EL MARKETING DE LA ENFERMEDAD
Es de agradecer que la industria farmacéutica haya descubierto otrora medicaciones que nos salvan de padecer enfermedades, pero en la actualidad el afán de lucro desmesurado ha creado una corrupción preocupante en lo que se refiere a la enfermedad mental, que se ha convertido en el objetivo de un nuevo mercado. La industria farmacéutica gana de cinco a seis
veces más dinero que cualquiera de las demás empresas en Estados Unidos. No es
esto lo cuestionable, sino lo que hace para ganarlo. El campo de la ansiedad y
la depresión es muy fácil para ser
manipulado con nuevas definiciones conceptuales porque raramente tiene síntomas
mensurables. La meta de las campañas de marketing existentes en este campo es
convencer a la gente normal de que tiene un trastorno psiquiátrico que se cura
con una medicación. ¿Cómo se consigue esto? Elevando la importancia de una
condición, o sea, decir que el problema
es más grave y más extendido de lo que realmente es. Por ejemplo, antes de
la aparición de los antidepresivos se consideraba que la depresión afectaba a
100 personas entre un millón. Hoy hay 27 millones de personas que toman
antidepresivos, el doble que en 1996. El problema real es que sentimientos
humanos tan normales como la tristeza, el enojo, la rabia, la angustia, el
dolor, el miedo, que pueden ser la respuesta emocional adecuada a ciertas
situaciones vivenciales, se clasifican como depresión, lo que borra las
diferencias entre estos sentimientos y se los clasifica como trastorno psiquiátrico
o problema psicológico importante que se resolvería con una medicación.
Según la
OMS 450 millones de personas en el mundo tienen un trastorno
mental. Cada vez aparecen más enfermedades psiquiátricas en el DSM (Diágnóstico
de Enfermedades Mentales) y a todas se les ofrece un medicamento nuevo para
tratarlas o uno antiguo al que se le da un nuevo uso. El sueño de todo hombre
de marketing es encontrar un mercado desconocido y desarrollarlo. Eso es lo que
pudieron hacer a principios del año 1999 con la creación del trastorno de ansiedad social (SAD) promocionado con el siguiente
slogan: ¿te imaginas ser alérgico a la gente? Acompañado de una serie de
síntomas que correspondían a un cuadro
de ansiedad y se les ofrecía contactar con una coalición del mencionado
trastorno. Lo que se ocultó fue que tanto la campaña como la coalición fueron
creadas por una empresa de relaciones públicas financiada por una empresa
farmacéutica, la que cuenta con psiquiatras contratados para vender el remedio
pertinente para el trastorno creado, en este caso, Paxil, que aumentó tanto sus
ventas que en tres años pasó a ocupar el primer lugar dentro de su clase. Otra
farmacéutica, Pfitzer, (conocida por producir Viagra), fabricó otro medicamento
(Soloft) para el tratamiento del estrés
postraumático. También contaron con el apoyo de psiquiatras que convencían a la gente de que sufría este
trastorno todo aquél que viera un acto de violencia, desastre natural o evento
angustioso. La campaña decía que una de cada trece personas lo padecía.
Otro trastorno que aumentó considerablemente después de un buen marketing es el
trastorno bipolar. Antes de que fuera
introducido en el DSM-III afectaba a una décima parte del 1% de la población.
