jueves, 23 de abril de 2015

TOMBOY


Una excelente película de Céline Sciamma, que nos conduce a reflexionar acerca de la configuración de la identidad sexual en la que nos inscribimos todos de una u otra manera. Tema que ha sido objeto de controversia en lo que se refiere a las causas que determinan dicha identidad. Los que se inclinan por las explicaciones antropológicas son más proclives a considerarla un resultado de la cultura en la que se inscribe un sujeto. Los amantes de la determinación genética, más esencialistas, se decantan por un determinismo biológico algunos, otros por un determinismo estructural que corresponde al psiquismo. Todas estas explicaciones causales dejan un vacío frustrante cuando pretenden explicar la identidad apelando sólo por una única causa. A mí me interesa un enfoque multidisciplinar que integre además la concepción de la diferencia de género en el análisis de esta cuestión.

La protagonista principal de la película que comento es una niña por su biología, -Laure-, pero en ese momento de su vida, -alrededor de los 9 años- actúa como un niño tanto en su estética, corte de pelo, vestimenta, actitudes comportamentales, como en sus gustos que la orientan a tratar de ser como las normas culturales le indican que corresponde al género masculino. Ella prefiere llamarse Michael, nombre con el que se adscribe una identidad masculina en la que ella se siente reconocida. En esto sí podemos ver la marca de la cultura porque es ella la que nos orienta de que lado se colocan los signos que identifican a cada género, lo que nos permite hacer una distinción superficial y rápida del lado donde en apariencia se coloca cada sujeto hablante, aunque esa distinción sirva más al teatro social de las apariencias que nada asegura acerca de su sexualidad.

Pero si hablamos de goce, de sensualidad, de placer erótico entramos en otro tema que no se explica por las cuestiones culturales. De hecho, Laure en su biología, -Michael, en su sentimiento psíquico de pertenencia a un género- tiene una hermana menor, que es el prototipo de la feminidad más clásica. Es delicada, le encanta bailar con un tutú, en sus juegos hace tallarines con una maquinita, de una expresividad gestual encantadora, con un manejo de la seducción que adjudicamos al estilo femenino. Se lleva estupendamente con su hermana y hay entre ellas una complicidad muy amorosa. Laure-Michael en cambio, es retraída, tímida, bloqueada en la expresión de sus sentimientos, posiblemente porque se siente atípica en la asunción del género que por biología se espera que ella asuma. Ella es diferente, porque le gusta actuar y parecer un chico hasta el punto que cuando se encuentra con un grupo nuevo de niños en el nuevo barrio donde su familia se muda, lleva a construirse con plastilina un simulacro de pene para que se note un bulto más o menos adecuado a la edad y engañar de esa manera más fácilmente al grupo de amigos acerca su identidad.                                             

Hay circunstancias que la obligan a ello, como por ejemplo, no poder mostrarse haciendo pis con los otros, no poder mostrarse en bañador, la preocupación por sus pechos que aún no han crecido y se siente insegura que la puedan traicionar si muestra su torso desnudo. Observándose en el espejo se los golpea como si con ese gesto pudiera detener su crecimiento.

 Hay un momento gracioso cuando ella jugando al fútbol con los amigos, escupe en el suelo, gesto que estamos habituados a ver en los jugadores profesionales, y que en el caso de Laure es un gesto que la reafirma en su identidad masculina.

La pregunta que se impone es por el papel que juega la familia en esa elección inconsciente de goce que adscribe a las dos hermanas en géneros diferentes. La película comienza con una escena donde el padre está conduciendo con su hija Laure en brazos. El espectador cree que se trata de un hijo varón y el padre tiene un trato con ella que coincide con la complicidad que tiene un padre con un hijo varón. Otra escena, donde están las dos hermanas en la habitación jugando, -todavía el espectador cree que se trata de un niño y una niña-, el padre entra en la habitación y se dirige a coger en brazos a su hija menor de una manera que denota cierta preferencia amorosa por ella y casi no presta atención a Laure-Michael quien se dirige rápidamente al cuarto donde está su madre embarazada, la abraza y la imagen de ese encuentro amoroso habla de la fascinación que la madre siente por Laure, quien parece una anticipación futura del niño que ella espera tener.



Laure habla en secreto con el futuro bebé apoyándose en el vientre de la madre embarazada, y al ser preguntada por ésta qué le ha dicho, Laure responde que es un secreto. ¿Se tratará de confesarle al futuro niño su secreto? No lo sabemos.

Hay una escena en la bañera de las dos hermanas lavándose mutuamente la cabeza que es de una ternura arrebatadora. Hasta allí pensamos que se trata de una chica y un chico pero cuando Laure se pone de pié descubrimos que es una niña. Esa escena nos introduce en la complejidad identitaria que se desarrollará en la trama argumental posterior.


La madre espera un hijo varón, ya lo esperaba cuando nació Laure. Ese deseo de hijo varón de la madre posiblemente no haya sido indiferente a la elección de género de su hija que insiste en llamarse Michael. No somos tan libres como nuestro narcisismo quiere hacernos creer con su ilusión de autonomía. El psicoanálisis se desmarca de la causalidad biológica y de la determinación cultural siendo una bisagra que nos enseña que somos sujetos sujetados al deseo del Otro. Sólo hay una posibilidad de libertad cuando alguien sabe a qué está sujetado y entonces tiene la posibilidad de aceptar o rechazar lo que desea. El psicoanálisis en este punto tiene mucho que aportar al llevar a un sujeto hasta ese momento en que no le queda más remedio que aprender a saber qué hacer con su síntoma.

