DEL CUERPO DEL DOLOR AL CUERPO DE LA ALEGRÍA
Mi
experiencia de trabajo con grupos de mujeres me permite escuchar sus
sentimientos y sus creencias más arraigadas así como sus ilusiones, sus
decepciones y sus expectativas. Debido a una larga tradición racionalista, está
muy difundida la creencia en que todas las dificultades que nos suceden, todos
nuestros conflictos y frustraciones, se
solucionan con una firme decisión voluntariosa de no pensar en ellos y
reemplazarlos por pensamientos más positivos. Estas ideas están muy arraigadas
en las creencias populares que aún perduran. Pero si bien la voluntad es
necesaria para hacer frente a procesos dolorosos como un duelo por ejemplo, -poner
algo de nuestra parte con el fin de no quedar presos de la melancolía-, tiene
su límite de operatividad para hacer frente a un deseo perturbador. En ese
caso, la voluntad es impotente porque los deseos no son domesticables y en
consecuencia, no se pueden eliminar de nuestro espacio interior. Si no se
satisfacen dejan su marca de dolor en nuestro cuerpo a través de múltiples
manifestaciones cuya causa hay que buscar en esos intentos de sofocación de
aquello que nos perturba y de lo cual no queremos saber sostenidos por la
ilusión de creer que aquello en lo que no queremos pensar podemos eliminarlo de
nuestras preocupaciones. Nada más erróneo que creer que eso es posible.
Ilustrar
esto con ejemplos de lo que dicen algunas mujeres que por su situación familiar
formal podría sorprender puede ser útil para aclarar estas ideas. Una mujer
casada con tres hijos manifestó al principio del trabajo de grupo que ella era
feliz, que se sentía orgullosa de haber educado a sus hijos en la igualdad. No
mencionó su vínculo con el marido. Luego cuando las demás fueron sincerándose
con sus frustraciones, resultó que ese estado de felicidad mencionado antes
tenía sus fisuras, uno de sus hijos resultó ser muy machista, una de sus hijas
anoréxica y depresiva, ella misma sufría de fibromialgia desde hacía años. Otra
mujer muy formal y elegante, cuya edad pasaba de la cincuentena, expuso con
algo de rubor que se había enamorado como una loca de un hombre, pero que
sufría un gran conflicto porque éste le decía que no quería comprometerse y que
también quería salir con otras. Su lucha interior consistía en no saber si
tenía que dejarse llevar por su imperiosa atracción hacia él o hacer caso a su
razón que le decía que iba a sufrir mucho de celos –justificados, por cierto-
con él. En el caso de la primera mujer mencionada, la pregunta es porqué quería
dar una imagen de felicidad y plenitud cuando su vida real estaba bastante
desgarrada. El pudor frente a la imagen que una mujer quiere dar de si misma y
de su vida no deja de estar condicionado por unos ideales culturales que
parecen exigirnos como personas ser siempre plenas, fuertes, poderosas,
invulnerables, porque lo contrario se asocia a debilidad y queda desvalorizado.
Cuando esta mujer comprobó que otras no tenían reparos en hablar de sus
dificultades, se sintió más libre de ser sincera. En el caso de la segunda
mujer mencionada, su ilusión adolescente de encontrar en el amor de un hombre
la llave de su plenitud total está intocada, pero su sano sentido de protección
hacia sí misma le advierte que corre peligro con un hombre que le promete tan
poco. Si ella pudiera no ser tan absolutista en lo que busca del amor y tener
un vínculo más ligero y alegre sin esperar grandes cosas, posiblemente tendría
una ocasión de disfrutar de momentos divertidos y dedicar el resto de su tiempo
a dirigir su atención placentera a otros campos, amistades, aficiones, hobbys,
gustos varios. Son maneras muy sanas de sostenerse y deberían ser enseñanzas a
tener en cuenta siempre, más allá de que una mujer tenga pareja estable o no la
tenga. Me sorprende encontrar mujeres divorciadas, separadas, algunas
jubiladas, de edades que oscilan entre los cincuenta y los sesenta años que aún
esperan que un amor les llene todos los anhelos de su vida, anhelo imposible
que les deja en su cuerpo las marcas del dolor.
Una mujer
no está sola porque no tiene una pareja, está sola cuando no puede dejar de
mantener viva la esperanza de encontrar un vínculo íntimo que por sí solo, le
llene la vida. Una mujer está sola cuando no puede diversificar sus fuentes de
placer, fuentes que son necesarias para el bienestar psíquico, emocional y
corporal. Eso supone un aprendizaje que lleva muchos años de reflexión y de
lectura de las experiencias frustrantes que nos van enseñando lo que podemos
esperar de los demás y lo que no y nos preparan subjetivamente para que la
caída de los ideales románticos no signifique una bancarrota emocional que nos
sumerja en una depresión profunda. Anclarse en la realidad supone siempre una
cierta renuncia al placer, pero esa renuncia tiene que tener un límite si no
queremos enfermarnos. Nuestro cuerpo acusa recibo de las frustraciones, de la
rabia, del dolor, de la impotencia de no ser escuchados por quienes más nos
importan, por no escuchar lo que nuestros sentimientos nos reclaman atender.
