin embargo, muchos hombres se niegan a utilizar el preservativo porque son presos de una fantasía omnipotente que les hace creer que a ellos no les va a pasar nada. Y cuando se enteran de que sí les ha pasado, no protegen a su mujer por aquello de que son "una sola carne" como dice el mandato bíblico, mandato que recoge y refuerza el prototipo del amor romántico, que también afecta a las mujeres en su entrega incondicional a la hora de poner límites y cuidarse. 

La forma de la publicidad del maltrato a las mujeres.
Ver por pantalla rostros de mujeres golpeadas, desfiguradas, con una mirada aterrorizada, si bien se podría pensar que se hace para alertar de la gravedad del problema, tiene sin embargo, un efecto paradójico, que podría reforzar lo que se intenta combatir. Del árbol caído todo el mundo hace leña, dice el refrán. Se reforzaría la imagen de impotencia femenina, trasmitiendo una imagen de las mujeres que se asocia con la debilidad, con el riesgo de naturalizarla, lo que podría llevar a la falsa conclusión de que "las mujeres son así". ¿Por qué aguantan? es la pregunta que se hacen todos.  El terror paraliza y esto hay que tenerlo en cuenta cuando se presume equivocadamente que todas aguantan porque son masoquistas. Suponer en todos los casos el masoquismo es más una proyección del imaginario masculino que una realidad de las mujeres. Además hay determinaciones reales, objetivas, que impiden a una mujer irse cuando no tiene donde hacerlo, ni medios ni familia de origen que pueda dar soporte y protección frente al marido violento, con hijos a su cargo que también son obligados a abandonar el hogar familiar cuando el peligro es extremo. Una de las grandes injusticias familiares, que sean son los agredidos quienes deben irse porque el agresor ha demostrado ser demasiado peligroso y las órdenes de alejamiento muchas veces no se cumplen. Alguna vez me gustaría ver algún spot que mostrara a hombres violentos, con cara y ojos, para que también se ejerza un contrapeso que equilibre las impresiones de los agentes que están presos en una dinámica de violencia familiar. En cuanto a agresores se refiere sólo he visto el spot "corta con los malos rollos" dirigido a jóvenes que intenta alertar acerca de conductas que son abusivas y recientemente un spot del Ministerio de Asuntos Sociales y el Instituto de la Mujer dirigido a hombres maltratadores que les dice que la violencia no los hace más hombres sino que los destruye. No lo tengo tan claro que ese mensaje cale realmente en un maltratador cuando tiene en su haber toda una tolerancia ideológica que abonada por los estereotipos de género, silencia su cuestionamiento por la via de la naturalización, de un esencialismo que asocia masculinidad con violencia y agresividad y da recursos justificativos de su acción por la vía de restablecer un orden de patriarca, aunque sea atenuado. ¿Cuáles son esos recursos? pensar por ejemplo que él debe ejercer un control férreo de todo lo que sucede en su familia, que no puede estar excluído de ninguna información que escape a su control, que su mujer y sus hijos deben acatar su palabra sin cuestionar nada porque él es la autoridad y quien debe mandar y ser obedecido, que toda desviación o alteración de este orden será vivido por él como una agresión y falta de respeto. En otras palabras, la masculinidad clásica no fabrica hombres con autoridad, fabrica déspotas. La autoridad real se gana con cualidades que sostienen un saber dialogar, poner límites sensatos no arbitrarios, saber sostener la angustia y el malestar, las disensiones, poder sentir que las diferencias de opinión con respecto a las suyas no le suman ni restan nada a su valía, más bien al contrario, si es capaz de acogerlas y cuestionarse, los otros no verán disminuida su fuerza. Sólo alguien muy seguro de sí mismo puede sostener un diálogo cuestionador o intereses que apunten en otra dirección que la que él quisiera para sus propios hijos. Sólo un hombre con verdadera autoridad puede sentirse seguro en su relación con las mujeres y reconocer su alteridad. Pero esto parece un mensaje contracultural más que una verdad que afecta a los sentimientos más íntimos de los varones. Los hombres más inseguros de sí mismos pero que se han vestido con el ropaje de los estereotipos genéricos tradicionales de la masculinidad son los más propensos a convertirse en maltratadores sin poder reconocer que lo son, avalados como están por todo un discurso social que les hace creer que están haciendo lo que deben porque son hombres.       

