Difusión de mi trayectoria profesional en psicoanálisis con visión de género, mis escritos, como promotora de salud en talleres a asociaciones de mujeres en Catalunya
lunes, 12 de agosto de 2013
LA MISERIA PSICOLÓGICA DEL HOMBRE VIOLENTO
Cuando los medios transmiten imágenes de rostros o cuerpos de mujeres
desfigurados por los golpes, cuando nos enteramos de un nuevo asesinato de una
mujer y a veces de sus hijos a manos del mal llamado “compañero sentimental” no
podemos evitar un sentimiento de horror y de impotencia frente a un fenómeno
que no hace más que crecer a pesar de las medidas legales que intentan
frenarlo. Sin embargo, cuando sobrepuestos al primer impacto el público se
pregunta porque las mujeres aguantan hasta ese punto, porque no abandonan a un
hombre que las maltrata, nunca he escuchado una reflexión que cuestione porqué
el hombre las maltrata. Existe una cierta tolerancia subliminal que hace que si
bien se entiende que se pasa de la raya, cierta asociación de la masculinidad
más patriarcal con la violencia parece servir de atenuante. Hay hombres que no
reconocen que son violentos, simplemente dicen que están haciendo lo que hay
que hacer para hacerse obedecer, para restablecer un orden familiar que ellos
sólo conciben como derecho ordenado por el jefe de familia. Lo que se oculta
es la necesidad de dominio, de control extremo, de anhelo de posesividad
exclusiva, de extrema dependencia, que lleva a estos hombres a intentar aislar
cada vez más a sus mujeres de otros lazos afectivos que pudiesen escapar a su
control, asegurándose de esa manera el secreto de sus actos violentos y no
correr el riesgo de ser cuestionado por otros. Un hombre que necesita recurrir
a la violencia para librarse de un malestar emocional que no puede tramitar de
otra manera lo único que está mostrando es su debilidad, su falta de recursos,
su impotencia para resolver una tensión que lo desborda. Al que golpea, abusa,
maltrata, viola, asesina, se le podría aplicar el verso de Borges “no nos une
el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Pero no se trata de
amor, sino del odio más genuino hacia quien depende más de lo que su orgullo le
permitiría reconocer sin sentirse humillado, sin sentir que los referentes en los que apoya su identidad tambalean. Víctima sí, pero victimario
muy peligroso. Si un hombre no encuentra referentes más adecuados para sostener su masculinidad puede entrar en una vertiente melancólica de intensidad variable, siendo la más grave, el intento de suicidio, aunque ésta no es la salida más frecuente, o bien, puede optar por el asesinato, que es lo que más casos registra.
Los grupos de hombres que cuestionan estas masculinidades tan patológicas son los que pueden ayudar a otros hombres a acercarse a nuevos modelos de masculinidad sin temor a ser tomados por afeminados u homosexuales y las mujeres hacen un flaco favor cuando por compasión o por lástima soportan un maltrato aferradas como están a las creencias del amor incondicional que les hace perder de vista que ellas también necesitan ser queridas y recibir además de dar.
Claudia Truzzoli
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