Difusión de mi trayectoria profesional en psicoanálisis con visión de género, mis escritos, como promotora de salud en talleres a asociaciones de mujeres en Catalunya
lunes, 12 de agosto de 2013
LA MISERIA PSICOLÓGICA DEL HOMBRE VIOLENTO
Cuando los medios transmiten imágenes de rostros o cuerpos de mujeres
desfigurados por los golpes, cuando nos enteramos de un nuevo asesinato de una
mujer y a veces de sus hijos a manos del mal llamado “compañero sentimental” no
podemos evitar un sentimiento de horror y de impotencia frente a un fenómeno
que no hace más que crecer a pesar de las medidas legales que intentan
frenarlo. Sin embargo, cuando sobrepuestos al primer impacto el público se
pregunta porque las mujeres aguantan hasta ese punto, porque no abandonan a un
hombre que las maltrata, nunca he escuchado una reflexión que cuestione porqué
el hombre las maltrata. Existe una cierta tolerancia subliminal que hace que si
bien se entiende que se pasa de la raya, cierta asociación de la masculinidad
más patriarcal con la violencia parece servir de atenuante. Hay hombres que no
reconocen que son violentos, simplemente dicen que están haciendo lo que hay
que hacer para hacerse obedecer, para restablecer un orden familiar que ellos
sólo conciben como derecho ordenado por el jefe de familia. Lo que se oculta
es la necesidad de dominio, de control extremo, de anhelo de posesividad
exclusiva, de extrema dependencia, que lleva a estos hombres a intentar aislar
cada vez más a sus mujeres de otros lazos afectivos que pudiesen escapar a su
control, asegurándose de esa manera el secreto de sus actos violentos y no
correr el riesgo de ser cuestionado por otros. Un hombre que necesita recurrir
a la violencia para librarse de un malestar emocional que no puede tramitar de
otra manera lo único que está mostrando es su debilidad, su falta de recursos,
su impotencia para resolver una tensión que lo desborda. Al que golpea, abusa,
maltrata, viola, asesina, se le podría aplicar el verso de Borges “no nos une
el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Pero no se trata de
amor, sino del odio más genuino hacia quien depende más de lo que su orgullo le
permitiría reconocer sin sentirse humillado, sin sentir que los referentes en los que apoya su identidad tambalean. Víctima sí, pero victimario
muy peligroso. Si un hombre no encuentra referentes más adecuados para sostener su masculinidad puede entrar en una vertiente melancólica de intensidad variable, siendo la más grave, el intento de suicidio, aunque ésta no es la salida más frecuente, o bien, puede optar por el asesinato, que es lo que más casos registra.
Los grupos de hombres que cuestionan estas masculinidades tan patológicas son los que pueden ayudar a otros hombres a acercarse a nuevos modelos de masculinidad sin temor a ser tomados por afeminados u homosexuales y las mujeres hacen un flaco favor cuando por compasión o por lástima soportan un maltrato aferradas como están a las creencias del amor incondicional que les hace perder de vista que ellas también necesitan ser queridas y recibir además de dar.
Claudia Truzzoli
domingo, 23 de junio de 2013
MISTERIOSA TERNURA (poesía)
MISTERIOSA
TERNURA
Cuando tu recuerdo
le roba a mi sueño madrugadas
convirtiendo las noches
en antesala de fantasmas,
cuando un hambre de niñez
me sobrecoge
vistiendo mis sueños
con tu calidez familiar
y natural cercanía,
cuando este desvarío
que mi soledad anida
te anhela como isla
que me salvara del naufragio,
me pregunto
por qué mi amor
se vuelve tan voraz
con tu abandono
y por qué resiste, a mi pesar,
tan invencible mi ternura.
CLAUDIA TRUZZOLI
MISTERIOSA
TERNURA
Cuando tu recuerdo
le roba a mi sueño madrugadas
convirtiendo las noches
en antesala de fantasmas,
cuando un hambre de niñez
me sobrecoge
vistiendo mis sueños
con tu calidez familiar
y natural cercanía,
cuando este desvarío
que mi soledad anida
te anhela como isla
que me salvara del naufragio,
me pregunto
por qué mi amor
se vuelve tan voraz
con tu abandono
y por qué resiste, a mi pesar,
tan invencible mi ternura.
CLAUDIA TRUZZOLI
NAVEGANDO EN AGUAS EXTRANJERAS (poesía)
NAVEGANDO EN AGUAS EXTRANJERAS
Qué tristeza sin fin,
qué amargo sentimiento
volver a ese nido vacío
que algún día fue vuestro,
volver donde lo has perdido
sin saber si aún eres la que eras
o eres otra que no quieres,
si un hondo sentir nuevo
te aleja de su recuerdo
navegando en aguas extranjeras
como a la deriva y sin saber
a quien le perteneces.
Los besos nuevos que te llegan
no te salvan,
ni las caricias te erizan la piel
como quisieras,
ni están en este ramo como dices,
las flores que prefieres.
pero soy yo quien está
contigo y viva
en esta soledad de madrugadas
sintiéndote y sintiéndome,
dejándonos llevar
por este lazo incierto,
mientras espero
que el tiempo encuentre
la palabra que lo nombre.
CLAUDIA TRUZZOLI
RELACIONES SOLIDARIAS O RELACIONES COOL
RELACIONES SOLIDARIAS O RELACIONES COOL
Todas las
personas, a pesar de constatar en nuestra vida cotidiana, qué vulnerables
podemos ser en determinadas ocasiones, qué necesidad de cariño, afecto,
cordialidad, amor, necesitamos, pareciera que es una actitud difundida en nuestra
vida pública trasmitir lo contrario, donde con mayor frecuencia hacemos gala de
unas maneras individualistas, de una negación
de aquello que nos haría falta, víctimas
de la ilusión de ser nuestros propios gestores autosuficientes. Ilusión por otra
parte, fomentada por los mensajes que recibimos, que se dirigen a despistarnos
de nuestras verdaderas necesidades y deseos para llevarnos a consumir objetos,
que engañosamente llevan implícita una promesa de felicidad al adquirirlos. De
nuestro ser a nuestro tener se pretende desplazar nuestras necesidades. Cualquiera
que haya intentado comprarse algo en un
estado de tristeza o en un momento de vacío dolorosamente insoportable, habrá
comprobado qué poco tiempo duran esas promesas de satisfacción cuando se
intenta cubrir nuestras carencias con objetos varios. Ninguno de ellos nos
protegerá del dolor de las necesidades insatisfechas y ninguno de ellos será
capaz de erradicar las más elementales necesidades de comunicación con nuestros
semejantes.
Si bien no
somos una tabla rasa donde la cultura escribe sus mandatos sin más, es verdad
que las subjetividades cambian cuando los hechos sociales determinan
situaciones que nos afectan en lo más cotidiano de nuestras vidas. En estos
momentos donde la vida precaria afecta a más personas de lo que sería deseable,
resultado de una tiranía canalla del mercado, se producen dos tipos de fenómenos:
por una parte, redes sociales de solidaridad que aportan soluciones precarias
pero bienvenidas a gentes que sufren de una gran precariedad, acciones que
intentan ofrecer una contención mínima y urgente a un tremendo desvalimiento
producto de la enorme injusticia que amparada en la excusa de la crisis deja
sin recursos a una gran cantidad de población. Pero por otra parte, existe una
minoría que se enriquece en este contexto y una depauperizada clase media que
siempre fluctúa entre colocarse en el lugar de los poderosos o de los
desvalidos según los acontecimientos que afecten a su propia economía. De esta
clase es de la que quiero ocuparme, sobre todo de sus actitudes que se traducen
en
un aumento de la insolidaridad y del egoísmo que paradojalmente no se dirige a
las necesidades de supervivencia sino a
un aumento del deseo de objetos que simbólicamente den una sensación de poder,
de estatus, como buscando en ellos una satisfacción que hace un cortocircuito
con el verdadero lazo social. La falta de calor con los demás, de buenas
maneras, de amabilidad, es notoria. Estamos viviendo unos tiempos donde parece
reinar como costumbre una indiferencia generalizada, una anestesia social que invade todos
nuestros contactos con los demás. Saludamos sin recibir respuesta en muchas
ocasiones, nos atropellan y nos quedamos esperando una disculpa que no llega,
tenemos una gentileza con alguien o les hacemos un favor y la palabra gracias
brilla por su ausencia. Esas actitudes ásperas y egocéntricas, contribuyen a acrecentar
un espacio común hostil que entorpece las relaciones sociales y aumenta la
soledad. Si falta amabilidad, cortesía, en el trato social, nos queda el
refugio en la intimidad, pero desprovisto de alegría y susceptible de buscar
compensación en contactos instantáneos, ilusorios y múltiples, como los que
permiten las redes en Internet. Esas suplencias a los verdaderos lazos sociales
actúan como los síntomas, satisfacen algo y privan de algo a la vez. Pero es verdad que debilitan nuestros recursos
para las relaciones reales, que siempre exigirán de nosotros un trabajo de
adaptación, de pactar con diferencias, de renunciar a un ideal relacional elaborado
en función de nuestros deseos y esperar que los otros encajen perfectamente en él.
Si pudiésemos lograrlo, seríamos más amables en el trato social.
Cuando voy
en el metro o en el autobús, me dedico a mirar las expresiones de la gente y
con mayor frecuencia de lo deseable no encuentro en sus rostros las marcas de
la sonrisa, más bien encuentro las arrugas
que dan testimonio de sus amarguras. Miradas vacías de vitalidad, temerosas,
sufrientes y sobre todo, expresivas de una profunda soledad donde pareciera que
no queda ni un asidero donde evitar el naufragio de las ilusiones. En cuanto a
la gente joven, es frecuente verla ensimismada en sus castillos autónomos, con
los auriculares en sus oídos escuchando sus músicas y aislándose del resto de
la humanidad de manera habitual. Una niña, en las pocas ocasiones en que yo
misma tenía unos auriculares puestos mientras esperaba un autobús, se me acercó
y gritándome me dijo “así no me escuchas”. Es increíble como una niña pequeña
puede ser de manera espontánea la mejor crítica de nuestras costumbres. Me
conmovió y hasta me avergonzó haberme olvidado de que los niños pueden sentirse
más indefensos que nadie en un mundo que expresa de manera muy evidente su
individualismo con actitudes tan notorias de aislamiento. Le sonreí y le pedí
disculpas, prometiéndole que no los usaría más que cuando estuviera sola en
casa, así podría ayudarla si me
necesitaba. Ella me miró de una manera rara, tal vez porque no estaba
acostumbrada a que le dieran explicaciones amables, sino que probablemente obtuviera
un silencio hosco o una respuesta agresiva. Tenemos que recuperar un mundo más
cálido, sería una buena manera de combatir la indiferencia que se ha colado
como valor predominante en las relaciones sociales donde ser cool pareciera dar el toque elegante de
distinción que marca la diferencia.
Una
suspensión de la actitud amable tiene como efecto una sensación de soledad
aumentada y un repliegue espontáneo de nuestro buen talante que se reserva a un
círculo cada vez más reducido de personas. Tal actitud genera una exclusión creciente
de los que no forman parte de nuestros allegados con el efecto desagradable y
poco saludable de pérdida de la disponibilidad afectuosa que es la base de la
amabilidad. La consecuencia de esa falta de amabilidad genera una vivencia de
los semejantes como hostiles, que mueve a defenderse con la evitación fría o
con una actitud agresiva. Las actitudes fóbicas hacia los demás se potencian de
ese modo. Es más fácil seguir la corriente del aislamiento, aunque no lo más
sano en este caso, ya que lo más sano sería no esperar que el mundo cambie,
sino ser agentes activos para lograr aquello que nos gustaría cambiar, tratar a
los demás como nos gustaría ser tratados y no esperar que el mundo se muestre
amable para corresponderle con un buen trato. Cambiar nuestra manera de
posicionarnos frente a los otros, muchas veces cambia la respuesta que
recibimos de ellos, aunque no siempre, pero aún así, la falta de amabilidad
deberíamos achacarla a dificultades propias de quien no puede serlo, más que
acusar recibo del rechazo comunicacional que falsamente podría afectar nuestra
propia valoración de nosotros mismos.
Cuando se
trata de comunicarnos con otros también surgen las dificultades propias de la
interpretación que hacemos de sus actos o sus decires. Los hechos nunca son
hechos incontrovertibles, sino que siempre son susceptibles de ser
interpretados de distintas maneras y eso siembra el germen de todos los
malentendidos que generan displacer. El problema de la interpretación es que se
mueve a un nivel puramente imaginario que depende de nuestras propias creencias
y fantasías, no de lo dicho o actuado por los demás. Mucha gente convierte lo que
supone en certeza. Y reacciona movida por esa certeza, si bien no se percata
que eso incluye el riesgo de equivocarse en lo que interpreta de los demás,
cuyas acciones pueden tener un sentido diferente al que les atribuye nuestra
propia imaginación. Y así se van edificando muros de incomunicación que
resultan nefastos para crear cercanía. Basar nuestro juicio en las palabras
dichas por los otros, sería un buen remedio para escapar de la atribución de
sentido que damos que puede ir más allá y no pertenecer a su realidad.