Diferentes tipos de agresores.
Es necesario diferenciar tipos de agresores. Los verdaderamente peligrosos son aquellos a quienes las frustraciones les desbordan y no pueden aliviar la tensión que les provoca más que a través del acto violento. Hecho que por sí solo ya está mostrando la falta de recursos simbólicos para disminuir las tensiones. Hombres capturados por el poder y la pulsión de dominio. Otro peligro más grave está en aquellos otros a quienes el maltrato les produce un goce particular, por ejemplo, los violadores, quienes sí son irrecuperables en el sentido de que no renunciarán nunca al goce de la violación y que volverán a violar si se les deja en libertad para hacerlo. También están las llamadas por la psiquiatría personalidades psicopáticas, concepto que es un cajón de sastre para denominar o bien a sujetos psicóticos o perversos. Éstos últimos son de difícil cura, porque movidos fundamentalmente por la envidia, -expresión máxima de un sentirse miserable en recursos-, intentan destruir a la mujer envidiada por percibirla con un poder del que ellos se consideran carentes. Estos no suelen matar, sino hacer que ella se mate o al menos se destruya lo que hay de más vital y potente en ella. Son de difícil cura porque la envidia y la gratitud son dos polos antagónicos. Cuanto más intensa es la envidia mayor es la incapacidad de reconocer que el tratamiento los pueda beneficiar de algo, porque entonces tendrían que reconocer que reciben algo que necesitan. Es un caso muy diferente de los que tienen una reacción terapéutica negativa por sentimiento de culpa como lo describía Freud.  Pero los perversos no suelen ir a la cárcel porque el daño que procuran -el maltrato psicológico- no se considera punible penalmente y además son hábiles para ocultar sus motivos. También son hábiles para detectar qué se espera de ellos y por tanto, para responder a los psicólogos lo que éstos quieren oír para salvar su imagen. Las personalidades psicopáticas también son muy hábiles a la hora de detectar qué se espera de ellos y obtener así beneficios penales. El mismo tratamiento psicológico puede ser usado como una manera de reducir condena sin una verdadera consciencia de tener un problema. Por eso, la nueva ley que intenta regular aspectos que afectan a las mujeres que han sufrido violencia machista, no admite el tratamiento como un  medio de reducir la condena penal. Los más peligrosos, a la hora de matar, son los psicóticos. Estos son quienes tienen una verdadera quiebra estructural en su psiquismo y no pueden tolerar el abandono porque lo viven como una agresión. Sin embargo, con un tratamiento psicológico adecuado tienen mayores posibilidades de recuperación.
Los celos que resultan peligrosos.
En el tratamiento psicológico de hombres que se atreven a pedir ayuda, que ya es un primer paso importante para tratar de resolver los conflictos que les genera una separación que los sorprende, ya no nos encontramos como antaño, con sujetos neurotizados, sino con sujetos profundamente desestructurados. Explicaré a qué me refiero. Cuando enfrentamos el problema de los celos en un hombre tenemos que tener claro que una clase de celos que se ponen en juego como resultado de una rivalidad frente a un tercero que es sentido como rival y amenazador del ruptura del vínculo establecido hasta el momento con la pareja, no es la misma clase de celos que resultan de un vínculo demasiado fusional. Los celos frente al rival que amenaza la estabilidad de una pareja que hasta ese momento se creía armónica y lograda, con la consiguiente angustia, preocupación, movilización de recursos para volver al estado anterior a la aparición del rival, ya suponen una capacidad de poder pensar en uno mismo, separado del vínculo que establecía hasta ese momento con su pareja, separado de la con-fusióno fusión con ella, lo cual es un primer paso importante para lograr la necesaria distancia que permita escapar de la ilusión de hacer de dos, uno solo. Ilusión que está siempre presente en mayor o menor medida en cualquier vínculo amoroso. La diferencia con otro tipo de celos más propios del apego violento, es que esa  ilusión no se limita a momentos especiales, sino que se hace imposible la distancia que permite pensarse como sujetos que inevitablemente, lo queramos o no, tenemos un margen de soledad insalvable dado que nada ni nadie logrará nunca colmar nuestros deseos del todo. Esa plenitud total que se espera del encuentro amoroso, que siempre queda frustrada en mayor o menor medida, es lo que el celoso patológico, no puede tolerar. No es lo mismo la inquietud que se genera frente a la aparición de un tercero, que amenaza arrebatar el objeto de amor y la angustia que se puede generar con su posible pérdida, que sería un sentimiento normal, de otro tipo de celos que desatan una violencia asesina frente al mismo objeto que se puede perder. Estos son los celos peligrosos porque muestran una falta de desarrollo del sujeto para constituirse como sujeto con un deseo propio. La paradoja del sujeto humano es que siendo dentro del orden biológico quien tiene una posibilidad de desarrollo mayor que cualquier otra especie, es sin embargo el más desvalido a la hora de nacer, hasta el punto que si no recibe los cuidados que necesita para vivir, muere. Esto significa que depende totalmente de quien lo cuida, cuidado que también es extensible al ámbito subjetivo. Antes de poder diferenciarse entre yo y otro, hay un período de confusión donde el bebé y el pecho que lo alimenta –o su ensoñación del mismo-, constituyen una totalidad inseparable. Esa dependencia vital que tiene con la figura materna le hace creer ilusoriamente que ésta es omnipotente y que tiene el don de dar o de privar cualquier cosa, haciéndola responsable de su malestar y su dolor si no está cuando la necesita.

