lunes, 10 de diciembre de 2012

EL MARKETING DE LA ENFERMEDAD


EL MARKETING DE LA ENFERMEDAD

Es de agradecer que la industria farmacéutica haya descubierto otrora medicaciones que nos salvan de padecer enfermedades, pero en la actualidad el afán de lucro desmesurado ha creado una corrupción preocupante en lo que se refiere a la enfermedad mental, que se ha convertido en el objetivo de un nuevo mercado. La industria farmacéutica gana de cinco a seis veces más dinero que cualquiera de las demás empresas en Estados Unidos. No es esto lo cuestionable, sino lo que hace para ganarlo. El campo de la ansiedad y la  depresión es muy fácil para ser manipulado con nuevas definiciones conceptuales porque raramente tiene síntomas mensurables. La meta de las campañas de marketing existentes en este campo es convencer a la gente normal de que tiene un trastorno psiquiátrico que se cura con una medicación. ¿Cómo se consigue esto? Elevando la importancia de una condición, o sea, decir que el problema es más grave y más extendido de lo que realmente es. Por ejemplo, antes de la aparición de los antidepresivos se consideraba que la depresión afectaba a 100 personas entre un millón. Hoy hay 27 millones de personas que toman antidepresivos, el doble que en 1996. El problema real es que sentimientos humanos tan normales como la tristeza, el enojo, la rabia, la angustia, el dolor, el miedo, que pueden ser la respuesta emocional adecuada a ciertas situaciones vivenciales, se clasifican como depresión, lo que borra las diferencias entre estos sentimientos y se los clasifica como trastorno psiquiátrico o problema psicológico importante que se resolvería con una medicación.

Según la OMS 450 millones de personas en el mundo tienen un trastorno mental. Cada vez aparecen más enfermedades psiquiátricas en el DSM (Diágnóstico de Enfermedades Mentales) y a todas se les ofrece un medicamento nuevo para tratarlas o uno antiguo al que se le da un nuevo uso. El sueño de todo hombre de marketing es encontrar un mercado desconocido y desarrollarlo. Eso es lo que pudieron hacer a principios del año 1999 con la creación del trastorno de ansiedad social (SAD) promocionado con el siguiente slogan: ¿te imaginas ser alérgico a la gente? Acompañado de una serie de síntomas que correspondían  a un cuadro de ansiedad y se les ofrecía contactar con una coalición del mencionado trastorno. Lo que se ocultó fue que tanto la campaña como la coalición fueron creadas por una empresa de relaciones públicas financiada por una empresa farmacéutica, la que cuenta con psiquiatras contratados para vender el remedio pertinente para el trastorno creado, en este caso, Paxil, que aumentó tanto sus ventas que en tres años pasó a ocupar el primer lugar dentro de su clase. Otra farmacéutica, Pfitzer, (conocida por producir Viagra), fabricó otro medicamento (Soloft) para el tratamiento del estrés postraumático. También contaron con el apoyo de psiquiatras que convencían a la gente de que sufría este trastorno todo aquél que viera un acto de violencia, desastre natural o evento angustioso. La campaña decía que una de cada trece personas lo padecía. Otro trastorno que aumentó considerablemente después de un buen marketing es el trastorno bipolar. Antes de que fuera introducido en el DSM-III afectaba a una décima parte del 1% de la población. Hoy se afirma que el 10% de la población, (100 veces el número original) tiene trastorno bipolar. Un psiquiatra de Harvard, Dr. Joseph Biederman empezó a publicar que los cambios de humor en los niños no eran comportamientos normales sino enfermedades mentales. No se comunicó a los padres que la campaña de ventas, estaba garantizada por 25 empresas farmacéuticas. En la última década el número de niños diagnosticados con trastorno bipolar ha subido un 4000% y esa etiqueta se les aplica a niños cada vez más pequeños. La psicoanalista Silvia Tuber, comunica un informe de la National Institute of Health de Estados Unidos sobre el diagnóstico y tratamiento del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que concluye que después de años e investigación y experiencia con él, el conocimiento de sus causas biológicas y supuestas lesiones cerebrales, es especulativo. La sustancia que se administra para tratarlo es metilfenidato, cuyos efectos son similares a la cocaína, los opiáceos y los barbitúricos más potentes. Todos afectan a las mismas zonas del cerebro, los mismos neurotrasmisores, alteran la producción de hormona del crecimiento, suprimen el apetito, alteran el sistema cardiovascular y producen depresión. A largo plazo no se observan mejoras en el rendimiento escolar ni en la conducta antisocial. Compañías farmacéuticas que han sido denunciadas por fraude en Estados Unidos, distorsionan estos efectos negativos del metilfenidato atribuyéndolos a patologías previas, como la bipolaridad, depresión, ansiedad, por lo cual convierten los efectos causados por la sustancia tóxica en causa de esos mismos efectos y recomiendan más medicación. Hay psicoanalistas que apuntan a que la hiperactividad real del niño debe ser considerada en relación a la inactividad simbólica de sus padres. Un dato interesante es que las niñas no suelen presentar hiperactividad sino sólo trastorno de atención, mientras que sí está presente el los niños. El psicoanálisis interpreta esta diferencia en los niños como una defensa frente a la pasividad que los feminiza.       


