TOMBOY
Una
excelente película de Céline Sciamma, que nos conduce a reflexionar acerca de la
configuración de la identidad sexual en la que nos inscribimos todos
de una u otra manera. Tema que ha sido objeto de controversia en lo
que se refiere a las causas que determinan dicha identidad. Los que
se inclinan por las explicaciones antropológicas son más proclives
a considerarla un resultado de la cultura en la que se inscribe un
sujeto. Los amantes de la determinación genética, más
esencialistas, se decantan por un determinismo biológico algunos,
otros por un determinismo estructural que corresponde al psiquismo. Todas estas explicaciones causales dejan un vacío frustrante
cuando pretenden explicar la identidad apelando sólo por una única
causa. A mí me interesa un enfoque multidisciplinar que integre
además la concepción de la diferencia de género en el análisis de
esta cuestión.
La
protagonista principal de la película que comento es una niña por
su biología, -Laure-, pero en ese momento de su vida, -alrededor de
los 9 años- actúa como un niño tanto en su estética, corte de
pelo, vestimenta, actitudes comportamentales, como en sus gustos que
la orientan a tratar de ser como las normas culturales le indican que
corresponde al género masculino. Ella prefiere llamarse Michael,
nombre con el que se adscribe una identidad masculina en la que ella
se siente reconocida. En esto sí podemos ver la marca de la cultura
porque es ella la que nos orienta de que lado se colocan los signos
que identifican a cada género, lo que nos permite hacer una
distinción superficial y rápida del lado donde en apariencia se
coloca cada sujeto hablante, aunque esa distinción sirva más al
teatro social de las apariencias que nada asegura acerca de su
sexualidad.
Pero
si hablamos de goce, de sensualidad, de placer erótico entramos en
otro tema que no se explica por las cuestiones culturales. De hecho,
Laure en su biología, -Michael, en su sentimiento psíquico de
pertenencia a un género- tiene una hermana menor, que es el
prototipo de la feminidad más clásica. Es delicada, le encanta
bailar con un tutú, en sus juegos hace tallarines con una maquinita,
de una expresividad gestual encantadora, con un manejo de la
seducción que adjudicamos al estilo femenino. Se lleva
estupendamente con su hermana y hay entre ellas una complicidad muy
amorosa. Laure-Michael en cambio, es retraída, tímida, bloqueada en
la expresión de sus sentimientos, posiblemente porque se siente
atípica en la asunción del género que por biología se espera que
ella asuma. Ella es diferente, porque le gusta actuar y parecer un
chico hasta el punto que cuando se encuentra con un grupo nuevo de
niños en el nuevo barrio donde su familia se muda, lleva a
construirse con plastilina un simulacro de pene para que se note un
bulto más o menos adecuado a la edad y engañar de esa manera más
fácilmente al grupo de amigos acerca su identidad.
Hay
circunstancias que la obligan a ello, como por ejemplo, no poder
mostrarse haciendo pis con los otros, no poder mostrarse en bañador,
la preocupación por sus pechos que aún no han crecido y se siente
insegura que la puedan traicionar si muestra su torso desnudo.
Observándose en el espejo se los golpea como si con ese gesto
pudiera detener su crecimiento.
Hay un momento gracioso cuando ella
jugando al fútbol con los amigos, escupe en el suelo, gesto que
estamos habituados a ver en los jugadores profesionales, y que en el
caso de Laure es un gesto que la reafirma en su identidad masculina.
La
pregunta que se impone es por el papel que juega la familia en esa
elección inconsciente de goce que adscribe a las dos hermanas en
géneros diferentes. La película comienza con una escena donde el
padre está conduciendo con su hija Laure en brazos. El espectador
cree que se trata de un hijo varón y el padre tiene un trato con
ella que coincide con la complicidad que tiene un padre con un hijo
varón. Otra escena, donde están las dos hermanas en la habitación jugando, -todavía
el espectador cree que se trata de un niño y una niña-, el padre
entra en la habitación y se dirige a coger en brazos a su hija menor
de una manera que denota cierta preferencia amorosa por ella y casi
no presta atención a Laure-Michael quien se dirige rápidamente al
cuarto donde está su madre embarazada, la abraza y la imagen de ese
encuentro amoroso habla de la fascinación que la madre siente por
Laure, quien parece una anticipación futura del niño que ella
espera tener.
Laure habla en secreto con el futuro bebé apoyándose en el vientre de la madre embarazada, y al ser
preguntada por ésta qué le ha dicho, Laure responde que es un secreto. ¿Se
tratará de confesarle al futuro niño su secreto? No lo sabemos.
Hay una escena en la bañera de las dos hermanas lavándose mutuamente la cabeza que es de una ternura arrebatadora. Hasta allí pensamos que se trata de una chica y un chico pero cuando Laure se pone de pié descubrimos que es una niña. Esa escena nos introduce en la complejidad identitaria que se desarrollará en la trama argumental posterior.
Hay una escena en la bañera de las dos hermanas lavándose mutuamente la cabeza que es de una ternura arrebatadora. Hasta allí pensamos que se trata de una chica y un chico pero cuando Laure se pone de pié descubrimos que es una niña. Esa escena nos introduce en la complejidad identitaria que se desarrollará en la trama argumental posterior.