Es en este punto donde la película abre un interrogante en cuanto a la identidad de Laure-Michael. He reiteradamente mencionado los dos nombres relacionados con ella para señalar el carácter ambiguo que nos asalta cada vez que tenemos que nombrar un caso de transexualidad. No podemos saber si Laure-Michael lo era o se trataba de una identidad en construcción de una niña que ensaya y juega a ser varón porque quiere ser un chico, desea serlo, bastante extendido en muchas niñas, sobre todo en nuestra cultura que sobrevalora los rasgos, las actitudes y la manera de ser masculina. Pero el deseo de ser un chico a veces se resuelve en una niña a lo largo de su evolución de una manera que define una por una, el modo particular de sentirse más o menos en consonancia con su género, aunque ese modo la diferencie de una feminidad clásica. Hay chicas que por muy masculino que sea su aspecto, su disonancia con su género, no se sienten hombres.

En el caso de la transexualidad la cuestión es de otra índole. Allí existe una certeza de ser que se diferencia del deseo de ser, presente en los otros casos de identidad en construcción. El deseo de ser un chico es diferente a la certeza de serlo. En cuestiones de identidad nada hay más lejos de la certeza. Puede existir una certidumbre variable de pertenecer subjetivamente al género al que obliga la anatomía, pero siempre hay un espacio de duda, de pregunta, porque la aceptación o no del mismo, depende del goce que procura su pertenencia, de la culpabilidad mayor o menor que implica sentirse traicionando las expectativas sociales del género, la vergüenza que ello implica, lo que obliga al ocultamiento de sensaciones y sentimientos que se sabe a priori que no serán aceptados por la comunidad a la que se pertenece, sobre todo en este caso que se trata de una púber. La certeza de ser hombre o mujer que no se corresponde con la anatomía lleva al sujeto implicado a querer que la realidad se adapte a su certeza mientras que en una identidad en construcción más bien el sujeto intenta adaptar sus incertidumbres teniendo en cuenta su realidad. Cuando Laure se siente Michael pasa por alto que en la escuela la inscribirán con su nombre real, de chica, pasa por alto que en poco tiempo sus pechos crecerán y delatarán que no es un chico y no tiene respuestas cuando su madre al ponerla en evidencia frente a los otros, le dice que no lo hace por crueldad ni para humillarla sino porque no sabe como hacerla afrontar una realidad y le pide que si ella tiene una idea mejor para afrontar esa cuestión se la diga. No le molestaba creer que su hija jugaba a ser varón, más bien parecía complacerla. Pero no supo que no se trataba simplemente de un juego y cuando la realidad le estalló de manera sorpresiva, accidentalmente, no supo cómo reaccionar y lo hizo del peor modo posible, tal vez creyendo que así ayudaría a su hija aceptar su condición biológica de mujer para integrarse en el medio en el que te tocaba vivir.

Otra cuestión a señalar es que la identidad sexual no tiene porqué coincidir con la anatomía. Hay una relación de atracción mutua entre Laure y Liza, una amiga del nuevo barrio donde se ha mudado su familia. Pero esa atracción es de índole heterosexual, porque Liza está convencida de que Laure es en realidad Michael. Y es a ese chico que ella cree que es al que besa de una manera tímida, sensualmente correspondiente a la edad que tienen ambos. Y cuando la Laure biológica en otra escena le devuelve el beso, es Michael quien la besa, no Laure. Eso corresponde a la experiencia de muchas transexuales mujeres que no califican su pareja con otra mujer como un vínculo lesbiano, porque se sienten hombres.

Una película conmovedora, bella, inteligente en el planteamiento de las dudas, las certidumbres y las posibles certezas entorno a la identidad de género y su correspondencia o no con la identidad sexual. Película con un final abierto que no se resuelve con una respuesta clara. Pero que deja en la boca un sabor dulce porque cuando se revela la identidad biológica de Laure a quien la madre obliga de una manera cruel a desvelarla frente a los amigos, Liza, al principio se siente ofendida y decepcionada, pero al final, prima el afecto que ella siente por Laure y le pregunta tímidamente como se llama, a lo que ella responde con su nombre real. ¿Significa eso que acepta que es una niña, significa que se siente agradecida por la comprensión de su amiga que la acepta de todos modos? No lo sabemos. Para saber la verdad en cuestiones de identidad sólo vale la palabra del sujeto implicado en su goce, que es propio de cada uno y de cada una. Sólo nos cabe respetar esa elección.


CLAUDIA TRUZZOLI







lunes, 6 de abril de 2015


Ternura. Hermel Orozco.jpg
LA NOSTALGIA CARCELERA


Hay momentos en que algunos recuerdos
se imponen sobre otros
con una dulzura particular,
por ejemplo, la vitalidad de tu risa,
tu irónico sentido del humor,
la insinuación al llamado íntimo
presente en tu mirada,
el rubor de tus mejillas
signo delator del después del amor,
nuestro sentimiento de hermandad
nacido del declinar de reclamos posesivos,
la complicidad silenciosa
de nuestros actos cotidianos.
Perderte no ha hecho más que aumentar
el valor de escenas vividas
con ese aire de familia entrañable
que daba a nuestro presente
la ilusión permanente de un futuro
que nos encontraría compartiendo nuestros días.
Nada ha sido igual desde que no estás,
desde que el retorno de la nostalgia
no ha sido suficiente para resucitar lo perdido,
desde que la soledad me ha tomado el pulso
construyendo el castillo de nuesros recuerdos
como un refugio para cobijarme de tu olvido.

CLAUDIA TRUZZOLI

7 de abril de 2015