Podemos pasar por la vida creyendo que tenemos un tiempo eterno para vivirla y
eso nos puede hacer desaprovechar muchas oportunidades de alegría y
satisfacción empeñados en una postergación de nuestros anhelos más profundos en
aras de una lucha por la seguridad que nos obliga a postergar para más adelante
aquello que deseamos vivir hoy. Seguridad afectiva de los que quieren garantías
antes de comprometerse sin darse cuenta que nunca hay garantías. Toda
experiencia de contacto con los demás supone un riesgo y las personas más
vitales lo asumen mejor. Otras en cambio, quedan presas de un anhelo de
seguridad que las lleva a establecer alianzas que les aseguren o bien una
cobertura material de bienes o bien una seguridad afectiva aunque el deseo no
se haga presente. ¡Qué amarga experiencia de vida la de aquellas mujeres que
empeñaron su vida en dedicarse a sostener a los suyos prescindiendo de
escucharse a sí mismas por no sentirse autorizadas a hacerlo y que llegada la
ocasión de tener más libertades porque los hijos ya no están en el hogar
familiar, sienten que han perdido las oportunidades de vivir aquello que más
hubieran deseado!
La vida nos expone a obligaciones a las que
hay que saber poner límites tanto en lo que nos privamos como en lo que
concedemos porque el sufrimiento deja marcas en nuestro cuerpo y en nuestro
espíritu. La ilusión es una herramienta imprescindible para sostener nuestra
vida. El trabajo es un poderoso instrumento que nos pone en contacto con la
realidad, pero no siempre es satisfactorio. A veces incluso no se tiene. Entonces
es cuando la realidad nos obliga a buscar compensaciones placenteras que nos
den la oportunidad de abrir un hueco a la esperanza. La familia es un lugar donde se puede encontrar refugio
pero también es un lugar que impone muchas privaciones de deseos propios por
tener que atender a los hijos y el deseo de una vida más ligera y
placentera queda postergado. En tiempos
de privaciones la necesidad se impone y el deseo sufre de inanición. Cuanto
mayor es la necesidad mayor es el riesgo de establecer relaciones que no nos
gustan simplemente porque la soledad se hace insoportable, pero necesidad y
deseo no son la misma cosa. La vida emocional para ser sana debe ser atendida
en tres pilares fundamentales: el trabajo, la salud y la vida afectiva. Cuando
falla alguno de los tres, se desequilibra el resto. Conocemos por nuestra
experiencia clínica las adicciones al trabajo para no encontrarnos con el
vacío, también las adicciones al amor por la misma causa. Las agresividades que
se desatan por las frustraciones, que pueden dirigirse hacia los que tenemos
más cerca o hacia nosotras mismas. Y quien aguanta el tipo es el cuerpo del
dolor.
Venimos al
mundo desprotegidos y necesitados de amor y sin embargo, la civilización nos
impone una serie de ideales muy contradictorios que hacen mucho daño
sentimental: por un lado la insistencia en el amor romántico que se canta en
todas las canciones de amor, los cuentos infantiles, las novelas, nos hace
sentir que somos vulnerables, desprotegidos, necesitados de un amor que llene
todos nuestros anhelos más profundos, y por otro lado, nos ofrece ideales de
fuerza, de poder, de desprecio de la vulnerabilidad porque se asocia a
debilidad, y condiciona a que no
mostremos nuestras necesidades, que no hablemos de nuestras flaquezas, que no
demos apariencia de sufrir o de necesitar de nadie. Llama irónicamente la
atención que en el cine americano cuando vemos alguna escena dramática donde un
protagonista ha sufrido un ataque agresivo sea físico o moral, la pregunta es
¿estás bien? aunque sea evidente que está muy mal. ¿Cómo se puede convivir con
esas contradicciones sin pagar un penoso malestar?