Otro paso para vender una enfermedad es redefinir ciertos sentimientos comunes y convertirlos en enfermedades psiquiátricas que tienen que tratarse con drogas. Por ejemplo, la tristeza invernal convertida en trastorno afectivo estacional. Estas estrategias creadas en los departamentos de marketing no son ajenas a cuestiones de mercado. Cuando venció la patente del Prozac, famoso y popular antidepresivo, convirtieron los cambios de humor frente a la menstruación en un nuevo trastorno psiquiátrico, el trastorno disfórico premenstrual, que se trataba con un medicamento llamado Sarafem y si se comprueba su etiqueta, tiene la misma composición que el Prozac, así mantuvieron esa patente para que nadie más pudiera fabricarlo. Muchas de las drogas que se utilizan se cambian de nombre para destinarlas a un uso diferente o se convierten en genéricas. Otra de las estrategias para vender enfermedad es crear una condición nueva para una necesidad del mercado no satisfecha. Por ejemplo, trastorno de ir de compras compulsivo, promocionado por otro psiquiatra, Jack Gorman, que afirmaba que un estudio reciente descubrió que 20.000.000 de americanos (el 90% de ellos, mujeres) podían tener este problema, pero no reveló que el estudio fue financiado por laboratorios Forest, fabricante del antidepresivo Celexa, y que él era asesor pagado por trece empresas farmacéuticas. La doctora naturópata, Marie Pace, hace una irónica crítica de la sociedad americana cuando dice que es una sociedad de comidas rápidas y drogas rápidas. Pero esto no sólo sucede en la sociedad americana. La tendencia empieza allí pero se exporta. En Europa, por ejemplo, se administró Agreal, un neuroléptico muy potente para tratar los sofocos normales de la menopausia, lo que hizo bastante daño por sus efectos secundarios. En España hay 4.000  denuncias por este fármaco. La primera sentencia firme afirma que incita al suicidio. La segunda es que  causa adicción. Sin embargo en Latinoaméricana hay diez países en los que se sigue vendiendo. En abril de 2006, el diario médico británico encontró una publicación que anunciaba un estudio pionero sobre una enfermedad psiquiátrica recién descubierta que se llamó trastorno de deficiencia motivacional. Se caracterizaba por letargo y una indisposición para trabajar. Cuando los medios de difusión trasmitieron la noticia por todo el mundo sin cuestionarla, el diario dijo que se trataba de una broma para el día de los inocentes. Pero el chiste demostró que la venta de la enfermedad funciona.