El vínculo con el objeto de necesidad genera mayor agresividad
Ser objeto de necesidad no es lo mismo que ser objeto de amor. Quedar atrapado en el objeto de necesidad implica una profunda dependencia hacia él que imposibilita el desarrollo de las posibilidades de simbolización de esa separación que es inevitable para que un sujeto pueda adquirir la autonomía posible y necesaria para poder tener deseos propios y motivarse en todas las esferas de su vida, tanto amorosa como laboral. Ese quedar atrapado en un objeto de necesidad supone un trastorno especular que tiene como efecto una falta de estructuración psíquica por el lado del sujeto y una proyección de omnipotencia por el lado del objeto -materno- a quien se le atribuye un poder ilimitado de otorgar bienes, lo que será vivido como una prueba de amor, o de privar de ellos, lo que es vivido como desamor. Pero el sujeto que vive este atrapamiento especular será víctima de la envidia, lo que complejiza aún más el panorama relacional, porque sintiéndose tan carenciado y a su objeto tan poderoso, cuanto más reciba de este objeto, más envidioso y pobre se sentirá él y tanto más violento. Este hecho puede comprobarse fácilmente en la conducta de hombres maltratadores que se ponen aún más violentos cuando su mujer se muestra más dispuesta a consolarlos porque perciben en ella una fuerza -no sólo la real que sí la tiene, sino una fuerza omnipotente- que comparativamente los hace sentir aún más desvalidos. Esta separación interior  supone aceptar que el objeto amado no siempre responde a todo lo que se espera de él, que puede tener otros deseos que propios al margen del demandante, que puede pensar de otra manera, no ser tan solidario, no estar siempre acompañando, no resolver con su presencia todas las angustias y temores. Esa falta de plenitud total a la que todos aspiramos y que nos enfrenta con un duelo por la separación inevitable, puesto que es imposible de lograr una cobertura total de deseos con otro, todo esto es lo que el celoso extremado no puede aceptar porque se ha quedado enganchado al objeto de necesidad sin poder hacer el trabajo de duelo necesario que le permita rescatarse a sí mismo y crecer de una manera más autónoma. Imposibilidad de un duelo que lo deja enormemente vulnerable al engaño de la fusión con el objeto. Este proceso evidentemente es común a todos los seres humanos, independientemente de su sexo, pero es aquí donde las diferencias sexuales imprimen una consideración particular, tanto por estructura como por la diferencia social que se manifiesta de acuerdo al género en la tolerancia o intolerancia de las conductas enfermas. El problema que estoy señalando puede quedar totalmente encubierto y ni siquiera presentar ningún síntoma alarmante de anormalidad mientras el hombre se sienta contenido por su pareja de diferentes maneras: desde la satisfacción de hacer de dos Uno, o la ilusión de la pareja que se completa a sí misma, el mito de la media naranja que encaja, o en casos menos fusionales, el hecho de contar con una mujer en la que pueden proyectar todos aquellos aspectos que nunca admitirían como propios por miedo a la feminización, tales como inseguridad, miedo, necesidad de depender entre otros, proyección que mientras la mujer esté emparejada con él, le permite a ese hombre la ilusión de potenciar aspectos de dominio, control, fuerza y la ocasión de satisfacer las tensiones psíquicas a través del sexo y/o de la violencia,  conductas que le reafirman su sentimiento de masculinidad.