La madre espera un hijo varón, ya lo esperaba cuando nació
Laure. Ese deseo de hijo varón de la madre posiblemente no haya
sido indiferente a la elección de género de su hija que insiste en
llamarse Michael. No somos tan libres como nuestro narcisismo
quiere hacernos creer con su ilusión de autonomía. El psicoanálisis se desmarca de la causalidad biológica y de la determinación cultural siendo una bisagra que nos enseña que somos
sujetos sujetados al deseo del Otro. Sólo hay una posibilidad de
libertad cuando alguien sabe a qué está sujetado y entonces tiene
la posibilidad de aceptar o rechazar lo que desea. El psicoanálisis
en este punto tiene mucho que aportar al llevar a un sujeto hasta ese
momento en que no le queda más remedio que aprender a saber qué
hacer con su síntoma.
Es
en este punto donde la película abre un interrogante en cuanto a la
identidad de Laure-Michael. He reiteradamente mencionado los dos
nombres relacionados con ella para señalar el carácter ambiguo que
nos asalta cada vez que tenemos que nombrar un caso de
transexualidad. No podemos saber si Laure-Michael lo era o se trataba
de una identidad en construcción de una niña que ensaya y juega a
ser varón porque quiere ser un chico, desea serlo, bastante
extendido en muchas niñas, sobre todo en nuestra cultura que
sobrevalora los rasgos, las actitudes y la manera de ser masculina.
Pero el deseo de ser un chico a veces se resuelve en una niña a lo
largo de su evolución de una manera que define una por una, el
modo particular de sentirse más o menos en consonancia con su
género, aunque ese modo la diferencie de una feminidad clásica. Hay
chicas que por muy masculino que sea su aspecto, su disonancia con su género, no se sienten
hombres.
En
el caso de la transexualidad la cuestión es de otra índole. Allí
existe una certeza de ser que se diferencia del deseo
de ser, presente en los otros casos de identidad en construcción.
El deseo de ser un chico es diferente a la certeza de serlo. En
cuestiones de identidad nada hay más lejos de la certeza. Puede
existir una certidumbre variable de pertenecer subjetivamente al
género al que obliga la anatomía, pero siempre hay un espacio de
duda, de pregunta, porque la aceptación o no del mismo, depende del
goce que procura su pertenencia, de la culpabilidad mayor o menor que
implica sentirse traicionando las expectativas sociales del género,
la vergüenza que ello implica, lo que obliga al ocultamiento de
sensaciones y sentimientos que se sabe a priori que no serán
aceptados por la comunidad a la que se pertenece, sobre todo en este caso que se trata de una púber. La certeza de ser
hombre o mujer que no se corresponde con la anatomía lleva al sujeto
implicado a querer que la realidad se adapte a su certeza mientras
que en una identidad en construcción más bien el sujeto intenta
adaptar sus incertidumbres teniendo en cuenta su realidad. Cuando
Laure se siente Michael pasa por alto que en la escuela la
inscribirán con su nombre real, de chica, pasa por alto que en poco
tiempo sus pechos crecerán y delatarán que no es un chico y no
tiene respuestas cuando su madre al ponerla en evidencia frente a los
otros, le dice que no lo hace por crueldad ni para humillarla sino
porque no sabe como hacerla afrontar una realidad y le pide que si
ella tiene una idea mejor para afrontar esa cuestión se la diga. No le molestaba creer que su hija jugaba a ser varón, más bien parecía complacerla. Pero no supo que no se trataba simplemente de un juego y cuando la realidad le estalló de manera sorpresiva, accidentalmente, no supo cómo reaccionar y lo hizo del peor modo posible, tal vez creyendo que así ayudaría a su hija aceptar su condición biológica de mujer para integrarse en el medio en el que te tocaba vivir.
Otra
cuestión a señalar es que la identidad sexual no tiene porqué
coincidir con la anatomía. Hay una relación de atracción mutua
entre Laure y Liza, una amiga del nuevo barrio donde se ha mudado su
familia. Pero esa atracción es de índole heterosexual, porque Liza
está convencida de que Laure es en realidad Michael. Y es a ese
chico que ella cree que es al que besa de una manera tímida,
sensualmente correspondiente a la edad que tienen ambos. Y cuando la
Laure biológica en otra escena le devuelve el beso, es Michael quien
la besa, no Laure. Eso corresponde a la experiencia de muchas
transexuales mujeres que no califican su pareja con otra mujer como
un vínculo lesbiano, porque se sienten hombres.
Una
película conmovedora, bella, inteligente en el planteamiento de las
dudas, las certidumbres y las posibles certezas entorno a la
identidad de género y su correspondencia o no con la identidad
sexual. Película con un final abierto que no se resuelve con una
respuesta clara. Pero que deja en la boca un sabor dulce porque
cuando se revela la identidad biológica de Laure a quien la madre
obliga de una manera cruel a desvelarla frente a los amigos, Liza, al
principio se siente ofendida y decepcionada, pero al final, prima el
afecto que ella siente por Laure y le pregunta tímidamente como se
llama, a lo que ella responde con su nombre real. ¿Significa eso que
acepta que es una niña, significa que se siente agradecida por la
comprensión de su amiga que la acepta de todos modos? No lo
sabemos. Para saber la verdad en cuestiones de identidad sólo vale
la palabra del sujeto implicado en su goce, que es propio de cada uno
y de cada una. Sólo nos cabe respetar esa elección.
CLAUDIA
TRUZZOLI