lunes, 13 de enero de 2014

LAS RELACIONES QUE HACEN DAÑO




 LAS RELACIONES QUE HACEN DAÑO

Cuantas veces en mi vida como terapeuta me he encontrado con testimonios vitales de mujeres que estaban inmersas en una relación destructiva, dolorosa, de la que no podían separarse, a pesar de ser conscientes de la inconveniencia de mantenerse en esa relación. Esto lo he podido constatar incluso en mujeres muy inteligentes, de las cuales podría decirse que resultaba especialmente llamativa su capacidad de raciocinio. ¿Qué he aprendido con ellas? Volver a constatar una vieja idea freudiana, que en estos casos encuentra su verificación más potente: “que nadie es dueño en su propia morada”. Esto quiere decir, que aunque creamos que tenemos todos los elementos a mano para configurar de la mejor manera posible nuestras vidas, algo hay en nosotros que desconocemos y nos domina, nos empuja a tener conductas incomprensibles, irracionales, poco convenientes para nuestro bienestar, impulsadas por unas fuerzas que no podemos dominar y que sin embargo, resultamos dominadas por ellas. Esto es lo mismo que decir que existe en todos nosotros una dimensión desconocida donde se alojan todas las experiencias vinculares infantiles con su tonalidad afectiva particular y que luego quedan olvidadas en su carácter de causa de lo que nos sucede en la actualidad a pesar nuestro y no podemos comprender.

Cuanto más dolorosa, difícil, imposible de separarse de una relación que hace daño, más probable es que en ella se estén jugando reminiscencias infantiles que establecen un campo de lucha de aquello que no fue posible lograr con aquellas figuras tan importantes para nosotros en la niñez. Una niña maltratada por su madre, o abandonada afectivamente, puede intentar establecer una relación con una mujer distante o insatisfactoria en el intento inconsciente de lograr ser aceptada y amada, para convencerse a sí misma de que merece que la amen. También puede establecer una relación con un hombre distante o maltratador, con quien repite el modelo inconsciente de relación frustrada con su madre, impulsada por el poderoso afán de cambiar la imagen dolorosa de los recuerdos de un vínculo dañino infantil,  convirtiéndolos en un triunfo en su relación actual si consigue las metas de bienestar que se propone. Es una experiencia verificable en muchas relaciones que las mujeres que sufren maltrato nos cuentan, que existe un poderoso imán que las afianza en la relación cuando el maltratador les pide perdón y les dice que las necesita. En ese momento la ilusión inconsciente que las atrapa es lograr superar en una relación actual el inmenso vacío afectivo sufrido desde niñas, sentirse reconocidas, finalmente queridas, valoradas. Esa es la esperanza que las vuelve a atar a una relación que pronto les muestra cuán equivocadas estaban esperando un resultado benéfico y curativo de esa relación.   

Esas experiencias infantiles, se convierten en una especie de chip insertado en la piel que dirige a las personas -sin que sean conscientes de ello- a aquellas situaciones que repiten malas experiencias pasadas en el intento de sanearlas si logran reconvertirlas en amables. Podríamos preguntarnos, por qué no buscan directamente personas que les hagan sentir bien. Porque quienes son amables y consideradas con ellas, no responden a la familiaridad que les procuran los parecidos de las personas que han sido significativas para ellas, no las erotizan.  Las distintas actitudes que pueden adoptar en una relación estarán directamente influenciadas por su historia pasada y la manera de resolverlas es tomar consciencia de a qué están sujetas sin saberlo, para tomar la distancia necesaria que les permita romper con una repetición insana. Por eso es absolutamente necesaria una buena psicoterapia que les permita acceder a esos recuerdos y logren sentir la conexión de causa efecto entre ellos y su situación vincular actual.

La psicoterapia permite romper con la repetición dolorosa antes que el daño y la destrucción subjetiva sea mucho mayor que cuando una persona queda librada a sí misma sin ninguna ayuda. Una psicoterapia que conecte con las causas, no una psicoterapia que enseñe a controlar el malestar sin saber de donde adquiere su fuerza dominadora. Recordemos aquello de que “nadie es dueño en su propia morada” para desmitificar la idea de que quienes acuden a terapia son poco inteligentes, poco autónomos o más perturbados de lo normal. La autonomía es una ficción consoladora cuando se edifica sobre negaciones de la propia fragilidad y es una tontería perder tiempo de vida irrecuperable en aras de un orgullo narcisista presente en el “puedo solo/a”. A veces la excusa es que falta dinero para tratarse, pero es fácil ver como se gasta en otras cosas más hedonistas, a las que no quieren renunciar quienes dicen que no tienen dinero. Es cuestión de prioridades, no de falta de dinero en esos casos. Invertir dinero en cosas placenteras, en un consumo de productos innecesarios, sumergirse en un vínculo que absorbe todas las potencialidades, en un intento de sostenerse medianamente y evitar el vacío y el dolor, está destinado a la corta o a la larga al fracaso. Mientras que haciendo un tour de force que aleje del narcisismo, se puede tener la oportunidad de conectar con esa dimensión del sí mismo, que dirige todas las operaciones subjetivas y de esa manera, controlar verdaderamente la propia vida, alejarse de aquellas relaciones que la dañan y estar emocionalmente preparadas para disfrutar placenteramente de quien nos da verdaderamente cariño y bienestar.

CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista


   

1 comentario:

  1. Qué interesante es tu texto, Claudia. Un verdadero placer leerlo. Gracias

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