¿Qué sucede cuando su mujer pide la separación?
Se produce un colapso psíquico, porque es ahí donde se manifiesta una alteridad que él no estaba en absoluto preparado para soportar, porque la alteridad ya marca una separación, una diferencia de anhelos y deseos y sobre todo porque entonces él está obligado a reintroyectar aspectos "femeninos" que depositaba en su mujer. ¿Quien le devolverá su imagen de fuerte? ¿Quién le permitirá relajar sus tensiones frente a las dificultades de la vida? ¿Quien actuará como un pegamento que le mantenga su imagen de unidad? La separación en estos casos es vivida como una amenaza de desintegración de la vida psíquica, como una agresión insoportable, que genera un odio feroz que convierte a este ser en un sujeto peligrosísimo porque despierta en él el deseo de muerte de quien cree culpable de su situación. Y el resultado es el asesinato. Pocas veces el suicidio.

Las diferentes definiciones de la normalidad
Me preocupa enormemente que se considere que un hombre que maltrata a su mujer puede ser un hombre normal. Sólo puedo admitir esta afirmación si se agrega entonces que los valores sociales que sostienen la masculinidad tradicional también se consideran normales,aunque no lo sean desde el punto de vista de la salud. Tendríamos que revisar profundamente el concepto de normalidad y de enfermedad. Suponer que un hombre que maltrata no es enfermo porque no es esquizofrénico o paranoico o no responde a las categorías que la psiquiatría al uso define como enfermedad mental, es una manera de pensar el problema que nos limita y no nos permite pensar como una grave perturbación psicológica, un fracaso de la estructuración del psiquismo, del proceso de individuación que sucede en etapas muy precarias, que en determinadas condiciones de contención del sujeto, podrían hacerlo aparecer como un hombre normal, pero si desaparecen esas condiciones de contención, como tener una pareja que lo sostenga, deja al descubierto el fracaso especular latente, que genera los comportamientos más violentos y peligrosos. Habrán visto muchas veces, en las desgraciadamente más frecuentes noticias, cómo los vecinos de una pareja que hasta ese momento podía ser considerada una pareja feliz, se sorprenden de que el marido haya asesinado a su mujer. No cualquier marido abandonado o incomprendido asesina. Desde el momento en que un odio insoportable lleva a un sujeto a pasar al acto asesino creyendo que de esa manera elimina la causa de su odio, de su dependencia, creyendo que de esa manera se hará libre, estamos frente a un sujeto que nunca ha tenido el norte de sí mismo, no es que lo haya perdido con la separación. Lo que la separación deja al desnudo son las verdaderas condiciones de su estructura psíquica que quedaban ocultas justamente por la contención que le daba el hecho de estar emparejado. Estos hombres son los que se vuelven peligrosos. Si no se les ayuda con una terapia adecuada que le posibilite analizar las causas de sus celos, una terapia que no se limite solamente a ofrecerle técnicas para controlar su conducta, como por ejemplo, en la película “Te doy mis ojos”, no podrán nunca dejar de ser peligrosos, porque lo que tienen que resolver no podrán hacerlo sin ayuda de profesionales adecuados que les permitan hacer ese tránsito que va desde la fusión con el objeto de necesidad hacia la separación del mismo. Otro tipo de tratamiento que no analice las causas de los celos no sirve para modificar la violencia extrema que se desata cuando el objeto de necesidad se manifiesta con otros deseos que no lo incluyen, o sea, cuando él ya no es TODO para ella. 

                  Monstruo de ojos verdes
“Monstruo de ojos verdes” llama Shakespeare a los celos en Otelo. “Heraldos negros que nublan la razón y envenenan”, los llama Serrat en una canción. Los celos extremados tornan al sujeto una víctima que permanece en la ignorancia de aquello que lo corroe, pero a la vez, un victimario muy peligroso. Su propia imagen se fisura y no sabe cómo salir de la desolación en la que se siente atrapado, exacerbando su odio a su mujer por hacerla responsable de su malestar. Hasta tal punto llega la confusión. Ser celoso es creer, tanto si es verdad como si no lo es, que su mujer le es infiel. ¿Pero de qué infidelidad se trata? En los celos normales, es la pretensión de querer ser preferido a otro lo que resulta puesta en entredicho con la aparición del tercero que entra en escena. En cambio, cuando aparecen estos celos extremados, que llegan a tener un carácter delirante, a veces, lo que está en cuestión no es la disputa con el rival, sino que se impone la certeza de que su mujer y ese otro están gozando realmente de una plenitud sin fisuras, que están gozando de un recubrimiento de deseos que los satisface a ambos de manera plena, plenitud y aptitud de la que él se siente excluido y como espectador sufriente en la contemplación de algo que desea tener y no tiene y  en cambio SÍ tiene otro que goza de ello. Es la definición más exacta de la envidia que envenena. Envidia que suele confundirse popularmente con celos.