El libro de Miguel Jara, Traficantes de salud, denuncia cómo Merk, que fabricaba Biox, remedio para la artrosis, sabía que podía provocar infartos de corazón y cerebrales y lo ocultó a la FDA, organismo que controla la seguridad y eficacia de los fármacos. Por esta ocultación se calcula que han podido morir 250.000 personas en todo el mundo. Por esa razón lo retiró del mercado, después de 5 años en que empezaron las primeras muertes. Pero desde que estas organizaciones de control medicamentoso están financiadas al 70% por los laboratorios, la pregunta es qué fiabilidad podemos darles. La película El jardinero fiel está basada en una novela de John Le Carré, inspirada en hechos reales. En este caso denuncia la puesta a prueba de un posible antibiótico de Pfizer, (Troban), que fue experimentado hace unos diez años con doscientos niños en un pueblo de Nigeria y por el cual murieron once niños y muchos de ellos quedaron severamente dañados con cegueras, daños cerebrales, sorderas. No es extraño que la industria farmacéutica haga ensayos clínicos en países pobres porque sale mucho más barato y encuentran población dispuesta por la falta de dinero que sufren. Para la lógica capitalista esa es una razón suficiente dada la única ética que conoce: la económica. En la película El jardinero fiel, un ejecutivo de la empresa para acallar los escrúpulos morales del quien descubre la maniobra experimental de la compañía, le dice refiriéndose a los nigerianos que se prestaban al experimento que de todas maneras se iban a morir igual. Incluso gente que no tiene enfermedades mentales pueden ser consideradas en riesgo y recomendárseles un tratamiento con drogas. Por ejemplo, se incitaba a todas las personas que habían tenido un ataque al corazón a tomar un medicamento (Escitalopram) para prevenir la depresión después del ataque, estuvieran deprimidos o no. O sea, que hay un negocio muy espectacular con los remedios para reducir los factores de riesgo de la enfermedad en un futuro no muy lejano hasta el punto que ciertos ejecutivos de las empresas farmacéuticas han afirmado que un día en América, cada persona tomará fármacos, esté enferma o no, según afirma Gwen Olsen, ex representante de ventas farmacéuticas, que trabajó 15 años en esa industria.  Ella denuncia que lo que a estas empresas les interesa no es curar sino el mantenimiento de las enfermedades y los síntomas, sobre todo en la psiquiatría, porque los estimula a ser usuarios de la Industria Farmacéutica de por vida. Cuando se receta un antipsicótico, ansiolítico, antidepresivo, se les dice a los usuarios que probablemente tendrán que tomarlo el resto de su vida. De hecho, se toman por largos períodos de tiempo y cuando quieren dejarlos de golpe, aparecen síntomas de abstinencia muy serios, incluso algunas personas experimentan estos síntomas al intentar dejarlos paulatinamente. Otra investigación realizada demostró que el ejercicio era más efectivo que el antidepresivo, porque se ha demostrado que los antidepresivos se testan con un placebo y sólo han demostrado ser eficaces en las depresiones muy severas, En cuanto al resto, no son más eficaces que una pastilla de azúcar.   

Lamentablemente, las campañas corruptas de esta industria hacen recaer la desconfianza en aquellas medicaciones que se recetan para enfermos mentales. La prohibición que han logrado imponer con el acuerdo de la Comunidad Europea para que se supriman plantas medicinales y una larga lista de remedios homeopáticos a partir del 1 de abril de este año, es una prueba del poder que pueden ejercer sobre los organismos que supuestamente velan por nuestra salud. Y puede ser que paguen justos por pecadores. Esta tendencia medicalizadora obtura cualquier posibilidad de cuestionamiento subjetivo del malestar al proponer seductoramente el remedio del mismo a un agente externo -la droga adecuada-. La ventaja de esta creencia es que el sujeto no tiene nada que cuestionarse, todo está reducido a la química o la etiqueta que lo disculpa porque su malestar es resultado de una enfermedad mental, aunque este aumento desproporcionado de diagnósticos mentales no se corresponda con un criterio científico.



CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista. Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de Cataluña.
Pertenece a la Redcaps de profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos especializados. 

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