Una
relación real con el otro nos pone a prueba ejercitando nuestra paciencia, nos
da trabajo. Y aunque eso nos enriquece porque potencia nuestros recursos
adaptativos, mucha gente prefiere la soledad narcisista donde poder fabricar un
mundo a su medida, haciéndolo habitable con unas personas a las que viste con
los ropajes que su imaginación le dicta en función de sus propios anhelos. La
era de Internet permite una dispersión, facilidad, anonimato e inmediatez que
se limita ser una suplencia de nuestros encuentros reales con los demás,
dejándonos debilitados a la hora de afrontar nuestra soledad. Y la promesa de
un contacto ilusorio funciona como espejismo de una compañía que pocas veces es
tal. El uso intensivo que hacen de las redes sociales quienes buscan cariño,
sexo, cordialidad, amistad, sería menor si nuestro mundo social ofreciera más amabilidad.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista.
c.truzzoli@gmail.com
Ampliación de mi artículo Recuperar la amabilidad publicado en Mente Sana nº 80.
domingo, 16 de junio de 2013
DIFERENCIAS ENTRE LA ENVIDIA Y LOS CELOS.
El ser humano, a
pesar de ser una de las especies más evolucionadas con respecto a otras, es sin
embargo, el más desvalido a la hora de nacer, porque depende totalmente de otro
que lo cuide porque si no, muere. No sólo está más desprotegido que cualquier
otra especie, sino que su propio psiquismo está en vías embrionarias. Cuando se trata el problema de la violencia doméstica desde ámbitos puramente sociológicos o antropológicos, se desvaloriza el papel que desempeñan la posesividad, los celos y la envidia, con el argumento de que se trata de se trata de condicionamientos genéricos impuestos socialmente. Es verdad que los condicionamientos genéricos refuerzan ciertas identificaciones a asumir comportamientos que se consideran propios del rol genérico, por ejemplo, que un hombre debe ser dominante, agresivo, posesivo, controlador y que una mujer por el contrario, debe ser complaciente, tierna, dejar amplio margen de decisión a su pareja sin inmiscuirse, aceptar sin más su destino de acompañante pasiva sin deseos propios que creen conflicto de intereses. Esa es la imagen tradicional que se ha dado en los arquetipos de género, imagen a la que tratan de responder las mujeres tradicionales, no así las que están marcadas por el cuestionamiento de estos estereotipos, cuestionamiento que ha traspasado a su subjetividad y que se pueden llamar con todo rigor mueres transicionales. Lo mismo vale para los hombres que se han desmarcado de estos estereotipos clásicos y que se preguntan e inquietan por otros modelos de masculinidad sin renunciar a la heterosexualidad. Hombres y mujeres transicionales que buscan nuevas formas de relación más paritaria y que deben enfrentarse no sin dificultades a sus contradicciones interiores, rémora de viejos tiempos del patriarcado.
Para circunscribirnos al tema de los celos y la envidia, vayamos un poco más lejos, hasta los orígenes de la constitución del psiquismo y veamos cómo afecta de manera desigual la ruptura del ideal fusional que se establece entre madre e hijo y entre madre e hija, para introducir una mirada más exhaustiva a la comprensión de los celos y la posesividad. Al principio del psiquismo, existe una total confusión entre el yo y el otro, entre el bebé humano y su madre, formando ambos un conglomerado único, que además incluye la ilusión de una satisfacción plena de deseos (como lo vive el bebé, si es la madre quien lo vive así, puede representar un peligro para el desarrollo emocional de su criatura). Pero este ideal fusional va mostrando pequeñas y sutiles grietas que progresivamente van introduciendo una diferencia entre uno y otro sujeto, la madre no siempre está cuando se la reclama, a veces hay que esperar a satisfacer el hambre, no siempre se calma un dolor, pero como resultado de todas estas pequeñas diferencias, algo se establece con regularidad cuando la madre después de estas pequeñas ausencias termina apareciendo otra vez. Son separaciones transitorias, superficiales que no afectan al sentido profundo de unión con la madre. Si ella siempre vuelve a estar en el mejor de los casos, se produce un apego beneficioso, una dependencia necesaria para el desarrollo posterior de una autonomía, eufemismo que se utiliza para designar lo que en realidad es una dependencia madura, que consiste en reconocer la necesidad que se tiene de otro u otra, pero con un grado de asertividad que impide aceptar continuar con una relación cuando ésta incluye el maltrato, la descalificación, el abuso, violencia de cualquier tipo o el abandono afectivo.
Si el desarrollo emocional ha sido suficientemente positivo, será muy diferente la manera de vivir los celos, porque en este caso, sólo se pondrán en juego cuando aparezca un rival al que se cree capaz de conquistar el amor de la pareja querida, que no es lo mismo que los celos imaginarios que se sienten cuando la pareja no da motivo ninguno para temer semejante circunstancia. Cuando aparecen celos de este último tipo, se deben más a la inseguridad en el vínculo amoroso o a la proyección de sentimientos propios del celoso en su pareja. No es de descartar tampoco, la posible homosexualidad latente del celoso imaginario que frente al despliegue de su posesividad exagerada, induce sin saberlo a la transgresión a su pareja, como bien ha intuido Tolstoi en su novela La sonata Kreuser. Hay una película italiana, muy antigua, que se llama El magnífico cornudo, que también expresa muy bien esta intuición. En ella, un marido excesivamente celoso hace seguir a su mujer por un detective para comprobar si ella le es fiel o no, pero tanta obsesión por el tema, provoca el efecto contrario al que se quiere combatir y es que ella a fuerza de ser cuestionada y ser sospechosa decide hacerse merecedora de tal acusación de adulterio y cuando decide pasar al acto, coincide con la circunstancia de que el detective que la seguía ya había hecho un informe al marido de su absoluta fidelidad. Él se queda tan tranquilo mientras su mujer delante de sus narices tiene un juego seductor con un hombre más joven y muy atractivo. La pregunta entonces es la siguiente: ¿el marido quería que ella le fuera fiel o le fuera infiel? Deseo por supuesto inconsciente. Un paciente que yo traté hace mucho tiempo, atormentado por los celos sospechando que su mujer le era infiel, se sintió aliviado cuando buscando en su bolso pruebas de una imaginada infidelidad, comprobó que ella llevaba preservativos en su bolso. Esas contradicciones sólo son comprensibles si apelamos a otra lógica diferente de la que usamos con la conciencia racional, una lógica que responde a los deseos inconscientes que no son aceptados por la conciencia. Una lógica que nos introduce en el mundo de los sueños que a veces nos resultan incomprensibles pero que son realizaciones de deseos.
Volviendo entonces a la diferencia entre los celos normales, los excesivos y -aparentemente- sin fundamento, y la envidia, nos resulta muy útil un texto de Lacan que se llama La familia, donde habla del complejo de intrusión. Ese complejo Lacan lo ubica en las reacciones sentimentales fraternas frente a la aparición de un nuevo hermano que lo desplaza de la posesión exclusiva que creía tener de su madre. Si la relación con la madre fue muy absorbente, si ella fomentó la ilusión de ser la única persona que su hijo necesitaba, unido al temperamento del niño dispuesto a creer en ello, la aparición de un tercero, sea el padre competidor, sea un hermano o hermanos, provocará un enorme conflicto. Dependiendo del temperamento del niño, si es más agresivo luchará por librarse del competidor, como por ejemplo en la película La luna de Bertolucci, pero si es más inseguro o tímido o desvalorizado, sufrirá de un modo muy particular la envidia. La diferencia entre la envidia y los celos normales es que el envidioso sufre por pensar que otro está disfrutando de un paraíso perdido para él y quiere destruirlo. Se trata de una cuestión más narcisista si se puede decir así. Mientras que los celos normales aparecen cuando alguien intenta arrebatar el amor de una persona a la que uno o una se siente ligado/a. Aquí no se trata de una cuestión de autoestima herida sino de un temor a la pérdida del objeto querido. En la envidia es más una cuestión de orgullo herido que de amor por el objeto. En el varón la cuestión de la posesividad adquiere casi el grado de un derecho porque siente que él es diferente a la madre y que tiene lo que la madre necesita. En la hija, la situación es más complicada, porque al ser semejantes la madre y la hija, ésta última siente con dolor la intrusión del tercero, pero si es varón, lo siente más aún y queda expuesta a la envidia porque siente que el hermano tiene mayores méritos para conquistar a la madre. Naturalmente estas diferencias subjetivas dependerán mucho de la actitud de la madre en primer lugar y también con posterioridad de la actitud valorativa del padre. Si la madre o el padre o ambos son muy machistas, eso influirá negativamente en la autoestima de la hija que vivirá su propio género como minusválido y quedará más expuesta a la envidia.
Por eso creo que el error de tratar el problema de los celos excesivos o de la posesividad sólo como un condicionamiento de género, es de corto alcance explicativo. Indudablemente, la ideología patriarcal fomenta los estereotipos del hombre dominante y posesivo y de la mujer sufridora, pero esos estereotipos se anclan en una etapa del psiquismo que hay que cuidar para un desenlace diferente que no propicie la posesividad masculina y asegure otra asertividad a las mujeres. Si no se tiene esto en cuenta, no serán suficientes las leyes que intentan conseguir un trato igualitario entre los géneros, ni las que toman medidas contra la violencia hacia las mujeres. El resultado es claro, hay índices de violencia cada vez más brutal. No solucionar el problema desde dentro, intentar circunscribirlo sólo a cuestiones legales o sociológicas, es una ceguera que impide que las relaciones entre géneros sean verdaderamente paritarias y humanas. No es suficiente la condena penal, necesaria por supuesto en caso de delito, porque los hombres que han asesinado a sus mujeres por considerarlas suyas pese a todo, sin contar con los deseos de ellas mismas, sostienen que al salir de la cárcel las matarán en venganza por hacerlos sufrir.
Una de las cuestiones que sí habría que revisar para intentar minimizar la violencia, es la desposesión de los bienes comunes cuando se produce el divorcio, que generalmente favorece a una de las partes, que por lo general, suele ser la madre y los hijos con el pretexto que los hijos tienen que tener un lugar donde vivir. Cierto, pero eso no implica que no se pueda vender el bien familiar, repartir el dinero conjunto y dejar a cada uno/a su cuota de responsabilidad para la vida futura en una vivienda particular para cada uno/a, y repartiendo el peso de la responsabilidad de los hijos, no sólo económica sino sentimental. Ese sería el ideal de como deberían proceder padres y madres responsables de su propia existencia y la de sus hijos. Y ese sería también el ideal de una sociedad que pudiera permitir económicamente a todos esa posibilidad. Pero tristemente asistimos a hechos muy lejanos de ese ideal. Cuando los padres acuden a un juicio por divorcio contencioso están demostrando un fracaso en su capacidad simbólica.o dicho de otra manera, un fracaso en su capacidad de resolver sus problemas hablando, y por supuesto, no involucrando a los hijos en sus conflictos sino actuando de cara a ellos pensando en su propio desarrollo emocional y sus necesidades. Esto requiere una madurez que tristemente se ve poco. Si a esto unimos una idiosincracia que hace de la ilusión de autonomía de un yo fuerte y potente el ideal en el que una persona intenta dirigir su vida, los hará resistentes a cualquier tipo de ayuda terapéutica donde podrían retomar las riendas de un desarrollo emocional detenido.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista
c.truzzoli@gmail.com
martes, 28 de mayo de 2013
MADRES E HIJAS: UNA RELACIÓN COMPLICADA
Tanto para un hombre como para una mujer la relación
con la madre es la primera relación humana, de ella depende hasta tal punto que
su vida física está en sus manos, y también la que fundará el carácter de su
subjetividad. El infante necesita sentir de una manera absolutamente cercana el
cuerpo de su madre al que tuvo que dejar, y es ese paraíso perdido que satisfacía
todas sus necesidades, al que pretenderá volver a rescatar con la cercanía
corporal. En el comienzo esa simbiosis es necesaria para proporcionar al bebé
humano el valor para desarrollarse física y emocionalmente sentando las bases
de su propia seguridad, su confianza en el amor que se le pueda brindar. Este
proceso será posible si la madre cuida amorosa y generosamente al bebé. Para
ello es necesario que lo sienta como alguien con existencia y deseos propios y
no como una prolongación de sí misma. La
madre capaz de aceptar la separación con su hijo es capaz de alentarla como una
madre amante y aún después de la separación seguir amándolo, lo que supone un difícil equilibrio para la madre porque
desde el comienzo está exigida a considerar sus propias necesidades enteramente
secundarias respecto a las de su niño a pesar de que a través de ese contacto
experimenta una sensación de unión simbiótica que satisface de una manera muy
trascendente el hecho de ser necesitada. Satisfacción a la que progresivamente
tendrá que renunciar para aceptar que otros personajes vayan ocupando el lugar
exclusivo que ella tenía. Ello tiene un lado positivo y uno negativo. El
positivo es que gracias a ello, puede estar disponible para lo que el bebé la
necesite y también fomenta en el niño la idea de la omnipotencia de su madre
porque ella siempre está allí para arreglar las cosas, su receptividad le hace
saber lo que el bebé necesita, casi adivina lo que siente. Si ese amor es firme
e ininterrumpido, los inevitables períodos de ausencia y las pequeñas
frustraciones serán toleradas por el bebé porque aprende que la madre siempre
vuelve para sostenerlo. Están sentadas las bases de la confianza que luego se extenderá al vínculo
con los demás. El lado negativo, es que si la madre no está preparada
emocionalmente para tolerar las inevitables separaciones que gradualmente
aparecerán por el desarrollo de la autonomía del pequeño, puede obstaculizar
ese proceso por sus propias dificultades. Eso se hará sentir como una ausencia
de estímulo, como un reproche, como un reclamo de no ser necesitada. En síntesis,
el mensaje que tramite inconscientemente en el mejor de los casos, consciente
en el peor, es “no te despegues de mí”, “nadie te querrá como te
quiero yo”, mensajes que frenan el
desarrollo emocional del hijo en crecimiento. Una madre que no está preparada
para la separación con su hijo, tampoco hará gran cosa para desmentirle a su
hijo que ella es más poderosa que nadie. Ejemplos de amor maternal más allá de
los mitos que giran entorno al mismo tenemos de varios tipos. De cada uno de
ellos podemos extraer consecuencias en el futuro sujeto en crecimiento. No es
lo mismo la madre que vive a su bebé como una prolongación de sí misma, que la
madre que lo considera como un sujeto independiente, un sujeto otro, al que
tendrá que ayudar a crecer, desarrollarse y lo que es más difícil,
independizarse de ella. Existen madres abnegadas de verdad, que quieren a sus
hijos, pero no son éstas las madres que se sacrifican por ellos. Las que los
quieren de verdad, les dan lo mejor de sí mismas porque los aman, pero para
darles lo mejor de sí mismas, tienen que quererse ellas y darse a sí mismas
otras maneras de sostenerse afectivamente más allá de sus hijos para su propia
paz interior.