Películas que nos muestran las consecuencias de los celos envidiosos
Una de Stanley Kubrick, "Eyes wide shut" donde el protagonista masculino está obsesionado por una imagen recurrente de su mujer haciendo el amor con otro hombre, el mismo del que su mujer le había hablado diciéndole que había tenido una fantasía con él. Ella llega a decirle: “por una mirada suya te hubiera dejado a ti y a todo nuestro maldito futuro”. (Ella reivindica la política del deseo). Él sólo logra decirle que la quiere porque es su mujer. (Le responde con la política de los bienes). Ella lo que quiere oír de él es que la desea más allá del sentido de posesión. Pero él es incapaz de entender eso. Otra película nos muestra la reacción psicótica que tiene el protagonista masculino frente a la infidelidad de su esposa, es Infiel, film donde Richard Gere mata a un joven amante de su esposa en un momento de eclipse de sí mismo, se angustia frente al personaje, se marea y en un arrebato lo mata. Al final de la película le dice a su mujer que lo mató a él pero a quien quería matar era a ella. Uno es psicótico, el otro digamos que normal. Pero los dos participan de una misma creencia: su mujer es suya, no debe tener ningún otro deseo que no los incluya. Creencia tan sustentada socialmente que no permite con facilidad a los hombres el reconocimiento de una alteridad femenina que incluya la paridad en sentimientos, deseos, ambiciones, lo que se traduce en una desigual tolerancia social hacia la infidelidad según la realice un hombre o una mujer.          

El complejo de intrusión de Lacan y los celos delirantes.
En casos extremos, los celos de un hombre no se ponen en juego por la mujer que ama, sino por un motivo que ataca su narcisismo, porque el otro semejante goza de lo que él no puede gozar, lo que hunde poderosamente su imagen y la posibilidad de sostenerse a sí mismo. Lacan llama a este momento estructural complejo de intrusión. El momento siguiente es proyectar sobre ella la causa de su desdicha, lo que desata toda su violencia, que puede llegar hasta el asesinato. Otelo suele considerarse un drama de celos, pero para ser más exactos es un drama de envidia que corroe. Otelo es un noble moro al servicio de la República de Venecia, muy valorado por sus éxitos militares y su valor en las batallas, pero cuando el padre de Desdémona se entera que su hija ha huido para casarse con Otelo, se oscurecen sus méritos militares y es acusado de haberla seducido con brujería. Otelo en ese momento es visto como moro de piel oscura, menospreciado por ello en el medio aristocrático y político veneciano,  indigno de unirse a una mujer que no sólo es de otro color de piel sino además de otro estatus social, es hija de un senador veneciano. Además las mujeres en Venecia tienen otras costumbres más liberales en su trato con los hombres. Yago, alférez de Otelo, que aspiraba a ser nombrado lugarteniente suyo, ve que ese puesto por él añorado le es otorgado a Casio, un joven veneciano muy apuesto, su envidia lo pone furioso y trama su venganza tanto hacia Casio, como hacia Otelo. ¿En qué consiste esa venganza? En destruir en ambos la supuesta plenitud y felicidad que supone ellos tienen por tener lo que tienen: odia a Otelo por la felicidad que éste muestra por haber sido elegido por Desdémona, felicidad que él no tiene con Blanca, su querida, y además por que no le ha otorgado el galardón que él consideraba que se merecía. Odia a Casio por la misma razón y porque Desdémona le tiene gran simpatía. Por todas partes se ve rodeado de supuestas plenitudes que otros gozan, de las que él se siente excluido. Trama entonces una venganza brutal y no le importa en absoluto el daño que sufren todos los que están a su alrededor. Empieza por unir en una sospecha fatal a los dos personajes de los que se quiere vengar, utilizando a Desdémona como anzuelo. Le sugiere con mucha habilidad, sin decirlo directamente a Otelo, que su mujer le es infiel con Casio. Una vez sembrada la duda, Otelo ve como su felicidad se derrumba como un castillo de naipes y todo lo que en cualquier otro momento pudiera ser un detalle sin importancia, se convierte en una prueba de la infidelidad de Desdémona. Los celos delirantes imponen una certeza, donde no hay motivos reales que la sostengan. La certeza como creencia inconmovible de una realidad psíquica que no se corresponde con hechos reales que le den veracidad  es un fenómeno de orden psicótico. El celoso delirante quiere constatar que lo que él toma como verdad, lo es. El problema es que toma como signos evidentes de su sospecha, lo que no son más que circunstancias aleatorias que nada tienen que ver con lo que su sistema delirante imagina. Los celos extremados encuentran su fundamento no en la conducta real del otro, ni siquiera en sus deseos, sino en la imposibilidad de hacer de dos Uno, pero unidos a la creencia de que otro sí puede lograrlo. Es ese otro semejante a quien el celoso delirante convertirá en el núcleo de sus obsesiones y se atormentará imaginando escenas de felicidad que el otro semejante comparte con su esposa, un personaje que se vuelve el significante de un poder que a él le resulta inaccesible, lo que se traduce en un sentimiento de humillación insoportable, de derrumbe narcisista. Algo de esto también lo sufre el obsesivo, pero a diferencia de la certeza, a él se le impone una duda que lo atormenta. Recuerdo un paciente que vivía obsesionado con que su mujer lo engañaba con otros. Le revisaba el bolso sistemáticamente sin que ella lo supiera hasta el día en que encontró en él preservativos, que paradójicamente lo tranquilizaron.