Muchas
personas temerosas de la vida buscan afanosamente la seguridad e intentan
obtenerla a través del acopio de dinero, el ahorro y la acumulación de bienes
pensando que así se sentirán protegidos en la vejez. Pero esa preocupación
excesiva proyectada al futuro, exige no vivir el presente, negándose a experiencias
placenteras y necesarias para que nuestro paso por la existencia tenga más calor
y color. La búsqueda de garantías de seguridad es una pretensión que puede
hacerse peligrosa porque nunca existen garantías. Un trabajo excesivo puede
suponer un nivel de estrés tan considerable que nos puede llevar al infarto,
una renuncia demasiado costosa a aquellos deseos que nos hacen sentir vivos/as
puede suponer enfermar de muchas maneras nuestra mente y nuestro cuerpo, crisis
de asma, úlceras gástricas, problemas de colon irritable, problemas de piel,
ataques de pánico, depresiones, crisis de ansiedad, son sólo algunas de las
manifestaciones por donde el cuerpo habla de lo que nosotros quisiéramos hacer
callar. Cuando no, la irrupción de un accidente mortal o invalidante, o una
enfermedad que fija a nuestra vida fecha de pronta caducidad. Estas cosas hay
que tenerlas en cuenta para poder encontrar un límite sensato entre el
sacrificio necesario de deseos más placenteros
para obtener los medios de mantener nuestra existencia y el lugar que tenemos
que darle a esos deseos para no enfermarnos o no andar por la vida como muertos/as.
El deseo es
un poderoso motor de vida. Entendido en sentido amplio, incluye todos aquellos
anhelos y deseos de realización que nos hacen sentir vivos, ya sea en el plano
profesional o en el sentimental o sexual. Nuestra intimidad no puede estar
desasistida si quiere ser saludable. Necesita
ser satisfecha en diversos aspectos que incluyen la necesidad de
reconocimiento, la gratitud, el calor de la amistad, el amor, la sexualidad, para
mencionar los más íntimos, pero también un reconocimiento social, una
proyección de nuestras potencialidades, la realización de nuestras ambiciones. Para
una mujer el hacerse cargo de la esfera íntima del hogar, intendencia de la
casa, velar por la educación y desarrollo de los hijos y convertirse en el
sostén emocional de toda la familia, le exige a cambio renunciar a deseos más
propios que no incluyan el ser para otros, una renuncia a la realización
personal en el trabajo remunerado, a la independencia económica, obligándola a
ser más dependiente de otros. A las mujeres se nos exige más el sacrificio de
estar al cuidado de los demás sin preguntarnos qué coste tiene eso para todas y
todos los que nos rodean. ¿Qué consecuencias tienen estas cuestiones en aquellas
mujeres que responden a esas exigencias? Pagan esas renuncias con el cuerpo del dolor,
depresiones que no encuentran palabras que las expliquen, malestares
psicosomáticos para los que no encuentran motivos que los justifiquen,
conductas destructivas hacia sí mismas por dirigir el odio hacia su propia
persona. Las que intentan desarrollar sus ambiciones como lo hacen los hombres
también pagan sus frustraciones como la pagan ellos, con excesos estresantes que
en su límite les pueden llevar al infarto.
¿Cómo
podemos pasar del cuerpo del dolor al cuerpo de la alegría? Eros es un
importante instrumento civilizador y un antídoto para la tristeza. Eros consiste
en deseos profundos que nos dan fuerzas para luchar en la vida y por la vida,
por nuestros intereses más queridos, para cuidar a aquellos a quienes amamos,
para cuidarnos a nosotras/os mismas/os. El derecho a la sexualidad como un
medio privilegiado de acceder a la intimidad es del orden de lo humano, sólo
por cegueras culturales es permitido a los hombres y censurado en las mujeres. Si pudiéramos abrir nuestro espíritu a lo que
verdaderamente deseamos nuestro cuerpo recibiría el cuidado que merece y lo haría
notar en todos sus poros. De hecho, cuando eso sucede nuestro aspecto cambia,
no por intervenciones externas que le aporten juventud artificial, sino porque
nuestra mirada brilla, nuestra piel se hace más suave, nuestro andar más
ligero, nuestra salud mejora, recuperamos ilusión, confianza en nuestras
potencialidades para vivir una vida más plena y así lo trasmitimos a los demás ofreciendo
una cuota de esperanza con la que queremos expresar que otra vida es posible. Pero
se necesita valor porque todo esto no es justamente lo que nos enseña una
cultura que nos exige fundamentalmente sacrificio por las contradicciones
absurdas en la que nos coloca con sus exigencias imposibles, que sólo nos
generan tristeza y sensación de inutilidad. Un mensaje que recibí el otro día,
auguraba para este año que comienza una nota de esperanza en todas sus frases.
Me permito reproducir algunas de ellas porque ayudan a crear y fortalecer el
cuerpo de la alegría: más besos que
bofetadas, más poesía y menos discursos, más sexo que castidad, más sueños que
pesadillas, más riqueza y menos dinero, más justicia y menos juicios, más
libros y menos periódicos, más hombres y menos machos, más mujeres y menos
sumisas. Con mis mejores deseos que cada una de estas ideas prenda en
nuestras emociones. Nuestro cuerpo y nuestra salud mental nos darán las
gracias.
CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y
psicoanalista. Ex presidenta de la sección Mujeres del Colegio de Psicólogos de
Cataluña.
Pertenece a
la Redcaps de
profesionales de la salud.
Autora de El sexo bajo sospecha y otros textos
especializados.