Nuestra cultura confunde la abnegación con el
sacrificio y el amor a sí misma con el egoísmo neurótico. ¿Cuál es la
diferencia? El egoísmo neurótico es un resultado de la incapacidad de dar y
recibir amor, pero puede disfrazarse en ocasiones de generosidad, de
sacrificio por los demás. Esta conducta
es un síntoma que delata que la capacidad de amar de esta persona está
paralizada, llena de hostilidad hacia la vida y su efecto sobre sus hijos no es
el que logra una madre genuinamente generosa. Esa supuesta generosidad se
cobrará su tributo sutilmente en forma
de reproches velados, manifestaciones verbales de cariño que no convencen a sus
destinatarios y que despiertan síntomas neuróticos en ellos, como por ejemplo, fobias, recelos
de todo tipo, sentimientos de abandono, temerosos de ser desaprobados por su
madre, ansiosos por satisfacer sus expectativas. Además bajo la máscara del
deber, la virtud y la fachada de generosidad de la madre, se les impide a los
hijos criticarla y también disfrutar de la vida. Estas madres no dan amor, sino
cumplimiento de obligaciones que les pesan pero que un sentido del deber les
impone. El verdadero amor por sí misma es lo que capacita a una mujer para
amar no sólo a sus hijos sino también al
prójimo más extenso que el que ocupa el ámbito intrafamiliar. La Biblia dice: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Es esa mismidad lo que hace más difícil el vínculo
entre madre e hija. La hija está colocada para la madre en un lugar que puede
funcionar como un espejo de sí misma con las confusiones inherentes a tal
situación. Por ejemplo, una ocasión de poder proyectar en su hija todo aquello
que ella no pudo realizar, un terreno abonado para inocularle sus propios
ideales, no teniendo en cuenta que la hija es otra persona, confundiéndola con
ella misma al creer que lo que ella desea para su hija será lo mejor para ella.
Y quien dice ideales, dice también frustraciones con la esperanza de que la
hija las supere y las resuelva por procuración. Lo que no pudo hacer ella misma
espera que su hija lo realice para ella. Al ser posible la confusión, surge una
tensión agresiva que propicia la rivalidad, los celos, la competitividad, pero
también un amor tan profundo que es tal vez la relación más entrañable de todas
las humanamente posibles, porque la madre es la iniciadora de nuestro contacto
con el otro, de la primera relación táctil y sensorial que hemos recibido al
nacer y esa experiencia expondrá a la hija a un proceso de duelo más complicado
para relacionarse con otro sexo. La propia relación con todos los personajes
posteriores que podrá una hija establecer, estará teñida por esta primera
relación con la madre. Será la herencia que llevará en sí misma y proyectará en
sus otras relaciones. Todo lo que no ha quedado resuelto en esta relación
madre-hija, se pondrá en juego en las demás. La misma relación matrimonial se
verá afectada por ello puesto que lo que no se resolvió con ella, se pondrá en
juego en el matrimonio, afectando la calidad de la relación. No hay manera de
escapar al vínculo materno interiorizado ni de los efectos que éste ha dejado
como marca en la subjetividad. Las personas que niegan esta relación primaria
con la madre, o no han recibido una suficiente atención materna originaria, serán
víctimas de la nostalgia de un amor materno idealizado, o bien caerán en
cuadros depresivos, melancólicos, adicciones, trastornos alimentarios entre
otros síntomas.
Una madre que nos alimenta y nos cuida cumple su
función, pero también se expone a riesgos para ella misma y para sus hijas
porque es difícil criar con un amor
entregado sabiendo que su destino es tener que dejar ir a quien se ama. Es
difícil satisfacer la necesidad de sentirse necesaria y disfrutar de la
dependencia de las pequeñas para luego dejar ir de verdad, sin reproches, sin
chantajes emocionales que reclaman que no se las abandone o invocando una ingratitud por lo recibido frente al deseo de
autonomía de las hijas. Las madres neuróticas no pueden amar de verdad. Las hay
que son temerosas de inmiscuirse en la relación de su hija con su pareja y
nunca van a visitarla por temor de encontrarse con alguna desgracia emocional o
circunstancial que les confirme que no cuidan de su niña lo suficiente. Las hay que se meten en
todo, que no respetan el espacio propio de su hija, ni el interior ni el
exterior porque se sienten autorizadas a meterse en su casa, arreglar sus
cosas, invadir la crianza de sus nietos como si ellas mismas fueran sus madres,
como si la vida de la hija con su pareja y sus hijos fuera un mero accidente,
dado que están convencidas de que la relación importante de su hija sigue
siendo con su madre. Las hay también que se creen respetuosas y nunca se meten
con la pareja de la hija, pero se quejan con las amigas todo el tiempo y no se
acuerdan ni del nombre de la pareja de su hija. Distintas modalidades neuróticas
que se manifiestan de esos distintos modos.
¿Cómo cambia la relación con el marido cuando una
madre tiene una hija? Sobre todo cuando la hija crece, llega a la adolescencia
y tiene el encanto de una juventud que despierta el deseo masculino, cuando la
madre está agostada? ¿Cómo soporta una madre que la hija se convierta a los
ojos del padre en una figura muy importante para éste cuando el padre la quiere
realmente? El florecer de la sexualidad adolescente en la hija, la promesa de
vida que se le presenta, el futuro aún por vivir, frente a la madre que ya no
tiene esa posibilidad, implica una fuente de problemas si no está preparada
para aceptar el paso del tiempo,
reconocer sus propios límites, ceder su lugar como único, aceptar que la hija
la supere, que tenga otras ambiciones y deseos distintos de los suyos, que su
marido admire a su hija más que a ella misma, son sólo algunas de las
dificultades que se presentan en la relación madre-hija. Una madre que no está
preparada para aceptar la entrada de otros en los vínculos afectivos de las
personas que ama, para dejar ir, para aceptar las amistades de su hija o las
complicidades que la misma establece con su padre, que la excluyen a ella
misma, que no acepta el no ser la más importante siempre, es una madre que
obstaculizará el buen desarrollo emocional de la hija haciéndola sentir
culpable de aquello que significa una fuente de salud mental como es el deseo de
autonomía personal, que siempre implica abandonar de alguna manera el vínculo
materno. Tal abandono es temporalmente necesario, sobre todo en la adolescencia
que es cuando una hija debe enfrentarse a su madre para diferenciarse de ella y
la primera reacción es oponerse, rebelarse, ser diferente, hasta que la hija
encuentre su identidad propia y las similitudes con su madre no le signifiquen
una amenaza. Todo este difícil proceso de desapego progresivo con las hijas,
será más difícil para una madre si ésta no tiene una vida afectiva autónoma más
allá de su familia y una actividad laboral donde pueda probar sus capacidades y
ser reconocida por ello. Si sólo se satisface de su papel de ama de casa, le
será más difícil renunciar a la única cuota de poder que tiene dentro de su
familia porque es lo que la sostiene. Si la madre no puede emocionalmente
aceptar esas distancias, puede obstaculizar el logro de una identidad
diferenciada en la hija, interferir en su autonomía, generando una hija neurótica,
fijada emocionalmente a su madre, sea por apego o por desapego exagerado -que
es lo mismo a efectos prácticos-. Una hija neurótica que no podrá amar y que
posiblemente volcará en sus vínculos con los otros los mismos reproches que su
madre le hacía a ella, o puede iniciar una crianza totalmente diferente de la
que ha tenido para evitar en las hijas las mismas consecuencias que ella ha
sufrido y paradójicamente encontrarse con los mismos resultados indeseados. O
bien, evitar cualquier clase de relación emocional importante o lo contrario,
esperar que llegue un personaje que la salve de todo ese maremoto
emocional, salida que cree que supondría una victoria sobre la madre, por
ejemplo, las que esperan de su marido todo lo que necesitan emocionalmente, o
la salida más radical, que es la vía que escogen las mujeres que inician una
relación sentimental y erótica con otra mujer como una ocasión de desarrollar
en otro vínculo aquellos aspectos que favorezcan su desarrollo emocional y autónomo.
Un trabajo personal de análisis permite tomar conciencia de todas las
implicaciones emocionales que nos afectan y una ocasión de preguntarnos qué es
lo que queremos más allá de lo que se espera de nosotros.
Como decía sabiamente Simone de Beauvoir, la única
manera de una madre de lograr recuperar el amor de su hija cuando ésta madure,
es saber dejarla ir cuando lo necesita. Al envejecer, se produce una regresión
en los vínculos que nos aferran a la propia vida, para volver al campo materno,
dado que al envejecer nos volvemos emocionalmente niños. Mujeres que siempre se
han caracterizado por su independencia, al envejecer, pueden encontrarse
llamando a su mamá, aunque ésta esté muerta. Y en esos momentos es cuando se
hace patente que la buena relación madre-hija, así como puede favorecer el
desarrollo de la vida, también puede ayudar a morirse en paz. Nadie teme la
muerte cuando siente que ha vivido su propia vida y nada hay que posibilite más
ese logro que el haber podido separarse a tiempo de una madre demasiado querida,
demasiado odiada o demasiado añorada por ausente. Sólo con esa distancia
emocional temporal necesaria a la constitución de la propia identidad
diferenciada se puede volverla a reencontrar en paz. Ese proceso es más fácil
si la madre permite el reencuentro, si ha sabido aceptar esa separación previa
de la hija sin rencores ni reproches. Pero si la madre no lo permite y la hija de
todos modos ha podido elaborar esa incomprensión materna, aunque le sea dolorosa
esa incomprensión, no la afectará para desarrollar las potencialidades de su propia
vida, siempre que el padre aporte lo necesario para brindar apoyo emocional y pueda servir para funcionar para su hija como un puerto de descanso. Cuando no existe ese padre, si la madre tiene otros intereses vitales y no deposita todas sus necesidades afectivas en su hija, también le puede permitir su crecimiento emocional y su apertura al deseo.
Claudia Truzzoli
c.truzzoli@gmail.com
Psicóloga y psicoanalista
Escrito publicado en Revista Mente Sana nº64
lunes, 27 de mayo de 2013
LAS NEGACIONES EN LA VIDA AMOROSA
A veces
resulta sorprendente la capacidad que podemos tener de no darnos cuenta de
ciertos sentimientos que nos implican con otros, cuando éstos nos traen algún
inconveniente que no deseamos para seguir nuestra vida con tranquilidad. Cuando
observamos la conducta de nuestros amigos o amigas, muchas veces hemos sido
testigos de esta ceguera que impide ver lo que se tiene delante cuando se trata
de cuestiones amorosas. Y nos sorprende que todos nos demos cuenta menos el interesado
o interesada. En la vida amorosa estamos sujetos constantemente a engaños que
nos hacemos a nosotros mismos, a pequeñas o medianas pérdidas que siempre nos
enfrentan a una operación de separación de lo que nosotros somos y de lo que es
el otro. El amor, por el contrario, opera en dirección inversa, porque nos
sitúa en una operación de alienación al creer que el otro tiene el poder de
llenarnos un vacío imposible de llenar. Aquellas ilusiones que depositamos en la persona
que amamos no suelen estar ajenas a un ideal de lograr a través de ese
vínculo una plenitud sin fisuras. Por eso decía Ortega y Gasset que en el
enamoramiento sufrimos un estado de imbecilidad transitoria, lo cual dicho de
una manera más amable, quiere decir que cuando una persona se enamora todo su
mundo se reduce de golpe para centrarse en la persona que ama a la que ve
investida de todos los parabienes, en detrimento de los del enamorado que
siente disminuir su propio valor frente a su objeto amoroso. ¿Por qué el
enamoramiento tiene ese poder de engaño y de reducción de los intereses vitales
de una persona, que son los que le
permiten un anclaje en la realidad? Estar en pareja nos hace olvidar con más
frecuencia de la deseada que no somos uno sino dos los que entramos en relación
y cuando se produce una separación,
volvemos a recordarlo. Cierto es que si lo recordáramos siempre no podríamos
tener ilusión y sin ilusión no habría relación amorosa, porque ¿qué es lo que
hace que una persona se vuelva especial para nosotros al punto de querer
brindarle una exclusividad en muchos terrenos que no le brindamos a los amigos?