Nadie puede escapar a la responsabilidad de sus propios actos
Las personas que sufren estos celos extremados, delirantes, no deben inspirarnos un exceso de compasión que haría que las pensáramos como víctimas que habría que disculpar. Ningún sujeto humano debe eludir la responsabilidad de sus actos. Siempre se paga un precio por ello. Si no es de un modo donde intervenga lo legal, habrá otros modos más sintomáticos, insidiosos y/o peligrosos para pagar la culpa. El psicoanálisis nunca elude la responsabilidad del sujeto por sus actos. En eso difiere de la psiquiatría al uso que exonera de responsabilidad con el concepto de enajenación mental transitoria. Simplemente quiero advertir que la sola vía penal -tal como es y no como debería ser la realidad de las cárceles- no resuelve este problema sino que lo agrava, porque alienta la sed de venganza, que además es reforzada por la ideología machista que se hace más fuerte con los compañeros de cárcel. (En ocasiones, hasta llegan a felicitar a quien mata a su mujer porque ha demostrado que tiene un par de cojones). Lenguaje por demás indicador del lugar preferente donde los hombres colocan y pretenden sostener su masculinidad engañados como están de tener el falo por tener el órgano que lo simboliza. El falo en realidad es una referencia simbólica de una falta que mueve el deseo, aunque también se refiera al órgano peniano. Por eso los hombres están más expuestos a caer en la trampa imaginaria de hacer sinónimos tener el pene con ser completos.

