LAS RELACIONES QUE HACEN
DAÑO
Cuantas veces en mi vida
como terapeuta me he encontrado con testimonios vitales de mujeres que estaban
inmersas en una relación destructiva, dolorosa, de la que no podían separarse,
a pesar de ser conscientes de la inconveniencia de mantenerse en esa relación. Esto
lo he podido constatar incluso en mujeres muy inteligentes, de las cuales
podría decirse que resultaba especialmente llamativa su capacidad de
raciocinio. ¿Qué he aprendido con ellas? Volver a constatar una vieja idea
freudiana, que en estos casos encuentra su verificación más potente: “que nadie
es dueño en su propia morada”. Esto quiere decir, que aunque creamos que
tenemos todos los elementos a mano para configurar de la mejor manera posible
nuestras vidas, algo hay en nosotros que desconocemos y nos domina, nos empuja
a tener conductas incomprensibles, irracionales, poco convenientes para nuestro
bienestar, impulsadas por unas fuerzas que no podemos dominar y que sin
embargo, resultamos dominadas por ellas. Esto es lo mismo que decir que existe
en todos nosotros una dimensión desconocida donde se alojan todas las
experiencias vinculares infantiles con su tonalidad afectiva particular y que
luego quedan olvidadas en su carácter de causa de lo que nos sucede en la
actualidad a pesar nuestro y no podemos comprender.
Cuanto más dolorosa,
difícil, imposible de separarse de una relación que hace daño, más probable es
que en ella se estén jugando reminiscencias infantiles que establecen un campo
de lucha de aquello que no fue posible lograr con aquellas figuras tan
importantes para nosotros en la niñez. Una niña maltratada por su madre, o
abandonada afectivamente, puede intentar establecer una relación con una mujer
distante o insatisfactoria en el intento inconsciente de lograr ser aceptada y
amada, para convencerse a sí misma de que merece que la amen. También puede
establecer una relación con un hombre distante o maltratador, con quien repite
el modelo inconsciente de relación frustrada con su madre, impulsada por el
poderoso afán de cambiar la imagen dolorosa de los recuerdos de un vínculo
dañino infantil, convirtiéndolos en un
triunfo en su relación actual si consigue las metas de bienestar que se
propone. Es una experiencia verificable en muchas relaciones que las mujeres
que sufren maltrato nos cuentan, que existe un poderoso imán que las afianza en
la relación cuando el maltratador les pide perdón y les dice que las necesita. En
ese momento la ilusión inconsciente que las atrapa es lograr superar en una
relación actual el inmenso vacío afectivo sufrido desde niñas, sentirse
reconocidas, finalmente queridas, valoradas. Esa es la esperanza que las vuelve
a atar a una relación que pronto les muestra cuán equivocadas estaban esperando
un resultado benéfico y curativo de esa relación.
Esas experiencias
infantiles, se convierten en una especie de chip insertado en la piel que
dirige a las personas -sin que sean conscientes de ello- a aquellas situaciones
que repiten malas experiencias pasadas en el intento de sanearlas si logran
reconvertirlas en amables. Podríamos preguntarnos, por qué no buscan
directamente personas que les hagan sentir bien. Porque quienes son amables y
consideradas con ellas, no responden a la familiaridad que les procuran los
parecidos de las personas que han sido significativas para ellas, no las
erotizan. Las distintas actitudes que
pueden adoptar en una relación estarán directamente influenciadas por su
historia pasada y la manera de resolverlas es tomar consciencia de a qué están
sujetas sin saberlo, para tomar la distancia necesaria que les permita romper
con una repetición insana. Por eso es absolutamente necesaria una buena
psicoterapia que les permita acceder a esos recuerdos y logren sentir la
conexión de causa efecto entre ellos y su situación vincular actual.
La psicoterapia permite
romper con la repetición dolorosa antes que el daño y la destrucción subjetiva
sea mucho mayor que cuando una persona queda librada a sí misma sin ninguna ayuda.
Una psicoterapia que conecte con las causas, no una psicoterapia que enseñe a
controlar el malestar sin saber de donde adquiere su fuerza dominadora. Recordemos
aquello de que “nadie es dueño en su propia morada” para desmitificar la idea
de que quienes acuden a terapia son poco inteligentes, poco autónomos o más
perturbados de lo normal. La autonomía es una ficción consoladora cuando se
edifica sobre negaciones de la propia fragilidad y es una tontería perder
tiempo de vida irrecuperable en aras de un orgullo narcisista presente en el
“puedo solo/a”. A veces la excusa es que falta dinero para tratarse, pero es fácil
ver como se gasta en otras cosas más hedonistas, a las que no quieren renunciar
quienes dicen que no tienen dinero. Es cuestión de prioridades, no de falta de
dinero en esos casos. Invertir dinero en cosas placenteras, en un consumo de
productos innecesarios, sumergirse en un vínculo que absorbe todas las
potencialidades, en un intento de sostenerse medianamente y evitar el vacío y
el dolor, está destinado a la corta o a la larga al fracaso. Mientras que
haciendo un tour de force que aleje
del narcisismo, se puede tener la oportunidad de conectar con esa dimensión del
sí mismo, que dirige todas las operaciones subjetivas y de esa manera,
controlar verdaderamente la propia vida, alejarse de aquellas relaciones que la
dañan y estar emocionalmente preparadas para disfrutar placenteramente de quien
nos da verdaderamente cariño y bienestar.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista
Qué interesante es tu texto, Claudia. Un verdadero placer leerlo. Gracias
ResponderEliminar