Algo importante que responde a esta pregunta es que esa persona nos devuelve
unas imágenes de nosotros mismos que son justamente aquellas con las que nos
complace ser mirados, por eso las críticas que se hacen los enamorados atenta
contra lo que se espera del encuentro amoroso.
En la vida
tenemos que aprender a balancearnos entre la verdad y la ilusión y saber
dejarnos engañar por la creencia que ponemos en juego cuando nos enamoramos,
que hace que vistamos al otro con los disfraces de lo que necesitamos ver en
él. Ilusión presente en el enamora-miento,
curiosa palabra, que incluye la mentira en su enunciado. Pero ilusión necesaria
sin la cual, no sería posible enamorarnos. Por esa razón, cuando comenzamos a
ver como es el otro en realidad, no siempre el hecho resiste la prueba de realidad. Si la resiste,
entonces puede hablarse de un amor real que puede dar lugar a una continuidad y
a un lazo más sólido. Cuando nos enamoramos nos gustaría que ese sentimiento y
esa unión que establecemos fuese duradera, que nunca cesara. Y lo que no cesa
de suceder en realidad, es que el enamoramiento tiene fecha de caducidad. Hay
quienes pueden soportar esta realidad y pueden dar paso a una forma de amor que
no sea ciega. Entonces no hace falta recurrir a la negación de lo que nos molesta tanto en nosotros como
en la persona que amamos. Las pequeñas negaciones cotidianas nos permiten
mantener fuera de nuestro pensamiento aquello que de nosotros mismos y del otro
nos molesta, como un intento de preservar el vínculo amoroso. Pero resultan muy
contraproducentes cuando lo que se intenta negar ya no es simplemente el
recuerdo de aquello que perturba nuestro vínculo, sino aspectos muy negativos
de cara al mantenimiento de la relación. Hay conductas que acercan a los demás
y hay otras que los alejan. Cuando alguien no puede reconocer que algo de sí
mismo provoca que siempre se encuentre con la misma piedra y elude la
responsabilidad de su malestar buscando culpables fuera de sí mismo, está
utilizando de manera excesiva la negación de lo que le es propio y eso le
imposibilita ampliar sus horizontes y poder sostener una relación que sea
gratificante para sí mismo y para su pareja. Cuando no hay aceptación de los
fallos inevitables que todos tenemos, la vida amorosa lleva el germen de su
rompimiento.
Soportar la
diferencia entre el ideal amoroso y la realidad, es lo que marca el grado de
fuerza de una persona y su conducta frente a las rupturas amorosas. A mayor
fuerza, mayor aceptación del dolor que implica una ruptura y mayor capacidad
para trabajar el lento desprendimiento del bagaje de recuerdos, ilusiones,
expectativas que se habían depositado en la persona amada y también, después de
un tiempo necesario para procesar el dolor de la pérdida, poder recordarla sin
resentimiento. En cambio, cuando una persona no tiene la fuerza necesaria para
afrontar todo ese proceso, le resulta más fácil, negar lo que siente y lo que
sintió, distorsionar la verdad de lo vivido por imposibilidad de soportar el
dolor o el engaño del que fue víctima confiando en su ideal irrealizable. Sin
embargo, las negaciones pueden ser necesarias en determinados momentos como una
manera de ir graduando la irrupción de una verdad no deseada por insoportable.
En ese sentido pueden ser una valiosa
ayuda transitoria, a condición de que no se convierta en un recurso defensivo
permanente. De lo contrario, cuando van más allá de su instrumentación
transitoria para convertirse en una manera de actuar permanente, las negaciones
en la vida amorosa debilitan a las personas en lugar de fortalecerlas, porque
les impiden enfrentarse a las realidades que los perturban. En ese caso, tienen
un coste que puede ser peligroso para la buena salud, no sólo mental sino
física porque el cuerpo acusa recibo de lo que el espíritu no quiere reconocer.
Dicho de otra manera, aunque no queramos enterarnos de lo que nos duele, sea
una pérdida del vínculo o sean aspectos de la relación que no nos gustan o del
carácter de quien es nuestra pareja, lo que no queremos saber, el cuerpo no
puede ser ignorarlo aunque no nos lo comunique. El sufrimiento debilita nuestro
sistema inmunitario lo que nos hace más proclives a enfermedades autoinmunes,
aunque no estamos habituados a establecer la relación entre dolor psíquico que
no se puede elaborar y la aparición de somatizaciones o enfermedades más o
menos graves, cuando no de potenciales tendencias suicidas. No puede dudarse de
que quien niega la realidad porque necesita creer en amores ideales está más
desprotegido frente a sí mismo, porque la vida siempre nos exige enfrentarnos a
situaciones que no son ideales. Es justamente ese enfrentamiento lo que forja
nuestro carácter y nos fortalece para actuar frente a las dificultades e
intentar superarlas.
En casos de
ruptura de una pareja pueden suceder dos cosas diferentes. Por una parte, el
reconocimiento del dolor que esa situación provoca, exige un esfuerzo de
reflexión y de rescate de cada uno de los afectos puestos en los recuerdos que
nos ligan a la persona que abandonamos o nos abandona, como paso necesario para
recuperarnos a nosotros mismos. Trabajo que lleva un tiempo que no puede
suprimirse ni acelerarse. Pero esta manera de encarar la separación requiere
bastante fortaleza psicológica en la persona que atraviesa este duelo, una
relativa capacidad de soportar la soledad y encontrar en ella una ocasión de
enriquecimiento personal. Pero hay otra salida en casos de ruptura que no es
tan saludable, aunque a primera vista parecería ser más práctica, que consiste
en negar la importancia del vínculo que se tenía, endurecerse, no sentir pena, arrinconar
los recuerdos para que no duelan y sobre todo, dirigirse rápidamente a un nuevo
amor que suplante el vacío dejado por la pareja que teníamos, justamente para
no encontrarnos con él. Hay personas que hacen esto y aparentemente son más
felices y admiradas por los demás que consideran esta conducta como signo de
fuerza. Pero si fuéramos más allá de lo
aparente y pudiésemos seguir el rastro de quienes actúan de ese modo, podríamos
ver que esas personas no soportan el vacío imposible de llenar en cada uno de
nosotros y se aferran al amor ideal del que esperan resuelva todas las insatisfacciones inevitables a las que la vida nos enfrenta.
Entre el “Ay! amor, sin ti mi cama es ancha, ay! amor que me desvela la verdad,
entre tu y yo la soledad y un manojillo de escarcha” (canción de Joan Manuel
Serrat), pueden haber algunos matices intermedios cuando se acaba la ilusión
sin llegar al manojillo de escarcha.
CLAUDIA
TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Psicóloga y psicoanalista.
domingo, 12 de mayo de 2013
DEUDA IMPAGABLE
Reclinarme en tu regazo,
sentir el calor de tus caricias,
disfrutar del olor de tus manos
con fragancias de especias,
adormecerme en el sueño de la infancia,
escuchar las voces de mi padre
hablando de sus pálidas batallas...
Te he disfrutado, explotado,
agotado hasta el cansancio
sin imaginar que podrías querer algo
más allá de nosotros.
Siempre estabas allí, inamovible
como árbol centenario
que despliega sus múltiples raíces
para sostén, refugio, descanso
de quien llega privado de sustento.
Absorta en la urgencia de vivir
en la que se embarcaba
mi juventud atropellada
no supe entrever, madre,
la devastadora soledad
a la que te confinaban tus renuncias
ni de lo que de tus ansias olvidabas
para seguir estando a tu manera.
Ahora que tu muerte
me cercena el derecho a tus palabras,
solo puedo valorar la magnitud
de lo que has dado a través de tus silencios,
de tus iras, de tus risas, tus enfados,
dejándome el recuerdo arrepentido
de una deuda que jamás podría pagar
aunque quisiera.
CLAUDIA TRUZZOLI
Editado en grupo Laie de Poesía el 2 de enero de 2013
DEVENIR DEL AMOR
lugar donde se refugian las decepciones
a la vez que crecen las distancias
que desvanecen un nosotros
que un día supusimos imbatible.
Torpeza,
nombre dado a los descuidos imprudentes
que dejan morir de inanición
lo más genuino del amor
por falta de gestos que lo demuestren.
Separación,
destino necesario que posibilita
cambiar la ceguera, la sordera, la anestesia
de una entrega demasiado inadvertida
de dos que esperaban la unidad amorosa.
Tiempo.
devenir que transforma
el semblante de herida mortal
en cicatriz soportable
de un lazo que agoniza.
Recuperación,
sorpresa de un sentir que se escapa
como humo entre los dedos
y priva a tu ausencia del poder
de clausurar mi vida en tu recuerdo.
CLAUDIA TRUZZOLI
Editado en Grupo Laie de Poesía el 18 de marzo de 2013.
sábado, 11 de mayo de 2013
LA PARCIALIDAD DE LOS OBJETOS DEL DESEO
El objeto de deseo es parcial (voz, mirada, seno, pene, un discurso), lo que en lenguaje
lacaniano se denomina petit a, objeto que dispara el deseo. Parcial quiere
decir en este contexto que tiene por sí solo el poder de disparar el deseo al
margen del sujeto que lo porta. La
referencia al objeto parcial (petit a) como objeto causa del deseo, permite
desvincular parcialmente ese objeto de su realidad anatómica, puesto que pene y
seno, si bien son objetos parciales que remiten a una diferencia sexual,
imaginariamente pueden ser trasladados a otros sujetos que no deberían tenerlos
por su sexo anatómico. Es decir, que una mujer puede ser fantaseada como teniendo
un pene o un hombre teniendo senos en momentos de despliegue de fantasías
eróticas durante el acto sexual. Eso nos permite comprender que la preferencia por
satisfacer el placer con alguien del mismo sexo, no pasa por la negación de la
alteridad ni tiene que ver con la inversión del propio género. No todos los
homosexuales hombres se consideran femeninos en sus aspectos genéricos y en su sexualidad están todos en
posición masculina, -posición, no debe confundirse aquí con activo o pasivo- .
Tampoco todas las lesbianas se consideran masculinas ni todas lo son en sus
goces sexuales. Además cuando hablamos de alteridad no deberíamos reducirla a
la diferencia sexual porque ese es un reduccionismo biologista. Para hablar con
propiedad, debemos considerar la alteridad como la capacidad de ver al otro
como diferente a nosotros en toda su dimensión humana. De lo contrario, reducir
la alteridad a una diferencia sexual, nos haría suponer que quienes son capaces
de sostenerla son únicamente los que establecen vínculos heterosexuales. Los
asesinatos de mujeres por parte de sus compañeros hombres, el desprecio y la
violencia que las mujeres de todas las épocas han padecido a manos del poder
patriarcal que se infiltraba en la subjetividad de sus compañeros, no parecen
ser un buen testimonio que pruebe su capacidad de alteridad.
Lo que define la sexualidad es la profunda implicación emocional que nos
lleva a dirigirnos a un sexo determinado para satisfacer nuestras ilusiones, -o
al menos intentarlo-, un sexo que nos
lleva con más facilidad que otro a sensaciones entrañables que toman un aire de
familiaridad que nos permiten rescatar
ese anhelo de infancia del que estamos hambrientos y que alimenta nuestros
sueños más queridos. Es en este terreno donde se entrecruzan las identidades de
género y las orientaciones sexuales, ambos terrenos donde mal que le pese al
discurso conservador, no son monolíticos ni representan una única forma de
sexualidad que estaría prefigurada desde el nacimiento de acuerdo a la
anatomía. Un chiste: en una ocasión dos amigos pasaban frente a un paredón y
sabían que ocultaba un campo nudista. Movidos por la curiosidad, uno se subió a
hombros del otro para espiar y el amigo le preguntó con evidente impaciencia:
¿qué son, hombres o mujeres? Y el otro le contestó: ¿cómo quieres que lo sepa
si están desnudos? Esta respuesta tiene
la estructura de un chiste, porque un chiste dice una parte de verdad y otra de
mentira. Y la parte de verdad que dice en este caso es que lo que define la
sexualidad no es el cuerpo anatómico, aunque se cuente con él para realizar
actos sexuales.