Hoy se afirma que el 10% de la población, (100 veces el número original) tiene
trastorno bipolar. Un psiquiatra de Harvard, Dr. Joseph Biederman empezó a
publicar que los cambios de humor en los niños no eran comportamientos normales
sino enfermedades mentales. No se comunicó a los padres que la campaña de ventas,
estaba garantizada por 25 empresas farmacéuticas. En la última década el número
de niños diagnosticados con trastorno bipolar ha subido un 4000% y esa etiqueta
se les aplica a niños cada vez más pequeños. La psicoanalista Silvia Tuber,
comunica un informe de la National Institute of Health de Estados Unidos sobre el
diagnóstico y tratamiento del trastorno
de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que concluye que después de
años e investigación y experiencia con él, el conocimiento de sus causas biológicas
y supuestas lesiones cerebrales, es especulativo. La sustancia que se
administra para tratarlo es metilfenidato, cuyos efectos son similares a la
cocaína, los opiáceos y los barbitúricos más potentes. Todos afectan a las
mismas zonas del cerebro, los mismos neurotrasmisores, alteran la producción de
hormona del crecimiento, suprimen el apetito, alteran el sistema cardiovascular
y producen depresión. A largo plazo no se observan mejoras en el rendimiento
escolar ni en la conducta antisocial. Compañías farmacéuticas que han sido
denunciadas por fraude en Estados Unidos, distorsionan estos efectos negativos
del metilfenidato atribuyéndolos a patologías previas, como la bipolaridad,
depresión, ansiedad, por lo cual convierten los efectos causados por la
sustancia tóxica en causa de esos mismos efectos y recomiendan más medicación.
Hay psicoanalistas que apuntan a que la hiperactividad real del niño debe ser
considerada en relación a la inactividad simbólica de sus padres. Un dato
interesante es que las niñas no suelen presentar hiperactividad sino sólo
trastorno de atención, mientras que sí está presente el los niños. El
psicoanálisis interpreta esta diferencia en los niños como una defensa frente a
la pasividad que los feminiza.
Otro paso para vender una enfermedad es redefinir ciertos sentimientos comunes y
convertirlos en enfermedades psiquiátricas que tienen que tratarse con
drogas. Por ejemplo, la tristeza invernal convertida en trastorno afectivo estacional. Estas estrategias creadas en los
departamentos de marketing no son ajenas a cuestiones de mercado. Cuando venció
la patente del Prozac, famoso y popular antidepresivo, convirtieron los cambios
de humor frente a la menstruación en un nuevo trastorno psiquiátrico, el trastorno disfórico premenstrual, que se trataba con un medicamento llamado
Sarafem y si se comprueba su etiqueta, tiene la misma composición que el
Prozac, así mantuvieron esa patente para que nadie más pudiera fabricarlo.
Muchas de las drogas que se utilizan se cambian de nombre para destinarlas a un
uso diferente o se convierten en genéricas. Otra de las estrategias para vender
enfermedad es crear una condición nueva para una necesidad del mercado no
satisfecha. Por ejemplo, trastorno de ir
de compras compulsivo, promocionado por otro psiquiatra, Jack Gorman, que
afirmaba que un estudio reciente descubrió que 20.000.000 de americanos (el 90%
de ellos, mujeres) podían tener este problema, pero no reveló que el estudio
fue financiado por laboratorios Forest, fabricante del antidepresivo Celexa, y
que él era asesor pagado por trece empresas farmacéuticas. La doctora naturópata, Marie Pace, hace una irónica
crítica de la sociedad americana cuando dice que es una sociedad de comidas
rápidas y drogas rápidas. Pero esto no sólo sucede en la sociedad americana. La
tendencia empieza allí pero se exporta. En Europa, por ejemplo, se administró
Agreal, un neuroléptico muy potente para tratar los sofocos normales de la
menopausia, lo que hizo bastante daño por sus efectos secundarios. En España
hay 4.000 denuncias por este fármaco. La
primera sentencia firme afirma que incita al suicidio. La segunda es que causa adicción. Sin embargo en
Latinoaméricana hay diez países en los que se sigue vendiendo. En abril de
2006, el diario médico británico encontró una publicación que anunciaba un
estudio pionero sobre una enfermedad psiquiátrica recién descubierta que se
llamó trastorno de deficiencia motivacional. Se caracterizaba por
letargo y una indisposición para trabajar. Cuando los medios de difusión
trasmitieron la noticia por todo el mundo sin cuestionarla, el diario dijo que
se trataba de una broma para el día de los inocentes. Pero el chiste demostró
que la venta de la enfermedad funciona.
El libro de Miguel Jara, Traficantes de salud, denuncia cómo Merk, que fabricaba Biox,
remedio para la artrosis, sabía que podía provocar infartos de corazón y
cerebrales y lo ocultó a la FDA ,
organismo que controla la seguridad y eficacia de los fármacos. Por esta
ocultación se calcula que han podido morir 250.000 personas en todo el mundo.
