lunes, 12 de agosto de 2013

PROMESA (poesía)



PROMESA

Quisiera hacer del tiempo
la morada
donde habiten las preguntas
que mi ilusión te formula,
instalarte en ella
convertido en metáfora
de esta sucesión de encuentros,
distancias,
donde va dibujándose tu imagen
atrayendo mi mirada.
Quisiera hacer del tiempo
una morada otra
un horizonte donde fijar mi espera,
el lugar donde se escriban las palabras
de un complejo entramado
que puntuara
este instante de promesa.
 
CLAUDIA TRUZZOLI
 

LA MISERIA PSICOLÓGICA DEL HOMBRE VIOLENTO

Cuando los medios transmiten imágenes de rostros o cuerpos de mujeres desfigurados por los golpes, cuando nos enteramos de un nuevo asesinato de una mujer y a veces de sus hijos a manos del mal llamado “compañero sentimental” no podemos evitar un sentimiento de horror y de impotencia frente a un fenómeno que no hace más que crecer a pesar de las medidas legales que intentan frenarlo. Sin embargo, cuando sobrepuestos al primer impacto el público se pregunta porque las mujeres aguantan hasta ese punto, porque no abandonan a un hombre que las maltrata, nunca he escuchado una reflexión que cuestione porqué el hombre las maltrata. Existe una cierta tolerancia subliminal que hace que si bien se entiende que se pasa de la raya, cierta asociación de la masculinidad más patriarcal con la violencia parece servir de atenuante. Hay hombres que no reconocen que son violentos, simplemente dicen que están haciendo lo que hay que hacer para hacerse obedecer, para restablecer un orden familiar que ellos sólo conciben como derecho ordenado por el jefe de familia. Lo que se oculta es la necesidad de dominio, de control extremo, de anhelo de posesividad exclusiva, de extrema dependencia, que lleva a estos hombres a intentar aislar cada vez más a sus mujeres de otros lazos afectivos que pudiesen escapar a su control, asegurándose de esa manera el secreto de sus actos violentos y no correr el riesgo de ser cuestionado por otros. Un hombre que necesita recurrir a la violencia para librarse de un malestar emocional que no puede tramitar de otra manera lo único que está mostrando es su debilidad, su falta de recursos, su impotencia para resolver una tensión que lo desborda. Al que golpea, abusa, maltrata, viola, asesina, se le podría aplicar el verso de Borges “no nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Pero no se trata de amor, sino del odio más genuino hacia quien depende más de lo que su orgullo le permitiría reconocer sin sentirse humillado, sin sentir que los referentes en los que apoya su identidad tambalean.  Víctima sí, pero victimario muy peligroso. Si un hombre no encuentra referentes más adecuados para sostener su masculinidad puede entrar en una vertiente melancólica de intensidad variable, siendo la más grave, el intento de suicidio, aunque ésta no es la salida más frecuente, o bien, puede optar por el asesinato, que es lo que más casos registra. 

Los grupos de hombres que cuestionan estas masculinidades tan patológicas son los que pueden ayudar a otros hombres a acercarse a nuevos modelos de masculinidad sin temor a ser tomados por afeminados u homosexuales y las mujeres hacen un flaco favor cuando por compasión o por lástima soportan un maltrato aferradas como están a las creencias del amor incondicional que les hace perder de vista que ellas también necesitan ser queridas y recibir además de dar. 

Claudia Truzzoli