¿Por qué es importante recordar esto hoy, en
esta convocatoria para hablar del impacto de la
jerarquía de género en el erotismo femenino? Porque hay un enorme
movimiento reaccionario de parte de los obispos, de grupos ultracatólicos e
integristas, de políticos conservadores, que manipulan conceptos acerca de la
sexualidad de una manera absolutamente demagógica y falsa. Cuando afirman que
hay una única familia, la formada por la única pareja a la que dan legitimidad
–ellos dicen antropológica- o sea, la de hombre y mujer, cuando insisten en los
daños que puede ocasionar al niño/a la crianza en otro tipo de familias que no
respondan a este estereotipo clásico, cuando afirman que la familia tradicional
es la única que garantiza la
continuidad, la fidelidad, la armonía y tantas cosas benéficas más, están
hablando de una idealidad que no se corresponde con los datos empíricos de la
experiencia vivida porque en esas familias tradicionales, además de las que
funcionan bien, también están las que se divorcian, las que producen las
muertes por violencia doméstica con una frecuencia que va en aumento, a pesar
de las leyes que intentan proteger a las mujeres, en esas familias también se producen incestos
y se abusa de menores, generalmente por familiares cercanos o amigos íntimos de
la familia, en esas familias también se produce el contagio del sida por
maridos inconscientes que descuidan la protección mínima porque se niegan a
utilizar el preservativo, en ese tipo de familias también están los clientes de
las prostitutas. De todo esto es de lo que no nos hablan y en cambio nos hablan
de fidelidad. Esto es lo que los obispos callan y ocultan, y en cambio,
estigmatizan a las otras sexualidades posibles y a las otras familias
negándoles legitimidad y convirtiéndose en agoreros de catástrofes psicológicas
para los niños/as criados en ellas. Sin embargo, no parece importarles
demasiado a los 8.000 obispos denunciados hace unos años en Estados Unidos por
abuso de menores y a los de otros países incluido éste, los perjuicios
psicológicos del abuso que ellos mismos llevan a cabo.
Los
cambios en todas las épocas históricas siempre van acompañados de resistencia
al cambio, por miedo de perder poder o por miedo a lo desconocido. Con respecto
a estas nuevas familias sólo podemos observar, antes de concluir aseveraciones
que sólo llevan un tinte ideológico. La experiencia de los hijos criados por
parejas de madres lesbianas, según una investigación que realicé yo misma
financiada por el Instituto Catalán de les Dones, sobre 28 casos, no encontré los estragos que vaticinan los
agoreros sino por el contrario, resultados sorprendentes, por ejemplo, desmontar un prejuicio que dice
que los hijos de homosexuales serán homosexuales. En los 28 casos investigados
por mí, sólo uno se declara bisexual, un chico de 18 años que ha tenido su
primera experiencia gay hace poco. En otros casos publicados de experiencias
vividas de hijos en la misma situación de otros casos similares, se encuentra
una diversidad mayor, pero es mayoritaria la aceptación y el reconocimiento
afectivo hacia sus madres. Si miráramos con la misma desconfianza con que se
mira a los hijos de estas familias con respecto a su sexualidad, infiriendo que cuando se da la homosexualidad
en ellos es por su pertenencia a una familia distinta, no deberían olvidar
quienes eso afirman que los homosexuales de siempre provienen de familias que tienen padre y madre.
Invocar como causa de la homosexualidad un padre ausente y una madre fría y
dominante como han hecho muchos terapeutas - válgame Dios el título- es olvidar
que esos mismos condicionantes causales en otras personas no producen el mismo
resultado.
Cuando el Senado español invitó a distintos
especialistas para dar su opinión de expertos acerca de las nuevas familias,
los conservadores llamaron a Aquilino
Polaino, quien se dedica a hacer terapias aversivas para obturar la
homosexualidad, aunque él afirma curarla,
mientras que otros grupos políticos trajeron a otros expertos con experiencia
real de otras familias y niños que crecen ellas y se mostraron partidarios de
permitir la adopción a parejas homosexuales siempre que pasaran por los mismos
test de idoneidad que pasan las parejas heterosexuales. Un artículo publicado
en El País el domingo 6 de enero de este año denunciaba la cantidad de niños
adoptados que son devueltos. No faltará quien afirme que son los homosexuales
quienes los devuelven sin tomarse el trabajo de investigar la verdad como por
ejemplo ha sucedido con las falsas noticias que han difundido en las campañas
contra el aborto que leídas por un lector desinformado podrían hacerle pensar
que en Cataluña las mujeres se dedican a abortar a los siete meses de embarazo
o las clínicas que los practican se dedican a triturar niños. Es increíble como
a los llamados pro-vida sólo les interesa la vida fetal pero no parece
interesarles mucho lo que suceda con el nacido, ni el contagio del sida puesto
que se oponen al preservativo.
Si traigo a colación estas cosas es
porque el fondo de estos debates
virulentos por parte de los conservadores, se apoya en una concepción
naturalista de la sexualidad, hasta el punto de convertir su manera de entenderla
en una cuestión ontológica. Si se afirma que lo normal es que un hombre
solamente desee a una mujer y viceversa, ese criterio de normalidad sólo puede
sostenerse si se apoya en un esencialismo naturalista que hace del sexo anatómico un deber ser orientado únicamente
a la heterosexualidad. Lo mencionado al principio de este escrito acerca de los
objetos parciales disparadores del deseo, es suficiente como para reconocer que
la presunta normalidad sexual no deja de ser una ficción social que ejerce su
empuje en dirección a la heterosexualidad, considerada en bloque monolítico y
exenta de otros deseos, ficción destinada a taponar un vacío ineludible en toda
identidad, que nunca tiene la consistencia que tiende a atribuírsele.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista
IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN EL EROTISMO FEMENINO
El análisis que haré del estudio del erotismo femenino, combina la visión de género con lo que se puede rescatar del psicoanálisis una
vez depurado de sus apoyos epistemológicos patriarcales, o sea, combinando la
subjetivación intrapsíquica -que incluye la lógica del inconsciente y la sexuación- con enfoques interrelacionales, -que atienden a los efectos subjetivos que provocan en el sujeto, la conducta, comunicación y trato que recibe de los otros como mujer. Dentro de esos otros, incluiré el Gran Otro -donde incluyo las determinaciones macrosociales que tienen el poder de crear subjetividades. Aquí entrarían todas los efectos que las jerarquías de género provocan en las mujeres. Tenemos que tener claro que no hay una ciencia neutra, que la llamada
objetividad es un recurso ad hoc que se ha utilizado demasiadas veces para
colar prejuicios que se tomaban como verdades científicas. Esto se ha hecho
particularmente evidente en el tratamiento de la sexualidad femenina y en las
descripciones de su subjetividad. Me interesa destacar el impacto que ejerce
sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le
otorga al género masculino un valor de privilegio y considera lo femenino como
un género devaluado. El cambio que las mujeres han experimentado en sus
desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo laboral, hace más
necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación y la pasividad
femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha atribuido como
características diferenciales del ser mujer desde el discurso androcéntrico del
psicoanálisis ortodoxo.
Este texto fue escrito a raíz de una iniciativa de diversos Colegios Profesionales, Facultades e Instituciones varias de decretar
el año 2006 como Año Freud, lo que me lleva a hacer un poco de historia y a rendirle homenaje con el respeto que se le debe a los
grandes pensadores, respeto que consiste en tomar su palabra de manera crítica, ubicándola en su contexto histórico, tomar de ella lo que sirve aún hoy y poder criticar lo que no. Como se
haría con un buen padre, tomar de él lo que sirve e ir más allá de la adhesión
ciega a su palabra. De lo contrario, dicha adhesión acrítica implicaría falta
de inquietud y autonomía, dependencia que no haría honor a la pasión por la
verdad inherente a todo investigador. Dicho esto y centrándonos en el tema de
este monográfico –Mujer y Psicoanálisis-, hoy diría yo, Mujeres y Psicoanálisis, puesto que decir Mujer supone un esencialismo identitario que no responde a la realidad de las diversas subjetividades femeninas. Hay que reconocer la valentía de Freud
de haberse planteado en una época victoriana, represora como ninguna de la sexualidad femenina en particular, los malestares de los que se quejaban las mujeres que él
tomaba en tratamiento, como teniendo su origen en una insatisfacción erótica. Hoy día con la distancia histórica que permite ver más determinaciones del malestar, podríamos decir que los malestares femeninos de entonces bien podrían ser resultado de la escasa o nula participación que se les permitía a las mujeres en la vida social, en la cultura, en la falta de autonomía como sujetos con deseos propios, a la dependencia inhumana a la que se las confinaba con respecto a los hombres sin tener ningún poder de decisión sobre lo que anhelaban para sus vidas. Reducidas al ámbito doméstico, no tenían otro escape que la fantasía para librarse del tedio o del malestar, o de la falta de producir alguna obra creativa o de tener algún reconocimiento social por su propio nombre. Tales carencias las colocaban en un lugar propicio para ser caldo de cultivo de fantasías eróticas que les ofrecieran la ilusión de tener otra vida diferente. Pocas se animaban a llevarlas a cabo, como por ejemplo, las que pueden sentirse representadas por la protagonista de la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary. Las que por su adhesión superyoica a la represión sexual, no podían trasgredir las normas victorianas, lo pagaban con síntomas, que fue lo que Freud se ocupó de escuchar y de tratar de teorizar, siendo tal actitud en esa época, un enfoque revolucionario y escandaloso. La idea de los problemas de alcoba, no era nueva en esos tiempos, puesto que en los círculos médicos se hablaba de “problemas
de alcoba”, pero como un comentario de pasillo que nunca hubiera considerado esos problemas como la etiología de los síntomas de las mujeres.
Freud intentó investigar cómo
esos problemas de alcoba actuaban en la génesis de los trastornos neuróticos que
presentaban sus pacientes, mujeres en el inicio, quienes le enseñaron a
escucharlas. Sus investigaciones
y el saber escuchar fueron llevándolo paulatinamente a descubrir diferencias
importantes en la erótica de ambos sexos y sobre todo, su descubrimiento
capital, no por cierto grato, fue que el inconsciente no conoce la diferencia
de sexos y que el sexo tiene allí una única representación en el falo. O sea, que la diferencia de sexos no se inscribe en el inconsciente, como una
oposición entre hombre o mujer, sino como oposición entre fálico o castrado, (palabra que si bien responde al nivel imaginario de la sexualidad, no resulta representativa a nivel simbólico porque todos y todas estamos sujetas a la castración, si con ello se quiere aludir a la falta que siempre nos encontramos en nuestra pretensión de totalidad, sea en el campo en que sea). Pero volviendo a la gramática freudiana de entonces, la posesión o privación del órgano genital masculino es el
elemento alrededor del que gira la diferencia clasificatoria del sexo para el inconsciente, que desde luego no responde a la lógica consciente, que está mucho más sujeta a las influencias sociales. La
lógica del inconsciente se maneja entre esos dos parámetros. Masculino y
femenino será el resultado de una elaboración posterior, donde para establecer
la diferencia que dé un sentido a ciertas características genéricas, Freud se
apoyará en parte en la conducta de las células sexuales creando la oposición
activo o pasivo como equivalente de masculino o femenino, respectivamente
aunque no le conformaba del todo esta analogía. Y tenía razón. Él
mismo señalaba que las mujeres debían poner un juego un alto nivel de actividad
tanto en el ejercicio de la maternidad como en acto sexual para llegar al
orgasmo. Ejemplos de actividad que no ampliaba a más campos, como podríamos ampliarlos hoy, pero es que en ésa época las mujeres no tenían acceso a otros tipos de actividad como en la actualidad. A esa apoyatura inicial que proponía Freud para diferenciar en activo y pasivo lo masculino y lo femenino, se le agregan todos los estereotipos
culturales que intentan definir los diferentes géneros estableciendo categorías
polares excluyentes en actitudes, comportamientos, rasgos de carácter, maneras
de sentir, todo un amplio espectro de posibilidades humanas que aparecen así
artificialmente divididas. Por ejemplo, un hombre no llora, una mujer es
sumisa, un hombre es racional, una mujer es emocional, un hombre es agresivo, una mujer es dulce, y tantos más, que muestran lo artificioso de semejantes polaridades.