Por esa razón lo retiró del mercado, después de 5 años en que empezaron las
primeras muertes. Pero desde que estas organizaciones de control medicamentoso
están financiadas al 70% por los laboratorios, la pregunta es qué fiabilidad
podemos darles. La película El jardinero
fiel está basada en una novela de John Le Carré, inspirada en hechos
reales. En este caso denuncia la puesta a prueba de un posible antibiótico de
Pfizer, (Troban), que fue experimentado hace unos diez años con doscientos
niños en un pueblo de Nigeria y por el cual murieron once niños y muchos de
ellos quedaron severamente dañados con cegueras, daños cerebrales, sorderas. No
es extraño que la industria farmacéutica haga ensayos clínicos en países pobres
porque sale mucho más barato y encuentran población dispuesta por la falta de
dinero que sufren. Para la lógica capitalista esa es una razón suficiente dada
la única ética que conoce: la económica. En la película El jardinero fiel, un ejecutivo de la empresa para acallar los
escrúpulos morales del quien descubre la maniobra experimental de la compañía,
le dice refiriéndose a los nigerianos que se prestaban al experimento que de
todas maneras se iban a morir igual. Incluso gente que no tiene enfermedades mentales
pueden ser consideradas en riesgo y recomendárseles un tratamiento con drogas.
Por ejemplo, se incitaba a todas las personas que habían tenido un ataque al
corazón a tomar un medicamento (Escitalopram) para prevenir la depresión
después del ataque, estuvieran deprimidos o no. O sea, que hay un negocio muy
espectacular con los remedios para reducir los factores de riesgo de la
enfermedad en un futuro no muy lejano hasta el punto que ciertos ejecutivos de
las empresas farmacéuticas han afirmado que un día en América, cada persona
tomará fármacos, esté enferma o no, según afirma Gwen Olsen, ex representante
de ventas farmacéuticas, que trabajó 15 años en esa industria. Ella denuncia que lo que a estas empresas les
interesa no es curar sino el mantenimiento de las enfermedades y los síntomas,
sobre todo en la psiquiatría, porque los estimula a ser usuarios de la Industria Farmacéutica
de por vida. Cuando se receta un antipsicótico, ansiolítico, antidepresivo, se
les dice a los usuarios que probablemente tendrán que tomarlo el resto de su
vida. De hecho, se toman por largos períodos de tiempo y cuando quieren
dejarlos de golpe, aparecen síntomas de abstinencia muy serios, incluso algunas
personas experimentan estos síntomas al intentar dejarlos paulatinamente. Otra
investigación realizada demostró que el ejercicio era más efectivo que el
antidepresivo, porque se ha demostrado que los antidepresivos se testan con un
placebo y sólo han demostrado ser eficaces en las depresiones muy severas, En
cuanto al resto, no son más eficaces que una pastilla de azúcar.
Lamentablemente, las campañas corruptas de esta
industria hacen recaer la desconfianza en aquellas medicaciones que se recetan
para enfermos mentales. La prohibición que han logrado imponer con el acuerdo
de la Comunidad Europea
para que se supriman plantas medicinales y una larga lista de remedios
homeopáticos a partir del 1 de abril de este año, es una prueba del poder que
pueden ejercer sobre los organismos que supuestamente velan por nuestra salud. Y
puede ser que paguen justos por pecadores. Esta tendencia medicalizadora obtura
cualquier posibilidad de cuestionamiento subjetivo del malestar al proponer
seductoramente el remedio del mismo a un agente externo -la droga adecuada-. La
ventaja de esta creencia es que el sujeto no tiene nada que cuestionarse, todo
está reducido a la química o la etiqueta que lo disculpa porque su malestar es
resultado de una enfermedad mental, aunque este aumento desproporcionado de
diagnósticos mentales no se corresponda con un criterio científico.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y
psicoanalista. Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de
Cataluña.
Pertenece a
la Redcaps de
profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos
especializados.
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