Tres frentes propuestos a la prevención de la violencia
Asistimos al fracaso de la represión por vía penal aplicada al agresor, dado que alivia a la mujer maltratada solamente mientras éste está en la cárcel, pero la aterroriza y con razón, cuando sale, porque sabe que su venganza será terrible y posiblemente mortal para ella. La educación en la igualdad de géneros es necesaria pero no suficiente por sí sola. Los países nórdicos, que nadie dudaría de que son pioneros en coeducación presentan índices de violencia doméstica muy superiores a España, si bien es cierto que esos resultados se explican porque en esos países toman como índices de maltrato mayores ítems que los que se toman en España. La vía penal también es necesaria pero no suficiente. La psicoterapia también es necesaria pero sin un enfoque adecuado de la incidencia sociológica de determinantes que afectan profundamente las relaciones íntimas, tampoco es suficiente, porque dejaría de lado el análisis de los factores interpersonales que favorecen el desarrollo de la violencia. Estas reflexiones pretenden ser un llamado de atención a una necesaria e imprescindible lucha en tres frentes simultáneos: educativo, penal y terapéutico, puesto que por sí solos son insuficientes los tres en un sentido macrosocial, aunque en un enfoque individual, la terapéutica analítica no es insuficiente, sino que tiene una chance mayor de lograr lo que se propone. No porque existan garantías, sino porque se coloca en el lugar adecuado para tratar de solucionar el problema. Para que se entienda que quiero decir: si alguien me dijera que quiere escalar una montaña muy empinada, no puedo garantizarle que logre subirla hasta la cima y lograr su objetivo, pero sí puedo orientarlo en el camino correcto, pero si lo oriento hacia la playa, seguro que no lo logrará. Y orientarlo hacia la playa es lo que hacen muchas terapéuticas que intentan eliminar el síntoma externo de la violencia sin tocar las causas que la motivan. Puede que consigan atajar la violencia física, de una manera tan precaria de todos modos, que el agresor tratado de esa manera siempre será potencialmente peligroso. La lucha educativa de cuestionamiento de los estereotipos es una tarea que supone una vigilancia permanente puesto que como todo artificio ideológico, tiene una gran capacidad camaleónica para volver a aparecer de otro modo lo que se creía superado por las críticas pertinentes. Si el mundo se divide entre hombres y mujeres -da igual si biológicos o transgenéricos o transexuales- y la guerra de sexos es una guerra permanente, puesto que la aspiración al poder es una característica humana, no podemos pretender que quienes siempre lo han detentado, -los hombres- se conviertan en colegas que ayuden a las mujeres a conquistarlo, porque eso supondría una pérdida de poder de su parte. Ningún sujeto humano que haya conquistado poder renunciará a él, sino que son aquellos/as que tienen algo a ganar quienes se esforzarán en una lucha por adquirirlo. En el frente educativo, sociológico, serán las mujeres lúcidas en quienes se podrá confiar para esta tarea y en aquellos hombres que hayan logrado atravesar la castración simbólica, que siempre trae aparejada cierta feminización, necesaria a la civilización, porque de la masculinidad tradicional nadie ha podido dar razones consistentes como para justificar su mantenimiento. Esto es lo que hay que combatir con la educación, pero no nos hagamos esperanzas que con la sola educación se resolverá el problema. Lacan llamaba a la educación un proceso de cretinización amplificada. Exageración maleducada que viniendo de él no es de extrañar, pero si entendemos esta frase como que la educación en su aspecto civilizador desarrolla nuestros aspectos yoicos y para Lacan el yo es justamente lo que distorsiona y nos aleja del saber de nuestras pulsiones, se entiende el sentido de la frase. Por esa razón, la educación por sí sola, no es suficiente. Pero si atacamos desde la vía educativa, legal y terapéutica, tal vez tengamos alguna posibilidad de algún bien hacer y bien decir en la cuestión problemática de la violencia doméstica.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga psicoanalista
677.844.755

Ponencia presentada en DVD en el 1º Congreso Internacional sobre Violencia, maltrato y abuso en Buenos Aires. Se puede visualizar en el portal de saludactiva.com.ar, en el apartado de conferencias magistrales.

Parte de esta ponencia presentada en la mesa redonda compartida con  Marie-France Hirigoyen, Carme Valls y Gemma Cánovas en la Casa Golferich, el 25 de noviembre de 2006, día internacional de lucha contra las mujeres.