Hoy asistimos a una verdadera debacle de estos estereotipos y los malestares de alcoba están asumiendo nuevas formas. A esto han contribuido el feminismo y los movimientos de liberación homosexual, que han permitido ampliar el horizonte de las identidades sexuales y la ampliación asimismo de los estrechos márgenes que tipificaban los géneros, pudiéndose reconocer como hombres o mujeres, sujetos que tenían características que en los estereotipos clásicos se asignaban al sexo contrario al que pertenecían. Por ejemplo, hoy nadie dudaría en calificar de no femenina a una mujer ambiciosa, puesto que los ideales propuestos por la cultura hacen hincapié en la formación profesional, en el saber, en el logro de dinero, en el éxito, valores que presionan también a las mujeres para sentirse satisfechas. En cuanto a la categorización de las orientaciones sexuales, si hablamos de deseos eróticos heterodoxos, podemos comprobar cómo se ha pasado de la patologización con la que antes eran teorizados a una mayor naturalización y normalización de los mismos. Las críticas que el feminismo conocedor de la teoría freudiana le han dirigido a la misma y la revisión hecha por Lacan a la sexuación, han ampliado el horizonte de comprensión de la sexualidad, especialmente la femenina. Cuando Lacan observa que cualquier sujeto que se dirija eróticamente a una mujer es heterosexual, independientemente de su sexo anatómico, está diciendo que para una mujer lesbiana, la otra mujer es el otro sexo. La atracción histérica por otra mujer, participa de algo de ese desconocimiento en sí misma del no saber en qué consiste la feminidad y creer que la otra sí lo sabe. Esa similitud subjetiva, aunque la estructura psíquica sea diferente en ambos casos, hace comprensible que feministas muy lúcidas hayan desmitificado el patrón normativo centrado en la heterosexualidad. Por ejemplo, la poeta americana Adrienne Rich, señala que la frontera que separa lo hetero de lo homo es permeable en las mujeres, lo que la lleva a establecer el concepto de un continuo lesbiano en ellas. Otra filósofa feminista americana, Judith Butler, también ha dirigido una crítica muy aguda a la heterosexualidad cuando señala que "la heterosexualidad está siempre en proceso de imitar y aproximarse a su fantasmática idealización y de fracasar." Lo que significa según la autora que "cuando la heterosexualidad se erige como el fundamento natural de la orientación sexual del cual la homosexualidad se consideraría una mala copia, es ella misma (la heterosexualidad) una teatralización que aspira a parecerse a un ideal de sí misma que nunca consigue adecuar del todo y siempre en riesgo permanente."
Esta
afirmación es totalmente coherente con las ideas freudianas que afirmaban la
bisexualidad en todos los sujetos humanos. En una nota de 1923 a pié de página
del caso Dora, o sea, casi dos décadas después de su publicación,
Freud reconoció su fracaso en ese análisis y atribuyó el abandono de Dora del
tratamiento, por no haberse dado cuenta a tiempo de la importancia de la
corriente homosexual en los humanos. Algo del orden del desconocimiento y
también de cierto prejuicio médico propio de la época en la manera de pensar la
homosexualidad hizo que también fracasara en otro caso que publicó y que llamó
“Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, también
referido en la literatura psicoanalítica como el caso de la joven homosexual.
Joven que al igual que Dora también fue llevada por su padre al tratamiento con Freud, no por su
deseo. El padre de esta última confiaba en que la influencia de Freud la
calmara, asustado como estaba por la amenaza de ella de suicidarse. La queja de
Dora que se fue desvelando a través de su análisis era haber sido objeto de un
pacto perverso entre su padre y el marido de una mujer que ella adoraba -la
señora K-. Su padre era amante de la señora K y el señor K quería seducir a
Dora, que a la sazón tenía catorce años. (Hoy el señor K sería acusado de abuso
de menores.) El pacto podría enunciarse así: tu mujer por mi hija y tú y yo nos callamos estas trasgresiones sin estorbarnos en su realización. El error de Freud fue insistir en el señor K
como un personaje erótico válido para ella, convencido de que el hilo es para
la aguja como la muchacha para el muchacho, que en este caso ni siquiera era un
muchacho, y no se dio cuenta que a quien ella amaba era a la mujer de K. La joven homosexual, a la que Freud no pone un
nombre, es llevada por su padre para ser
tratada con el fin de “normalizarla”, que en el decir del padre significaba
heterosexualizarla, después que ella hiciera un intento de suicidio por la
desesperación de sentirse abandonada por la mujer a la que adoraba. El padre se
avergonzaba de ello tanto por el propio puritanismo de la época entorno a la
homosexualidad como por el hecho de ser la amada de la joven una mujer que se
hacía mantener por hombres ricos.
¿Cuál fue el error de Freud en este caso?
Pensar la homosexualidad como inversión de género, propio de la concepción
médica de la época en estos asuntos lo que no le permitió tomar en cuenta como
verdadero un deseo hetero de la joven y atribuirle una intención de engaño para
vengarse así tanto de él como de su padre que esperaban ese deseo, para
defraudarlos después. Resultado, Freud le indicó la conveniencia de ser tratada
por una analista mujer a la que la joven no acudió nunca. Además habría que ver
en este caso quien de los dos se sintió más decepcionado. Freud estaba muy
preocupado en ese entonces por la orientación homosexual de su hija Anna- en
análisis con él desde hacía un año, hecho que no deseaba hacer público-. Razón
por la cual aceptó tratar a la joven homosexual, contraviniendo su costumbre de
hacerlo cuando la homosexualidad de quien lo consultaba le resultaba
egosintónica, - o sea, que no le traía ningún conflicto por sí misma ni consigo misma- como en
este caso. Prueba de ello fue que Freud no dejó ningún registro de homosexuales
que lo consultaron, porque para él no eran casos. Sin embargo hay un testimonio
de un paciente, Bruno Goetz, citado por H. Abelove, homosexual que quería
ser reconocido como poeta, pobre en recursos económicos y que sufría problemas
con los ojos y fuertes jaquecas. Uno de sus profesores arregló una consulta con
Freud y le envió algunos poemas de su alumno. Cuando finalmente acudió a Freud
le habló de la masturbación, de la vez que amó a una mujer mayor que él, de su
atracción por los marineros a quienes quería besar, de su soltería. Todo esto
contribuyó a que desaparecieran las jaquecas y a sentirse inmediatamente mejor.
Freud le preguntó si la cuestión con los marineros nunca le había molestado, a
lo que Goetz contestó que no y que siempre había estado enamorado. Freud
replicó: "Cuando usted está enamorado todo está bien, ¿verdad?, para usted
ciertamente" y rió. Le preguntó cuando había comido un bistec
por última vez, le entregó un sobre cerrado diciéndole que era una prescripción
y le dijo: "Por favor, acepte este sobre y permitame esta vez actuar como su
padre. Una pequeña retribución por la alegría que me ha dispensado con sus
poemas y la historia de su juventud". En el sobre había dinero
más que suficiente para un buen bistec. Nótese de paso, la diferencia entre la
permisividad de Freud con respecto a la homosexualidad y la patologización de los seguidores de la escuela
inglesa y americana en el tratamiento y la conceptualización de la misma, para quienes no deja de ser considerada en todos los casos una perversión. Nótese también la diferencia entre la falta de análisis de la
disposición homosexual del joven Goetz y la declaración de Freud de su
agradecimiento por el placer de escucharlo y las interpretaciones exhaustivas
de las causas de la disposición homosexual de la joven junto a la frase que le
dijo al despedirse cuando le puso fin a su tratamiento: “tiene
usted una mirada muy astuta. No quisiera encontrarme con usted en la vida como
un enemigo”. Ella se despide de Freud pidiéndole que le diga a su padre que la baronesa- mujer de la que ella estaba enamorada- "no me apartó del recto camino en dirección a su cama". Es sorprendente desde luego la respuesta de Freud cuando le menciona que es astuta y que no le gustaría encontrarla por la vida como su enemigo. Que imaginariamente pudiera percibir u una mujer astuta como posible enemiga de un hombre, es una idea similar que Freud ya había expresado en una carta a su novia Marta del 15 de noviembre de 1883, cuando le preguntaba si debía pensar en ella como un competidor en referencia a un comentario sobre ideas liberales de Stuart Mill acerca de la emancipación femenina a la que Freud no encontraba justificación por la melancolía que significaría la pérdida para el hombre del ideal femenino (de su época).
El error de Freud
cuando teorizó sobre la joven homosexual fue considerarla un caso de perversión y no de histeria, apoyando
su diagnóstico en el criterio de la inversión, localizándola en la
identificación y en la elección amorosa. Por sí solos tales criterios no bastan
para determinar una estructura perversa. La vida erótica responde a otras
vertientes además del amor, tales como el deseo y el goce erótico. Hay una referencia
interesante al caso de la joven homosexual en Lacan donde añade al
niederkommen freudiano otra interpretación, el haber sido dejada caer por su
padre y también por Freud. Y algo más que casi pasa desapercibido por los
autores, y es que en el momento en que paseando con la mujer que amaba y se
encuentra con la mirada despreciativa y furiosa de su padre, hay que agregarle
que la mujer que amaba le dijo en ese mismo momento que debían dejar de verse,
acto seguido ella se deja caer a las vías del tren desde el puente. La fuerza
determinante de la pérdida de amor por parte de la mujer que amaba no fue
señalada casi por ningún autor, sino más bien, se puso énfasis en la
desautorización del padre como la causa que precipitó su intento de suicidio. Y
se tomó la palabra niederkommen, palabra alemana que quiere decir caer hacia
abajo, expresión que también utilizan en alemán para referirse al parto, como
una indicación de que la joven quería un hijo de su padre, lo cual es una
suposición que no pudo ser probada en el
análisis de la joven. Fue una inferencia de Freud. Esto me recuerda un chiste famoso: un
científico tiene la teoría que una araña sin patas camina de todos modos y para
demostrarlo le quita una a una todas sus patas y le ordena que camine, lo cual
la araña hace hasta que se le quitó la última y naturalmente no puede caminar.
Entonces el científico concluye que la araña sin patas se vuelve sorda. La
manera de no volvernos sordos es escuchar lo que nos dicen quienes viven sus
experiencias y no pretender que nuestras teorías funcionen como un lecho de
Procusto al que tienen que ajustarse todos quienes lo prueban. No hay ceguera
mayor que la de aquellos que pretenden aferrarse a una teoría que les responda
todas las preguntas, conducta que parece similar a quienes quieren adherirse a
un líder de masas para sentir que participan de un cuerpo que se reviste de
omnipotencia.
Es interesante a este respecto una biografía
del caso de la joven homosexual de Freud que acaba de ser publicado por
dos periodistas que la entrevistaron antes de su muerte, una de ellas nieta de
una mujer que fue amada por Sidonie, que así se llamaba la joven, podemos constatar que su pasión inicial por
una mujer que se hacía mantener por los hombres pero que prefería a las mujeres
como objetos eróticos, se limitaba a una inflamación amorosa pero sin deseo
erótico ni pretensión ninguna de satisfacción sexual. Una novelista japonesa, Banana Yoshimoto, autora de tres cuentos cortos que
se han publicado bajo el título de Sueño profundo, en el cuento que lleva precisamente ese nombre, le hace decir a una mujer decepcionada por su
amante varón pero al que ama y desea, lo siguiente: “es
posible que a mí me gusten más las mujeres que los hombres. Cuando estaba con
Shiori, y no lo digo en el sentido lésbico, a veces era eso lo que sentía en lo
más hondo de mi corazón.” Y también: “… a
veces, sin saber muy bien por qué, me daban ganas de hundir la cara en aquel
pecho lleno, y contárselo todo entre sollozos. Las cosas malas, las mentiras
que había dicho yo, lo cansada que estaba, lo que había soportado, las noches
oscuras, las inseguridades, todo. Y acordarme de mi padre, de mi madre, de la
luna de mi pueblo natal, del sonido del viento cruzando los campos. Shiori era
así.” Evidentemente es una hermosa declaración del profundo amor que le
tenía a su amiga y que la remontaba a las más entrañables vivencias de la
infancia, las que quedan marcadas a fuego y le aportan el calor necesario a
todo sentimiento erótico.
Volviendo a Sidonie, ésta se siente atraída por mujeres relacionadas con hombres, casadas, lo que nos puede llevar a establecer una similitud con la pregunta de la histérica acerca de la feminidad y de cómo otra mujer puede representarla frente a un hombre. Ella misma decidió pagar su tributo a la "normalidad" a sus 28 años con una experiencia heterosexual que le resultó repulsiva con un hombre con el que terminó casándose dos años después. Matrimonio sin ilusión aunque guiada por la esperanza de que si alguna vez una mujer volviera a deslumbrar su corazón -por lo cual rezaba y esperaba para poder huir de la apatía de su vida-, haría lo que había aprendido de Léonie, la baronesa objeto de su primer amor, quien le había enseñado lo bien que se podía hacer congeniar una apariencia social con una vida según el propio modo de ser. El único hombre del que se había enamorado no le correspondió porque consideraba que ella era una esteta y en la cama se pierde toda estética. Es más, en su biografía, el acercamiento al goce y a la experiencia sexual con una mujer se produce cuando ella es muy mayor y en grados de aproximación lenta. Y de ningún modo puede afirmarse que aún en estos casos se trate de una perversión. Que ella sintiera que la belleza era su criterio, su afrodisíaco, que el deseo el motor que la impulsaba y que su cumplimiento y la realidad no eran más que decepción y abatimiento no la diferencian de la histérica. Lo confirman su asco a la realización del erotismo y sus respuestas emocionales frente a la relación lesbiana que le provocaban mucha angustia y miedo de perder el objeto de amor. Circunstancia que le imposibilitó sostener sus vínculos cuando más le importaban. Sidonie tuvo a lo largo de su vida tres intentos de suicidio, uno el referido por Freud, otro con una ampolla de veneno y el tercero disparándose con un revólver al corazón errando el tiro por dos centímetros. Todos ellos motivados por la experiencia de abandono de parte de la mujer amada y además por la soledad social en que la dejaba este tipo de unión amorosa. Nunca podremos valorar suficientemente el hecho de que las diferentes concepciones acerca de la sexualidad generan efectos subjetivos diferentes. No es lo mismo reconocerse lesbiana en un medio que condena la homosexualidad y que además puede considerarla delictiva, que en un medio donde no sólo está permitida sino que además es legal y se autoriza al matrimonio. Cuando lo que está presente fundamentalmente es el amor, que puede incluir o no, deseo y goce, es donde el inconsciente tiene menos que decir porque al estar el amor vinculado con el narcisismo y por tanto, con los ideales, supone en sí mismo un movimiento fundamentalmente homo, ya sea porque el otro/a amado/a representa lo que uno/a querría ser y no es, lo que alguna vez fue y ya no es, por ejemplo, joven, pero siempre supone un intento de aprehender lo que se siente como falta en uno mismo, aún en las supuestas elecciones anaclíticas, la del padre protector y la madre nutricia.
