Las reacciones al paso del tiempo varían en cada persona dependiendo de su madurez para afrontar los cambios y convivir con ellos, pero frente a un tema tan angustioso como el envejecimiento, las estrategias negadoras frente al mismo o la tentación de volverse imaginariamente más joven, es una motivación que puede llevar a emparejarse con personas más jóvenes. La edad es un dato que de acuerdo a quien lo considere está investido de cuestiones imaginarias que oscilan entre la idealización y el desprecio, como se expresa en términos tales como juventud divino tesoro, edad de la inocencia, cincuentona, viejo verde, veterana. Los hábitos culturales funcionan como un punto ciego, que dificulta, cuando no impide, preguntarnos porque se vive con cierta naturalidad la diferencia de edad en una pareja cuando el hombre es mayor –aunque sea muy mayor- y en cambio, si la mujer es mayor, genera cierto rechazo, por lo que son poco frecuentes los hombres que se emparejan con mujeres mayores. En estos emparejamientos tan dispares, ¿qué funciona como pantalla protectora frente a un real que angustia? Lo desparejo no se refiere solamente a la edad, sino a la dependencia que se establece de manera desigual para el que ofrece la protección y para el que la recibe. Quien asume el rol de la protección, se adapta a las exigencias del otro, en lugar de sostener su singularidad y las personas protegidas, si bien dependen de las ventajas que reciben, se sienten, gracias a su juventud, con mayor capacidad para variar su elección de pareja si lo desearan, posibilidad más restringida en los mayores. Hay también una diferencia entre hombres y mujeres por el cuerpo que envejece. Cuando ellos hablan de las mujeres de más edad en términos peyorativos, no tienen en cuenta su propia edad. Para las ellas en cambio, la pérdida de lozanía de su cuerpo se convierte en una fuente de inseguridad.
Sin embargo, los emparejamientos con gente joven
permiten recuperar una imagen
retrospectiva del propio cuerpo por la identificación con el cuerpo joven del
otro/a, que recuerdan la potencia de tiempos pasados. En algunos hombres
permite la satisfacción de una paternidad que no han podido disfrutar con sus
hijos y desean tener uno con su amante joven. En algunas mujeres, permite la
satisfacción de un modo de vínculo, más sincero, menos posesivo, con una
fidelidad no obligada, mayor flexibilidad para experimentar con el sexo, más
libertad personal, características que
al estar muy reprimidas en la masculinidad clásica, son muy valoradas, además
de una posibilidad de realizar algunos de los sueños que el reloj biológico de
la maternidad y la posterior crianza de los hijos había imposibilitado a la
hora de vivir una intimidad de calidad con su pareja.
El deseo de vivir una segunda juventud es algo muy
humano, tener hijos es una forma de satisfacer ese deseo pero no la única.
Vivir una sexualidad joven por segunda vez, es un deseo muy poderoso, que hace
comprensible la elección de una pareja más joven en lugar de tener delante el
espejo de lo que también somos y no queremos ser, que nos ofrece una persona de
nuestra misma edad a la que vemos sufrir el deterioro con sus enfermedades, sus
achaques, sus quejas por ser mayor. Una persona joven nos habla de otras cosas,
nos hace recuperar ilusión.
¿Y qué es lo que espera una persona más joven del
vínculo con una persona mayor? Una joven vinculada a un hombre mayor con cierto
prestigio, siente elevar su autoestima porque se siente poderosa al saberse
elegida por un hombre que se supone que tiene muchas oportunidades a su alcance,
protegida económicamente, y si no es el caso, la relación puede estar teñida de
un cierto paternalismo que la reconforta, que no puede esperar de la gente de
su edad. Un joven vinculado a una mujer mayor, si famosa por ejemplo, obtiene una
sensación de triunfo que aumenta su narcisismo por haberla conquistado, el
reconocimiento social que tiene gracias a la fama de ella, oportunidades de
vivir una vida de realización personal de sus ambiciones más facilitada por el
poder económico. Cuando no es una mujer famosa ni rica, aparece con más claridad una manera de satisfacer un erotismo
teñido de un anhelo de trato más maternal, que privilegian comparativamente con
el trato que tendrían con personas más iguales en edad, a quienes sienten poco
atractivas, ya sea por falta de experiencia, inhibiciones sexuales, falta de
saber, de poder, de prestigio social, de realización personal. La fragilidad de
estas relaciones no sólo consiste en que responden a un deseo de apuntalamiento
narcisístico, -otras relaciones con coetáneos también pueden serlo- sino fundamentalmente por un real que supera
todo imaginario, que es la desigual cercanía al fin de la vida, mientras unos
van aumentando sus déficits, otros van aumentando sus potencias.
La lógica de las relaciones amorosas se desarrolla
en juegos de poder no cuestionados, silenciosos, invisibilizados en la pantalla
de la naturalidad y lo intersubjetivo en los vínculos no siempre reconoce al
otro en su alteridad sino como un soporte del sí mismo. En este sentido, no hay
resistencia más fuerte a la perplejidad que tenemos frente al otro que la que
se construye entre dos que se acoplan para sostenerse. El ser humano es
gregario, frágil frente a la decadencia, temeroso y negador frente a la muerte.
Eso podría explicar porque aún siendo un gran engaño, -cuando no una gran
injusticia con las personas de nuestra misma edad-, se establecen con mucha
frecuencia estas relaciones desparejas.
Pero tienen un inconveniente que las hace frágiles. Alejan a ambos de
una comunicación más sólida que los apoyaría en su soledad, apoyo con el que no
pueden contar porque la falta de experiencia de vida de los más jóvenes impide
que puedan sentirse comprendidos en sus carencias y porque no sólo de imagen y cuerpo joven sostienen los seres humanos sus necesidades
relacionales.
CLAUDIA TRUZZOLI
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