domingo, 3 de marzo de 2013

VIOLENCIA MACHISTA, ANTÍTESIS DE LA PARIDAD


VIOLENCIA MACHISTA, ANTÍTESIS DE LA PARIDAD

Siguiendo con el tema el tema de la violencia doméstica heterosexual, -eufemismo que oculta que la violencia es machista- y centrándonos en el comportamiento de los hombres violentos, es importante establecer un diagnóstico diferencial en lo que respecta a lo que se considera normal. Digo que la violencia es machista porque al margen de quien la ejercite, sea éste un hombre o una mujer, tiene en común el afán de dominio. Y también digo que es machista porque según las estadísticas, son mayoritariamente y de forma abrumadora, hombres quienes la ejercen.Ciertos hombres que se comportan de una manera violenta, no se consideran a sí mismos violentos sino cumpliendo con un deber ser de acuerdo a los roles genéricos, o sea, respondiendo a lo que ellos consideran que debe ser la conducta de un hombre cuando las mujeres les ofrecen resistencia. Frases tales como "tenía que hacerle saber quien manda", "ella tiene que obedecerme porque yo merezco respeto", "llego a casa cansado, con ganas de cariño y ella se niega a tener sexo", todas ellas frases que denotan no sólo una superioridad jerárquica incuestionada sino en su extremo, una negación de la alteridad. Toda negación de la alteridad produce violencia porque cualquier frustración será vivida como un ataque personal. Por ejemplo, "si ella me quiere no debería hacerme esto" cuando en realidad el hacer o no hacer de ella puede no tener que ver con la relación con él, sino con un deseo propio. Los varones que piensan y actúan así se muestran enormemente fieles a imperativos de rol que no son vividos como tales sino como una manera de ser natural. "Yo no soy violento, los hombres somos así" es una afirmación que responde a una interiorización del maltrato a las mujeres como algo natural y a veces justificado como algo necesario. Estos son los hombres que la sociedad en general considera normales, excepto cuando se pasan y agreden gravemente o matan. Estos hombres, considerados "normales" son los que confunden también las conductas de galanteo con el acoso sexual convirtiendo a las mujeres en objetos potencialmente acosables o violables, porque en el fondo creen que "cuando una mujer dice no en realidad quiere decir sí". Ideas como que "ella me provocó", "qué hacía por la calle a esas horas de la noche", "por qué va vestida de esa manera", "algo habrá hecho para que la violaran" son prejuicios muy arraigados en el imaginario masculino y a veces en el femenino. El vestirse de una manera que intente despertar el interés erótico de un hombre no significa que eso sea sinónimo de querer ser violada. Sólo en el imaginario masculino, tan poco proclive a matizar diferencias subjetivas, se puede operar un reduccionismo motivacional en las mujeres que se adapta muy bien a la proyección de las fantasías eróticas masculinas. También es una afirmación equivocada creer que las fantasías de violación, a veces presentes con frecuencia en el imaginario femenino son sinónimo de querer ser violadas. Estas fantasías son en realidad una llamada imaginaria a una figura de hombre potente capaz de despertar el deseo sexual, pero no significa que sean la expresión de ser violadas en la realidad. No reconocer el abismo que media entre la fantasía y la realidad es propio de la subjetividad masculina mucho más cercana a la posibilidad de franquear ese abismo. Posibilidad que la acerca a la perversión. La sensibilidad en las mujeres es mucho más compleja y sin embargo, mucho más accesible de lo que una sensibilidad machista cree, cuando se la respeta. Nada en el amor se consigue por coacción ni por violencia. Una frase sostenida por la pedagogía negra, así llamada a la de la letra con sangre entra, dice: “témeme, luego me amarás”. El hombre machista toma esta afirmación como verdadera y representativa de lo que tendría que ser su conducta con las mujeres para sujetarlas. Pero pasan por alto un detalle importante. Las últimas estadísticas que nos hablan de las primeras elecciones eróticas de las adolescentes, nos muestran que eligen como pareja al compañero más bruto, más “varonil”, como primer ensayo. Esto correspondería a la fantasía del hombre potente, que sería capaz de protegerla contra las adversidades de la vida,  pero cuando constatan por propia experiencia que ese vínculo solo les trae inconvenientes que les cercenan posibilidades de desarrollo de deseos propios, dirigen su próxima elección de pareja al chico más sensible, que se muestra más capacitado para entenderla y tratarla de manera más equilibrada, que no la agobia con celos posesivos sin fundamento, que no la controla, que no la llama al móvil muchísimas veces para saber qué hace, donde está, con quien habla, que no la asfixia su necesidad de satisfacer otras necesidades aparte de la de estar en pareja, que acepta a sus amigas y amigos, que su tiempo no sólo sea para él, sin  que eso suponga menos amor, sino por el contrario, la posibilidad de un vínculo más saludable y enriquecedor. Los hombres machistas no entienden esto. Y menos aún, el hecho de que después de tantos años de estar vinculados, haya mujeres que quieren separarse. Es que todo abuso de poder tiene un límite en la paciencia de quien lo soporta. 
Pero aún más peligrosos pueden ser aquellos que se presentan con una doble cara, en su trato social se muestran encantadores, amables, seductores, suelen ser considerados muy buenas personas, porque son hábiles manipuladores que saben como captar la simpatía ajena. pero en la intimidad suelen mostrarse fríos, calculadores del daño a provocar para conseguir la finalidad destructiva que pretenden. Suelen ser muy astutos a la hora de ocultar sus verdaderos sentimientos y se hacen pasar por víctimas de quien pretenden destruir. Logran convencer a los demás más porque saben como provocar la desestabilización en su pareja en momentos claves para que quede en evidencia, como por ejemplo cuando están a punto de recibir amigos o van a alguna reunión, elegir justamente un tema conflictivo que lsabe que la hará sentir muy mal antes de entrar a la reunión, o sea, cuando ella no puede hablar de su malestar, pero si se muestra agresiva, le sirve a su compañero de evidencia de lo mal que ella lo trata. Una inversión de la situación real, donde él queda en la sombra con su proceder maquiavélico.    
   
CLAUDIA TRUZZOLI