Volviendo a Sidonie, ésta se siente atraída por mujeres relacionadas con hombres, casadas, lo que nos puede llevar a establecer una similitud con la pregunta de la histérica acerca de la feminidad y de cómo otra mujer puede representarla frente a un hombre. Ella misma decidió pagar su tributo a la "normalidad" a sus 28 años con una experiencia heterosexual que le resultó repulsiva con un hombre con el que terminó casándose dos años después. Matrimonio sin ilusión aunque guiada por la esperanza de que si alguna vez una mujer volviera a deslumbrar su corazón -por lo cual rezaba y esperaba para poder huir de la apatía de su vida-, haría lo que había aprendido de Léonie, la baronesa objeto de su primer amor, quien le había enseñado lo bien que se podía hacer congeniar una apariencia social con una vida según el propio modo de ser. El único hombre del que se había enamorado no le correspondió porque consideraba que ella era una esteta y en la cama se pierde toda estética. Es más, en su biografía, el acercamiento al goce y a la experiencia sexual con una mujer se produce cuando ella es muy mayor y en grados de aproximación lenta. Y de ningún modo puede afirmarse que aún en estos casos se trate de una perversión. Que ella sintiera que la belleza era su criterio, su afrodisíaco, que el deseo el motor que la impulsaba y que su cumplimiento y la realidad no eran más que decepción y abatimiento no la diferencian de la histérica. Lo confirman su asco a la realización del erotismo y sus respuestas emocionales frente a la relación lesbiana que le provocaban mucha angustia y miedo de perder el objeto de amor. Circunstancia que le imposibilitó sostener sus vínculos cuando más le importaban. Sidonie tuvo a lo largo de su vida tres intentos de suicidio, uno el referido por Freud, otro con una ampolla de veneno y el tercero disparándose con un revólver al corazón errando el tiro por dos centímetros. Todos ellos motivados por la experiencia de abandono de parte de la mujer amada y además por la soledad social en que la dejaba este tipo de unión amorosa. Nunca podremos valorar suficientemente el hecho de que las diferentes concepciones acerca de la sexualidad generan efectos subjetivos diferentes. No es lo mismo reconocerse lesbiana en un medio que condena la homosexualidad y que además puede considerarla delictiva, que en un medio donde no sólo está permitida sino que además es legal y se autoriza al matrimonio. Cuando lo que está presente fundamentalmente es el amor, que puede incluir o no, deseo y goce, es donde el inconsciente tiene menos que decir porque al estar el amor vinculado con el narcisismo y por tanto, con los ideales, supone en sí mismo un movimiento fundamentalmente homo, ya sea porque el otro/a amado/a representa lo que uno/a querría ser y no es, lo que alguna vez fue y ya no es, por ejemplo, joven, pero siempre supone un intento de aprehender lo que se siente como falta en uno mismo, aún en las supuestas elecciones anaclíticas, la del padre protector y la madre nutricia.
Me interesa destacar
el impacto que ejerce sobre la sexualidad femenina la diferencia jerárquica de los sexos que le otorga al género masculino un valor de privilegio
y considera lo femenino como un género devaluado. El cambio que las mujeres han
experimentado en sus desempeños sociales haciéndose agentes activas en el mundo
laboral, hace más necesario que nunca repensar la cuestión de la subordinación
y la pasividad femenina, que desde una ideología naturalista siempre se les ha
atribuido como características diferenciales del ser mujer desde el discurso
androcéntrico del psicoanálisis ortodoxo. Tomaré un ejemplo
clásico, Freud en su obra de 1931 “La feminidad”, señalaba tres destinos
posibles de la sexualidad femenina que él centraba en el impacto de la
diferencia sexual anatómica, vivida como una minusvalía en el caso de las
mujeres. Frente a esta constatación de la diferencia en menos, comparativamente
con el sexo masculino, comparación puesta en los órganos genitales, las niñas
pueden reaccionar de tres modos diferentes: o bien una catástrofe de la vida
erótica que tendría como efecto una aversión por la sexualidad, o bien por una
masculinización -que puede suponer homosexualidad o no-, o bien, por la aceptación
de una diferencia que la acerca al sexo masculino y le permite el goce.
Solución esta última que Freud consideraba la vía auténticamente femenina.
Freud atribuía demasiada importancia causal a la diferencia anatómica como para
generar un estrago de la sexualidad tal como describía en una de las posibles
consecuencias señaladas antes. Creo que la constatación de esa diferencia
anatómica supone un primer golpe narcisista, pero por sí sola no sería tan
desencadenante de consecuencias graves si no contara con el apoyo cotidiano y
sistemático de una diferencia jerárquica que ataca constantemente el narcisismo
femenino y lesiona la autoestima de las mujeres. Gerard Pommier , siguiendo
a Freud, señala que las dos posibles primeras salidas señaladas anteriormente
–naufragio de la vida erótica y masculinización- se apoyan en una confusión entre falo y pene. En realidad, el falo es un concepto que señala
una ausencia no una presencia, una ausencia, sin embargo, que tiene el poder de
disparar el deseo. El pene es un órgano
que representa el falo pero no lo es.
Así como un agente de la ley, la
representa pero no es la Ley.
Lo cual nos advierte del carácter metonímico de
desplazamiento en la ubicación del falo. Si se confunde falo y pene podríamos pensar
que la castración es un asunto que sólo afecta a las mujeres y que los hombres
hacen gala de completud. Un chiste de Woody Allen dice que él no entiende
porqué se atribuye la envidia al pene a las mujeres cuando son los hombres los
que están permanentemente preocupados por su tamaño. De hecho, es verdad que en
todo hombre está presente el fantasma de un hombre incastrado, gozador, de
plena potencia indeclinable, que hace que se imaginarice como garantía de goce de la mujer. Eso es el ideal del falo, pero como se
comprende, sobre todo por las que han tenido experiencia con los hombres
reales, no tiene nada que ver con el
pene real bastante menos potente y funcional que el idealizado. Algunos autores han señalado la preeminencia
de la percepción para explicar porqué la diferencia de sexos se percibe como una polaridad antagónica de falico o castrado. Pero es una explicación insuficiente cuando hace prevalecer lo que se ve en el niño frente a lo que no se ve en la niña, porque según lo expresan las
fantasías sexuales infantiles, otra obra publicada por Freud con el mismo
nombre, la percepción queda subordinada a una creencia delirante que impone la premisa universal del pene. Eso significa que aunque la percepción confirme que la niña no lo tiene, se produce una desmentida con respecto a que las niñas no lo tienen por naturaleza, desmentida que justifica la ausencia de pene aludiendo a una causa que explicaría por qué no lo tiene, causas que se pueden resumir en estas dos: es pequeña, ya le crecerá; lo tenía pero lo perdió porque la castigaron. La idea delirante consiste en mantener la creencia de que tanto las niñas como los niños tienen que tener pene. Por eso para el inconsciente la diferencia de sexos se subjetiva imaginariamente como fálico o castrado. Difícil de entender para la lógica consciente que no puede entender porqué lo masculino se erige como sexo único. Para complicar un poco más las cuestiones que agregan malestar en la sexualidad, podemos agregar que la representación de la mujer en el inconsciente se da bajo la figura de la
madre. Volveré más adelante sobre este punto, no sin antes señalar que cuando se habla de un hito que produce grandes efectos en la constitución de la subjetividad neurótica, se habla de la importancia de la percepción de la castración en la madre, entendida en un sentido ortodoxo como la percepción de la falta de pene. Pero la castración en la madre tiene más que ver con la caída de su
omnipotencia que con la ausencia del pene.
El impacto que ejerce sobre la subjetividad de las mujeres la jerarquización de los géneros, jerarquización que las devalúa, puede dar lugar a tres posiciones diferentes en su relación con el otro sexo y con el propio: una salida es permanecer niñas y dependientes, hacerse eco de la devaluación social del género femenino delegando en el hombre sus potencialidades y sus ideales, ser objeto y no sujeto de deseo, buscando permanentemente la protección masculina, el dejarse dirigir por el hombre inhibiendo sus propias capacidades, lo que las confina al lugar que nuestra cultura patriarcal asignaba a las mujeres que consideraba femeninas o "verdaderas mujeres". Evidentemente no es el modelo de feminidad que se valora más actualmente, sino el que rinde culto a la mujer autónoma, con todas las cualidades de ambición, eficiencia, éxito, poder, cualidades que se han considerado tradicionalmente masculinas, lo cual da lugar a otra de las salidas posibles frente a la percepción de género femenino devaluado: la reivindicación. Esta
última no debe confundirse con masculinización en el deseo (propio de la homosexualidad) cuando quienes adoptan esta salida conservan su deseo heterosexual para la satisfacción de su erotismo. La reivindicación se opera en un tener acceso a los ámbitos que tradicionalmente fueron feudos masculinos, actuando en nombre propio, siendo sujetos activos de deseo y planteándose la relación con el hombre desde la igualdad de derechos, que no debe confundirse con una negación de la diferencia sexual, como a veces suele confundirse en medios psicoanalíticos ortodoxos e incluso en el feminismo de la diferencia. Una acotación con respecto al feminismo de la diferencia es que corre el peligro de convertirse en un feminismo de la uniformidad, que conserva su carácter esencialista al hablar de la mujer, en singular, como si la subjetividad d elas mujeres fuera igual en todas. por eso las críticas que dirigen al feminismo de la igualdad están teñidas del mismo prejuicio en el que fundan el suyo y por tanto, confunden igualdad de derechos con negación de las diferencias. Y no se trata de los mismos fenómenos. Las mujeres que adaptan su subjetividad a los reclamos del postmodernismo, son las que adoptan un estilo que podríamos calificar desde los tiempos del Antiguo Régimen hasta la modernidad incluida, como masculino aunque sigan conservando su orientación heterosexual en cuanto a la satisfacción de su goce erótico. Estas mujeres que podríamos llamar transicionales, no están exentas sin embargo, del lastre de prejuicios de género que las hacen sentir culpables cuando no pueden ocuparse del todo de los roles que tradicionalmente ocupaban las mujeres tradicionales, sobre todo en lo que hace al cuidado de los hijos. El conflicto creciente entre unos ideales que impulsan a no renunciar al placer y al poder que otorga la autonomía, hace posible otra salida para la sexualidad femenina, que consiste en el desistimiento de su relación con el hombre por el naufragio de sus ideales más que por renegación de la diferencia sexual, lo que puede llevar a muchas mujeres a elegir una pareja femenina por ser más acorde a sus ideales de valoración del género, de comunicación y del descanso que implica no tener que sostener una mascarada femenina.
Joan Riviére con una obra con el mismo título, nos presenta el caso de una mujer que presentaba como síntoma la necesidad urgente de tener una relación sexual con su hombre después de haber tenido éxito como conferenciante para defenderse del miedo de haberlo castrado, hoy diríamos miedo de haberlo disminuido como hombre, de haberlo impotentizado. Con esa relación sexual posterior a un éxito social, Joan Riviére pretendía reasegurarse como mujer. Es notable la correlación entre éxito femenino y miedo de castración masculina. Cuando a Joan Rivière le preguntaron cuál era la diferencia entre la mascarada femenina y la verdadera feminidad dijo que no había ninguna. Sin embargo, cuando las mujeres que hoy ocultan sus éxitos, sus potencialidades, su inteligencia, haciéndose las desvalidas o haciéndose pasar por poco inteligentes frente a los hombres no todas lo hacen por los mismos motivos. Hay quienes realmente protegen el narcisismo del compañero de manera tierna y sentida, movidas por el amor, -lo que deja al hombre en la situación del niño que hay que proteger-. Otras en cambio, ejercen una especie de enmascarado cinismo -complaciente o no- porque saben que el precio que pagan la mayoría de quienes no lo hacen es la separación. Triste destino de muchas mujeres exitosas en la actualidad: están solas. Aunque las que siguen con sus hombres en este plan de desigualdad injusta no están menos solas y pagan con síntomas el enmascaramiento de sus potencialidades o el silenciar sus quejas. Recuerden ustedes la película "Solas" de Benito Zambrano y el ensayo del mismo título de Carmen Alborch. Esta autora también tiene otro libro que se llama “Malas” referido a aquellas mujeres que no cumplen con los roles tradicionales. No puede decirse con toda seguridad que las mujeres que se quedan con su pareja masculina con condiciones restrictivas lo desean libremente, sino que hay un cierto forzamiento, atribuible a complejos motivos, entre los cuales no está ausente el miedo a la soledad, a no ser deseadas y también a la violencia masculina. Pero también hay que decirlo, un factor importante que ejerce su influencia es el erotismo femenino que necesita sentirse confirmado como tal a través del hecho de ser deseada. Este es el temor más profundo y doloroso que angustia a muchas ejecutivas que se virilizan para estar acordes con lo que el mercado de trabajo competitivo les exige, o sea, adaptarse al modelo masculino, pero que luego desconciertan cuando muestran aspectos infantiles, de niñas desvalidas, cuando quieren ser reconocidas y aceptadas como mujeres. Es como si aún no hubieran encontrado un lugar donde poder sostener sus aspectos más activos y potentes sin angustiarse por eso. A los varones tampoco les resulta fácil encontrar su lugar en las nuevas demandas que les dirigen las mujeres agentes activas del cuestionamiento de la masculinidad tradicional. Algunos de ellos resultan espoleados a buscar otras formas de masculinidad por las nuevas feminidades que los descolocan de sus roles clásicos. Otros en cambio, reaccionan con un aumento de la violencia por pánico de perder poder. Los casos de violencia doméstica y el aumento de la crueldad en los malos tratos a pesar de leyes protectoras hacia las mujeres, parece indicar que ese aumento de debe a una negativa a dejarse cuestionar el lugar de jerarquía y poder que clásicamente han tenido los hombres. Por otra parte, las mujeres poderosas siguen presentando una contradicción en sus demandas a sus compañeros masculinos, que consiste en que se las trate de manera igualitaria pero que se muestren fuertes a la hora de protegerlas.
El peso de los lastres de los imperativos de rol tradicionales hace que otras mujeres que establecen parejas que podríamos llamar contraculturales, por ejemplo, las que se establecen entre una mujer ejecutiva, proveedora de recursos a la pareja, económicamente hablando, y un hombre que se ocupa de los roles más hogareños, se deja mantener y disfruta más de sus papeles pasivos, sean precisamente estas parejas las que presentan una mayor fragilidad a la hora de sostener el vínculo, porque la mujer que elige un compañero así, puede que deposite su deseo de encontrar un hombre fuerte que la proteja en su padre idealizado o en otros hombres que llenarían ese lugar en su fantasía. Y a su vez, el hombre pasivizado, no estaría libre de conflictos que le harían dudar de su masculinidad, rivalizando a la vez, con su compañera y con el hombre que ella admira. Una serie que se llamaba “Escenas de matrimonio”, que tuvo mucho éxito de audiencia, presentaba muy bien caracterizados los tres tipos de mujeres con sus respectivas alianzas de pareja, que he intentado mostrar. La tradicional, la transicional y la contracultural. También puede observarse la crisis en el erotización masculina cuando el hombre está ligado a una mujer de éxito, en la película "El cielo abierto", donde el protagonista Sergi López, que está muy enamorado de su mujer pero a la que no logra seducir, recupera toda su potencia sexual cuando se lía con otra mujer inculta y de clase inferior a la suya. Fenómenos de los que también da cuenta la clínica psicoanalítica.
Gayle Rubin en su
artículo El tráfico de mujeres:
notas sobre la economía política del sexo consideró que los textos freudianos
brindan un relato acerca del proceso social de domesticación de las
mujeres aunque esa no fuera la intención de su autor y definió lo que denomina sistema sexo-género
como “los arreglos mediante los cuales una sociedad transforma la sexualidad
biológica en producto de la actividad humana y en la cual esa sexualidad así
transformada es satisfecha”. Rubin consideró que la sexualidad tal como la
conocemos hoy día, incluyendo la identidad de género, el deseo sexual, la
fantasía, los conceptos de infancia, es
una construcción social y la denominación sistema sexo-género tiene la ventaja
de no incluir la subordinación femenina como característica estructural, lo que
permitiría pensar en una modalidad de organización de los géneros que no
implicara jerarquía. Sugirió que la construcción de la subjetividad sexuada se
basa en la represión de determinados aspectos vinculados a la similitud entre
los sexos. Lo interesante de su propuesta es una esperanza de lograr una sociedad agenérica, pero no
asexuada. Es decir destinada a hacer desaparecer la clasificación binaria y
arbitraria de rasgos que se le atribuyen a un género reprimiendo los que se
considera que son del género contrario. Eso facilitaría unos vínculos más
libres y menos condicionados por los estereotipos. Esto aún pertenece al ámbito
de la utopía, pero merece la pena tenerlo en cuenta. Los arreglos mediante los cuales la sociedad
transforma la sexualidad femenina favorece el cultivo de un estilo que responde
al deseo de otros más que a un deseo personal activo, favoreciendo su
constricción sexual. Un psicoanálisis progresista, de corte constructivista, debería describir el residuo que deja en los
individuos su particular vínculo con las regulaciones de la sexualidad en las
sociedades en las que nacieron y por tanto, dejar de lado su sesgo biologista
que tiende a naturalizar la sexualidad y aislarla de las determinaciones
sociales que la construyen. Gayle Rubin critica al psicoanálisis conservador
que haya devenido más que una teoría acerca de los mecanismos de reproducción
de los arreglos sexuales, en uno de esos
mecanismos. Sin embargo, aporta un cuerpo teórico que describe como los sexos
han sido divididos y deformados y como los niños/as bisexuales y andróginos se
transforman en niños y niñas. En ese sentido el psicoanálisis es una teoría
feminista manqué.
La lógica fálica del poder llevada a su extremo conduce a la guerra y a la muerte porque alguien que no ha superado la roca de la castración imaginaria, es capaz de matar para demostrar que tiene más fuerza, más coraje, en una palabra, más que otro. De lo que tenemos tristes ejemplos actuales en algunos protagonistas de la política mundial. La lógica fálica lleva al enfrentamiento, a la lucha por el puro prestigio, a la dominación inescrupulosa, a la violencia doméstica para demostrar quien manda, cuando esa lógica responde al enaltecimiento imaginario de una figura que pretende ser dueña absoluta de su goce y de su potencia porque no admite límites en sus aspiraciones. Que esta figura se imaginarice como hombre responde a la lógica fálica de la completad imaginaria. Lógica que adoptan por otra parte, las mujeres masculinizadas que desprecian lo femenino por las mismas razones que lo hacen los hombres que enaltecen lo fálico. Otros valores como el diálogo, el intento de conciliación, la ternura, el amor, el cuidado del otro, entre otras cosas, son vividos por quienes sustentan una lógica del poder absoluto como una debilidad feminizante. De hecho a nuestro presidente Zapatero han llegado a ponerle el apodo de “Bambi”, por su talante dialogante y el apodo de "killer" (matador) cuando se ha mostrado mucho más firme y viril en decisiones difíciles. Noten ustedes la resonancia del nivel imaginario de la castración en la elección de esos dos apodos. Cuando alguien ha asumido la castración simbólica, que es la aceptación de que la fuerza, la potencia, el saber, tienen sus límites, son inevitables y rigen para todos, actúa de manera más conciliadora y favorece más un lazo social compatible con las diferencias sin hacer de éstas un motivo de confrontación, exclusión o jerarquía.
La pregunta entonces es en qué contribuye la
lógica fálica al malestar que procura al género femenino más allá de una
diferencia sexual anatómica, o sea, preguntarnos qué efectos tiene en la niña
su percepción temprana de la jerarquización de género que la coloca en un lugar
devaluado frente al hombre y por extensión frente a los valores masculinos que
ganan en jerarquía devaluando los valores femeninos como algo de menor
importancia y por otra parte, qué efecto produce en los destinos de sus ideales
la ausencia de representación inconsciente de su sexo como otro y de su
representación como madre, que la coloca en un lugar donde su sexualidad no
será autorizada del todo. Así como en un hombre, la sexualidad refuerza su
narcisismo y aumenta su autoestima, en la mujer se produce una relación
contradictoria entre sexualidad y narcisismo, además del hecho de no contar con
la aprobación social, aunque los tiempos parecieran decir lo contrario. Esto es
especialmente evidente cuando se manifiestan deseos sexuales en la madre. Todos
esperan que sus hijos sean los que estén primero en sus intereses y cuando una
mujer demuestra que no es así, tiene que vencer un prejuicio muy fuerte que la
denigra haciendo girar sobre ella el fantasma de la puta. Recomiendo la
película The mother, especialmente ilustrativa al respecto. En esta película una
señora que acaba de perder a su marido es seducida por el novio de su hija, lo
cual motiva una ruptura doble del estereotipo: no es la santa viuda para toda
la vida que es de un solo hombre y además se lía con otro hombre que podría ser
su hijo, trasgrediendo así la posición que el inconsciente le depara, la de la
madre asexuada.
Otras mujeres para estar más libres de los condicionamientos de genero, eligen una salida rebelde asumiendo una pareja
femenina. Ahora bien, la elección de una pareja femenina por parte de una mujer
¿implica siempre homosexualidad? Rotundamente, no. Como tampoco la elección de
una pareja masculina por parte de una mujer implica heterosexualidad. Porque para hablar de sexualidad de manera
veraz tenemos que tener en cuenta en cuenta el papel que juegan en ella, la memoria,
la representación y la fantasía y no hay ninguna garantía de que actos sexuales
determinados se casen de la misma manera con las fantasías eróticas que los
posibilitan ni con los personajes que les aseguran su excitabilidad. La salida reivindicativa que Freud llamaba
masculinización -implicando la homosexualidad- no siempre es tal en el caso de
aquellas mujeres que responden a un ideal moderno de feminidad sin que ese
ideal afecte a su deseo por los hombres ni a su deseo por las mujeres . Debería
reservarse ese término para aquellas que se masculinizan en el deseo. Este es
el punto donde en la clínica tenemos que ser muy rigurosos y advertidos de no
caer en prejuicios que malograrían nuestra eficacia terapéutica.
Serge André en su
libro “La impostura perversa” dice: “Esta
relación con el deseo a través del fantasma que lo sostiene -y la evitación de
la castración, o por el contrario, su afrontamiento- es la que puede ser
neurótica o perversa [la homosexualidad] y no simplemente la identificación del
sujeto o su elección de objeto.” Ejemplo
de ello es la descripción del caso de dos mujeres lesbianas que trató donde se
ve claramente en la transferencia clínica
-que no es otra cosa que la puesta en acto de la realidad sexual del
inconsciente- la diferencia de
estructura subjetiva de ambas. Una perversa, la otra histérica. ¿Cuál es la
diferencia? La perversa juega un desafío al padre donde pareciera querer negarle
un lugar como agente del goce ofrecido a las mujeres, como si quisiera
enseñarle cómo deben ser tratadas y extrayendo un plus de placer añadido puesto
en la convicción de que ella es mejor para eso que un hombre. En cambio en la
histeria, el acercamiento a la experiencia lesbiana no tiene tanto que ver con
el desistimiento del hombre como objeto erótico ni con una rivalidad con el
padre queriendo usurpar su lugar de agente de goce para las mujeres, sino más
bien con una interrogación y una fascinación por la creencia imaginaria de que
la mujer amada posee el secreto de la feminidad respondiendo así a un ideal de
ser que desea para sí misma.
Por todo ello me
parece de una enorme importancia considerar el papel que juegan los factores
sociales en el destino mutable de la erótica femenina y no deducir desde
nuestro lugar clínico como psicoanalistas comprometidos con la cuestiones de
las mujeres, una categorización del deseo que confunda práctica sexual con
orientación sexual. Lo que habla
verdaderamente de una posición femenina o masculina es el lugar de sexuación
donde el sujeto se coloca para obtener su goce tal como fue definido por Lacan
en el Seminario XX (Aún) (20), posición que puede adoptar con un partenaire homo
u hetero. Lo que diferencia la posible homosexualidad de la heterosexualidad no
es la elección práctica del sexo de la pareja en la realidad, sino en las
fantasías que sostienen el goce erótico. Y aquí la heterosexualidad no es tan
pura como no lo es a veces la homosexualidad. Hablar de una sexualidad normal
es hacerse eco de una ilusión que viene a poner un tapón tranquilizador a la inconsistencia
inherente a toda identidad. Si lo que preocupa es la posible inserción de lo
homo en lo hetero, habrá que preguntarse en qué sustenta lo hetero su
hegemonía. Los estudios queer desmienten la naturalidad de la sexualidad y
rechazan la idea de una identidad fija. Freud también señalaba el carácter
profundamente desnaturalizado de la sexualidad humana justamente porque la
pulsión no trae ninguna indicación para encontrar su objeto sexual. Pero a
diferencia de los postulados queer, el psicoanálisis reconoce la existencia de
límites en la sexualidad que están determinados por la fantasmática particular
de cada sujeto. No se puede ser todo lo que se quisiera porque la posición
sexual de cada sujeto le pone su propio límite al goce. Propio límite, quiere decir, propio de cada sujeto.
CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com
Escrito ampliado del que fue publicado en el año 2007 en la Revista del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres nº 2 de la Universidad de León.
Parte de este contenido fue expuesto en una conferencia que di en el centro de cultura de Dones Francesca Bonnemaison en Barcelona el 7 de marzo del 2008.
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